Dom 07.08.2005
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Todos juntos ahora

Por Daniel Barenboim


Al igual que la música, la historia no requiere interpretaciones. Pero ambas necesitan de una narrativa honesta, a veces incluso dolorosa. Yo nunca pretendí hacer algo en esta línea; más bien siempre lo llevé dentro de mí, y al principio sentía curiosidad casi exclusivamente por conocer al “otro”. No obstante, creo que uno debería ser cauto al describir este conflicto, porque el conflicto entre Israel y los estados árabes (como Egipto, Siria o el Líbano) no es comparable con otros. Incluso cuando hay relaciones diplomáticas con Egipto, son una especie de paz helada. De hecho, la relaciones son tan heladas que en el pasado muchos músicos jóvenes temían asistir a nuestro taller, porque hacerlo sería percibido negativamente en su propio país. En el mundo árabe todo tipo de cooperación, incluso si está conectada con la música, es vista –no por todos, pero por mucha gente– como un signo de normalización, algo que en general es rechazado. Pero éste es sólo un capítulo de la historia, el otro es el conflicto entre Israel y Palestina. Ningún conflicto debería ser considerado “normal”, y éste es especialmente horrible, porque se está devorando a ambas partes, desde adentro.

Se habla a menudo acerca de la necesidad de ser tolerante. Pero ¿qué es la tolerancia? Yo puedo tolerar a alguien que es igual a mí, si no, no sería tolerancia. Aceptación, quizá. Aceptación significa aceptar que alguien pueda ser diferente, y tal vez ésta es la razón por la que nos las arreglamos para vivir tan bien juntos. Como músicos diferentes sentados unos junto a otros en una única orquesta. Tan sólo imaginen si todos tocaran igual: serían los conciertos más aburridos del mundo. Pero la aceptación de que alguien sea libre de tocar de manera diferente es una de las reglas más importantes de la música, y esto es lo que todos tenemos que aprender, así como debemos aprender también que la violencia que se ejerce en todo el mundo es inaceptable. Y esta delgada línea entre lo inaceptable pero entendible es muy peligrosa.

Es por esto que me he dedicado tanto a este taller, a este proyecto “East-Western Divan”, junto con mi amigo Edward Said, quien desafortunadamente ya no está entre nosotros. Había nacido en Jerusalén y era un palestino propiamente dicho. El, que tampoco creía en la solución militar, y que nació en Jerusalén, pasó su infancia entre musulmanes y judíos, era cristiano. También tuvo dificultades para entender por qué los judíos necesitaban tener un Estado propio y no así los no judíos de la ex Palestina. Por lo tanto, nuestra misión es promover el diálogo entre judíos y palestinos. Por ende, y digo esto en serio, en toda su simplicidad y honestidad, no quiero que me agradezcan por lo que estoy haciendo con estos jóvenes, porque es verdaderamente el mayor placer que puedo tener como músico, como ser humano y como israelita. Hace algo más de un año, durante una de mis visitas a Ramala, toqué frente a trescientos chicos. Chicos de 13, tal vez 14 años de edad. Y cuando terminé de tocar, algunos de ellos tocaron para mí. Más tarde, tras el cierre oficial del evento, muchos de estos jóvenes se acercaron a pedirme un autógrafo. Imagínenlo, en Ramala, que usualmente queda fuera del alcance para cualquier ciudadano israelita, un israelita viene y toca y los niños palestinos quieren su autógrafo. Esto ya fue de por sí muy conmovedor. Y luego una chica de unos 13, 14 años, se acercó y le pregunté: “¿Usted también toca el piano?”. Y contestó: “No, yo toco el violín”. Entonces le pregunté: “Bueno, ¿por qué no tocaste ahora?”. “Ah”, dijo. “No sabía que eso fuera posible. Pensé que estaba reservado solamente a los pianistas.” Y entonces le dije: “¿Te gustaría tocar en mi próxima visita?”. “Oh, sí”, contestó, “realmente me gustaría mucho. Estoy tan feliz de que usted esté aquí”. “¿Por qué estás tan feliz de que yo esté aquí?” A lo que respondió: “Porque usted es la primera cosa –realmente dijo cosa– que viene de Israel que no es ni un soldado ni un tanque”. Este concierto, como ustedes seguramente sabrán gracias a la cobertura que tuvo en los diarios, no terminó con el conflicto. Pero, al menos durante un par de horas, consiguió reducir el nivel de odio a cero. Y ahora, hace cerca de un año atrás, comenzamos a establecer un programa de educación musical en Ramala.

El verano pasado dimos conciertos en Berlín, Londres y en varios otros lugares. Pero este proyecto sólo alcanzará su dimensión total el día que nos sea posible tocar en todos los países representados en este taller y en esta orquesta: Líbano, Siria, Jordania, Egipto e Israel. Todavía no es posible. Pero tengo grandes esperanzas de que ocurra pronto.

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