PáGINA 3
› Por David Eggers
Cuando los niños norteamericanos son muy pequeños, creen que el fútbol es el deporte más popular del mundo. Y es así porque cada chico en Estados Unidos juega al fútbol. Es una regla inscripta en el mismo documento que, en cada capital de estado, insiste en que saluden a la bandera. Y es una práctica aterradora de ver, por Dios.
Los sábados, cada espacio chato y verde de los Estados Unidos se cubre de gente pequeña con uniformes brillantes que persiguen la pelota por todo el campo, para delicia y consternación de sus padres, la mayoría de los cuales no tiene idea de lo que está sucediendo. La fuerza principal detrás de esto es la American Youth Soccer Organization. En los ‘70, la AYSO se formó para popularizar el deporte entre la juventud norteamericana, y lo hizo con sorprendente eficiencia. En pocos años, el fútbol fue el deporte de elección para todos los padres, particularmente para aquellos que sospechaban que sus hijos no tenían habilidad atlética alguna.
Como todos juegan, la mayoría de los chicos asume que el fútbol será parte de sus vidas. Pero alrededor de los 10 años, algo les pasa a los niños norteamericanos. El fútbol es desechado, rápido y sin ceremonias, por aproximadamente el 88% de los jóvenes. Los mismos chicos que jugaban cuando tenían 5, 6 o 7 años se pasan al béisbol, football americano, basket, hockey y, desgraciadamente, golf. Poco después, dejan de jugar a estos deportes también, y empiezan a verlos por televisión. Incluyendo, desgraciadamente, el golf.
El abandono del fútbol es atribuible, en parte, a que gente influyente en Estados Unidos creyó durante mucho tiempo que era el deporte favorito de los comunistas. Cuando yo tenía 13 años, en 1983, antes de la glasnost y la caída del Muro, tenía un profesor de gimnasia que hacía un muy fuerte enlace entre el fútbol y los arquitectos de la Cortina de Hierro. Recuerdo haberle preguntado por qué no se jugaba al fútbol en sus clases. Su rostro se ensombreció. Me llevó aparte. Me explicó con una furia temblorosa y apenas dominada que prefería decentes y honestos deportes norteamericanos en los que se usaban las manos. Los deportes donde no se usaban las manos, me dijo, eran comunistas, jugados por rusos, polacos, alemanes y otros. Usar las manos era norteamericano, usar los pies era la característica de los seguidores de Marx y Lenin. Creo que el profesor siguió dando cátedra sobre este tema.
Fue en 1986 cuando los residentes de este país se enteraron de que existía algo llamado el Mundial. Llegaban reportes aislados de corresponsales extranjeros, y nos asustaban; estábamos preocupados sobre el efecto dominó, y nos preguntábamos si la tendencia podría ser detenida ubicando un cierto número de consejeros militares en Colonia y Marsella. Después, en 1990, nos dimos cuenta de que el Mundial podría suceder cada cuatro años, con o sin nosotros.
Al mismo tiempo, el fútbol de escuela secundaria explotaba en los suburbios de Chicago, debido en parte a la influencia de estudiantes de intercambio extranjeros. Poco tiempo después, con el crecimiento del fútbol bajo techo y algunas tentativas de la liga al aire libre, le probamos al mundo que los Estados Unidos eran serios, o relativamente serios, respecto del fútbol, y el Mundial llegó a nuestro país en 1994. Al menos un 4 o 5% del país supo sobre esto, y un porcentaje de ellos fue a los partidos. Esto fue suficiente para llenar estadios, y el experimento fue considerado un éxito. Gracias a la Copa del Mundo en casa, hoy la liga parece más o menos viable, aunque la cobertura de los partidos se encuentra en los márgenes de las secciones de deportes de los diarios, cerca de los clasificados de automotores y los biatlones.
Nuestra continua indiferencia con respecto al deporte adorado alrededor del mundo puede explicarse de dos maneras. Primero, como una nación de inventores locos pero determinados, preferimos las cosas que pensamos nosotros mismos. Los deportes más populares en Estados Unidos son los que concebimos y desarrollamos solos: football americano, béisbol y basketball. Si podemos reclamar al menos parte del crédito por algo, comopasa con el tenis o la radio, estamos dispuestos a estar pasivamente interesados. Pero no inventamos el fútbol, entonces le desconfiamos.
El segundo obstáculo –y mucho mayor– para la popularidad de la Copa del Mundo y del fútbol profesional es otra invención: la de faltas. Los norteamericanos son en general muy arrogantes, pero en esta instancia comparto la intensa repugnancia por quienes fingen penales. Hay pocos ejemplos en los deportes norteamericanos donde fingir es parte del juego, y muchos menos donde es aceptado de tal modo. Las cosas son demasiado complicadas y peligrosas en el football americano para fingir. Y en el béisbol es realmente imposible: no se puede fingir golpear con el bate, o atrapar la bola. El único de los tres deportes masivos que contiene este factor es el basket, donde los jugadores ocasionalmente pueden exagerar una falta contra ellos, pero, por ejemplo: el mayor mentiroso de la NBA no es norteamericano. Es argentino: Manu Ginóbili, un gran simulador, pero por lo demás un muy buen jugador.
Fingir en el fútbol es un problema. Porque esencialmente es una combinación de actuación, mentira, ruego y trampa, y estos cuatro comportamientos crean una mezcla poco atractiva. Los deportes norteamericanos están, para mal o bien, construidos sobre la transparencia (o sobre su apariencia), y sobre una ética de trabajo.
Es inevitable que, dado el crecimiento de los equipos norteamericanos cada año, eventualmente lleguemos a las semifinales de la Copa del Mundo, y es posible que la ganemos en el futuro. Este es un país de riqueza ilimitada y de 300 millones de personas, y cuando dedicamos los recursos adecuados a un proyecto, logramos el objetivo (ver Vietnam, el Líbano, Irak). Pero hasta que ganemos la Copa –y no teníamos chances en ésta– el fútbol sólo recibirá una aceptación a regañadientes del público general.
Pero, ¿realmente queremos, o podemos, concebir un país donde el fútbol disfrute de amplia popularidad o incluso respeto? Si usted fuera el fútbol, deporte de reyes, ¿querría la adulación de la gente que eligió a Bush y Cheney, no una sino dos veces? No, no la querría. Preferiría volver a sus raíces, comunistas o cualquier otra, y luchar contra el fascismo con los pies.
Este es un fragmento del libro The Thinking Fan’s Guide to the World Cup, una antología publicada este mes en Estados Unidos con textos de, entre otros, Nick Hornby y David Eggers, editor de la revista McSweeney’s y autor de la novela A Heartbreaking Work of Staggering Genius, lamentablemente sin traducción en la Argentina.
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