PáGINA 3
› Por Rodrigo Fresán
(desde Barcelona)
UNO El
otro día leí en un libro que recoge su correspondencia
una carta de Stendhal a su hermana Pauline. Es una carta muy breve, está
fechada en París el 1º de abril de 1814 y dice así:
Estoy muy bien. Hace dos días tuvo lugar una agradable batalla
en Pantin y en Montmartre. Fui testigo de la toma de esta montaña. Todos
se comportaron bien, no hubo el menor desorden. Los mariscales ejecutaron prodigios.
Quedo a la espera de noticias tuyas y de lo que ocurre en tu hogar, y en el
de M. de Saint-Vallier. La familia está bien. Yo estoy viviendo en casa.
Y la carta estaba firmada supongo que es otro de los muchos alias a los
que Stendhal, perdón, Henri Marie Beyle, era adicto por un tal
General Terré.
La carta me intrigó. ¿Era una broma? ¿Sería cierto
que los ciudadanos de París llevaban sus reposeras y parasoles a las
afueras de la ciudad para contemplar batallas como si se tratara de obras de
teatro? ¿Qué planeta era ése en el que un cónsul
se convertía, sin gran entusiasmo y mucho menos éxito, en el gran
novelista de su era? Una cosa estaba clara: entonces la guerra ya era un espectáculo
y lo venía siendo desde hacía varios siglos.
Pensaba en todo esto el pasado jueves a mi madrugada. Me quedé despierto
para ver cómo empezaba la guerra. Como si se tratara de un programa de
televisión cualquiera. De una serie o un telefilm. Supongo que el asunto
no figuraba en la anteúltima página del diario, en la programación
del día, porque no había hora exacta. Sabíamos, sí,
del fin del ultimátum y todo eso. Así que me quedé. Me
interesaba averiguar si las guerras tan anunciadas eran, también, puntuales.
Antes, a lo largo de todo el anochecer y la noche del miércoles, contemplé
múltiples conferencias de prensa, pésames por fracasos diplomáticos,
sonrisas satisfechas de águilas pentagonales y a Bush jugando con sus
perritos, tal vez obligado por algún asesor de imagen al que se le ocurrió
que así se parecería un poco más a Kennedy. Después,
a las 2 en punto de la madrugada, las cámaras de los canales de noticias
se clavaron en el horizonte de Bagdad. Los segundos parecían horas y
los minutos parecían días y aguanté hasta las 3 y pico
y me fui a dormir. Según mis cálculos, mientras yo cerraba los
ojos la guerra abría los suyos.
DOS
Me enteré de eso a la hora del desayuno. Y lo cierto es que no había
mucho para ver. Lucecitas en el cielo. Aquí y allá. Muchas menos
que para el estreno de Golfo I, del 91, cuando un piloto eufórico
comparó ese festival de luz y sonido con DisneyWorld, con un árbol
de Navidad.
Mientras se hacía el café, roté por los canales de siempre:
Fox News (con su elenco de militares de alta graduación retirados, muy
al estilo Dr. Strangelove), la CNN (que nunca se sabe muy bien qué están
pensando y de qué lado están) y Euronews, donde siempre me quedo
porque todo parece más tranquilo y comprensible. Incluso una guerra incomprensible.
El nuevo gran concepto: la Guerra Preventiva. Ataque primero y después
repartimos contratos. El tipo de cosas que se les ocurren a personas a quienes
ya no les alcanza con ser primera potencia mundial y que andan con ganas de
imperio. Ya saben: o estás conmigo o estás en contra.
TRES España está con Estados Unidos. Aznar está con Bush. Los allegados al jefe de gobierno español dicen con susurros casi místicos que Aznar tuvo una visión. Que esa visión tiene que ver con una España protagónica en un mapa del siglo XXI que ahora mismo se está horneando en las cocinas de un restaurante de fast-food donde queda terminantemente prohibida toda mención a la cuisine française. De nada sirvieron las manifestaciones multitudinarias de anónimos que quieren seguir viviendo en paz, las protestas de personajes de la cultura (con los actores, para mi gusto, sobreactuando un poco su propia importancia) o las múltiples evidencias presentadas por especialistas a la hora de afirmar que Irak no es un peligro inmediato para nadie y que poco y nada tiene que ver con Al-Qaida. Allá vamos luego del despiporre diplomático protagonizado por la ministra de relaciones exteriores Ana Palacio (algo así como una versión femenina de Harpo Marx, sólo que tartamuda) y del embajador español ante la ONU, que siempre me produce el incómodo efecto de ver a alguien escapado de una de esas despiadadas comedias de Berlanga. Lo curioso y paradójico y psicótico es que, siendo España uno de los pocos países que ha apoyado abiertamente el conflicto, lo suyo será enviar barco hospital y otras cositas sólo para tareas humanitarias. En la calle la gente parece triste, desconcertada y a medida que pasan las horas y las marchas de protesta un poquito más enojada. ¡Fuera ASNOr!, ¡Esto es un aBUSHo! y ¡USAdos! gritan los carteles. No viene siendo un año fácil: el Prestige, ETA que siempre está ahí, economía estancada y, para colmo, la aparición en Madrid de un asesino serial que deja un naipe sobre las víctimas. Ya dejó el as, el dos, el tres y el cuatro de copas. Quedan barajas para repartir un rato largo y a ver a quién le toca la próxima mientras temor lógico todos piensan en cuál va a ser la factura por todo este asuntito, cuándo la van a pasar y dónde. ¿En un avión, en el subte, en el cine, en un restaurante? No es cómodo estar justo en el medio entre la Justicia Duradera y la Justicia Infinita, mientras de un lado prometen la Madre de Todas las Bombas y del otro la Jihad Final, y a uno sólo le queda esconderse detrás del menú y asombrarse por los precios y tenerle miedo, mucho miedo, al postre.
CUATRO
Y las papas fritas (french fries) ahora se llaman freedom fries en Estados Unidos.
Le escribo a Rick Moody sobre esta cuestión. Moody joven escritor
norteamericano vive en Brooklyn y, me dice, no puede creer ni soportar
lo que le ha ocurrido a su país desde aquel inolvidable 11 de septiembre
2001. Moody escribe seguido, y sus despachos parecen llegar desde unos Estados
Unidos cada vez más parecidos a los que alucinaba Philip K. Dick en sus
para/ucro/distopías. Le pregunto sobre el nuevo nombre de las papas fritas
y me plantea una cuestión todavía más grave: ¿qué
hacer con el french kiss, que es como los americanos conocen al beso de lengua?
Moody teoriza con laconismo stendhaliano: ¿Podremos seguir besándonos
así? En lo que a mí respecta, no estoy del todo seguro de poder
practicar el freedom kissing. O tal vez sí. Pero ¿estará
permitido en Texas? Suena como algo peligrosamente cercano a la sodomía,
y ya sabés que tenemos leyes contra eso, especialmente en Texas. Espero
que todos mis amigos gays, travestis, transexuales y con apetitos intergeneracionales
practiquen el freedom kissing hasta que se cansen de hacerlo.
Después hablamos de otras cosas tan interesantes como el hecho de que
las cantantes country de Dixie Chicks hayan caído en desgracia por denostar
a Bush, o que los polvos tóxicos y bacteriológicos en tambores
de detergente industrial que escondía el comando de Al-Qaida capturado
en Catalunya meses atrás, bueno, eh, al final, este..., parece que esos
polvos malos ocultos en esos envases era, ah, cómo decirlo, sí,
jabón en polvo.
CINCO
Lo que no impide que uno se sienta tan frito como papa frita mirando la nueva
versión cinematográfica de El americano impasible, con Michael
Caine haciendo mejor que nunca de Michael Caine. Ahí cortesía
de Mr. Greene, individuo ambiguo si alguna vez lo hubo está todo
lo que estamos pasando. La misma vieja historia de siempre. En Vietnam, en Panamá,
en Medio Oriente: da igual. El error recurrente o el acierto para unos
cuantos, claro de plantar monstruos, hacerlos crecer altos y vigorosos
y después cosecharlos a bombazos en nombre de la paz mundial. Tal vez
sea una especie de adicción. Tal vez desde aquel Hitler tan perfecto
y oscarizable a la hora del villano los norteamericanos como ejército
y pueblo necesiten de la existencia constante de un villano fuera de su territorio.
Alguien a quien poder atacar cuando sea necesario, cuando la sangre y los fabricantes
de armas lo pidan. Entonces qué mejor que inventarlo desde el vamos.
Ponerlo ahí, lejos, y así una madrugada, otra vez, lucecitas en
el cielo y todos juntos a sacar las reposeras y los parasoles y a tomar el aire
del desierto que se transmite en vivo y en directo en las pantallas de nuestros
televisores.
Misma película, mejores efectos especiales, actores clase Z y hoy a la
noche durante las propagandas de la guerra cambiar a los Oscar.
El show que se sabe cuándo empieza pero nunca cuándo termina.
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