› Por Joselo Rangel
Durante estos últimos cuatro años me descubría pensando en Gustavo por una u otra razón. La última fue hace muy poco, apenas el miércoles. Me acordé de haberlo visto en el Auditorio Nacional –acá en la Ciudad de México– cantando sus canciones con una sinfónica. Café Tacvba pronto pisará ese escenario, y además de tocar nuestro disco Re usaremos vestuarios especiales. Fue por eso que me acordé de Gustavo, pues en aquella ocasión me sorprendió mucho verlo vestido como El Principito: su pelo ensortijado tirando a rubio, con un abrigo de cuello alto que le llegaba casi a los pies. Aunque estaba acompañado de un buen número de músicos y un director, en realidad estaba solo, como El Principito en su asteroide. Cantaba solito las canciones que había compuesto solo. Para eso se necesita ser muy valiente, pensé.
Y no sólo por pararse en medio de un escenario sin poder cubrirse con su instrumento, la guitarra, que tocaba de manera magistral. No nada más por eso tenía agallas, sino por desarrollar una carrera brillante creada alrededor de sí mismo.
Gustavo era de esas personas a las que no les pesaba ser el centro de atención. Hoy en día esa actitud puede resultar políticamente incorrecta. Se habla mucho de que todos debemos suprimir el ego y no resaltar más que los demás. Pero al mismo tiempo admiramos a los genios, a quienes bailan mejor, a los virtuosos de un instrumento o a quienes meten más goles que nadie.
Gustavo resaltaba. Café Tacvba coincidió varias veces con él. Hicimos una gira juntos a principios de este milenio. Puedo asegurar que en los aeropuertos la gente volteaba a verlo más que a nadie. Aun quienes no tenían idea de quién era. Eso generaba un sinfin de sentimientos a su alrededor: mucha admiración, sí, pero también desprecio. Hay quienes no pueden sorportar estar al lado de alguien que brille más que ellos.
Y eso hacía Gustavo, brillaba. Era un rockstar en toda la extensión de la palabra.
Hasta en su propia muerte da más que hablar que nadie. Nos tuvo a la expectativa, pensando en él, preocupados y ansiosos. Como si fuéramos los expectadores de su último gran acto.
Sé que la muerte de un ser querido no es eso, no es un show, pero Gustavo Cerati era, además de un ser querido por todos, un gran artista.
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