CINE Desde que se vio por primera vez en el Festival de Cine de Mar del Plata en 2012, 7 cajas viene consiguiendo buenas críticas y públicos fascinados, pero en estas últimas semanas se convirtió en un fenómeno del boca en boca y las redes sociales –hasta la presidenta Cristina Fernández la recomendó en un discurso–. Con 25.000 espectadores argentinos en pocas semanas, el thriller paraguayo dirigido por Juan Carlos Maneglia y Tana Schémbori ya es la película más taquillera de la historia de su país y fue filmada en el Mercado 4 de Asunción, entre comerciantes y compradores, siguiendo a su protagonista, Víctor, un chico que fantasea con ser famoso y mientras tanto maneja una carretilla entre policías, celulares robados y estafadores.
› Por Fernando Krapp
“Tengo un fiambre y un detenido, ¿cómo no podés mandarme un móvil?”, dice un policía muy gordo a una operadora que no tiene móviles para mandarle. Minutos después, el mismo policía intenta comprarle el celular al detenido. Ante ese gesto, el público en la sala estalla de risa. ¿Cómo se explica ese fenómeno llamado 7 cajas? El afiche poco y nada dice: dos chicos que miran con desconfianza un peligro representado en un efecto de fundido medio básico de Photoshop. Los laureles que ostenta son más bien pocos. El estreno en la Argentina hace unos meses venía auspiciado por los ecos de resonancia del Festival de Mar del Plata, donde se llevó un premio fantasma que otorga el SICA, y del Unasur 2013, donde ganó por mejor montaje y mejor sonido. Pero su paso reciente por las salas se inició con muy pocas banderas, y la mayoría de los críticos resaltó el hecho de que es una película paraguaya taquillera, rasgo que claramente es destacable y llamativo, pero que no define a un fenómeno sino que más bien parece desacreditarlo. Y ahora, esta ópera prima dirigida por la dupla Juan Carlos Maneglia y Tana Schémbori viene experimentando en el público argentino un éxito basado en un boca en boca desbocado con un promedio de 25.000 espectadores en unas pocas semanas, canalizado por un poderoso éxito en las redes sociales (hasta la presidenta la recomendó por cadena nacional) que espera ansiosa la salida del DVD, para envidia de cualquier tanque, sea nacional o extranjero, estrenado o a punto de estrenar.
7 cajas es, sí, la película más taquillera de la historia del cine en Paraguay, y con más de 160.000 mil espectadores y más de ocho meses en cartel, hundió al Titanic por segunda vez, con una película hablada por momentos en guaraní, por momentos en español, y casi todo el tiempo en las dos lenguas. Es una película que, si bien baja en recursos técnicos (hablamos de un presupuesto de ¡600 mil dólares!), no se explica el nivel de calidad e ingenio técnico que tiene. La larga hilera de productores, donantes y productores ejecutivos que buscan un lugar con un loguito ilustran el largo periplo que sus directores tuvieron que recorrer para juntar la plata, salir a rodar su película, juntar plata otra vez, y salir a posproducir. Pero el principal mérito que tiene es justamente su guión: filmada en el Mercado 4 de Asunción, 7 cajas es un tour de force picaresco de Víctor, unas pocas horas en la vida de un chico que fantasea con ser la estrella ante la camarita de un celular y que, debatido en su bovarismo televisivo tercermundista, se ve involucrado en una secuencia de enredos y malentendidos cuyo conflicto central son las siete cajas que debe llevar con su carretilla (oficio que de-sempeña en el Mercado) a destino sin más paga que un billete partido, y antes de que el destino termine con él. En el medio hay de todo: policías gordos que compran celulares robados, choripanes fritos, travestis que pelean por información en un calabozo, paraguayos chinos y chinos en Paraguay, estafadores de poca monta con pelada incluida, turcos extorsionadores, carniceros que se pasan de rosca, carrilleros a quienes no les tiembla el pulso para clavar un tramontina en los riñones, muchos celulares robados en reventa y muchas toallas con inscripciones de tigres flameando.
Debido a su acotado presupuesto, los directores decidieron filmar en el mismo mercado, donde Armando Bo, admirado y reconocido padrastro del cine paraguayo, por parte de Maneglia & Schémbori, filmó su versión cinematográfica de El trueno entre las hojas, casi en un registro documental. Pero la afluencia de personas, de vendedores, compradores, policías y toda la fauna que hace a un mercado, más de ese calibre, les resultó incontrolable. Pensaron reconstruir al menos una cuadra, pero el presupuesto no daba para un despliegue así. En varias entrevistas, la Tana Schémbori cuenta la experiencia de lo que fue rodar en el mercado en tiempo real, con la gente curioseando entre los equipos, a grito pelado por un megáfono con el pedido explícito y básico de no mirar a cámara. Lo más difícil fue ganar la confianza de la gente que trabaja en el mercado. Para eso alquilaron un local al lado de una santería, y los comerciantes, al ver que ellos también estaban trabajando, o bien comerciando con algo que no era muy usual, se volvieron pares; mientras al lado se vendían televisores de plasma baratos y botellitas de cervezas tibia, ellos intentaban filmar secuencias con unos pocos extras y con algunos recursos cinematográficos mínimos.
A pesar de ser un thriller con todas las letras, la violencia en 7 cajas no es el tema central por el que ronda la película, y tampoco está tratada de un modo cínico. Cuando surge en la pantalla, Maneglia & Schémbori se manejan para expresarla con una sorpresiva naturalidad, muy poco vista en el cine actual, y que no se regodea en su estética. La trama, si bien mórbida, no cae en los lugares comunes donde podría caer un film donde el comercio ilegal, la proximidad de una frontera, el imperativo por el narco y la falta de bromatología harían tentar a cualquier película que intente estrenarse más afuera que en el propio país. Los directores hacen mucho hincapié en ese tema: querían una película donde el público, el destinatario, fuese el público paraguayo, algo así como crear una identidad audiovisual. ¿7 cajas es una película polémica? Claramente lo es. Sin quererlo ni buscarlo, su tratamiento (estético y narrativo) puede ser cuestionable por los latinoamericanistas más furibundos, del mismo modo en que el tratamiento de la violencia en Ciudad de Dios generó tantos adeptos como críticos con su llamada –Santo Glauber Rocha mediante– “estetización de la pobreza”. Pero el film de Maneglia & Schémbori tiene poco de Tarantino y mucho del primer Aristarain, es decir, poco de buscar una película for export y más de crear un determinado tipo de identificación cultural para un público paraguayo, cuya producción cinematográfica en su historia no supera los 30 títulos (y no hablamos de un año), algo que, por cierto, suena casi a los orígenes del cine industrial de cualquier país, desde Ford en Estados Unidos hasta la década dorada del cine argentino en los ’50.
Después de comprar finalmente su celular, el policía gordo va a estar expectante con su camarita por si surge algún hecho delictivo, pero hay un detalle: el gordo no sabe usarla. Para manejar el menú le pregunta al chino (coreano, oriental, es lo mismo) que tiene atrás en la cabina de la camioneta, y después de la explicación asegura: “Estos chinos sí que saben de tecnología”. Si hay algún rasgo que genere más empatía e identificación, más allá de los valores que la película pretende inculcar con su mensaje final, o de algunos resortes narrativos donde el espectador más aguzado hace un poco la vista, valga la redundancia, gorda, está en esos detalles. Porque en su trama circular, en ese viaje iniciático que Víctor hace para aprender algo que ya sabía, donde no hay prácticamente malos, sino que todos persiguen unas cajas metafóricas cuyo sentido está dado por el deseo de los propios personajes, la película se llena de códigos, de pequeñas sutilezas que despiertan emociones en cualquier espectador. Y sin forzarlo, transciende las fronteras de Paraguay, hasta llegar a lugares tan insospechados como Corea y la India (los directores dijeron que recibieron tentadoras propuestas para hacer una remake en modo Bollywood). Es que los fenómenos (los freaks), desde que el mundo es voyeurista, tienen esa dualidad: por un lado, su forma nos genera un rechazo inmediato, pero a la larga, cuando el afecto se lanza a la carrera, siempre encuentra el modo de dar con un atajo y llegarnos primero.
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