CINE Hollywood está redescubriendo que las películas protagonizadas por mujeres no sólo son viables sino las más exitosas. Y entre todas las actrices que recuperan su poder de estrellas se destaca Scarlett Johansson: misteriosa, bellísima, talentosa, versátil y, últimamente, arriesgada. Pronto se estrenará en Argentina Lucy donde, bajo la dirección de Luc Besson, es una chica que descubre tener poderes casi sobrenaturales cuando, mediante una droga, su cerebro funciona al ciento por ciento. Y Scarlett también aparece en Bajo la piel, de Jonathan Glazer, como una extraterrestre que se alimenta de hombres –y donde hace su primer desnudo–. Cada vez menos humana en pantalla –hace poco fue la voz de un sistema operativo en Ella, de Spike Jonze–, Scarlett es todo potencia: imparable, segura en sus decisiones y dueña de una presencia magnética.
› Por Mariano Kairuz
Terminadas las vacaciones boreales, es decir, la temporada alta de la taquilla cinematográfica norteamericana, la industria empieza a redondear sus cuentas. Y, según puede leerse en las publicaciones especializadas como Variety y The Hollywood Reporter, una de las conclusiones más importantes a las que parecen haber arribado los analistas de cifras de los estudios es que “hay que hacer más películas protagonizadas por mujeres”. Lo advirtió Cate Blanchett en su discurso de aceptación del Oscar que ganó en marzo pasado: “Todavía nos aferramos tontamente a la idea de que las películas centradas en mujeres son una experiencia de nicho... No lo son: el público quiere verlas, y de hecho, ganan dinero. El mundo es redondo, gente”. Es cierto que Blanchett se estaba llevando el premio de la Academia por Blue Jasmine, no por Maléfica; pero su argumento funciona de todas maneras: la película de Disney con Angelina Jolie como la villana de La Bella Durmiente fue una de las grandes ganadoras de las vacaciones, junto con –un poco antes– Bajo la misma estrella, el drama “de cámara” con chicos con cáncer protagonizado por Shailene Woodley, que viene de encabezar otro éxito, la primera película de la saga Divergente, que a su vez fue posible gracias a la gran performance de otra serie juvenil de características similares, Los juegos del hambre, cuyo pilar casi excluyente es Jennifer Lawrence. Y junto también con Guardianes de la galaxia, el mayor éxito comercial salido de Hollywood en lo que va del año, promocionado con un afiche en el que el rostro humano más reconocible es el de Zoe Saldana, pintada de verde-extraterrestre y en actitud de chica dura.
Y junto con, por supuesto, Lucy, el regreso al cine como director y con proyección internacional del francés Luc Besson, cuya clave casi única es la magnética presencia de Scarlett Johansson, potenciando la veta de heroína de films de acción que ya venía explorando con el personaje un poco Leather de Black Widow, en la saga de Los Vengadores y otro de los grandes éxitos del año: El Capitán América: El soldado de invierno. Ella fue sin dudas la razón por la que esta película recaudó casi 45 millones de dólares en su fin de semana de estreno en EE.UU., dejando atrás otra apuesta de prospecto comercial presuntamente más obvio como era el Hércules con Dwayne “The Rock” Johnson, que se estrenaba esa misma semana allá y sólo rascó unos 29 millones. Estas cifras se dan a conocer mientras los ejecutivos de Hollywood parecen estar redescubriendo el poder de sus “female stars”, y DC y Warner presentan a su nueva Mujer Maravilla, Marvel anuncia que producirá un film protagonizado por una heroína surgida del “universo de El Hombre Araña” y que a partir de ahora Thor será mujer, y Stallone promociona su proyecto de hacer The Expenda-Belles (versión femenina de sus Expendables/Indestructibles, que sumaría a femmes de armas tomar como Sigourney Weaver, Kate “Inframundo” Beckinsale, y Milla “Resident Evil” Jovovich), y se nos recuerda, avisa y predice que Lucy ranquea ya tercera entre las más redituables películas de acción protagonizadas por mujeres, justo detrás de dos de Angelina Jolie: Tomb Raider y Se busca. Más chicas entonces, sí, pero definitivamente, más Scarlett Johansson superestrella de acción. Que el mundo es redondo, gente.
Lo cierto es que Luc Besson siempre filmó con total convicción películas protagonizadas por mujeres fuertes, desde La Femme Nikita (con la extraordinaria y hoy perdida Anne Parrillaud), que inspiró una remake norteamericana y dos exitosas series de televisión, hasta El Quinto Elemento, con la ucraniana Jovovich como una suerte de musa mística, y a quien luego –cuando ambos estaban en pareja– le diseñó una épica más bien ambiciosa: Juana de Arco. Así que Lucy –que llega a los cines argentinos el 18 de septiembre– es un retorno a un universo que le es propio y con el que recupera la capacidad de seducir a públicos de todo el planeta. Aunque también es lo que su propio director considera una movida de riesgo, porque Lucy es una película bastante demente y encantadoramente deforme que tiene a los críticos alucinados con su disparatada premisa argumental y a la vez rascándose la cabeza por la manera en que el relato va abandonando toda coherencia interna.
El punto de partida es ese (falso) mito de que los seres humanos sólo utilizamos el 10 por ciento de nuestro potencial cerebral, un dato que nos explica abundantemente Morgan Freeman en uno de esos papeles de autoridad que tan bien se le dan. Scarlett aparece en las primeras escenas de la película interpretando un personaje que se le ha vuelto cada vez más elusivo en la pantalla: el de chica norteamericana más o menos común y corriente. Tarda apenas unos instantes en dejarlo atrás para convertirse en otra cosa: estudiante instalada temporalmente en Taipei, Lucy es engañada por un noviecito ocasional, y cae presa de un temible mafioso narco coreano, el Señor Jang (interpretado con fiereza por Choi Min sik, el Oldboy vengador de la película de Park Chan wook) quien la fuerza a convertirse para él en mula de una nueva droga sintética. La película lleva unos pocos minutos y su protagonista ya tiene una bolsa con CPH4 –presuntamente, la droga del futuro, una sustancia destinada a abrir de par en par las puertas de la percepción– cosida en el interior de su abdomen. Unos minutos más, y como consecuencia del sarandeo al que la someten unos matones del Señor Jang, la bolsa se rompe y la sustancia queda liberada en el cuerpo de la atribulada rubia, disparando una violenta transformación en todo su sistema orgánico. Durante la restante, vertiginosa, ajustada hora y pico, la película nos va actualizando paso a paso sobre el estado de esta transformación, a medida que la efectividad de la utilización de la potencia cerebral de Lucy se va incrementando a un 30, 40, 50, y sin retorno hacia el ciento por ciento. Con cada avance, la chica va descubriendo, sin tiempo para asimilarlos, sus nuevos poderes, que van desde la telequinesis a la conectividad total con elementos orgánicos e inorgánicos.
Antes de que lleguemos a darnos cuenta, Lucy, la película, también se ha transformado, de una fantasía simpática y más bien improbable, en una carrera delirante con visos del Neo de Matrix y guiños a 2001, odisea del espacio, aunque sin las pretensiones de trascendencia de ninguno de sus antecesores: Besson parece saber que se maneja en un terreno clase B con ingenio y recursos genuinos; y hace una de acción con un par de persecuciones, pero también ideas. Un sinsentido pero uno totalmente irresistible, irresponsable y encantador que no podría funcionar sin Scarlett. Alguien arriesgó por ahí que Lucy podría ser una suerte de precuela de Ella, la película de Spike Jonze a la que le puso su rasposa, hipnótica voz al sistema operativo que enamora al protagonista. Es decir, Lucy como la parte uno, el relato de cómo se convierte en el espíritu en la máquina. Es una locura, y a la vez, bueno, es eso: Scarlett convertida por Hollywood en algo distinto de una actriz encandilante y seductora, en algo –máquina, alienígena, superheroína, ya nunca “simplemente una chica”– suprahumano.
Cuando, en marzo pasado, el periodista Anthony Lane publicó en The New Yorker un perfil titulado “Ella de nuevo. La imparable Scarlett Johansson”, un montón de colegas y bloggers se le echaron encima, en particular algunas periodistas mujeres, por lo que consideraron un artículo indigno de la revista, una salivación obscena y una brutal objetivación de la actriz, saturada de expresiones de “tío perverso” como “se la ve radiante en persona”, “está evidente y redituablemente consciente de su presencia seductora y de cuánto contribuye, al milímetro, a los contornos de su reputación” y “parece hecha de champagne”. La ocasión era una entrevista por el doble estreno simultáneo en Nueva York de Capitán América: el soldado de invierno y un film pequeño, una rareza experimental dirigida por Jonathan Glazer (el director de Sexy Beast y Reencarnación, famoso por sus clips para Blur, Massive Attack y Nick Cave y sus estilizados comerciales para Nike o Motorola), que era casi su diametral opuesto: Under the Skin. Es cierto que el artículo se desbalancea un poco al sopesar belleza y talentos de Scarlett, pero la situación era menos que ideal, uno de esos junkets de prensa tan ajustados en tiempo que no dan lugar a ningún tipo de conversación mínimamente significativa, y monitoreados de cerca por intimidantes agentes y asistentes que vigilan que no se hagan las preguntas prohibidas sobre la vida privada, este último año concentradas mayormente en la relación de pareja de Scarlett con el francés Romain Dauraic y su embarazo. El artículo de Lane termina hablando un poco menos sobre Scarlett que, de algún modo, sobre las superestrellas de Hollywood alrededor de las cuales se crea una coraza tal que impide conocerlas realmente; no su intimidad sino todo aquello sobre sus vidas reales o sus biografías que pueda conectarse con su trabajo. Y es cierto también, ella misma alimenta bastante su propia “objetivación”, su tratamiento de estrella súper hermosa y nada convencional y un poco insondable e intocable: después de todo, cuando la revista Esquire la eligió por tercera vez como “La Mujer Viva Más Sexy del Mundo”, el año pasado, ella aceptó el honor con todo lo que conlleva: la sesión de fotos en la que vende muy bien todo eso que tiene, y la entrevista típica de la publicación, que suele estar llevada con gracia e ingenio pero también girar alrededor de la condición de Hot Stuff de la chica de tapa. Es decir, ya sabía a qué se enfrentaba. Es parte del juego, es la parte más redituable de la versátil Johansson, y ella lo sabe –sabe que no es o-una-cosa-o-la-otra: tetas o cerebro y sensibilidad, sino que puede ser ambas–, y por eso la vemos en películas que se parecen cada vez más a Los Vengadores (Iron Man y El Capitán América) y menos a Perdidos en Tokio. De las buenas (como Lucy) y de las malas (Capitán América), pero definitivamente cada vez menos de este mundo.
En 2011 se filtraron en la web tres fotos íntimas de Scarlett que se reprodujeron viralmente a toda velocidad, y el asunto fue la imagen hurtada, la violación del derecho a la privacidad, no los desnudos que aparecían en ellas de una actriz e icono sexual que no se desnudaba en las películas. Los desnudos en sí –autofotos destinadas a quien era su marido entonces, Ryan Reynolds– eran de una naturalidad que desarma, casi una respuesta a esa intriga común acerca de cómo es de verdad una sex bomb como ella cuando no está respaldada por el pelotón de asistentes que las producciones de Hollywood pone a su disposición.
Pero hay algo particularmente escandaloso en el desnudo robado a una actriz que no hace (o hasta entonces no los hacía) desnudos en el cine y, finalmente, el año pasado, cuando Glazer estrenó la mencionada Under The Skin (Bajo la piel) en el festival de Venecia, Scarlett se sacó toda la ropa para la cámara. Es poco probable que la película se estrene por acá, porque ya es posible encontrarla –comprimida y pirateada– en Internet, y porque es lo que los distribuidores consideran material “difícil”, cuyo único argumento de venta es, una vez más, la presencia de Scarlett Johansson. Desnuda. Y algún crítico la definió un poco torpemente como “Especies si la filmara Antonioni” pero sí, Under the Skin es una experiencia bastante rara. El guión está adaptado muy libremente de una novela del escritor holandés Michel Farbes, la historia algo paródica de una extraterrestre que cae en la Tierra con una misión: seducir a tipos fortachones para cazarlos y luego drogarlos, castrarlos y engordarlos para enviarlos a su planeta convertidos en alimento. Del libro queda en la película sólo vagamente una parte de su premisa, al punto de que ni siquiera se nos confirma que la protagonista sea una extraterrestre: sí entendemos pronto que no es un ser humano y que su aspecto –Scarlett con peluca oscura, mucho lápiz labial y jeans apretados– vendría a ser una suerte de disfraz orgánico y funcional. Al volante de una camioneta, la chica conduce por grises calles y rutas de Glasgow levantándose hombres a los que a veces lleva a ¿su cueva?, un espacio abstracto, hecho como de un líquido espeso en el que la alienígena más atractiva del cine contemporáneo los “consume”. Más atmósfera que argumento, Under the Skin fue realizada mediante un procedimiento semidocumental muy inusual para una estrella del calibre de Scarlett: subiendo gente real, de la calle, a la camioneta, filmándolo todo con cámaras ocultas. Increíblemente, en Glasgow mucha gente parece no reconocer a la Johansson, lo cual dio lugar a algunas escenas de un realismo notable.
“Creo que hay una línea común en mis personajes recientes, aunque también diferencias –reflexionó Scarlett–. Black Widow es un personaje con historia, mientras que el desafío de Lucy era que se encuentra en un estado de transición permanente; algo extraordinario pasa en su interior y está desesperada por agarrarse de los residuos de la persona que era justo antes para reconectarse de alguna manera con la humanidad. Pero la protagonista de Under the Skin no es siquiera una persona: no tiene vocabulario para sus emociones, porque no tiene sentimientos con los que nos podamos relacionar. Las tres son, cada una a su modo, sobrevivientes perdidas, pero creo que el de Under the Skin es mi personaje más raro hasta ahora, porque es uno que hace una transición de ser un Esto, a una Ella.”
Y de eso se trata: de dejar de ser esto, y eso mismo, dice Glazer, es lo que hace con su desnudo en Under the Skin. Un desnudo, digamos “imperfecto” (para el mundo de fantasía de las películas clase A) pero imposible de dejar de ver, y que a la vez le permite, dice el director, “reclamar de vuelta para sí misma algo que le pertenece. Ella ha sido objetivada por su sexualidad, por su imagen. Pero acá yo diría que, de hecho, deserotiza y finalmente recupera su imagen”. Y el mundo vuelve a ser redondo.
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