Música Bajista de Riff, compañero de Pappo, una de las leyendas del rock argentino, Vitico sigue tocando y disfrutando con Viticus, su banda, que ya tiene trece años de carrera, cuatro discos de estudio y que no para de tocar. Antes de su show en Vorterix a principios de octubre, Vitico habla sobre el impacto libertario de Riff en años de dictadura y de música sofisticada, de su propio secuestro en los ’70, de la vida sin su mejor amigo, Norberto Napolitano, y de cómo la sigue pasando genial en lo que considera una misión: evitar que el rock se vuelva elitista.
› Por Sergio Marchi
Vitico es un rocker hecho y derecho. No tiene calle: tiene mundo. Y una coherencia innegable. “Los que quieran salir seguido en esas revistas –escribió en su tema “Ha llegado la hora”–, que se hagan muy amigos de los periodistas. Los que rompan conjuntos por sus propios asuntos, que mejoren sus carreras solistas.” Habla claro, directo, y con elegancia. Siempre lo hizo. Estuvo en la primera hora del rock en la Argentina y nunca detuvo su motor. Es más: se preocupó por tenerlo siempre a punto, aunque en muchas ocasiones lo exigió de más. Da gusto verlo sobre el escenario, después de tantos años, aferrado a su bajo que ha sostenido a lo largo del tiempo la carrocería de grandes naves del rock. Pero es su espíritu indómito lo que hay que celebrar. Eso no se compra, no se construye: se lo tiene o no. Y a Vitico le sobra. No obstante lo cual...
“Yo me hice de abajo de nuevo”, dice Vitico. Un concepto que nadie asociaría con un señor de sesenta y pico, de conocida estirpe rockera, que conoció la fama como bajista de Riff y que desde sus inicios estuvo asociado al rock nacional, aunque no de un modo tradicional. Bah: nada en él es tradicional y sin embargo es un clásico. Viticus, una auténtica banda de rock and roll con todas las letras, de la cual obviamente Vitico es líder, alma mater, cantante, compositor y bajista: es casi una pyme familiar que comparte con su hijo Nicolás y su sobrino Sebastián, ambos portadores del insigne apellido Bereciartúa, y con el baterista Jerónimo Sica. Lejos de blasones familiares y rockeros, Viticus es un proyecto en progreso constante que valida sus laureles en la calle y en los escenarios: el 4 de octubre refrendará títulos en el Teatro Vorterix.
“Viticus comienza con un viaje que hice con Sebastián Bereciartúa al lago Titicaca –recuerda Vitico–. Fuimos primero a Jujuy y después cruzamos por la frontera; a cuatro mil metros de altura, el cerebro funciona diferente. Estuvimos un mes ahí, y durante ese tiempo tocábamos con Sebas en un bar con guitarras acústicas. Cuando volvimos a tocar, en el primer piso de mi casa en el Tigre, se agregó Nicolás. Y después se sumó el vasco Urronaguena, que estaba en Mad, en la batería. Tocamos en algunos festivales zonales y la cosa sonaba tan bien que me mandé a hacer un disco en base a una vieja idea que teníamos con Pappo, que era volver a grabar los temas del primer disco de Riff, que se hicieron con un sonido de mierda, pero con el sonido de hoy. Y ya que pasó lo que pasó, lo hice sólo con mis temas. Y eso dio origen al primer LP –yo le digo así– de Viticus.”
El recuerdo de su gran amigo Norberto “Pappo” Napolitano es algo que Vitico trae constantemente a la conversación desde el lugar más puro que existe: alguien que extraña a un amigo que partió raudamente hacia el otro mundo y que todavía no se acostumbra a su ausencia. Es lógico: Vitico se conoció con Pappo en un boliche llamado Frisco en los albores de los años ’70, cuando ambos despuntaban sus veinte años y ya eran músicos con un interesante caudal de experiencia. Pero lejos de ser como los demás, Vitico trabajaba y tocaba en toda clase de boliches y en bandas que hacían covers (Los Mods, Los Vips y Alta Tensión), en las que tocaba junto a Héctor Starc. Esto sucedía en los años ’60, cuando todavía no estaba muy claro eso de cantar en castellano. Vitico fue un hombre de la primera hora. “Me acuerdo de haber ido a La Cueva de Pueyrredón y ver a Los Seasons. Pero con Pappo nos conocimos en un boliche cuando él estaba en Los Gatos y yo con Alta Tensión, y siempre estábamos juntos en La Manzana. Dentro del rock, he trabado amistad con Pappo y con Javier Martínez a través de conversaciones que yo considero aun superiores. Es una cuestión de empatía, de onda. No me he llevado mal, salvo alguna excepción, con nadie, pero tampoco he hecho muchas amistades porque en realidad todos andan con una motosierra en la mano.”
Tras un breve paso por La Joven Guardia de Roque Narvaja (“Cuando yo entré comenzaron a sonar más parecidos a los Rolling Stones”, dice Vitico entre risas), justo cuando disfrutaban del monumental éxito de “La reina de la canción”, Vitico consumó ese rito tan vernáculo de los pioneros del rock: viajar a Europa. Llegó a Inglaterra cuando el rock sinfónico estaba en su apogeo, lo cual no fue lo mejor que le pudo suceder. “Viví dos años en Inglaterra y fui a ver a todos: Pink Floyd, Emerson, Lake & Palmer, King Crimson; todos tocaban bárbaro. Pero a mí, lo que más me gustó fue The Faces. Por más que hubiera algún virtuoso y todo, la banda te hacía saltar de contento. Y eso es lo yo que busco: que la gente se vaya mejor de lo que viene. La alegría del rock and roll. El rock tiene que contagiar a la gente de una cierta alegría, y hacer que le den ganas de moverse y de bailar. En los comienzos, el rock de acá fue muy solemne, buscando mostrar lo bien que tocaban. Pero para mí ésa no es la idea del rock.”
Recién pudo plasmar esa idea cuando convenció a Pappo, en 1979, de que el histórico sello de Pappo’s Blues ya estaba muy gastado, y que era mejor hacer una banda completamente distinta. “Pappo estaba convencido de terminar con Pappo’s Blues; hicimos una minigira en Rosario de tres fechas y le dije: ‘Cuando vas a hacer el solo, la cosa suena muy precaria’. Era un mal momento, había habido un drama en Villa Gesell con drogas. Y decidimos hacer una banda nueva.” Nadie podía profetizar en ese momento que esa nueva banda, Riff, se convertiría en protagonista fundamental del rock argentino, como necesario referente antagónico del grupo del momento: Seru Giran. Si Charly García y David Lebón eran líricos y sofisticados, Riff era directo, simple y brutal. “Hay un monte en los Urales que se llama Riff –revela Vitico–. El riff es una secuencia que se repite, y como si fuera poco, un día vimos una película donde la palabra sheriff tenía las tres primeras letras tapadas. Y nos gustó.”
La dictadura ya iniciaba su largo adiós y Riff era protagonista de desmanes alucinantes para la época. “Con Riff pasaban cosas descomunales por la química entre nosotros y porque fue una válvula de escape: porque hacíamos rock en serio y la gente no estaba acostumbrada y se volvió loca. Había tanta energía que causábamos algunos desórdenes, porque estábamos completamente oprimidos. Recuerdo estar mirando a Van Halen en Obras, y al lado mío el jefe de la policía viendo el show con cara de orto. Y le digo: ‘¿Vio cómo se divierten? ¿Se los tienen que llevar presos porque se divierten así?’. Entonces me metieron preso a mí. Y como la gente vio cuando me llevaban, se mandaron a sacudir el patrullero y los otros canas preguntaban: ‘¿A quién trajeron acá?’. Lo que no querían las autoridades era un rock en serio; ya tenían arreglado con estos chicos que hacían música suave no agitar a la gente. Y si hay algo que hicimos nosotros fue agitar a la gente, y agitarnos nosotros todo lo que pudimos.”
Riff se separó y se juntó varias veces, con resultados disímiles, pero siempre dignos en cuanto a lo musical. Y el único heredero de Riff, más allá de que su bajista haya pertenecido a la banda, es Viticus, por su empeño en hacer un rock clásico, ligeramente pesado, contagioso y con conocimiento de causa y de estilo. La banda arranca en el 2002 con shows muy chicos. “Una vez tocamos en un lugar muy grande al lado de la Panamericana, donde había tres personas y un perro. ¡Y el perro era el que más ladraba! Fueron dos años de tocar en lugares sencillos y pensar: ojalá venga un poco de gente. Pero así nos fuimos haciendo. Y así yo volví a hacerme de abajo.” Ahora Viticus va por su año número trece, tiene cuatro álbumes de estudio grabados, dos DVD que reflejan su potencia en vivo y unos cuatrocientos shows sobre el lomo. “Todavía sigo necesitando demostrarme a mí mismo, y a la gente, que con Viticus hacemos algo muy bueno, un rock muy fuerte, y demostrar que, habiendo tenido el privilegio de tocar con Pappo toda una vida, aun sin Pappo se pueden hacer cosas buenas. Aunque se lo extrañe.”
Vitico no habla de la muerte de Pappo. Dice: “Pasó lo que pasó”. Como si eso de algún modo todavía estuviera rebotándole en la cabeza. Y mencionarlo le dispara un montón de anécdotas y diálogos. “El mirar a la derecha del escenario y verlo a él era una seguridad y una complicidad total. Y me costó cantar en Viticus los temas que él cantaba. Sólo al principio, porque yo no pretendo ocupar su lugar: creo que ahora lo hago de una forma decente y satisfactoria. Estoy muy contento y es una forma de mantenerlo presente. Porque donde vayamos a tocar nos piden temas de Pappo y de Riff. Y una misión que tengo es rescatar al rock antes de que se convierta por completo en elitista. Es una cuestión de modas, de épocas. Está tendiendo a ser elitista, porque los tiempos marcan otra cosa. Y es una cuestión económica, porque los DJ traen una sola persona y la gente baila. Las pastillas vienen por otro lado.” Tras esa declaración, Vitico parafrasea a Nietzsche: “Dadme un Dios que me haga bailar y no uno que me ponga de rodillas. Voy al baño a hacer pis”.
Pocos años atrás, Vitico viajó a conocer sus raíces tocando en una gira por el País Vasco. Dice que allí descubrió el misterio de ser vasco, pero no se lo toma muy en serio. “El misterio es no haber entendido antes por qué tuve reacciones brutales algunas veces y después, cuando fui por primera vez al País Vasco, descubrí que yo era igual a todos ellos. Es una gente muy buena, muy hospitalaria, pero si se cruzan son muy aguerridos y muy tenaces. No te olvides que por donde están ellos no pasaron ni los moros ni Alejandro Magno. Es muy bueno tener sangre vasca: las mezclas de tribus lejanas dan buenos resultados”.
¿Busca Vitico repetir con Viticus el fenómeno popular que se dio con Riff en su momento? Lo niega categóricamente. “Lo de Riff es totalmente irrepetible, porque esos momentos en Argentina, por suerte, no se van a repetir: dictaduras, represión. Riff fue una célula antisistema, armada solamente con dos guitarras, bajo y batería y una actitud absolutamente irreverente. Y si hay algo de lo que estoy orgulloso es de que hay un antes y un después. Porque muchos pibes esperaban algo así; sin criticar a nada de lo que hubiera, le decían rock a algo que no era rock. Si vos me decís que Porsuigieco era rock, yo te digo que no y no los estoy criticando. Los otros días vi por televisión un programa sobre Soda Stereo que fue la banda más exitosa de la Argentina, pero fue ‘pop-rock’, como The Police. Por ahí es una cuestión semántica. Pero no es rock, es música suave, muy buena, pero es otra cosa. El rock es algo que te mueve.”
Y como el movimiento se demuestra andando, Vitico se pone en marcha para ir a ensayar, no sin antes decir algo importante: “Yo no vivo de glorias pasadas, por más que fueron grandes momentos en mi vida. A mí, personalmente, lo que me diverte es tocar, si no todos los fines de semana, casi todos. Lo divertido es tocar. En lugares chicos, grandes, medianos. No hay un límite, siempre hay más para hacer, para mejorar. Espero que lo que hagamos sea mejor de lo que hicimos antes”.
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