MUSICA Pionera de la música electrónica en la Argentina, hija del artista Oscar Bony, Carola Bony fue corista en Colores Santos, aquel disco mítico de Melero-Cerati y una celebridad del under, con discos de culto y un aura misteriosa. A fines de los años ’90 se mudó a Londres, donde empezó a componer en guitarra guiada por su amigo Brett Anderson, el cantante de Suede. Instalada de vuelta en Buenos Aires, continúa una carrera solista algo errática que ahora parece querer establecerse con su tercer disco, Fantasy, una colección espléndida que deja lucir su voz entrenada en el canto lírico, con canciones sensuales, dosis de baladas, ambient, glam y electricidad.
› Por Micaela Ortelli
Oscar Bony le daba unas monedas y la mandaba a inspirarse a Venecia. Carola, de trece años, tomaba el tren y pasaba la tarde caminando, haciendo bocetos y anotando ideas; no volvía a Milán hasta que se le ocurría un nuevo diseño de estampa textil, trabajo en sociedad que complementaba los ingresos de su padre artista, exiliado desde 1977. Unica hija del pintor, fotógrafo y pionero local del videoarte, Carola vivió en Italia los primeros años de la dictadura y regresó a Argentina con su madre; años después fue de visita unas vacaciones de verano y terminó quedándose todo un año; fue el tiempo en que más llegó a conocer, querer y padecer a su padre. Bony, un progresista extremo, tenía un gran temor: que algún día su hija se convirtiera en una madre simplona y ama de casa; de sólo pensarlo se enervaba, por eso era tan crítico, estricto y exigente como cualquier padre abogado o comerciante.
Carola cumplió el mandato y hoy vive con una gata en el que fue su estudio, una casa antigua en San Telmo donde hace más de una década retumbaron balazos (Bony se repatrió a fines de los ’80 y las imágenes perforadas –principalmente autorretratos– fueron su último fetiche). Heredó el lugar tal como él lo dejó al morir en 2002 y lo transformó en su refugio cálido y personal. En el ambiente central, un cuadrado de techo vidriado deja caer una luz amable sobre las macetas colgantes; en ese oasis de altas paredes blancas duerme Carola discretamente detrás de un biombo. Menos pulcritud hay a un costado, en la sala de música que incubó Fantasy, su brillante –y en un principio inesperado– tercer disco, que salió en julio.
Hasta acá Carola era un personaje más bien de culto, conocida –más que por ser hija de– por sus aportes a la electrónica durante los primeros ’90, cuando todavía no se hablaba de raves en Buenos Aires y el género circulaba en pequeños ciclos en La Cigale o el Goethe. Ella estudiaba canto lírico y era amiga de Noel Schajris, que hoy es toda una estrella pop latinoamericana (mitad fundadora de la melosísima Sin Bandera), pero entonces incursionaba en la música ambient y experimental. Juntos grabaron Misty, un casse-tte que Carola hizo llegar a Gustavo Cerati y que la convirtió en corista de Colores Santos (1992), el inolvidable y siempre lozano disco en conjunto entre el Soda Stereo y Daniel Melero. Dos años después de esa participación fundamental, Carola hizo los coros en Travesti, de Melero, y lanzó su primer disco, que en una carpeta de archivos puede figurar como “sin título”, pero en el relato trascendió como “el disco plateado”, porque así era su portada: nomás plateada.
“Todavía no conozco bien su música pero es una mina realmente muy inteligente que además tiene una particularidad: sacó un compact y el sello discográfico la obligó a poner el nombre porque ella no quería”, se extrañaba el conductor de 13/20 Hacete cargo después de la entrevista de Nicolás Pauls a Carola. Ahí ella –mascando chicle, el pelo corto color turquesa– era pura apatía: “No me dan ganas de participar de la sociedad ni como artista ni como nada. Me gustaría vivir en una montaña con un fax, una computadora y mi novio. Y si me puedo ir a Marte, irme a Marte”. En 1996 lanzó Autista, un disco frío (fue un cassette a decir verdad) que la llevó a los confines del avant garde aún más que el anterior, donde todavía podían contarse dulzuras como “Cena”.
“Cuando me fui no existía el mail, señores”, recuerda ahora sobre su partida a Londres en 1998: “En ese momento la distancia se sentía, te ibas y te ibas”. Pero las noticias llegaron y fueron que hacia 2003 Carola conoció al rey melancólico Brett Anderson en una escena atesorada: él entró al café donde ella era mesera, ella se sacó el delantal, se acercó a su mesa y le cantó “My Dark Star”, la canción de Suede que dice “ella vendrá de Argentina”. Se hicieron amigos; él fue su maestro de zapadas, dice: “Yo venía de una situación de oscuridad con la electrónica, queriendo de alguna manera retomar el tema del canto; me estaba enfrentando justamente con la necesidad de hacer canciones. Y Brett tenía eso que ibas a la casa y agarraba la guitarra, hasta que un día me la pasó y me dijo: ‘Hacé una vos’. Desde ese día volvía a mi habitacioncita y me ponía a componer, era como que tenía que dar la lección. Y de ahí tengo un choclo de canciones en inglés que le cantaba a él”.
También las mostró ante una pequeña audiencia porteña en una de sus visitas antes de reinstalarse definitivamente en el país para ocuparse del legado de su padre. Los seguidores de Carca sabrán que durante unos años tocó el bajo en su banda, hasta que él entró en Babasónicos y ella volvió a su intimidad. Mientras, desde Londres, un admirador argentino seguía su solitario canal de YouTube; era el artista visual y mago del diseño interactivo Luciano Foglia, que un día se decidió a escribirle el primer mensaje que fundaría una alianza poderosa. “Fue un regalo de la life”, resume ella sobre la aparición de Foglia, que por su lado quedó fascinado con “Sórdido”, el primer corte del disco que Carola preparaba, y por el que surgió la idea de trabajar juntos. “Lo que intentamos crear fue un playground para los temas del disco plateado y un video clip exclusivo para ‘Sórdido’, con la idea de que la música se consuma en forma de arte visual”, cuenta Foglia, ahora en Berlín y pronto a mudarse a Amsterdam.
Así fue que un buen día apareció Carola en Facebook –lo que ya era novedad– promocionando un sitio web alucinante, una muestra de arte online donde un clic pone a sonar una canción que podría ser de Jem and the Holograms versión sólo para mayores. Los clics también descubren turgente carne masculina, entre otras genialidades digitales que hay que pasar a ver. Claro que el despliegue vino a anunciar a la Bony reloaded, pero no sin prestar reconocimiento a la chica que se movía por la entrañable escena de los sónicos en medias y hablando bajito: en el sitio –ahora empotrado en otro donde se puede escuchar completo el nuevo disco– están las viejas canciones y el audio de aquella entrevista con Nicolás Pauls, sólo que ahora detrás del primerísimo primer plano pixelado de lo que parece ser una Barbie. En tanto obra en sí misma, carolabony.com excedió los límites de la web y se convirtió en una instalación interactiva que ya pasó por los festivales Forward: Arte + Nuevos Medios, en el Palais de Glace, y Let It Vj, en el Matienzo.
Durante todo el proceso de creación Fantasy se llamó Puta. Mientras Carola lo armaba (con la ayuda de Ezequiel Araujo, Carca y Panza Castellano, principalmente), Foglia se ocupaba de su espléndida portada: una mujer desnuda y calva, sentada de espaldas, apoyada en las manos, con la cola apenas despegada del piso. “Carola siempre me pareció un personaje misterioso, que prefería que sólo su música fuera visible y que su persona habitara en el anonimato, entonces me pareció interesante crear un personaje que representara ese misterio y toda la sensualidad de su música. Así nació ‘Jessy’ un modelo en 3D con proporciones humanas que existe en el imaginario del oyente en estado de ‘Fantasy’”, explica Foglia.
A la vez, Carola tiene sus razones para haber cambiado el nombre del disco a último momento: “Si le ponía Puta eso se iba a llevar toda la atención y yo quería que el título fuera una puerta directa a la música y las letras. Porque al disco lo podés ver desde un lugar re pop y frívolo, pero también te podés meter más profundo y vas a encontrar cosas. Puta era una puerta con llave, con Fantasy pasás directo; el personaje de todos modos está”. Y lo primero que dice es cogeme un rato más, después de una intro que predispone adecuadamente para ese grito inapelable: ¡Clavamela que me impaciento!, le pide a un amante al que acusa de gitano, pirata y vividor en “Enseñame a aullar”. Siguen las historias de chicos de “pija cotizada” en la rockerísima “No es cierto” (malas lenguas circulan por lo bajo que las chicas más sexys te encadenan), donde a la vez concluye que “nada es cierto”, coherente con el concepto total de “fantasy”: “Es una forma de decir que es todo bullshit, todo un fantasy. No podría haber un relato de las cosas tan fantasioso si la realidad no dependiera del relato. Por eso, es una denuncia y a la vez una afirmación de que es así justamente, y por eso también está en inglés: lo hace doblemente fantasioso”.
Menos guarras pero igualmente directas son las hermosas baladas “Cita” y “Dama de Noche”. Ni yo entiendo la velocidad con que me fui, y es verdad que nunca pude soportar las despedidas, confiesa Carola en la primera, antes de seguir a pura electricidad con “Sórdido”: No se me cae la bombacha sólo para hacer un favor, provoca. “Mi ilusión era combinar en un álbum el formato canción glam y el formato track ambient o electrónico, que se puedan encontrar vestigios de uno en el otro, como en ‘Erótico’, que es indiscutiblemente ambient pero especialmente hot, re humano, y bastante pop porque tiene una melodía cantable y pegadiza.” Otro ejemplo es “Indecente”, también instrumental, pero armada sobre un loop de T. Rex (el mismo que usó Melero en “Amazonas”, el cierre de Travesti), “probablemente lo más glam que haya habido jamás”.
Hacia el final, Fantasy sorprende con un relato lírico y musical tan digerido que ya es argento: “Vicio Stone”, donde vuelve a aparecer el potro indiferente, ese espejismo que siempre, pero siempre, va a seguir ganando chicas: Sos tan resplandeciente que los ángeles reflejan tu cara en el cielo. Vicio Stone hoy me tenés suspirando en la pista de nuevo, se estremece, con la voz rebosante, como nueva, como si por fin la dejara ser (y si hay algo para celebrar de este disco es eso: poder disfrutar por fin esa voz). Ahora, mientras se cocina la reedición del famoso disco plateado (saldrá remasterizado como Carola Bony), habrá que ver si el fuego arde lo suficiente como para llevar a Carola a los escenarios. Tocó muy pocas veces en vivo, no es con lo que goza, dice, y sus viejas canciones eran coherentes con esa aversión; pero Fantasy, que es sin duda la mejor versión de sí misma hasta ahora, a la vez la excede, y su devenir es incierto como el de una noche de verano.
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