Dom 18.01.2015
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RELATOS SALVAJES

En Argentina, en los años ’90, los pocos enterados de la existencia del hip hop vivían en el conurbano o eran fugaces estrellas de TV como Jazzy Mel. A pesar de la inmensa popularidad del breakdance y Michael Jackson a través de MTV, el género no podía competir ni con el rock barrial ni con la cumbia, resultaba periférico y, paradójicamente, según ciertos criterios podía llegar a ser elitista. Pero en el siglo XXI el escenario cambió rotundamente: el hip hop argentino es tan variado como under. Entre las palabras combativas de Malena D’Alessio, que llegó a tocar en el programa Aló presidente para Hugo Chávez, pasando por la increíble convocatoria de Halabusa, la competencia callejera más importante del momento que tiene lugar en la estación Claypole, hasta por talleres del género en Tecnópolis y la cárcel de Marcos Paz, las eternas chicanas con la cumbia villera en los barrios pobres y espacios publicitarios televisivos contra el bullying protagonizados por el joven rapper Emanero, el hip hop late y crece sobre todo en el conurbano, de Burzaco a Rafael Calzada y mezcla las voces callejeras de Florencia Varela con el inglés, reivindicando sus influencias sin pedir disculpas y ubicándose en un lugar díscolo y combativo que el rock ya no quiere o no puede ocupar.

› Por Micaela Ortelli

A los 13 años Zear trabajaba como ayudante en una pequeña empresa de limpieza y colocación de alfombras. Le gustaba que los clientes vivieran mayormente en los suburbios y poder escapar de Manhattan, la vidriera de Nueva York, donde a fines de los ’70 vivía con la familia de su tía. Un día en Bronx River –un enorme complejo de viviendas públicas de doce torres construido en los años ’50– estuvo en una fiesta donde el DJ y MC (maestro de ceremonias) era el mismo Afrika Bambaataa, el hombre que mezcló por primera vez música negra con Kraftwerk, ex jefe militar de una de las divisiones de los Black Spades –una de las pandillas más grandes de la época–, que después de un viaje a Africa, dispuesto a detener la violencia en su vecindario –con la ciudad en su pico de segregación racial–, había fundado la Zulu Nation, la primera organización dedicada a expandir la cultura hip hop con sus cuatro elementos: MC, DJ, graffiti y breakdance.

Pero eso Zear lo supo después; en ese momento lo que le llamaba la atención eran los nombres pintados en las paredes de los edificios cuando lo mandaban a tirar volantes por abajo de las puertas: la mayoría con la fecha y el número de calle. Como todos los graffiteros, empezó haciendo su tag (la firma, que era más larga pero la cambió cuando casi lo agarra la policía a punto de terminar de hacerla), siguió bombardeando paredes y techos (las “bombas” son piezas más elaboradas que un tag pero que un entrenado resuelve en segundos) y se obsesionó con pintar trenes cuando una tarde en Coney Island vio llegar uno con un graffiti suyo. Ese y otros vicios lo terminaron repatriando: con tres dientes de oro y pulcra indumentaria XL volvió a las calles de tierra de Tristán Suárez, de donde se lo habían llevado a los dos años por un conflicto entre sus padres.

Eran mediados de los ’90. Recién llegado, Zear extrañaba su vida, sus amigos, la música, salir a graffitear; pero creía que el hip hop era una moda de Estados Unidos. Hasta que vio por primera vez un graffiti por la ventanilla de un tren que iba a zona norte. Entonces empezó a rastrear a sus cultores por el único lugar que encontró: la dirección de Canal 9 donde Jazzy Mel, la primera estrella de rap del país, conducía un programa de música. Se vieron pocas veces: coordinar las llamadas se complicaba. Al tiempo Jazzy se extinguió por completo y Zear, el hombre que conecta la Argentina con la raíz más profunda del hip hop, tardó diez años más en encontrar la escena.

EL JUEGO

LA CONECCION REAL

El hip hop llegó al país antes que Zear: se importó a través de Hollywood con películas como Flashdance (1983) o Beat Street (1984), que enamoraron a los pioneros locales del breakdance (previamente atravesados por Michael Jackson). Mike Dee, Mr. Funky y Gino T, por ejemplo, formaban los Dinamic Breakers, que bailaban en esquinas, boliches y el programa Sábados Musicales. Jazzy también arrancó como b-boy, y además fue uno de los primeros en animarse a cantar con rimas: el grupo que lideró antes de su estadía en San Pablo (grabó dos vinilos allá) se llamó Jazzy Mel Rock and The Furious Two (el original era Grandmaster Melle Mel and The Furious Five). Jugaban. En ese momento los modelos eran dioses lejanos: intentar reproducirlos era lo único que se podía hacer: “Kurtis Blow, Run DMC, esa música me llenaba el alma. Yo nunca fui figureti, di ese paso porque había que darlo, había una voz que me decía ‘dalo, loco’”. Jazzy emuló el look de Vainilla Ice (el primer rapero blanco exitoso), y sobrellevando la aparición simultánea de Illya Kuryaki & The Valderramas –con su juventud inimputable, frondoso árbol genealógico y actitud a lo Beastie Boys–, triunfó brevemente en el mainstream con su mezcla de house, pop y rap de matiné.

Tras la estela Jazzy dejó a sus amigos con sus proyectos: Mike Dee (Bola 8), DJ Black (Encontra del Hombre), Frost (El Sindicato Argentino del Hip Hop). Los tres grupos aparecieron en Nación Hip Hop (1997), el compilado de rap underground –el primer reconocimiento a este género labrado rústicamente desde los márgenes– que existió gracias a Alejandro Almada, histórico manager de rock. Era una escena pequeña pero difícil de organizar la que derivó en ese disco, que reunía a la primera generación de raperos y la segunda: personajes extraños como DJ Tortuga, de Tumbas, que llegó al hip hop a través del skate y el punkrock (The Clash, Malcolm Mc Laren, hicieron los primeros cruces), dispuesto a experimentar por sobre todas las cosas; y conflictivos como Súper A, recordado por su cara tatuada y porte gangsta, muy cerca de los Aliados del Sur (o ADS Familia), una de las primeras crews del sur del conurbano –la crew es el grupo de pertenencia, normalmente se arman por barrio–.

“Jazzy Mel es algo que tenía que existir, es Melle Mel en castellano: no lo voy a escuchar pero es genial”, razona a los 35 años Apolo Novax, b-boy reconocido, MC de voz cálida y elegancia natural. Apolo, con Mustafá Yoda y Chilli Parker, integraron La Organización, el grupo que en 1998 se plantó como contracara de esa Nación Hip Hop, que para ellos no representaba un rap de identidad argentina (a grandes rasgos, dominaba el “jump jump” –el rap poguero de Onyx o House of Pain– y se usaba el español neutro). Sobre todo La Oz –como se la conocía– llegó para molestar al Sindicato Argentino del Hip Hop, la banda de Morón que haciendo sus concesiones había logrado firmar con Universal. Según el periodista Juan Data –que entre 1996 y el 2000 publicó el fanzine Moshpit Posse (el único medio especializado hasta Internet)– La Oz rechazó ese mismo contrato (como también participar de Nación Hip Hop II); aparentemente los dos grupos interesaron a un productor que vio su documental El Juego (1999).

“Rap no es cualquier cosa, no es rimar así nomás: es llevar las rimas al ritmo y tener flow, si no es un bombardeo de batata. Y tiene que tener un contenido, mostrarte algo, aunque sea una remolacha”, enseña Apolo, autor de las instrumentales del único registro que se conoce de La Oz, un demo llamado La diferencia. De este conflicto técnico quedaron afuera Illya Kuryaki –que llevaba el rap como actitud sobre funk, rock o soul– y Actitud María Marta, la banda de Malena D’Alessio y Alicia Dal Monte (las primeras MCs mujeres en pisar la escena), alineadas a un rap político de lucha social (como el original estadounidense antes de industrializarse al extremo). IKV y AMM se movían en circuitos opuestos pero que excedían de igual manera el debate sobre la métrica y el flow –y la necesidad de ostentar estas destrezas– instalado por la Organización. Instruidos en el departamento de DJ Hollywood –uno de los pocos acreditados por compartir la información–, tempranos consumidores de rap francés gracias a Ortega Doggo (rapero argentino radicado en Francia), Mustafá, Apolo y Chilli interpretaron sin reproducir la altanería de los MCs españoles (y la importancia de una buena letra) e inauguraron un estilo de rap sereno, de versos largos, rimas ingeniosas y acentuación impredecible (no siempre en la última sílaba como el rap amateur), agresivo en la lírica pero discreto en sus gestos.

Porque las formas exageradas de los raperos son chocantes para los iniciados; lo fueron las del Sindicato, que con enormes remeras deportivas por las rodillas cantaban “vengo del Oeste” pero parecía que hablaban de California y no del conurbano. En el 2000 la banda lanzó su disco debut Un paso a la eternidad, que gracias al filtro de Cachorro López (la versión de “Mil Horas” del Sindicato es casi tan recordada como la original) logró exportarse y hasta ganar un Grammy latino. En tiempos de Jessico, el disco más taquillero de Babasónicos, de Los Piojos llenando estadios, de Damas Gratis en su plenitud, el logro del Sindicato pasó desapercibido en el mainstream argentino. Para entonces Juan Data –que en las páginas de Moshpit había deslizado que La Oz era la esperanza del rap nacional– se había mudado a Los Angeles y en un (des)encuentro con el grupo básicamente les dijo que otros discos merecían más el premio. Enojadísimo el Sindicato –principalmente Frost, el más influyente de los cinco– le dedicó una canción llamada “Piénsalo”, una descarga de insultos donde hay referencias a “tres MCs” y “amigos del clan súper under”.

Mientras el Sindicato pasaba temporadas en Miami y Puerto Rico, La Organización hacía sus primeros viajes a Chile, y sobre todo Mustafá –personaje hondo y difícil, nacido en 1977, criado en Moreno– se fascinó con la escena de freestyle de allá –freestyle es el arte de improvisar rimas; se desarrolla mayormente en formato de batallas, como los viejos duelos de payadores–: gana el que descalifica mejor a su adversario. Por otro lado –en parte a través de los compilados Nación Hip Hop– el género había empezado a desarrollarse en el interior del país, pero fue la Oz la que inició el vínculo con los raperos de las provincias, según Carballo, MC referente de Córdoba. Ahí, en 2002, se hizo la primera competencia argentina de freestyle donde Mustafá ganó el mítico título de “primer campeón argentino”. (También es el año en que se estrenó la película 8 Mile, donde Eminem, el rapero blanco más famoso del mundo, gana una batalla épica.)

La Organización finalmente se disolvió y Mustafá, con los talentosos MCs Rasec y Sergio Sandoval y tres MCs chilenos, fundó Sudamétrica, la primera crew de freestylers del país, hoy devenida productora y sello discográfico. “MC, hacer free es ley”: la leyenda aparece repetida en Cuentos de chicos para grandes (2004), el desgarrado debut solista de Mustafá, que estaba orgulloso y furioso y ahí lo refregó todo, en un disco perturbador, sin una línea de relleno, que lo define como un letrista elevado. Apolo y Chilli, por su parte, formaron Koxmoz con el MC Tigre Blanco y DJ Tortuga, rebautizado Kox T. “No sé cómo se accionan pero pasaron mil horas y no evolucionan/ A ver si ahora reaccionan con estos tres maestros destrozando tus restos”, golpea El Tigre en “Al Toke”, la brutal respuesta a aquella canción del Sindicato. “El Sindicato no entendió el juego y sufrió, si no hubiera estado buenísimo”, dice Apolo: “El juego es hacerlo bien. Y cagarse de risa”.

PALABRAS MAS

MALAJUNTA, AUTOR DEL HIT VIRAL MUCHO LOV! QUE LANZA UN SINGLE POR MES

La palabra tuvo peso por primera vez en el rap nacional con Actitud María Marta. Malena D’Alessio (1974) –que se inició en el género con Public Enemy y terminó rapeando con ellos en Brasil– arrancó con la banda al tiempo que su militancia en H.I.J.O.S: “El rap es una forma de convertir el dolor en energía. Y eso está bueno porque el dolor puede tomar un tinte más nostálgico o depresivo o de víctima; en cambio el rap es totalmente guerrero”, piensa. En 1996 AMM lanzó su disco Acorralar a la bestia, donde todo lo que se decía era importante: Su vida lleva un peso, el peso más pesado, el sueño de la muerte y el silencio perpetuado, arranca la estremecedora “Hijo de Desaparecido”.

El rap de Actitud María Marta (el rap así entendido) no tiene purismos, le gusta mezclarse; así, Actitud arrancó vinculada al hardcore y hoy transita ritmos jamaiquinos y latinoamericanos, con Karen Pastrana –otra MC de sangre hirviente– en lugar de Alika, dos coristas de soul y el histórico DJ Black en bandejas. Probablemente sea la banda argentina más conocida en Latinoamérica: tocaron en Aló presidente, el programa de televisión de Hugo Chávez, en el masivo festival Hip Hop al Parque, en foros sociales y casas tomadas. Viajaron como militantes, las llamaron para tocar y nunca fue su prioridad grabar: “El vivo es lo mejor que tenemos y por lo único que seguimos. Para mí el hip hop son palabras mayores, es una herramienta para transformar una situación. Vos tenés el micrófono en la mano y lo que prevalece es tu palabra, a diferencia de cualquier otro género musical”, cree Karen.

Rap con sentimiento, rap con competición, asume Chilli Parker en el elaboradísimo Tarde o Temprano? (2006), el debut de Koxmoz, que prepara su continuación desde entonces. De un rap así –egocéntrico– se desarrolla un fenómeno como el freestyle, donde la fuerza de las rimas tiene un fin personal –el de la autosuperación– que requiere la derrota del otro: “El rapero cuando compite tiene que ser agresivo y bardearte; la payada no es tan directa, te bardea con estilo, pero en el rap no sirve eso: en el rap tenés que atacar, ir de frente, como aprendiste en la calle”, explica Frescolate (Burzaco, 1982), que en 2005 salió campeón en Puerto Rico de la primera edición de la Batalla de los Gallos de Red Bull, la competencia internacional más importante del momento. Participan todos los países de habla hispana y es un show digno de Las Vegas.

La escena del freestyle –que se mueve paralela pero independiente del rap como producto musical– tuvo su momento de mayor exposición en 2013 cuando otro argentino –Dtoke (Rafael Calzada, 1986)– ganó la final internacional, que ese año se hizo en Buenos Aires en un Malvinas Argentinas estallado de gente. Hoy es mucho más común encontrarse en la calle una ronda de freestyle que una de breakdance (que sigue activo y profesionalizado): hay batallas de todos los tamaños en todas las ciudades probablemente todos los fines de semanas; sin ir más lejos Dtoke es uno de los creadores del Halabalusa, la competencia callejera que más creció en el último tiempo, con sede en la estación de tren Claypole, pleno conurbano. Es impactante verlos llegar, a tranco largo y frente alta, agruparse y practicar, combatir con pasión. El freestyle es sin duda la primera escuela de los MCs; incluso muchos componen sus canciones improvisando. Para Sony (Pontevedra, 1993), campeón nacional 2014, hacer free es como tener calle: “Podés tener mucha técnica pero si no tenés calle, que es la que te da las ideas, no vas a decir nada”.

“El otro día uno dijo ‘con sangre de unicornio me hago buches’ y me arruinó. Vos ves que la palabra tiene una intención, un filo, en algo que es efímero, que hacen ahí y ya está”, cuenta su amor por el freestyle Juan Ortelli, director de la revista Rolling Stone. “Para mí lo más interesante es el papel de la palabra al que te enfrenta el hip hop. A pibes que podrían estar sumidos en la marginalidad total el rap los ha convertido en grandes poetas; es una cultura que eleva el nivel literario”, dice Malena D’ Alessio. En 2013 Mustafá, que después de años de militancia logró un espacio para talleres y eventos de hip hop en Tecnópolis, llevó el rap por primera vez a cadena nacional: “La vida es una lágrima y el mundo es un pañuelo/ Niños con fierro donde no existe el caramelo/ Resisto, tierra del trigo sin panadero, mis ojos tienen la magia que nace del potrero”, rapeó a capella en la inauguración del Encuentro Federal de la Palabra.

SOY RAP

EL MC EMANERO, QUE DEBUTO COMO ACTOR EN UNA SERIE DE CANAL ENCUENTRO Y PROTAGONIZA UNA CAMPAÑA CONTRA EL BULLING DEL CONSEJO PUBLICITARIO ARGENTINO

En cada recreo nace un nuevo MC, advierte Kraneando Actividad en “Sabés qué vi?”. Si el rap llegó a cadena nacional es porque ya estaba en todos lados. El Cuatro grabó su disco Tecni-k Salvag desde un penal. El Misionero da talleres de hip hop en la cárcel de Marcos Paz. Under –que tiene 24 y rapea desde los 14– hace lo mismo en el Colegio Nacional Buenos Aires. Ale Pluz dio una charla en Google sobre la exitosa web que fundó, Doggs Hip Hop. En Villa Garrote, Tigre, se escucha Viejas Locas y se filtra Leo Mattioli por los agujeros, pero se hace rap: “La cumbia villera fantasmea mucho”, cree Chispa de Trap Villero. Gracias a un mecenas político el grupo tuvo unas horas en el estudio de Attaque 77 para grabar su disco hecho de bases downtempo bajadas de Internet. Es una atmósfera viciada que también inspira a Shaolin Dragon, referente de Escobar. Shaolin (1987) se inició en el género directamente con rap latino: Control Machete, Tiro de Gracia, el Sindicato, que para él hizo escuela. En sus primeros videos –y el único que lanzó Trap Villero por ahora–, hay boxeadores, pitbulls, armas, y también, chicas y champagne: “Mostramos lo que tenemos”, dice Chispa, que se acaba de comprar unos grills (apliques para los dientes) como los del rapero Nelly.

Con Fuerte Apache o Clan Oculto como primeros exponentes, el rap en los barrios más pobres pareciera ser más testimonial que de protesta, de la que se sigue ocupando el linaje de Actitud María Marta, por ejemplo. Sara Hebe, la última explosión del under, vino de Trelew y escribió (y rapeó sobre cumbia) contra el de-salojo de un edificio porteño como el rock hoy no podría o no se ocupa. Su compatriota Asterisco, también mudado a Capital, es uno de los MCs actuales con discurso más definido y combativo (nombra políticos y causas concretas, como la de los petroleros de Las Heras, pero su lucha es contra la violencia institucional en todas sus manifestaciones).

Si hay una canción de protesta hoy, definitivamente es un rap (el mes pasado se suspendió un show en los Tribunales de Comodoro Py “por una Navidad sin presos políticos”, precisamente porque liberaron a estos presos). Y también, la joven Catnapp rapea en inglés con producción electrónica y se presentó en la última Creamfields. El rap está en todos lados y toma distintas formas: en el nuevo disco de B.A.S. –grupo de trayectoria del Oeste–, hay intros rockeras y expresiones de amor por el hardcore. Kris Alaniz –la MC nómade de 25 años que hace sus propios instrumentales y toca guitarra y bajo– siempre que puede se presenta en formato acústico. O un fenómeno como Marciano (Gerli, 1981), heredero de la Nación Hip Hop (participó en Nación Hip Hop II con Delincuentes del Sur) y uno de los primeros miembros de la ADS, la crew pendenciera del sur. Hace unos años Marciano se abrió en buenos términos y fundó la suya (Marcianos Crew), que según el show es él y un pendrive, o él y otro MC, DJ y hasta bailarinas. “Yo tengo mi crew personal, me escuchan en Soldati, en Sapito y en Luján”, canta. Marciano tiene una discografía extensa y ecléctica (su último disco tiene momentos de reggaeton, en su camioneta suena Ñengo Flow y él no puede ser más rapero) y está haciendo el cruce fundamental con la escena indie (colaboró con Miss Bolivia y Catnapp).

Por su parte la ADS, “el exponente número uno de gangsta rap en Argentina”, como se dicen, sigue activa y promete disco; mientras, hace su aporte a la escena desde los boliches, cuidando la memoria del rap de chicos malos que para muchos es el más entretenido. Su nuevo enemigo es South Klan, autodenominada pandilla de Burzaco que recibió la bendición, asegura, de la original mexicana Sur 13. “Pero no salimos a delinquir; ayudamos a los pibes a que empiecen a rapear, bailar y dibujar”, aclara uno de sus voceros. En su trabajo como MC, Bastian, a contramano de todos, sigue la línea del rap chicano (samplea música tradicional norteña, explotó hacia los 2000 cuando Cypress Hill lanzó sus éxitos en español) y tiene un tema en colaboración con Luciano Pereyra que todavía no vio la luz. La explícita (y desopilante) guerra de canciones entre estas crews es la más reciente del rap.

UNIDOS Y ORGANIZADOS

En 2004, Zear –el graffitero entrañable que todavía no cumplió 50 años– encontró finalmente la escena hip hop en la ciudad. Por un aviso en el diario La Razón se enteró de un evento en el centro donde conoció, por ejemplo, a Malajunta, de la crew ZNC, de zona norte, una de las pocas con representantes de los cuatro elementos (hasta tienen un beatboxer, Milo Moya). A los 30 años Malajunta está inventando la nueva canción popular en Los Toldos, partido de Tigre, pero entonces calmaba la sed en las rondas de freestyle, como la mayoría de los raperos que hasta hace pocos años no tenían forma de dar el paso a la grabación.

El rap atravesó el postapocalipsis Cromañón mayormente desde el conurbano y con poca atención de la prensa, pero renació más que ningún otro género autogestionado con la maduración tecnológica y la independencia que admite, milagrosa para una música en la que en 20 años apenas se invirtió. No sólo eso: de la región, Argentina es el único país que todavía no termina de reconocer la importancia del movimiento hip hop local y mantiene cierto juicio por autenticidad, como si el solo hecho de que, aun “importado” (¿como el rock, como el fútbol? retrucan ellos) sea un modo de expresión casi instintivo, que no requiere instrucción ni demasiadas herramientas –lo que es decir, dinero–, no debiera desautorizar ya ese antiguo debate Nacimos pobres pero con habilidad, canta Tortu.

Los raperos ahora arman instrumentales sofisticados con la computadora y alcanzan sonido de calidad en estudios caseros; y como Internet hizo lugar para todos, son más compañeros (las colaboraciones son características del género). Es lo que representa desde 2010 la Conección Real, que funciona como banda porque antes lo hizo como un grupo de amigos que se juntaban a hacer freestyle y componer en lo de Núcleo, en Temperley, y necesitaban un estudio para grabarse. Además de ellos hoy en El Triángulo graban raperos del norte y el oeste del conurbano (Asterisco, C.N.O, Juanito Flow, muchos más), el interior de la provincia y hasta del país. “Cuando Núcleo armó el estudio tuvo una actitud distinta a la que habían tenido todos antes y empezó a enseñarnos a todos. Yo me armé el mío y muchos más hicieron lo mismo. Núcleo le sacó la ficha a cómo con nada hacer una bocha”, reconoce El Líder (Viajeros Crew) desde Buena Madera, en Montegrande, donde ya grabaron Kris Alaniz y el dúo mestizo Doble Fea.

“Nosotros no vivimos en nombre del grupo, cada uno tiene su carrera, su movida, su personalidad, y eso nos mantiene activos y hace que el público sea variado”, dice Núcleo (1982), ex b-boy, MC de técnica precisa y veloz. El estilo de Tortu, por ejemplo, es más pausado y rústico: “En algún lugar estará la paz que nunca encontramos, y ese lugar es el interior de cada ser humano”, canta desde Rayo de Sol, Longchamps, puro y callejero como un perro o Pity Alvarez. Fianru, de Pompeya, maneja su talento y belleza con precisión experta; todo lo despliega en el video de “Onda Expansiva”, que va por las 250 mil vistas: “O te inspira o es mentira lo que vos decidas”, acierta su voz áspera e inconfundible. Urbanse, a los 20 años (empezó a los 16), es menos idealista, más personal: Conección Real te da rap de ese que escaseaba acá. “Había sed de verdad en tu desierto de mentiras, por eso mis rimas caen como agua desde el cielo que te mira”, se planta en “Nada que perder”. Frane, el quinto MC (al grupo lo completan dos DJs), es el lindo al que no le importa, el incorrecto sin culpa ni jactancia, Frane es libre: “¿Y a vos qué te impide hacer lo que el corazón te dicta?”, pincha en “Recordatorio”.

Hoy que la información está al alcance de todos (desde un vivo de Parliament Funkadelic a lo último del joven multimillonario Soulja Boy), que Malajunta puede inspirarse en el look de Black Kray, citar como influencia a Young Scooter y cantar “Yo sé que soy feo y la derrito igual”, hoy es el día en el que hay tanto estilo y variedad que los que no escuchaban rap empiezan a hacerlo. Los adolescentes empezaron hace rato. A Emanero, el MC de 27 años, voz rabiosa y facciones suaves que llegó a la radio y la televisión (su canción “Más tenemos, Más queremos” sonó en la Rock & Pop y en 2012 debutó como actor en la miniserie Presentes del Canal Encuentro), lo convocó el Consejo Publicitario Argentino para su campaña contra el bullying Si no hacés nada sos parte. “Cuando me dijeron ‘rap del bullying’ pensé que buscaban algo medio jingle, pero yo no iba a hacer una canción que dijera no seas malo, no hagas bullying. Y la hice en primera persona con una tonalidad agresiva”, cuenta, y habla bien de la escena: que se escuche más Emanero que el rap acartonado ATP que también existe.

“Es la clase de rap súper ortodoxo que me habría fascinado en 1998”, escribe Juan Data desde Oakland, California, después de ver el video de “C.R.E.M.A” de Tikranz (su director, Johnny Jones, filma dos videos de exportación en un día y hace portar a estos chicos como estrellas). Tikranz mezcla jerga de Florencio Varela con inglés con una irreverencia que sólo hay que escucharlo y creerle. Los raperos ya no piden disculpas por hacer la música que les gusta ni ostentan argentinidad para que les crean: reivindican sus influencias y se dejan ser. El sonido de Nueva York de los ’90 (un rap sucio de bajos profundos, que requiere una escucha más o menos intensa) atraviesa la escena desde Burzaco, cuna de la rapera blonda y provocadora Candy Fuego, que lanzó un mixtape con remixes de beats legendarios de la época, a Balvanera, con el MC y músico de solemne porte Jesús Vázquez y su LP debut Commendatore: “Wu Tang, Nas, es la música que me rompió la cabeza”, dice. “No seríamos nosotros si no usáramos slang yanqui”, sigue la idea el referente de zona norte Xolarz, DJ del King Team, grupo que completan C.N.O, Obiewan y Neo Pistea, todos del oeste. C.N.O –MC de trayectoria, ex campeón de free– tiene los latiguillos de Fat Joe en el ’95 y una fuerza que emociona; los más jóvenes, Obie –autor de los hits “Papeles Marrones” y “Ring Ring”– y Neo –que sólo rapeando podría contar todo lo que ya vivió con 18 años–, se inclinan por beats más frescos y modernos. Algo de lo que bien sabe Malajunta, un chico de barrio con gustos vanguardistas que hace canciones románticas con bases de trap (para bailar con ojos entrecerrados): “Si yo te digo vamos, vamos que está todo pago. Pero si arranco solo, fue, no me cortes el mambo”, canta.

El año 2013 fue el año más activo del rap en toda su historia local: entre ediciones físicas, digitales y mixtapes, se lanzaron al menos 20 discos sólo en Buenos Aires. Frane, por ejemplo, le dedicó uno muy hermoso a su Tierra del Fuego natal, y también produjo 420 On Time, un compilado dedicado a la marihuana donde hacen acertados aportes Under, Líder y otros. Fianru, con beats de UZL (Tikranz), stratchs de DJ Destroy y producción de Núcleo, hicieron el EP Blaco&Negro, que con “Fianroon” se llevó el video del año. Emanero presentó su tercer disco, que grabó en San Pablo. Autor del éxito viral Mucho Lov!, Malajunta lanza un promedio de un single por mes (el primero de este año –en colaboración con Tortu– se reprodujo 1200 veces en un día). Además están los videos, los artes de tapa (ver por favor el de Neo Pistea con Lil Baby), los shows, las batallas (de freestyle, breakdance, beatmaking, beatbox, DJ), las convenciones de graffiti, los graffitis, los looks (Doggs Crew tiene su propia línea de ropa), hasta los tatuajes ya son parte de la cultura. Como dicen, el hip hop es un estilo de vida; y habría que agregar: un fuego adentro, una necesidad de expresión salvaje e insaciable que todo el tiempo pide más, que come los talones, los propios y los ajenos.

GRAFITIS EN ESTACION PUAN Y EN MAR DEL PLATA DE CABE, BAS CREW

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