Dom 18.01.2015
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EL PETARDISTA

ARTE Desde el año pasado el artista contemporáneo chino Cai Gou-Qiang –director de la ceremonia de fuegos artificiales de los Juegos Olímpicos de Beijing 2008– está presentando Impromptu, una muestra de dibujos hechos con pólvora y una retrospectiva de sus proyectos de explosión en la Fundación Proa. Y este 24 de enero realizará, desde las 20, una serie de explosiones en vivo en Vuelta de Rocha: ochenta minutos de cielo iluminado por el manipulador de fuego más famoso del mundo.

› Por Leopoldo Estol

La mejor manera de llegar sería por casualidad, ir caminando por las calles sin un objetivo preciso, dejándose llevar por la sorpresa de un cielo rojo, violeta o azul vuelto de pronto un encendido torbellino de fuego. En ese momento, el cronista, el lector o la lectora y quienes estén junto a ellos habrían de correr tan rápido como pudieran. La agitación y una excitación palpable en el aire que entra en nuestro cuerpo irían abriendo de a poco las calles rumbo al río, liberando a cada paso ese cielo encendido y animado, fruto de los trucos y la astucia de un hombre que ha llegado a La Boca desde el otro extremo del mundo.

Se llama Cai Gou-Qiang y lleva consigo sin saberlo un corte de pelo en clave wachiturro. Su nuca afeitada se asemeja a una zona más de la exposición, sus orejas lucen igual de despejadas. Da la sensación de que su conexión con los sentidos es grande. “La revuelta está justificada”, sonríe Cai y recuerda las palabras de Mao, mostrando sus credenciales como heredero de la Revolución Cultural. Aquella postal que mezcla infancia con el paladín modernizador comunista y su familia rezongando, viendo cómo seguir. Insiste Cai: “Se espera de los artistas gestos disruptivos, no habría por qué pedir permiso”. Viene de hacer cuidadosas explosiones en un galpón y sus obras objetuales descansan ofrecidas al público en la Fundación Proa hasta marzo. Nacido en 1957 en Quanzhou, una ciudad-puerto con forma de pez que acompaña al río en su fluir, formado como escenógrafo en el Instituto de Drama de Shanghai, Cai comenzó diseñando y pintando decorados; y cuando se aburrió, deconstruyó su formación tradicional, incorporando concepto, experimentación y espontaneidad a una obra con intriga explosiva.

PAPÁ Y LA MONTAÑA

Cuenta que su padre, cuando era chico, lo sentaba sobre sus piernas y lo hacía armar cigarrillos. “Mi recuerdo más remoto de él es verlo exhalar nubes de humo por la boca y dibujar paisajes en cajitas de fósforos con su lapicera. Recuerdo que le preguntaba qué era ese lugar que pintaba, y el siempre contestaba: ‘Mi hogar’.” El padre de Cai es un personaje extraído de otra fábula, casado de prepo por un acuerdo mandarín, que pintaba y enseñaba historia como modus vivendi. Cuando la Revolución Cultural irrumpió, virulentas contradicciones lo obligaron a quemar algunos de sus libros con desazón. Sin embargo, el comunismo de mercado, lo que nosotros reconocemos como Made in China, le procuró aun más bronca y terminó huyendo a un convento en la montaña. “Tiempo después descubrí que mi padre pasaba su tiempo haciendo un relevamiento de todas y cada una de las miles de inscripciones en piedra que había en la montaña: investigaba quién las había hecho, durante qué dinastía, y cosas así. También practicaba su caligrafía sobre los pisos de laja del templo, usando una escobilla mojada en agua: no necesitaba tinta, ni papel. De día contemplaba el ajetreo de la ciudad a la distancia, y de noche su compañía era esa ciudad iluminada bajo la luz de la luna. Los trazos de su caligrafía de agua se evaporaban con el viento.”

CHICOS, NO HAGAN ESTO EN CASA

Esa capacidad tan sorprendente como simple que anida en fósforos y trazos de agua forma parte de una genealogía con la que Cai recapitulará sobre los tiempos antiguos de su cultura. En 1984 desarrolló sus primeros experimentos, tratando directamente el lienzo con pólvora. Le gustaba pintar, pero su apetito socavaba los pomos. Realizó un rastro de pólvora sobre un lienzo y alumbró; entonces fue ni más menos que la abuela quien apareció en escena y al ver la obra encendida se alarmó ante tanto ardor, sacudiendo insistentemente un paño de arpillera para contener el imprevisto. La conclusión del joven artista fue que era tan importante saber encender el fuego como, también, apagarlo. Conseguir pólvora no sería tarea difícil: unos conocidos de la familia tenían una empresa que fabricaba petardos. Con la puerta de la creación franqueada, se zambulló en el tema sin ser químico; pero los experimentos lo instruyeron para controlar los estallidos. La posibilidad de terminar carbonizado como el Coyote no era lejana y los resultados frecuentemente eran desastrosos, pero el canal creativo gozaba de un amplio cauce. Después de todo, el invento más celebre de China, la pólvora, se corresponde con unos ideogramas que traducidos al español señalan algo llamativo: “Medicina de fuego”.

¡FUEGO!

Walter White, el ignoto profesor de Química devenido en famoso cocinero de drogas de Breaking Bad, señala en una de sus lecciones que la pólvora es 75 por ciento de nitrato de potasio, 15 por ciento de carbono y 10 por ciento de azufre. La fascinación de Cai Gou-Qiang combina al igual que el chef lo creativo con lo destructivo en una medida que a los ojos del público es siempre tan atractiva como atípica. En los primeros días de diciembre, una corte de estudiantes del IUNA, artistas, coleccionistas y curiosos se dieron encuentro en una amplia nave industrial boquense sobre la calle Pinzón, casi debajo de la autopista que va hacia La Plata. En dicho sitio fueron testigos y colaboradores de buena parte de las obras sobre papel que se exponen en la Fundación Proa. La receta sería la siguiente: primero se sitúan las enormes hojas sobre el suelo; hay un dibujo implícito que se intentará reproducir a través de plantillas de cartón que, apoyadas sobre el papel, ayudarán a crear siluetas. Luego, la pólvora se distribuye como si fuese un pigmento en cantidades intuitivas. Se cubre todo con un papel ignífugo y se suman algunos ladrillos que ayudan a que el conjunto no levante vuelo, es decir, que la explosión sea compacta. De otra manera, y tratándose de papel, el fuego podría expandirse demasiado.

Cuando se enciende la mecha, la atención se concentra y uno se siente partícipe de una deriva mefistofélica. Dice Cai: “Cuando ocurren explosiones a gran escala, el impacto en el momento de la explosión crea un sentimiento momentáneo de caos. Distorsiona el tiempo, el espacio y tu sentido de la existencia y de los que te rodean. Tiene un impacto biológico y espiritual. Crea muchas posibilidades y, de alguna manera, también detiene el tiempo. Es un instante muy breve que crea una sensación de eternidad. A veces vacía por completo el tiempo y el espacio”.

LA CITA

Buena parte del universo elegido por Cai Gou-Qiang para su exposición en Buenos Aires tiene un tinte folklórico que podría resultar en una multicultura de doble filo o, mejor dicho, en un platillo sin sabor a nada. Sin embargo, al menos en la opinión de quien firma esta nota, el artista chino después de tanto tour se las arregló para salir bien parado. En la sala que recibe al público hay una instalación de una rozagante inocencia que se desmarca de sobreactuados firuletes para sacarle viruta al piso de una manera muy sutil. En la sala 2 se pueden apreciar los trabajos sobre papel que testimonian sus primeras explosiones porteñas. Son trabajos interesantes, sobre todo el que retrata los Valles Calchaquíes, porque dan cuenta de que las cosas aun saliendo mal bajo el sesgo de una materialidad diezmada hasta sus límites, con fibras de papel que apenas se sostienen juntas, logran sintetizar una potente visión. Como si Cai hubiese sobrevivido a la orgía de petardos para encontrarse con el Don Juan de Castaneda y sus cardones. La catarsis inmanente, la transformación de elementos muy inestables y un viaje hasta La Boca... ¡para alquilar balcones! El sábado 24, la exposición estará abierta desde las 11 con el agregado de que, a las 20, Cai Gou-Qiang volverá a hacer lo que más le gusta, sincronizando estallido e imaginación. Y el cielo sobre la Vuelta de Rocha se encenderá de nuevo.

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