Pintura Hasta fin de mes se presenta Siglo XXI, la nueva muestra, a los 81 años, de Luis Felipe Noé. La selección de pinturas abarca los últimos quince años de producción del representante de la Nueva Figuración, con obras que van de 2000 a 2014. En esta producción reciente, Yuyo Noé reafirma su posición de artista y pensador nacional, usando la pintura como interrogación y medio de transmisión de ideas.
› Por Claudio Iglesias
Para la pintura vale lo que Von Clausewitz decía de la guerra: “Es el reino de la incertidumbre; tres cuartas partes de los factores en los que se basa vienen envueltos en la niebla de lo incierto”. Bien lo podría decir quien estuvo cincuenta años pintando y pensando en la pintura y su batalla con lo que no es pintura, participando de experiencias rupturistas, escribiendo libros como Antiestética (1965) y Códice rompecabezas sobre Recontrapoder en Cajón Desastre (1974). Un pintor argentino; un tal Yuyo.
Siglo XXI es el título del último parte de guerra de Luis Felipe Noé en la sala de exposiciones temporarias de la Colección Fortabat. La selección narra quince años (2000-2014) de un artista que lleva décadas con un ojo en la tela y el otro en todo lo que está afuera. Esa interrogación estrábica se ha vuelto permanente: se trata de la pintura como medio de transmisión de ideas, formador de lo que Noé llama imago mundi. Noé tuvo largos períodos como pintor en recuperación (ya en 1969 anunció su “cambio de rubro” antes de abrir el Bárbaro, aduciendo que la pintura lo había dejado a él); ahora se lo ve estable y comprometido en el ejercicio.
Sus últimas cavilaciones presentan un retorno al dibujo y dan un papel estelar a la línea de tinta negra tramitada entre franjas cromáticas, una línea que generalmente es una formación de líneas peinada o barrida sobre la tela. Es una línea espectrográfica, capaz de medir el temor o la convicción en el pulso. La batalla no se produce ya entre la figura y el plano bidimensional “informal” que la absorbe, sino entre el color y esta línea que le imprime vacío a una tela por lo demás cargada de relieves y añadidos, como un marco de espejos o una tabla de inodoro.
La muestra, curada por Rodrigo Alonso, empieza con un prólogo de cuatro obras de formato medio. Frenesí (2010), Incertidumbre resuelta (2011), ¿De qué se trata? (2006) y WWW (2007) son las obras de este esmerado primer tramo, en el que las franjas cromáticas y las líneas por un breve espacio se permiten convivir. WWW es un papel alineado en 45 grados, formando un diamante; en su interior, las franjas y las rayas de tinta se someten a curvas de un dinamismo analístico. Esta es una obra aparte, cromáticamente apocada y hasta metódica, casi sin parangón en la muestra. Frenesí e Incertidumbre resuelta, en cambio, son dos telas empapeladas (la técnica conocida como découpage) de contorno irregular, llenas de viñetas cómicas y acción minúscula. Ya en este tramo inicial, los títulos tienen cierto espesor, buscan decir algo, como si entre las imágenes se filtrara una transmisión de onda corta.
Noé siempre tuvo los atributos de un artista bifronte, y cada uno de sus hemisferios habría alcanzado para perfilar a un artista completo. El primero es el del pintor que hacía punta a comienzos de la década de 1960: el rol de la pintura en el sistema artístico que se forma en esa década es la preocupación central de esta mitad, que ha dado imágenes y textos notables.
La otra mitad es la del artista como pensador nacional: una aventura en la que Noé no encuentra comparación por lo menos hasta Lux Lindner. Unos cuantos libros y sus continuas referencias a la realidad política quedan en esta cuenta. Ambos problemas, el rol de la pintura en el sistema artístico y su inevitable correlación social, tienen muchos puentes, pero no es siempre fácil cruzarlos; en el medio de la acción, el pintor y el intelectual a menudo no se ponen de acuerdo sobre las tácticas.
El camino que llevó al pintor a la Nueva Figuración es conocido. Para fines de la década de 1950, antes aun de la muestra Otra Figuración y de la Serie Federal, era claro que el programa enaltecedor de la pintura moderna estaba llegando a su fin, y la estrella de Picasso pronto iba a caer sobre el mar para dejar que otros astros iluminen el cielo. El debate estaba entre el nuevo realismo e Yves Klein, entre Manzoni y Greco (compinche de Noé un buen rato): si la pintura podía seguir existiendo como un medio relevante debía negarse como algo específico y absorber todo cuanto estuviera a su alcance. De ahí vienen esos géneros que asedian a la pintura en la imagen de Noé, como serpientes rodeando a un hombre a caballo: la historieta (en la que Noé incursionó explícitamente), el afiche, el grafiti. La salida de la pintura para Noé fue una especie de infidelidad consentida, con las contradicciones que es posible esperar. Es como pintor que Noé avanza sobre el papel, sobre la tercera dimensión, sobre la palabra que interfiere en la imagen.
Noé el intelectual, además de su ejercicio como escritor y docente, enfrenta el problema inverso: cómo incluir la época en la imagen. Y la época en la que se formula la pregunta es la de la proscripción y el retorno al poder del peronismo, cuyo clímax es el enamoramiento de Recontrapoder (el joven genérico de la época) con la sustancia del pueblo –”un ulular de masas infinito y pletórico (...) ese gigante descomunal de millones, hermosamente loco”– en 1974.
Alcanza con esta digresión para dejar al espectador advertido de los riesgos de presentar a Noé como comentarista político, que la muestra de algún modo vuelve explícitos. El segundo segmento incluye una imagen de proporciones murales y, enfrentadas, cuatro pinturas alineadas por sus títulos y fechas de acuerdo con la crisis política y económica de 2001: son Argentina 2001, Hasta cuándo, CAOS S. A. y El tejido social, todas realizadas entre 2001 y 2004. Exceptuando a esta última, son imágenes ilustrativas en sentido estricto: remiten a la ilustración gráfica, aunque no las acompañe un texto periodístico. Es como si la pintura, en su afán absorbente, se despertara antes que el artista para leer el diario y aspirar un título que queda dando vueltas al margen de la imagen. La cuestión del medio de transmisión de ideas queda entonces abierta, y el contrapunto de títulos que gritan, preguntan, afirman o chicanean se mantiene a lo largo de toda la muestra.
El fondo de lo social, sin embargo, adquiere otra complejidad cuando se presenta como una forma que va haciéndose y deshaciéndose, un orden precario, un terreno incierto. El pensador nacional es redundante como comentarista político, pero sale ganando cuando logra mostrar que las cosas son complicadas tanto en la sociedad como en el arte. Y nadie niega que la generación de Noé vivió turbulencias políticas; la pregunta es por el punto de vista que permiten esas turbulencias. Las dos palabras que Noé extrae del proceso social, y que ya participaban de su libro liminal, la Antiestética, son caos e incertidumbre. “La sociedad es un organismo carente de orden”, dice con términos en los que resuenan Martínez Estrada y Manuel De Landa. Dice también que “el caos es un orden haciéndose”. El caos así entendido no permite un punto de vista ilustrativo, y en rigor no permite punto de vista alguno, sino esa permanente miríada de actores que boicotea la imagen, esa confusión de puntos de vista torcidos sometidos a velocidades extrañas con los que la pintura desagrega su capacidad de dar una imagen del mundo. Ese es el proceso en el que Noé está inmerso.
Así es que la exposición, que en su capítulo social es bastante explícita, luego adquiere momentos de dislate. Muchas de las obras recientes de Noé dejan curso a una gestualidad adolescente y se internan en el reino de la impunidad y la boutade. Hasta la literalidad queda, a veces, colgando del estupor: una pintura circular se llama Las vueltas de la vida y gira sobre su eje, movida por un rotor. En otra gran tela Noé discute con Winckelmann, con los elementos del grafiti de pupitre de colegio. La pelea entre franjas de color y líneas de tinta sigue en la tercera dimensión, en la serie de los Oxymora, criaturas antiescultóricas que surgen naturalmente del découpage y también niegan todo punto de vista: cada escorzo de estos bichos polimorfos parece programado para ocultar más de lo que muestra, dejando al espectador en una insatisfactoria orbitación. En el capítulo final, dedicado a las obras en colaboración, la tinta se hace ver nuevamente, esta vez como excusa para la zapada. Dos dibujos hechos con Stupía llevan títulos de tango: Mano alzada y Mano a mano (las dos de 2011) son los lados A y B de este disco debut.
A la pintura la acosan complicaciones de todo tipo: su repliegue en el gesto, su covalencia con el dibujo, su empleo como mesa para charlar con amigos y su heliotropismo con la cuestión social nos dicen que debe valerse de alianzas con agentes que no controla para prevalecer en un paisaje artístico incierto. Dicho de forma más franca, es la idea de que la pintura puede tener un límite para formar la imago mundi, tras el cual sólo hay lugar para la negociación con lo que no es pintura. Noé no da por perdida la batalla, pero admite que la cosa está discutida. Jeopardy, que en inglés quiere decir peligro, etimológicamente significa juego dividido, situación incierta. Es un estado primigenio del temperamento artístico, parecido a lo que decía Von Clausewitz: en el fragor de la batalla, nunca se sabe cómo viene la mano.
Noé. Siglo XXI
Luis Felipe Noé
Exposición temporaria, primer piso,
Colección Fortabat, Olga Cossettini 141,
Puerto Madero
Hasta febrero
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