TENDENCIAS. LA FIESTA DE LAS MUJERES EN LOS GLOBOS DE ORO Y EL PREMIO A PATRICIA ARQUETTE
› Por Mariana Enriquez
En Boyhood, la película de Richard Linklater que es casi apuesta segura para el Oscar mayor el próximo 22 de febrero, desde el título mismo se marca el paso del tiempo en el cuerpo de Mason, el joven protagonista, que empieza como niño y termina como adulto joven en ese rodaje que duró doce años. Pero quizás el efecto especial real más fuerte, el transcurrir vital más poderoso de la película esté marcado por Patricia Arquette, que interpreta a Liv, la madre del chico. Patricia, la chica tan hermosa y un poco extraña de True Romance y Carretera perdida, excéntrica como todos sus hermanos –un clan único que incluye a la bella y casi desaparecida de la pantalla Rosanna, la transexual y comiquísima Alexis y el impredecible David–, cambia de una manera que casi no está permitida para una mujer en el cine: se arruga, los brazos se ensanchan, cambia su ropa por prendas más anchas y menos favorecedoras, se vuelve hermosa, expresiva y valiente, pero se vuelve una mujer adulta. Cuando, al final, llega la famosa escena en la que dice llorando “creía que iba a haber algo más” y se refiere a su vida, a que la siente terminada después de hijos y divorcios y cuentas que pagar y mudanzas y trabajos, consigue que su decepción resulte tan verdadera porque ella se ve real, con la remera demasiado ajustada, los anteojos, el pelo corto, incluso los dientes torcidos que siempre se negó a corregir. Patricia Arquette tiene solamente 46 años, pero ésa es una edad complicada para las actrices que llevó a muchas mujeres a intentar conservar la frescura joven con procedimientos quirúrgicos que, en algunos casos, las dejaron irreconocibles (y no les aseguraron continuidad en sus carreras).
Patricia Arquette ganó el Globo de Oro la semana pasada (y quizá lo hizo por hacer de persona normal). Mientras los varones ganan por deformar sus cuerpos (desde Robert De Niro y Daniel Day-Lewis hasta Matthew McConaughey, Jared Leto y Eddie Redmayne, uno de los candidatos este año por su interpretación de Stephen Hawking), las mujeres, salvo excepciones, son aplaudidas por dejarse ver tal como son. Y las actrices se dan cuenta de la doble vara. La entrega de los Globos de Oro resultó una fiesta femenina: las presentadoras Amy Poehler y Tina Fey estuvieron especialmente afiladas. Fey, por ejemplo, empezó haciendo un chiste sobre las celebradas transformaciones físicas de los varones y el doble standard respecto de las mujeres, y dijo: “A mí me tomó tres horas hoy preparar mi rol de mujer humana”. Más tarde, cuando se anunció el premio a la trayectoria para George Clooney, lo presentaron así: “Amal Clooney es una abogada de derechos humanos que trabajó en el caso Enron, fue consejera de Kofi Annan acerca de Siria y participó de un comité de investigación sobre violaciones de derechos humanos en la Franja de Gaza. Hoy, su esposo recibe un premio”. Y finalmente, cuando hicieron chistes sobre Bill Cosby, recientemente acusado de violar a muchísimas mujeres durante sus cuarenta años de carrera –el método era dormirlas con pastillas–, se abrió el dique, se rompió el hielo, hubo permiso y después cada una de las nominadas tuvo algo que decir. Patricia Arquette habló de las madres solteras; Joanne Froggat de la serie inglesa Downton Abbey, habló de las mujeres víctimas de ataques sexuales, como su personaje; Jill Solloway, que escribe y dirige la serie Transparent –sobre una mujer transexual–, les dedicó su premio a todos los miembros de la comunidad, especialmente a los que “mueren demasiado jóvenes”. La extraordinaria Julianne Moore ganó por Still Alice, la historia de una mujer con Alzheimer prematuro. Amy Adams, que ganó por su interpretación de la artista Margaret Keane en Big Eyes, la nueva película de Tim Burton, agradeció a las mujeres presentes por todo lo que le estaban enseñando a su hija de cuatro años. Fue un momento algo afectado, pero enseguida estuvo la brillante y hermosa Maggie Gyllenhaal, que ganó por la miniserie política The Honourable Woman y dijo: “Noto que hay mucha gente hablando sobre la riqueza de roles para mujeres poderosas en la televisión últimamente. Pero cuando miro esta sala y a las mujeres que están aquí y pienso en sus actuaciones, veo mujeres que a veces son poderosas y a veces no, que a veces son sensuales y a veces no, que a veces son honorables y a veces no, y creo que éste es el verdadero valor de los nuevos papeles para mujeres en cine y televisión. Esto es evolución, esto es revolucionario”.
Y tiene razón: en esa sala estaba Kathy Bates, que hace de mujer barbuda en American Horror Story y también Jessica Lange, que es modelo de Marc Jacobs a los 65 años; estaba Frances McDormand, que la descosió con su personaje en la serie Olive Kitteridge y que ni se molesta en sonreír para las cámaras; estaba la joven y bella Emma Stone y también Quvenzhané Wallis, nominada por Annie (la primera Annie interpretada por una niña negra). Había guionistas mujeres como Gyllian Flynn (Gone Girl) y directoras mujeres como Ava DuVarney (Selma, que fue ignorada como realizadora para los premios Oscar). Ganó una comediante latina: Gina Rodríguez. Los discursos tuvieron un aura de barricada glamorosa. Y dos días después quedó claro por qué.
El jueves pasado se dieron a conocer las nominaciones al Oscar, y esta vez la habitual ausencia de diversidad fue aun más abrumadora: en la lista ni siquiera existen las bien pensantes excepciones de otros años. Todos los directores nominados son hombres blancos; todas las historias de las películas –salvo una, Selma– son sobre hombres blancos; todos los guionistas son hombres blancos. Todos los actores son hombres blancos y, sí, no hay ninguna actriz que no sea caucásica. Desestimar estos premios, decir que no importan nada, es un camino fácil y elitista: la verdad es que las películas masivas son nuestras representaciones, y cuando sólo se ve un solo tipo de historia y un solo tipo físico, el ambiente apesta a supremacía y discurso único. La verdad es que hay otra realidad en la industria del entretenimiento y está sucediendo ahora, especialmente en la televisión. Y no hay por qué dejar ningún espacio por perdido.
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