PERSONAJES II En los ’90 creó la inimitable e influyente imagen de Los Brujos, que ahora están de vuelta y otra vez llevan la marca estética de la diseñadora de indumentaria Vero Ivaldi. Preocupada por la arquitectura del cuerpo, piensa los desfiles como obras de teatro, hace vestidos de chocolate y está tan influida por Balenciaga como por Talking Heads. Y, también, cuando se lo piden y tiene ganas, hace trajes de novia.
› Por Santiago Rial Ungaro
Ella es la bruja: su imaginación y su imaginario fueron los que hicieron que Los Brujos sean aún hoy un grupo influyente, único y esencial. Pero Vero Ivaldi es mucho más que eso: sus diseños, con los que ya ha recorrido el mundo, la han convertido en una de las pocas diseñadoras de indumentaria capaces de crear un estilo propio, reconocible por una belleza a la vez fractal y funcional. “Yo soy diseñadora de indumentaria porque ése el objeto que elegí para aportar lo mío. Para mí son piezas, como un artista que hace cuadros. La diferencia es que tienen que ser funcionales y terminan vistiendo un cuerpo humano. Los desfiles los pienso como un cuento o como una obra de teatro.”
Vero se remonta a la creación de la galería de Diseñadoras del Bajo en el 2000, en el momento que arrancó con un proyecto con su nombre: “Antes estaba en la Bond Street con Endiablada, mi primera marca. Ahí hice mi primer desfile y mis compañeros me propusieron armar un espacio en las galerías del Bajo”. Vero cuenta que cuando entró a la galería vacía al instante supo cuál era su local: “Vi que tenía madera arriba, madera abajo, doble puerta con manijas doradas y el espacio era como un trapecio totalmente asimétrico, que era una figura que ya usaba en mis diseños. Pero nunca me interesó el espacio igual: en cualquier lugar donde estuviera mi isla era lo que importaba. Mi espacio iba a ser únicamente mío, no me iba a dejar influir. Lo de los Diseñadores del Bajo estuvo buenísimo porque ahí mismo, en el 2001 me enteré de que arrancaba el primer BAF Week. Me costó, pero me animé y les mostré mi colección y me invitaron a hacer un desfile”. Esa primera colección es un ejemplo de su estrategia creativa: “Cuando estaba haciendo Cinética quería usar prendas que por protocolo simbolizaran cierta rigidez, pero que también dieran una sensación de movimiento. Me imaginaba a un señor con su sobretodo camel, con los hombros híper pronunciados y con una tela que cae totalmente dura. Y para lograr el movimiento empecé a trabajar sobre el papel desde moldes de sastrería con líneas curvas en las prendas, que era algo que acá nunca se había visto. En todas las colecciones parto de una premisa, una tesis o de una fórmula. Tengo que teorizar, investigar y llevar al papel”. En su último desfile, La celebración, esta devota de las matemáticas se animó a intentar un híbrido entre la moldería oriental y la occidental: “Toda la moldería occidental siempre sigue los lineamientos de cuerpo y todos los ejes corporales, y dependiendo de las distintas culturas se ciñen o se esconden distintas partes del cuerpo. En cambio la moldería oriental siempre parte de un rectángulo. Y buscando una simbiosis entre ambas logré cruzar esos rectángulos gigantes de los kimonos con los moldes bases y transformé esos moldes bases buscando la manera de plegarlo todo internamente sin usar ninguna pinza ni ningún artilugio de recorte. Todos son plegados, que tiene que ver con lo oriental”. Mientras pasan las hojas de la enorme edición del Atlas of Fashion Designers del 2009 editado por la editorial Maomao en donde una fotografía de sus diseños fue elegida como tapa, Ivaldi cuenta que trabajó mucho, muchísimo tiempo en la muestra: “Siempre quise tener mi ‘método Ivaldi de moldería’; estoy todo el tiempo teorizando e investigando la arquitectura del cuerpo. Estudié tres años de ingeniería química, y tengo esa visión de que si mezclás varios ingredientes distintos sale algo interesante”.
Quizá por ese viaje interno que genera sus colecciones es que Vero Ivaldi (que cita como influencias-ingredientes a Dior, Balenciaga y Comes des Garçons pero también a Stop making sense, la película de Talking Heads con Jonathan Demme, Tim Burton, El Gabinete del Doctor Caligari o Eadweard Muybrige) complementa sus colecciones con otra faceta: hacer vestidos de novia. “Me encanta hacer novias: cuando hago una colección todo es muy impersonal: no le doy explicaciones a nadie, salvo a último momento cuando hacés la previa del desfile, que es espantoso porque todos ven las prendas y opinan. Con una novia estás interactuando a full desde el primer día: detrás de ese vestido hay una historia, padres y madres y hay mucha expectativa. Igual, si una novia quiere hacerse el vestido con Vero Ivaldi es porque es muy especial”. Vero Ivaldi es una diseñadora especial, ideal para proyectos especiales: “Si vos llamás a Vero Ivaldi como me pasó con el Hotel Sofitel –para ellos hizo un vestido de chocolate para la Haute Couture du Chocolat en el 2006–, que ya sabían bien quién soy, entonces va a funcionar. Pero si me llamás para que haga algo que hace la media no va a funcionar. Yo las cosas las hago porque me gustan, si no ni las hago”.
De esas ganas de materializar sus fantasías surgió la imagen de Los Brujos: con sus peinados en punta virados a un costado (que retoma periódicamente en sus desfiles), sus trajes de esqueleto, sus experimentos con lana y caños de PVC, sus trajes y faldas de arpillera y aluminio y su apropiación del imaginario del cine clase B, Los Brujos lograron en los ’90 marcar un antes y un después en el rock nacional: “Ellos tienen un espacio en la escena que no tiene nadie, pero ese espacio no está dado por un cliché de moda. Ellos crearon un cuento. Los Brujos son la musicalización de ese espacio que ellos crearon. Siempre que viajo a hacer desfiles afuera me queman la cabeza con que si hubiera nacido en otro país con más oportunidades con respecto al arte se me hubiese allanado mucho el camino (actualmente comercializa sus productos en EE.UU., Chile, España y Gran Bretaña). Pero siendo argentina desarrollás una manera de producir más allá de las condiciones técnicas. Con la banda aprendí esa cosa de que hay que hacerlo, como sea. Si no había presupuesto para hacer algo, lo hacía yo y listo. Como me pasó con Sofitel: me encantó porque tuve un montón de reuniones con Diego Iriato, el chef pâtisier oficial de Sofitel. Me encantan las situaciones que implican un desafío y que quizás otro diseñador piensa que no vale la pena porque es mucho trabajo y capaz que no te da ningún rédito. Todo lo que me propongan y no sepa hacer me parece maravilloso”.
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