MUSICA A la antigua locomotora de la línea sur del conurbano, los pasajeros le decían Chancha Vía Circuito, apodo algo misterioso. Así decidió llamar a su proyecto musical Pedro Canale, que para ir a la facultad hacía ese trayecto y sentía algo inspirador en el viaje en tren. Después de un breve paso por el trip-hop, Canale descubrió América latina (literalmente, de mochilero) y sus músicas: desde la cumbia electrónica de sus inicios al folklore latinoamericano actual, que incluye aires de todo el continente, la propuesta de Chancha Vía Circuito levantó vuelo y alcanzó una notable popularidad cuando su versión de “Quimey Neuquén” de José Larralde fue parte de la banda de sonido de la serie Breaking Bad.
› Por Juan Andrade
Durante años, Pedro Canale viajó en tren con la cabeza pegada a la ventanilla. Sacaba boleto de ida y vuelta, entre las estaciones de José Mármol y Bernal. Estudiaba Música Electroacústica en la Universidad de Quilmes, carrera que nunca terminó. Y disfrutaba de ese trayecto cotidiano hacia el conurbano profundo casi tanto o más que las clases de la facultad. “Entrar en esa zona es encontrarte con la realidad, con toda la miseria y la pobreza que están desterradas de los grandes centros urbanos. Y a mí me flasheaba eso”, recuerda. “En esa hora me pegaba al vidrio y, para mí, era como abrir los ojos a situaciones y gente muy border. El viaje me inspiraba tanto, que pensaba: ‘Este tren tiene algo especial’. Chancha Vía Circuito era la antigua locomotora, ya no existe más, pero la gente del sur le sigue diciendo igual. El frente tenía una cara medio de Darth Vader, con esos paragolpes a los costados: me encantaba.”
Cuando llegó la hora de bautizar su proyecto artístico, le vino a la mente la fascinación ejercida por aquellas excursiones sobre rieles hacia los márgenes. “Yo sabía que la mayoría de la gente no iba a entender el nombre, que hasta podía resultarles poco agradable, porque no es pegadizo. Pero tenía que ver con algo íntimo de mi vida”, explica. La cumbia electrónica que Chancha Vía Circuito abrazó con ganas a mediados de la década pasada también ocupaba un lugar periférico en el mapa sonoro argento. Con otros exponentes del género como aliados, supo empujar su carrocería musical sobre vías que aún estaban por inventarse. Disco a disco, su propuesta estética levantó vuelo y se internó en nuevos paisajes, incorporando al folklore latinoamericano en su hoja de ruta. Tan alto y tan lejos llegó su obra que un tema salido de su laboratorio digital le puso el broche a una de las escenas culminantes de Breaking Bad.
En la voz de José Larralde, “Quimey Neuquén” lo había maravillado casi por accidente. “Uno de mis hermanos había bajado un disco de Larralde y, como soy un enfermo de la música, lo puse para ver qué era. Empezaba con ese tema, fue amor a primera escucha: me fue imposible no ponerme a jugar encima y tratar de orquestar esa voz”, cuenta. A los productores de la serie les pasó algo parecido con su versión, que acompaña a Walter White (Bryan Cranston) mientras entierra su tesoro químico en el desierto de Albuquerque. “Después hubo un problema legal, porque yo no había conseguido los derechos del tema, que los tenía Sony. También hubo una sorpresa linda, porque la familia del poeta neuquino que escribió la letra, Milton Aguilar, estaba re feliz”, dice. La canción suma más de un millón de reproducciones en YouTube. “A mí me dio una visibilidad que antes no tenía, fue importantísimo: gracias a eso mucha gente se acercó a mi música”, cierra.
El kilómetro 0 de su recorrido en el mundo de la música se podría ubicar en el aula de la Escuela N° 1 de Adrogué, en la que su profesor de danza y folklore lo alentó, junto a algunos compañeros, a formar un grupo. “Nunca imaginó que íbamos a salir con una banda de rock, él pensaba que íbamos a caer con el bombo legüero y la guitarra”, dice, sonriendo. Tenía 12 años y, con un bajo eléctrico prestado, se mandó a tocar covers de Attaque 77 y Los Auténticos Decadentes. “Ya venía re flasheado con la percusión, había tratado de convencer a mi vieja para que me comprara una batería, pero no resultó. Cuando vieron que lo del bajo iba en serio, me compraron uno muy barato y me pagaron las clases”, sigue. “Y así terminé tocando en seis bandas al mismo tiempo, porque no había tantos bajistas por la zona: hard rock, metal, punk, rock stone, me gustaba tocar cualquier cosa.”
Sin embargo, dice, su instrumento es la guitarra: lo descubrió a los 17. “Me re copé con la viola, es el día de hoy que la sigo tocando”, ilustra. “Lo que pasa es que tuve un enamoramiento muy fuerte con los programas para producir música, sobre todo con el Fruity Loops: es un secuenciador muy básico, con el que podés hacer música profesional en la compu. Y eso me voló la cabeza”, describe. Bajo el influjo de la nueva avanzada electrónica encabezada por Björk, Massive Attack, Portishead y Tricky, grabó un EP con el alias de Universildo. Fue un breve capítulo triphopero. Clave como su encuentro con el software y la tecnología digital, fue en ese punto una travesía que emprendió hacia el norte. “Agarré la mochila y encaré para Jujuy, Salta y Bolivia. Y, de repente, redescubrí el folklore y la cumbia. Cuando viajás solo, pasa algo mágico: la zona te sensibiliza mucho. Y yo estaba tan poroso que eso entró hasta el hueso: ahí empezó mi romance con la cumbia”, describe.
Hasta ese momento, parafraseando a Cristian Aldana de El Otro Yo, la cumbia le parecía “una mierda”. “En la adolescencia escuchaba a Pink Floyd, a Nirvana. Y en las fiestas y en los clubes de barrio a los que iba, pasaban el Grupo Sombras y Tambó Tambó. ¡Me quería pegar un tiro! Cuando salió la cumbia villera fue peor. ¡Esto va cada vez más en decadencia!”, se burla de sí mismo. “Después la tortilla se dio vuelta, fue algo inesperado, porque volví a escuchar a Damas Gratis y Pibes Chorros y encontré algo muy original en su sonido”, completa. “La historia termina en que, a la vuelta de ese viaje, mi cabeza había cambiado. Ya no estaba pendiente de lo que se hacía en Europa o Estados Unidos. Había descubierto algo que realmente me había traspasado. Entonces empecé a tratar de hacer esa música en el Fruity Loops, sampleando cumbia y también folklore: así nace Chancha Vía Circuito.”
Su hermano mayor, Guillermo, también conocido como DJ Nim, estaba involucrado en la organización de las primeras Fiestas Zizek, junto a Villa Diamante y Grant C. Dull. Y lo invitó a testear en la pista de baile “las primeras freakeadas que había hecho con la compu. Zizek fue trascendental, no sólo en mi caso, sino en el de todos los chicos que estábamos haciendo esas nuevas mezclas: con El Remolón, Fauna, Frikstailers y Tremor tuvimos la posibilidad de probar con la gente que iba a las fiestas qué pasaba con nuestra música. Fue un aprendizaje interesantísimo”, define. También menciona a los Festicumex de Dick El Demasiado y a Marcelo Fabián como precursores de una movida que no para de crecer. “Gracias a eso se empezó a perder el prejuicio de que lo tradicional es intocable, de que hay universos antagónicos que no pueden interactuar. La realidad demuestra que, en muchos casos, pueden ser un matrimonio feliz.”
Cuando Pedro regresaba a su casa de José Mármol después de presentarse en una fecha de Zizek, lo hacía con ganas de producir más material y, también, de mejorar la calidad del audio. “Yo venía componiendo canciones, siempre pensando en tener música nueva para los shows. Y un día Villa Diamante me dijo: ‘Che, ya tenés como doce temas: es un disco’. La idea me encantó. Y así salió Rodante, mi primer disco, en 2008. Es el más cumbiero de todos: refleja el clímax de esa relación. El romance sigue en pie, pero han venido influencias de tantos frentes distintos, que ahora ya es un ingrediente más dentro de lo que hago”, analiza. Vía Soulseek se alimentó de las vertientes del género provenientes de Colombia (Los Gaiteros de San Jacinto), México (Celso Piña, Grupo Kual) o Perú (Los Destellos, Los Mirlos). Entre el sonidero mexicano y la cumbia chicha o amazónica, Chancha Vía Circuito encontró suficiente combustible para largarse a la aventura.
“Estoy recontraenamorado de Latinoamérica: siento algo muy visceral por el continente. Estuve en Bolivia, Perú, Brasil, México”, enumera. Los paisajes americanos parecen dejarle tatuajes sobre la piel, en una épica romántica que luego se traduce en canciones: a su inspirador paso por la geografía andina luego se sumarían otros. “A mí me pasó algo muy fuerte con la selva, también. Cuando fui a Perú, estuve con las comunidades aborígenes de la Selva baja. Y ahí entré en contacto con la música más chamánica, el canto indígena crudísimo. Fue hace seis años”, calcula. “En esa etapa estaba investigando sobre las plantas maestras, de poder. Ya había hecho viajes a Catamarca para probar el San Pedro. Y en la selva amazónica está la ayahuasca: esas cosas te cambian la vida”, tira. ¿Iba con Las enseñanzas de don Juan de Castaneda en la mochila? “No, nunca lo leí. En mi caso, vino de una necesidad de iniciación espiritual.”
El resultado de esas experiencias se puede escuchar en Amansará. “Hay un tema, ‘Coroico’, que tiene sonidos que grabé en la selva de Bolivia y unas ranas de Perú. La selva está muy presente en el disco. Hay muchos pájaros e insectos que grabé en distintos viajes”, enumera. “También hay una cosa más ritualesca. Hay un tema que tiene mucha influencia del arpa paraguaya, ‘Sueño en Paraguay’. En el camino uno empieza a descubrir cada vez más cosas, que se terminan colando: es inevitable que sea ecléctico”, dice. El reverso del naturalismo musical fueron los contratiempos legales mencionados más arriba, que lo llevaron a regalar su trabajo anterior, el EP Semillas. “Tenía fragmentos de Michael Jackson, de The Zombies. Ahora hay empresas que se dedican a rastrear samples y yo no puedo correr riesgos, entonces lo hice circular gratis. Y empecé un proceso un poco más lento, más artesanal, grabando más instrumentos o buscando sonidos en librerías legales.”
En la primera mitad del año, la gira de Amansará tiene fechas marcadas en Chile, Ecuador, Colombia, México y Estados Unidos. Además de presentarlo oficialmente en el C. C. Matienzo, a fines de 2014 también anduvo por España, Holanda, Alemania, Francia y otros países europeos. “Estoy viviendo el sueño del pibe, lo que deseé durante muchísimos años, a lo cual le dediqué la sangre. Pero no tenía idea de que el precio que se paga es tan caro: no es fácil sostener una relación afectiva cuando tenés que pasar mucho tiempo fuera de casa. Igual lo sigo eligiendo, porque la balanza tiene mucho más de disfrute que de sufrimiento”, dice. En definitiva, música y viaje se erigen como piezas fundamentales en el universo de Chancha Vía Circuito. “Sí, es inseparable una cosa de la otra. Además, me encanta traer sonidos de la naturaleza a la música urbana. Me hace sentir que sigo en contacto con eso. Y, de repente, metés un sonido de la selva en el Ipod de alguien que viaja en bondi a Villa Crespo.”
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