DESPEDIDAS MURIó LEONARD NIMOY, EL ACTOR QUE SE METIó EN LA CULTURA POPULAR COMO EL SR. SPOCK
› Por Mariano Kairuz
Ser o no ser, ésa fue la cuestión fundamental a lo largo de al menos treinta años en la carrera de Leonard Nimoy, veinte de los cuales separaron sus dos autobiografías: I Am Not Spock (Yo no soy Spock, 1975) y I Am Spock (Yo soy Spock, 1995). Durante largo tiempo, Nimoy lamentó haberle puesto ese título al primero de sus libros, porque si bien su intención había sido la de asumir su identificación con el oficial intergaláctico mitad humano-mitad vulcano con el que ingresó de cabeza y para siempre en la cultura popular entre los ’60 y los ’70, a la vez que dar cuenta de cómo esa misma popularidad puede convertirse en una trampa para un actor, fue muy resistido por los fans de Viaje a las estrellas, que interpretaron que estaba renegando del extraterrestre de orejas puntiagudas.
Lo que quería decir Nimoy, en todo caso, como cualquier actor-estrella que se ha sentido atrapado en su personaje más famoso, es que él no fue nunca únicamente Spock, y se propuso demostrarlo con perseverancia y por infinidad de medios: escribió y publicó libros de poesía, editó cinco discos en los que cantó y hasta compuso, hizo muchas obras teatrales –como actor y como director– y también fue un no exactamente consumado, pero sí taquillero director de cine, asumiendo las riendas de la tercera y cuarta películas de Star Trek en los ’80, y consiguiendo un hito hoy no del todo recordado, cuando su comedia Tres hombres y un bebé se convirtió en la película que más recaudó en Estados Unidos en 1987. Antes y después de Spock, Nimoy tuvo infinidad de participaciones en series, films y telefilms; en sus inicios componiendo personajes definidos por su fuerte etnicidad –cherokees, mexicanos, italianos– y en general bastante cretinos, una recurrencia de sus experiencias de casting que se debía a su larga, desgarbada y algo ominosa presencia, y que pronto le dio la pauta de que jamás sería un leading man hollywoodense. Después de Spock se internó dos temporadas en la serie Misión: Imposible, y fue nominado por cuarta vez al Emmy (las tres primeras habían sido por el vulcano) por su interpretación de Morris Meyerson, el marido de la primera ministra Golda Meir en el tele-biopic A Woman Called Golda, con Ingrid Bergman. Aunque incluso ese papel estuvo ligado a Spock, ya que habría sido un ofrecimiento que le hizo la Paramount como incentivo para que regresara a Star Trek para una segunda película. A lo largo de una carrera que se extendió por seis décadas, Nimoy trabajó mucho gracias a Spock, y trabajó mucho para salirse un poco de Spock, pero cuando, en plena campaña demócrata, hace ocho años, se encontró por primera vez con Barack Obama, el por entonces próximo presidente, éste lo recibió con la mano en alto y los dedos separados al medio: el saludo vulcano. En las vísperas de su viaje final a las estrellas –Nimoy murió hace nueve días, a los ochenta y tres años, a causa de una obstrucción pulmonar–, el propio actor-director-poeta-músico y más, volvió a referenciar su ADN alienígena ante el universo cerrando su último tuit con la frase, reconocida por los fans del orejudo en todo el globo, “larga vida y prosperidad”.
Acaso el trabajo que más satisfacciones y elogios le prodigó por fuera de su alienígena fue su obra fotográfica –un arte con el cual forjó relación desde muy chico–, especialmente las muestras que montó en la última década y pico de su vida. Dos de ellas obtuvieron mucha atención; en particular la polémica The Shekhina Project, publicada como libro en 2002, y en la que exploró “el aspecto femenino de Dios” a través del judaísmo, una serie de imágenes suavemente eróticas de mujeres semidesnudas, incluyendo algunas que utilizan accesorios rituales propios de los varones de esa fe. Este trabajo le valió respuestas encendidas de varios personajes importantes de la comunidad judía norteamericana, de la que el propio Nimoy –descendiente de ucranianos exiliados– siempre se sintió parte, aunque, decía, en un sentido más “espiritual que institucional”; el saludo vulcano no es de hecho sino la imitación de un gesto de bendición ritual que él mismo observó de chico en el templo.
En 2005, Nimoy publicó The Full Body Project, que se compone de una contundente saga de fotos en blanco y negro de mujeres obesas, completamente desnudas. Su propósito original, explicó el autor, fue hacer una réplica varios talles más grande de algunos trabajos que el célebre Herb Ritts realizó con sus supermodelos; buscan esencialmente la sensualidad de sus modelos no convencionales. “La mujer americana promedio pesa un veinticinco por ciento más que las que exhiben la ropa que les pretenden vender”, explicó Nimoy dándole una suerte de corte militante a una obra que le había sido sugerida por una mujer de 130 kilos que se acercó a una exposición de su muestra de Shekhina en Nevada y se ofreció a ser fotografiada, pero que, por su innegable atractivo y sugestión, se convirtió para el fotógrafo en un proyecto profundamente personal. Cuatro años después inauguró otra muestra, titulada Who Do You Think You Are? (¿Quién te creés que sos?), cuya imagen más comentada fue la de rabino gay que aparece retratado con una campera de cuero sobre el torso desnudo.
Toda la obra de Nimoy parece, en última instancia, provenir de la misma fuente que hizo de Spock un personaje tan conflictivo y por lo tanto creíble e irresistible, de la compleja autenticidad que lo convirtió en el inesperado legado y contraseña nerd de la serie creada por Gene Roddenberry. Del hecho de que, por sus raíces, por su educación, por su fisonomía, Nimoy siempre se sintió un poco marciano en este mundo. “La interpretación que Nimoy hizo de Spock sirvió como un sutil puente entre épocas de invisibilidad y asimilación, y transparencia y orgullo, y ésta es en buena parte la razón por la que el mestizo Spock dejó una impresión tan fuerte en los espectadores que se sentían, de un modo u otro, marginales”, escribió Matt Zoller Seitz en su obituario para el sitio Vulture. “Los destellos shakespeareanos de la serie están muy documentados, y Spock fue el personaje más cercano al Bardo: un Otelo de sangre verde que debe ser el doble de bueno que los oficiales de pura sangre humana para ganarse su respeto, que debe reprimir sus impulsos naturales a pesar de las permanentes provocaciones racistas y las dudas sobre su lealtad. Parte de esto surgía de su apariencia incómodamente diabólica, que flirteaba con los estereotipos antisemitas así como una insinuación de un Otro de piel oscura.”
Nimoy fue consciente de esta búsqueda de la condición humana que animaba al marciano favorito de todos, y supo expresarlo en términos sencillos y personales. “Al venir de una familia judía de Boston, una ciudad muy católica, siempre estuve en la minoría. Así que cuando me convertí en Spock, supe perfectamente de qué se trataba.”
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