Dom 15.03.2015
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PAIS JARDIN DE INFANTES

› Por Marcelo Figueras

Cuando una mamá subió la nota a Twitter, mi primera reacción fue reír. El texto pegado en el cuadernito le hablaba “a la comunidad educativa del DE (Distrito Escolar) 9º” y arrancaba así: “Nos re-encontramos (verbo hendido por guión, sic) después de cincuenta días. Un verano que marcó tiempos turbulentos, dolorosos. La sorpresiva muerte de un fiscal, su impacto en el País (con mayúsculas, nuevamente sic) y en el mundo”. Continuaba con un llamado a “no sufrir la realidad pasivamente” y “parir cosas nuevas”. Después saltaba a un poema con sol, cielo, ríos y árboles. Y cerraba: “Bienvenidos a la escuela pública”. Más allá de las peculiaridades del estilo, el contraste entre el arranque apocalíptico, el llamado a la acción y la seca bienvenida sonaba digno de un maestro de la ironía. Y si se tomaba en cuenta la originalidad (¡hablamos de un texto de bienvenida al jardín de infantes!), todo cerraba: estaba en presencia de un autor de fuste.

Después vino la sorpresa. El texto había sido enviado desde el jardín del que mi hijo Bruno egresó el año pasado; y al que aspiro que entre mi hijo menor, Oliverio, cuando llegue a la edad adecuada. (Este año Oli no obtuvo vacante alguna. El mensaje tácito de Mauri es claro: Bad milk, che.) Dado que frecuenté a sus autoridades, maestras y personal durante un año, me consta que se trata de un jardín piola. (Por piola quiero decir: trabajador, afectuoso y atento a las vibraciones que recorren su comunidad, mas no a los sacudones propinados por los medios.) Y la notita no se correspondía con el jardín que yo conocía. Entonces, al arribar a las firmas al pie del texto, se hizo la luz. No estaba suscripto por las autoridades del jardín, sino por superiores jerárquicos: una supervisora escolar y una supervisora adjunta. (Me ahorro los nombres, porque no quiero que nadie se sienta escrachado. Y porque además, lo admito, temo que Bruno sufra represalias y Oliverio no consiga nunca la vacante que le corresponde.)

Algunos padres reaccionaron. Se reunieron, protestaron, intervino un gremio, la noticia se difundió. Yo no estuve en la primera línea de la indignación, porque, por opción de vida, prefiero pensar bien, al menos en el arranque: existía la posibilidad de que estas señoras hubiesen obrado de buena fe, sinceramente perturbadas por la muerte de Nisman y convencidas de que su comunidad compartía igual perturbación. El hecho de que no se registrasen protestas en otros distritos (las hubo en el sur, pero por falta de vacantes: bad milk, again) sugería que se trataba de una iniciativa aislada, y no de una directiva proveniente de Educación de la CABA. Además, el ministro Esteban Bullrich ya había dicho qué correspondía hacer. Mi amiga la de Twitter recordó que, alarmado por la energía militante de La Cámpora, Bullrich pedía denunciar intromisiones políticas en la escuela. Bienintencionado o no, éste era uno de esos casos: thanks, Steve.

El incidente es más bien otra manifestación de un fenómeno sociocultural que este tiempo exacerbó, y que protagoniza cierta clase media de la CABA. Llama la atención, en primer lugar, la ingenuidad con que parte de la gente más educada de las ciudades grandes engulle los bolazos que fabrican los medios. Que la Escuela de Periodismo Marca Noticias –título polémico y texto que carece de evidencia que lo sostenga– haya cundido, responde a una dinámica de oferta y demanda: todo lo que este sector reclama para justificar su credo no es periodismo, sino propaganda. No necesitan información porque lo que la propaganda viste y disimula tampoco es juicio fundado, sino prejuicio. Una postura visceral, primal antes que racional: el rechazo inmanejable que cierta clase media sintió siempre respecto del peronismo. Mientras disfrace a un gorila de patricio romano, ¿a quién le importa que se trate de información verdadera?

Lo que también llama la atención es el ofuscamiento que parte de ese sector –una parte particularmente ilustrada, y a menudo encumbrada en la sociedad civil– practica respecto del lenguaje y de la información. Ejemplo ad hoc: cuando la jueza Arroyo Salgado sostiene que lo de Nisman fue un magnicidio, se atiene a la letra del diccionario (muerte violenta dada a persona muy importante por su cargo o poder, según la RAE), pero no a la verdad. El cargo que Nisman ostentó hasta su muerte era importante, pero su desempeño a lo largo de diez años lo convirtió en un traje vacío; de haber asistido al Congreso a defender su denuncia, aquel lunes, la poca relevancia que conservaba se habría evaporado. Y además, si el presunto crimen de Nisman fuese un magnicidio, nos quedaríamos sin palabra que definiese asesinatos como los de Kennedy o Gandhi. Por encima de esos crímenes, sólo existen el genocidio y el deicidio. Por eso mismo, si una jueza (a quien se presume letrada en todas las acepciones del término y cuyo cargo requiere mesura) emplea una palabra de modo tan inapropiado como efectista, no cabría atribuirlo a error, sino a intencionalidad y –otra vez– prejuzgamiento.

El texto de ¿bienvenida? conecta con una característica de este sector clasemediero, que los ingleses llamarían entitlement y en español eludimos definir con una palabra sola. Me refiero a la convicción de que su posición social equivale a una suerte de título, o derecho especial, que habilita para hacer o decir cosas que los demás no tienen permitidas. Ejemplo: ellos se manifiestan por convicción, mientras que los negros corren detrás del choripán. Una maniobra indebida al volante es picardía, pero si la hace un morocho se debe a que es cabeza. Cuando engañan a la AFIP no evaden, sino que se rebelan contra un tax confiscatorio; en cambio, que una mujer humilde reciba la AUH no es justicia, sino clientelismo pagado con el dinero de “la gente”. Esa misma lectura permitiría ver lo de las supervisoras como un ejercicio de responsabilidad cívica, cuando lo de La Cámpora en las escuelas sería adoctrinamiento al estilo nazi. Pocos textos plantean más claramente esta posición que aquel del cartel que abunda en tantos taxis y volví, ¿casualmente?, a ver hoy. Hablo de ese que bardea a la gente que queda embarazada, recibe la AUH y/o está desocupada, oponiéndola a aquellos que trabajan duramente, se capacitan y se superan; como si el esfuerzo y el deseo de mejorar fuese patrimonio exclusivo de esta clase media a la que me refiero.

Hay que asumir que cierto sector clasemediero de la CABA es antidemocrático. Que cree, en lo más hondo, que por raza, tradición, educación y mérito es más y mejor que muchos, aunque no pueda decirlo abiertamente; y que por eso deberían gozar de más y mejores derechos que la plebe. Detesta a los gobiernos “populistas”, porque se cagan en la alcurnia que están convencidos de tener y deja que los negros asomen hasta en la leche. Lo trágico es lo irreductible de esta compulsión: combatir el sentimiento aristocratizante de tanto medio pelo pinta tan difícil como combatir el racismo, el machismo y la homofobia.

Mientras exista gente para quien la democracia (hablo de la real, no de la formal) huele mal, seguirán jugando sucio, a la vez que fingen ser ofendidos en vez de ofensores. Por más que los mandemos a una escuelita de civismo y peguemos en sus cuadernos un llamado a la cordura (¡Bienvenidos a la realidad!), hay gente que no tiene ningún deseo de aprender.

Ciertas cosas nuevas que se pretende parir huelen, más bien, a la más vieja de las políticas: la del privilegio defendido con garrote.

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