ARTE Frente al espejo, vestida por Dior, llorada por millones, en su escritorio, en su habitación: la instalación de Nicola Constantino Rapsodia inconclusa –que ya mostró en la Bienal de Venecia 2013– está integrada por cuatro piezas sobre Eva Perón. Además de plantear el problema de la representación en el arte contemporáneo, Rapsodia... habla de un cuerpo, el de la mujer más potente de la historia argentina. Y también del cuerpo de la artista contemporánea que lo interpreta.
› Por Gustavo Nielsen
Nicola Costantino tituló Rapsodia inconclusa su muestra del Museo Fortabat, en Puerto Madero. Es un conjunto de dos videoinstalaciones más dos instalaciones sin video que ya había mostrado en la 55ª Bienal de Venecia del año 2013. Las cuatro piezas hablan de Eva Perón y de la propia artista, como suele ser cuando la obra está bien hecha.
Nicola nos tiene acostumbrados a ponerle el cuerpo a lo que hace. No sólo diseña y construye absolutamente todo con sus propias manos, en el encierro parco de su taller, sino que ella misma –su cuerpo– forma parte de la obra a mostrar. Lo hizo en el 2000 cuando salió a matar y carnear los animales que precisaba para sus esferas de poliéster. Lo hizo en el 2004 cuando amasó los jabones de “Savon du corps” con la grasa de su propia lipoaspiración. Lo hizo en 2008 cuando se sirvió ella misma, presuntamente cocinada, sobre papitas y legumbres, en una platina destinada al banquete de sus amigos. Lo hizo en el 2010 cuando se copió en alginato y se reprodujo como doble para la muestra Tráiler. Terminada la exhibición desechó su propio cuerpo duplicado tirándolo por una barranca en la Ciudad Universitaria. En la muestra que había tenido lugar en el edificio YPF podían verse los pedazos rotos.
Pero Nicola nunca antes había desaparecido del todo.
¿Le dará miedo desaparecer? Ahora que tiene un hijo, tal vez le dé cosita. Aunque no parece una mujer hecha para el miedo. En el documental que hizo sobre ella la directora italiana Natalie Cristiani, próximo a estrenarse en Buenos Aires, se la ve con coraje cada vez que tiene que dar un paso nuevo.
La rapsodia es una forma musical del romanticismo que está constituida por distintas unidades temáticas, ensayos o aproximaciones a un tema. El término viene del latín rhapsodia, y éste del griego rhapsoidia, sustantivo formado a partir de rhaptein (ensamble) y aidein (canción). O sea: canción ensamblada o ensamble de canciones. En este caso canta cuatro momentos de Eva; en dos está viva y en dos, muerta.
Debo corregirme: no es Eva, es una doble. Es Nicola haciendo de Eva. La Eva mujer que brilló hasta que se la llevó la enfermedad, y la Eva eterna que sigue viva en el imaginario argentino. En la marcha del 1M estaba el retrato de Eva en muchas pancartas. Hay grupos del peronismo que todavía la utilizan como imagen para sus campañas (ayer vi un afiche con su cara en blanco y negro, no sé de quién). La propia Cristina la copia. Eva es un icono que se autoconstruyó en seis años y duró más de sesenta. ¡Y lo que puede durar todavía!
Pero también el título de la muestra habla de la obra de Nicola, de su trabajo. Ella es la que se ubica en el escenario y se trastrueca en prócer. Y es también ella, convertida en Historia, la que desaparece. Pero ya no como Costantino, sino como Ella. La obra de Nicola también está inconclusa, le faltan los actos del futuro, como a Eva le faltan todavía no sabemos cuántos homenajes y citas.
“Ninguna persona es sólo una, pero acaso nadie haya sido tantas.”
En el primer episodio, “Eva, en el espejo”, Nicola nos descubre el truco, como un modo de jugar con la baraja descubierta. Nos dice la verdad: es ella frente a un espejo decidida a jugar a ser otra. Se va a peinar, se va a perfumar, se va a pintar, a probarse joyas falsas y a disfrazarse delante de un tocador. La veremos de frente y de espaldas, de perfil. Nicola se somete a un Monge en movimiento, como si fuera un objeto a estudiar. El Monge es el sistema con el que se representa la arquitectura y el diseño industrial a la hora de construir objetos: se ven las plantas, las vistas, los cortes en su verdadera magnitud.
Nicola está jugando otra vez con el tema del doble, pero ahora como clon de una mujer lejana, distante, heroica y muerta. Nicola ya no está, se rompió en Tráiler. La nueva muñeca despunta como una Eterna.
Este primer acto podría llamarse “Intimidad”. Hay dos tocadores, dos espejos enfrentados. Entre ambos hay una cama. El arreglo de toda esta primera sala evoca el cuarto donde dormía, se despertaba, se arreglaba la primera dama de aquel tiempo. Evoca el sitio donde Eva tenía sexo con Perón. La vida privada.
De ahí pasamos a una segunda sala donde vemos moverse al fake en sus sitios diurnos. Esta parte se titula “Eva, los sueños”. Acá ya hay cinco Evas, vestidas diferente, como si fuera una muñequita del Billiken que viniera con las ropas para recortar y cambiar. Está la Eva de escritorio, la del traje sastre, la de la bata, la del vestidito rojo, la engalanada por Dior para ir al Teatro Colón. Está la que lee el diario, la que toma el té, la que abre cartas, la que posa, la que descansa. Se mueven a escala humana por una escenografía despojada, consistente apenas en unos muebles. Las cinco terminan sentadas en el sillón rojo, juntas, encimadas, como si no se conocieran, ni una pudiera advertir la presencia de la otra.
El conjunto hace pensar en La invención de Morel, y mientras estoy descubriendo a la Faustine que cada tarde se aviva en el loop del holograma de la isla, Nicola se adelanta y explica que se inspiró en la célebre novela de Bioy. Faustine pervive en el proyecto, en la proyección, aunque esté muerta. Sin embargo, actúa con la impunidad de la juventud, como si su mañana de tenista se pudiera ampliar al futuro que vendrá. De eso se enamora el protagonista de la novela, y por eso decide incluirse en ese sistema de representación, aunque tenga que morir en el intento. El sabe que eso va a ocurrir, ya que el efecto de filmación de Morel, su invención, hace desaparecer los cuerpos vivos. En la incorporación al holograma de la eternidad, los mata y los borra.
Y todos esos personajes no existirán más que en el recuerdo de los que vendrán. De los que vean. De la historia.
“Una estructura de hierro para poder despedirse de su público.”
Eva ya estaba muy enferma, no se podía parar, pero quería que su pueblo la viera de pie. Por eso el General le mandó a fabricar un corset que la sostuviera verticalmente. No sé si habrá sido tal como lo vemos en la obra de Nicola. No sé si habrá tenido las ruedas, por ejemplo, ni si se ampliaba a la campana del vestido que cubrió a Eva hasta los pies.
En la representación de la Rapsodia, tercer acto, denominado “Eva, la fuerza”, el corset metálico tiene un motor que lo impulsa. Pero Eva ya no está. El motor conduce el artefacto despojado de hembra y de ropajes con velocidad, y lo hace estrellarse contra un zócalo metálico. Cada vez que choca produce un ruido fuerte. El artefacto está dolido porque su dueña lo ha abandonado para siempre.
Este capítulo es el que inaugura la muerte de Eva Perón. Es una cápsula vacía, un esqueleto de fajas de chapa y, a la vez, un elemento de tortura. Hace pensar en las jaulas de hierro florentinas de finales del siglo XVII o principios del XVIII utilizadas por los Signori della Giustizia, adonde colgaban a los reos para que sirvieran de escarnio público y picota. Los cadáveres eran rociados con resina de pino a fin de retrasar la descomposición y se los ataba con correas para impedir el desprendimiento de los miembros. Así dispuestos, se exponían durante largo tiempo para mantener a raya la moral pública.
El ruido del choque de los metales nos recuerda que el cuerpo de Eva se fue. Se lo llevó alguien para embalsamarlo, sobre una camilla quirúrgica.
“Millones de personas llorando durante catorce días de un invierno helado.”
Así se titula el último episodio de la rapsodia. Está la camilla quirúrgica, iluminada por las luces de cirugía. Y debería estar el cuerpo de Eva acostado. Pero no lo sabemos. Apenas si podemos intuirlo. Hace de sepultura una montaña de lágrimas congeladas, las que la gente lloró durante los catorce días del velorio. Era un invierno crudo, lluvioso. Millones de personas despidiéndola, descompuestas de tristeza. ¿La obra es una mesa de autopsia, una cubeta de embalsamamiento, un féretro abierto? No, es una tumba de agua dura. Por medio de esta instalación final intuimos que llegaremos a ver su cuerpo de nuevo en cuanto se derrita el hielo que la cubre.
La muestra así nos confía la desaparición de una mujer en otra mujer falsa. En este caso con el agregado de ser –el cuerpo original– uno de los más importantes de la historia política argentina. La mujer más aplaudida, la más denostada, la más llorada. Y el cuerpo falso –el otro, el de Nicola– tal vez el de la artista contemporánea más interesante de nuestro singular país.
En una operación plástica inteligente pudimos aprender cómo un cuerpo se construye, cómo actúa, cómo se muere y como se esfuma para existir como otra cosa. Continuará... (la rapsodia está inconclusa).
Nicola dice sobre lo que hizo: “El drama de la representación es que nunca puede captar la esencia de lo que intenta retratar. Y para el caso de Eva lo mismo da que se trate de las imágenes dogmáticas de sus detractores o sus partidarios, o de la imagen desleída del pop. Todas las simplificaciones fracasan. En parte, además, porque ella misma fue muchas mujeres. Fue santa y puta, hada rubia y trepadora, dadivosa y resentida, conductora y moribunda, mártir y momia. ‘Cholita’ y ‘capitana’ a la vez; ‘diva’, ‘cabecita’, ‘jefa espiritual’, ‘víctima del cáncer’ y no obstante y al mismo tiempo, ‘reina’ y ‘abanderada de los humildes’. Y como su propia iconografía lo demuestra, tuvo cuerpo para todas esas mujeres”.
La puesta en escena de estos cuatro episodios merece un elogio adicional. La sala de arriba del Museo Fortabat, obra del arquitecto Rafael Viñoly, tiene una planta rectangular muy apaisada, extendida a lo largo del Dique 4. Las proporciones no son del todo benéficas; uno de los lados debe medir unos seis o siete metros; el otro, setenta, a ojo de buen cubero. Bien difícil de armar algo ahí, si pensamos en salas mejor proporcionadas como las del MNBA o las de PROA. Además hay demasiada luz para ser un museo. Nicola y equipo les sacaron el jugo a las desventajas. Dudo de que en Venecia haya estado mejor expuesto.
La parte de la vida de Eva, pública y privada, se concentra en los primeros quince metros del lado largo del rectángulo. Los seis años de vida histórica entran ahí apretadamente. Y para el resto de la planta, bien aireada, la muerte y el recuerdo. El propio espacio de la muestra representa lo que pasó con Eva Perón. La muerte ocupa mayor sitio porque el recuerdo prevalece en el tiempo sobre la corta existencia de la mujer.
Rapsodia inconclusa puede visitarse en la
Fundación Fortabat, Olga Cosentini 141,
CABA, de martes a domingos de 12 a 20
hasta el 3 de mayo.
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