› Por Claudio Zeiger
Hace rato que, bebiendo de los beneficios y ganancias de la grieta y la confrontación que tanto dicen rechazar en pos del diálogo y el consenso, los medios televisivos están sumergidos en plena campaña electoral. Noche a noche, tarde a tarde, noticia a noticia, se exprimen los frutos de la política como espectáculo que –milagro– la televisión parece haber descubierto en lo que consideran el tramo final del ciclo kirchnerista. Ahora hay que debatirlo todo, gritar y pelear, o sea, hay que hacer lo que tanto les molestó y crispó en todos estos años: hablar de política. Ahora está bien discutir a la hora de la mesa y en la mesa.
Durante este verano que acaba de llegar a su fin –inolvidable y precoz, signado por la muerte de Nisman y el boquete comunicacional que abrió–, las cenas, almuerzos y brindis de Mirtha Legrand fueron el verdadero bunker de la oposición, que siempre privilegia las mesas a las masas. En cambio, el peronismo de izquierda, parte del peronismo a secas y sus aliados transversales con entrada libre y gratuita, demostraron en la última apertura de sesiones que más que nunca se juega por las masas en la calle. Mezclando desafío y despedida, produjo la manifestación más notable desde las de 2010, o sea, las del Bicentenario y los funerales callejeros por la muerte de Néstor. Esta vez sumó organización y espontaneidad, disciplina y fiesta. Contrastó con la marcha del silencio, muy nutrida también pero refractaria al concepto de masas y calle. Sin ahondar en la confrontación, lo cierto es que el 1º de marzo se mostró a la multitud en tanto masa & pueblo, como resultado del ciclo, como su coronación. No quedó muy claro si era además la largada de campaña. (No lo pareció.)
El año es espesamente político y si hace poco podíamos considerar que, en un viraje de época, la farandulización de la política mutaba a cierta politización de la farándula, hoy el péndulo vuelve a mostrar que vuelve a asomar la cabecita el viejo esquema de la farandulización. Por el momento, hay que decir que lo más rotundo y salvaje en materia de farandulización es Miguel Del Sel candidato a gobernador en medio de eructos y exabruptos, y el inefable Ivo “Corta la Bocha” Cutzarida que –no podía ser de otro modo– iría como candidato a jefe de la Ciudad por el Adolfo Sociedad Anónima. No tan explícito como los anteriores pero más trascendente (¿más menemista?) es el caso de Sergio Massa, que se muestra muy cómodo y distendido entre actores, vedettes y mediáticos y que trata de explotar el costalete generacional, que lo sitúa como el candidato más joven, aunque sin llegar a ser un crío de La Cámpora, que eso es ser joven pero no está bien. Su cerrazón a meterse en honduras discursivas, su tendencia a agradar en extremo está produciendo una evidente fisura mediática: cuando se ha bebido sangre, no hay sed que alcance, y su gaseosismo atrasa un poco y se va quedando atrás. A Insaurralde le pasa lo mismo, pero aún luce un poco más natural que Massa, dale que arranca en cualquier momento.
Mauricio Macri y Daniel Scioli suelen ser muy medidos en sus apariciones televisivas. Además de su corrimiento hacia la justicia social, Mauri aprendió a dejar de ser tan aparato y modula mejor, luce décontracté y de vez en cuando se le cae una idea, o algún datito, pero aún parece demasiado lejos de tomarse en serio eso de ser presidenciable. Scioli se muestra como es (o como él cree que es) y maneja muy bien la interpretación de un papel natural: al fin y al cabo encarna a aquel que, viniendo de otro palo, ahora se asume plenamente como hombre político de gestión, y no se equivoca al reconocer que la gestión ligada a los más altos puestos en la política es parte del legado kirchnerista. Por lo demás, cuenta con una compañera encantadora y de definida personalidad como Karina Rabolini, y se muestra muy presidenciable, lo que es bueno pero a veces genera alguna duda (uno lo imagina frente al espejo repitiendo veinte veces, sí, soy presidenciable). De ahí para acá, incógnitas, misterios, suspenso. Todos los restantes candidatos (los que se supone van a serlo y los tapados) han elegido el territorio, el llano, las masas y mucho menos el set y el salón mediático. Inclusive algunos, como Florencio, se quejan de que no van a los medios porque el establishment no lo invita ni lo mide en las encuestas. El que siempre brilla es Aníbal Fernández, a esta altura un verdadero animal político que ha logrado un mérito indudable: cuando pasa algo, uno quiere saber qué va a decir Aníbal. Su palabra pesa, hipnotiza. Y la contra lo escucha.
Así nos vamos internando de a poco en la partida de truco que nos espera hasta junio o julio, cuando todo va a empezar a definirse o, al menos, a decantar. A pesar del clima crispado y el odio que se dispara a veces sin control, lo bueno detrás de estas confrontaciones mediáticas es que se ha naturalizado –por necesidades, por rating, por intereses en juego– que se puede hablar de política y que no es mala palabra, puerta cerrada hasta no hace mucho salvo en los programas de los especialistas insufribles. A pesar de todo, va quedando gusto a poco. ¿Esto será todo? ¿Se apagará el fuego como se apaga la tele a la noche tarde, o la computadora o el celular? ¿O las masas interpeladas de una u otra forma, ninguna violenta por cierto, tendrán nuevas ocasiones de irrumpir y manifestar lo suyo? La mesa estará servida y la masa se está horneando.
Se terminó el verano, y la farandulización está tratando de mostrar su rostro más amable pero, como sospecharía Carrió (la agente encubierta de Dios), están tramando algo.
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