PINTURA Escenas y relatos, algunas inquietantes, otras cotidianas. Personajes que tienen algo cinematográfico y algo espectral. Las pinturas de Verónica Palmieri en su nueva muestra Convivencia son una especie de exorcismo y de espiar realidades paralelas, guiadas por textos de su abuelo poeta Arturo Marasso y por coordenadas concretas que marcan momentos del día, los momentos en que estas presencias visitan el taller de la pintora.
› Por Santiago Rial Ungaro
“Son relatos silenciosos.” Así es como define Verónica Palmieri a las pinturas de Convivencia, su nueva muestra: como un relato que siempre te deja un espacio en blanco, como un diálogo virtual entre seres de diferentes planos y diferentes épocas. Realizadas en óleo con una maestría envidiable, las pinturas de Verónica generan un espacio de intersección entre los distintos estados múltiples de los seres, pero apoyándose en el ambiguo realismo que ofrece la pintura. “Lo que hago es armar escenas, que muchas veces parten de un escenario real, aunque también van mutando mientras lo hago: son espacios muy íntimos en los que voy contando una historia. Para mí pintar es una manera de reafirmar lo que veo: aunque sean seres que pueden estar en este plano o en otro.” Y es que aunque las imágenes están sucediendo ahí en frente nuestro, siempre nos llevan a una simultaneidad en la que lo ilógico se vuelve exacto, lo improbable riguroso: unas hermanas siamesas en camisón en un patio; una sala de una reikista amiga, decorada con imágenes budistas y hasta un cuadro de Malevich; la visita no necesariamente inquietante de una aparición en uno de sus talleres de pinturas. Una mujer rubia que se asoma por una ventana. Cada obra de Palmieri plantea siempre una escena nítida, pero cada escena nos llena de interrogantes. O la suma nos transmite la misma extraña certeza de su autora: “No pinto para ‘tratar de entender’: pinto porque no entiendo. Mi pintura es el ejercicio del no entendimiento”, dice esta artista nacida en 1974 en Buenos Aires y egresada de la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón. Hace ya más de 10 años que Verónica viene indagando en su universo de obsesiones en obras paradójicas, en el que la pintura parece estar al servicio de ciertos pasadizos secretos entre el tiempo y las distintas dimensiones, tratando de traducir una experiencia íntima pero universal: “Es como traer en imágenes diálogos con gente que no está. Yo digo que son personas que están en otro plano, pero los diálogos yo los tengo igual. Cuando hablo de diferentes planos me refiero a que nosotros estamos educados para poder percibir un solo plano, pero pasan muchos planos todo el tiempo. Y en realidad el ejercicio que hago es unir eso en un escenario concreto a una hora de día”.
Sus pinturas entonces funcionan como dispositivos que generan interrogantes, preguntas que no necesariamente tienen una respuesta: “Yo veo que mis obras dan intriga. La obra requiere de un acercamiento, y las personas se acercan y me dicen que les transmite una emoción, aunque después quieran entenderla. Siempre me hacen un montón de preguntas, pero yo trato de no decir nada: de hecho no sé si ese hombre está ahogado o está nadando, o qué sucede. La gente igual en general se siente cercana a las obras, me hacen muchas preguntas, pero ninguno me dice que no entiende de qué trata. Más allá de esas preguntas, a mí me interesa transmitir esa emoción de una historia concreta con un argumento: la historia es una excusa. Creo que queda en evidencia que hay otro relato”.
Aunque Verónica no quiera dar respuestas concretas, sí se anima a transmitir algunas de sus propias experiencias: “Creo que hay una simultaneidad, y a veces uno toma conciencia de que hay antepasados que están muy presentes. De hecho, las frases de la muestra son de mi bisabuelo (el poeta y profesor Arturo Marasso, 1890-1970), con quien siento que tuvimos un tipo de diálogo desde sus libros. Pero no es que yo sienta que es ‘como si estuviese sucediendo’. Sucede realmente, y capaz que lo podés ver como tortuoso, pero vos no dejás de sentir algo por alguien porque se muera. A veces incluso llegás a percibir algo por procesos físicos, o imposibilidades muy profundas que después te das cuenta de que tienen que ver con otras cosas. La pintura es materia, entonces para mí hacer esto es como materializarlo: por eso esa obsesión por tener una pincelada muy concreta y que se vea bien; esa obsesión por contarlo bien es muy adrede. Por un lado está esa falta de confianza en uno mismo que te lleva a tener que materializarlo, pero por otro lado también tengo la infinita confianza de pasarme millones de hora haciendo esto. Es un acto de fe total”. Desarrollando entonces la “exactitud de lo improbable”, Palmieri, que descree incluso de la palabra “crear” (“Yo no creo nada: nunca uso esa palabra”) tiene de todos modos muy claro cómo lograr estas fábulas sin moralejas, al punto tal que se podría decir que sus obras son como conjuros: exorcismos internos de rara eficacia plástica. Palmieri: “Hay algo cinematográfico en las pinturas, como si necesitara elegir algunos personajes, hacerlos interactuar de alguna manera, elegir la luz y el momento del día. Ahí entro como directora, quizá pueda tener que ver con el control, con pretender tener control sobre algo sobre lo que no hay ningún control. Lo mismo con la rigurosidad de la pintura: hay una necesidad de controlar la materia y los elementos del oficio”. Consciente entonces de que en sus imágenes el espacio funciona como punto de intersección de diferentes momentos y estados, los nombres de los cuadros son horarios: “Es una coordenada concreta, lo más concreto que tenemos en este universo: son las 3 de la tarde, sale el sol, etc. Pero en ese nivel de realidad pueden pasar un montón de cosas que no están asociadas con ‘las 3 de la tarde’. Armar un escenario es una forma de darles lugar a estas apariciones o desdoblamientos. Hoy justo vino un grupo de personas y me preguntó por una obra, que es una imagen de un taller que yo tenía. Y quizá sea una sensación, o un llamado que yo tengo en esa obra: es un diálogo interno, sí, pero no es algo que tenga que ver con la neurosis, sino que es más bien como un desdoblamiento”. Palmieri también acepta estar influenciada por sus lecturas: “Me interesa una rama de la psicología, la Psicología Transgeneracional, que trata mucho sobre lo no dicho, que es algo que después siguen padeciendo las generaciones siguientes. De alguna manera, aunque vos lo niegues, quieras o no, eso también convive adentro tuyo. Aunque lo niegues esa parte está igual presente, sobre todo el secreto. Eso sobrevive de generación en generación: los fantasmas, las cosas no resueltas, los espectros. Las cosas que están claras o resueltas no sobreviven. Los fantasmas de los que hablo son los fantasmas con los que convivimos todos, más allá de que los reconozcamos o no”.
Incluso los animales tienen en esta constelación espectral otro rol: “Se dice que los animales son como nexos entre este mundo y el otro. Los niños y los animales son los que guardan los secretos. Hay algo simbólico en cada elemento de la pintura, y los animales tienen esa verdad secreta que a mí me interesa”. En la vitrina que da a la calle, acompañando una de las obras más misteriosas de la muestra en la que se ve a una serie de figuras caminando por la noche con unas lámparas y unos palos, se lee una frase de Arturo Marasso, el bisabuelo poeta de Palmieri: “El tiempo se ha pegado a las paredes”. Después de un rato en contacto con estas pinturas en compañía de Palmieri, esa convivencia de la que habla el título resulta ineludible: pero en vez de resultar opresiva, la conciencia de esa multiplicidad resulta de algún modo liberadora y hasta reveladora: señalando una de las obras en la que se ve un guerrero zen en un jardín, Verónica confiesa que durante mucho tiempo practicó chuang tzu, un arte marcial milenario. “Hubo un momento en el que trabajábamos con palos y era como que yo tenía todo ese conocimiento muy adquirido, como de antes. Era algo impresionante: más que tener facilidad era la certeza de que yo ya había hecho antes. Tenía una velocidad y una destreza tremenda, y me vi haciendo eso ahora, pero también antes. Tenía una sensación muy fuerte de andar todo el tiempo con una espada.” No es casual que la muestra anterior de Verónica se haya llamado justamente Vigilia: detrás de estas imágenes hay un riguroso ejercicio de la visión, una conciencia de que lo que llamamos realidad nunca deja de ser una construcción de nuestra imaginación, un fragmento a menudo artificial de todo lo que realmente podemos percibir. Palmieri señala ahora otra de sus pinturas en las que se ve a dos hermanas siamesas en un misterioso patio, rodeadas de animales y plantas: “Es el único escenario que no es real: quería hacer un patio de noche, se me vino a la cabeza ese patio y hubo un armado muy consciente de esa imagen, con dos personajes. Y el camisón tiene que ver con una intimidad: dormir es una pequeña muerte, es un momento en el que el alma se va del cuerpo. Cuando uno se viste con un camisón tiene una predisposición a dormirse, a que se dé ese desdoblamiento. Hay gente que lucha por no irse a dormir: el insomnio es ese horror a que el alma abandone el cuerpo, a perder el control”. En definitiva, Verónica Palmieri ha logrado encontrar una manera de poner la historia misma de la pintura al servicio de sus necesidades psíquicas más íntimas: en cierto sentido hasta el mismo uso del óleo resulta significativo: “Utilicé óleo, que es un material que se transmite a toda la historia de la pintura. Creo que la historia de la pintura está muy presente: hay muchas referencias a la historia, desde el tratamiento similar al de los pintores de los americanos, la pintura metafísica italiana o la cita al gallo de Metsu, un pintor de la escuela holandesa del 1600, que está en el Museo del Prado. Uno no hace la pintura que quiere, sino la que puede. A veces pienso que estaría bueno hacer una pintura conceptual, pero después lo que me sale es esto. Es muy difícil no juzgarse todo el tiempo. Uno tiene que amigarse con lo que hace, creo que es un ejercicio que uno tiene que hacer. Igual creo que siempre hice lo mismo, aunque quizás ahora lo expreso de una manera más clara”.
Convivencia se puede visitar de martes a viernes de 14 a 20 y sábados de 11 a 15 en Elsi Del Río, Humboldt 1510, Palermo.
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