Dom 12.04.2015
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HOJA DEL VIENTO

ENTREVISTA Está comenzando su carrera y lo que para cualquier otra mujer joven sería un inicio cuidadoso, para Vera Spinetta, por la fuerza de su apellido, es un empujón al centro de la escena. Pero ella va despacio y elige bien. Como actriz, recientemente estuvo en la película Voley, de Martín Piroyansky, y también en la serie La casa, de Diego Lerman; como conductora, lució su encanto en el programa En el carrousel, donde dialogaba con músicos. En esta entrevista, Vera habla sobre su relación con la música, el vínculo con sus padres Patricia y Luis Alberto, ese corte en su vida que fue la tragedia de Ecos y por qué está a la espera de un artista contemporáneo que la conmueva tanto como su papá.

› Por Walter Lezcano

Alguna vez, el inglés Martin Amis escribió: “En un nacimiento, entran dos personas en una habitación y salen tres. En una muerte, entra una persona y no sale ninguna”. Se trata del comienzo y del final del camino. Y esas son instancias que forman parte de la vida como relámpagos culminantes, definitivos, y que lo cambian todo.

En la vida de la joven Vera Spinetta hubo varios de esos momentos, de los que se consideran imposibles de olvidar. Algunos tuvieron que ver con la felicidad más extrema y otros con la tristeza más profunda. Sin embargo, ella, que dedica su tiempo a la actuación, al canto y, en menor medida, a la conducción, todavía sonríe. Como si les hiciera honor a unos versos de la canción de su padre “Quedándote o yéndote”: “y deberás crear/ si quieres ver a tu tierra en paz”.

A pesar de ser la hija de una persona tan ilustre y vital para la cultura popular de este país, Vera sabe que Luis Alberto Spinetta fue sólo una parte en ese rompecabezas que es la formación inicial de una persona. La otra pieza, tal vez más importante, fue la de Patricia Salazar, su madre: “En un punto, me crié más con mi mamá que con mi papá. Así que, de alguna manera, tengo más recuerdos de ella que de él. Y, sí, hay mucho de mí que es parte de mi mamá. Nos parecemos en la personalidad, en muchas cosas. Somos un poco melancólicas las dos, también está la otra cara, que es de mucha alegría y mucha risa, nos reímos muy fuerte”, dice.

De niña, Vera vivía con su mamá y su hermano Valentino. Recuerda esa etapa como muy solitaria: “Me gustaba estar bastante sola o me gustaba estar con una amiga con la que prácticamente vivíamos juntas. Pero, básicamente, me gustaba estar sola: para comer, para jugar, para casi todo. Siendo la menor había conmigo un poco de protección. Siempre fui un poco la rebelde de la familia. En un momento me sentía la oveja negra. En una cena familiar me pintaba irme a comer sola y lo disfrutaba. Era la que más bardito armaba. Y un poco me divertía con todo eso. Pero no era un bardo real. Somos muy tanos los Spinetta: se levanta la voz muy fácilmente. Era divertido ver todo eso. No era una confrontación real”.

A los cuatro años empezó danza. Su altura y delgadez la ayudaban. Ella amaba bailar como quien tiene una pasión incontrolable, así que sus padres la mandaron a estudiar. Durante esos años comenzó a descubrir que era parte de un clan que tenía mucha visibilidad: “En un principio era normal para mí que conocieran a mi familia. Tampoco sabía ni entendía muy bien por qué pasaba eso. Pensaba que los papás de todos eran así: que son conocidos y queridos por todas las personas. Pero no es así. Lo fui entendiendo de más grande, cuando se acercaban y me hablaban de papá. Y no sabía por qué lo conocían si era mi papá. Había muy poca intimidad en el afuera: no podíamos tomar un café tranquilos o ir al supermercado o pasear por cualquier lado porque se acercaban muchos. Siempre lo tomé con mucha naturalidad porque no conocí la vida de otra manera”.

La danza ocupó su niñez hasta los catorce años. A esa edad, las cosas comenzaron a cambiar para ella y empezó a librar una batalla difícil contra el aburrimiento: “Intenté abrir un poco el juego porque la disciplina del estudio de danza me resultaba un tanto tediosa y a veces me aburría mucho. Recuerdo que me decía a mí misma: ‘Me quiero morir de lo aburrida que estoy’. Y en realidad a veces los niños se aburren y ya. Pero yo me lo tomaba de manera muy personal. Y me decía que no tenía que bailar o sí tengo que bailar pero tengo que hacer algo más divertido. Todo eso lo hablaba como mi mamá. Con ella siempre hablé todo porque fue muy compañera. Ella, y la familia, siempre me respetaban por completo en lo que yo quería hacer. Y entonces no sólo estuve con la danza, sino que me disfrazaba y ahí sí que me divertía mucho porque bailaba y actuaba al mismo tiempo. Eso era en casa y en todos lados, era como un payasito. No tenía ninguna meta establecida, por supuesto, era un juego nomás. Ahí empecé con teatro. Primero en un taller muy divertido y medio experimental. Después me puse más seria y me fui a lo de Agustín Alezzo a estudiar”.

LA PERDIDA DE LA INOCENCIA

Mientras se metía con la actuación, Vera cursaba el secundario como si fuera el purgatorio o un pasillo muy largo e interminable. Ahí también aparecía su enemigo más terrible: el aburrimiento: “En el colegio era vaguísima. No me gustaba estudiar. No me gustaba despertarme tan temprano para encerrarme en un lugar. Me quedaba dormida en los bancos, era un desastre. Y eso que los profesores me querían. Yo me hubiese echado sin piedad. Ahora lo recuerdo y fue un lindo momento. Pero en segundo año pasó lo de Santa Fe y mi vida se cortó en dos”.

Se refiere a la tragedia de Ecos. El 8 de octubre de 2006, en la Ruta Nacional 11, en Margarita, departamento de Vera, 229 kilómetros al norte de esta ciudad, tuvo lugar un accidente de tránsito que se cobró la vida de doce personas, entre ellas nueve alumnos y un docente de la escuela Ecos que volvían a Buenos Aires de hacer actividades solidarias en Chaco. Vera asistía a esa escuela: “Muchos de ellos eran mis amigos, otros eran los novios de mis amigas. Ahí ya la pasaba mal porque no quería estar en ese lugar donde faltaba gente: lo sentías, te dabas cuenta, faltaba la gente con la que venías todos los días, con quienes compartías. Fue la pérdida de la inocencia. Un año muy duro. Cuando sos chico no pensás que te puede pasar a vos o que le puede pasar a tu amigo o a alguien tan querido. Fue darme cuenta de que esto era la vida y de que existía la muerte. Pero también descubrir lo que era la injusticia, porque fue algo evitable lo que sucedió. Eso me terminó de hastiar con respecto al colegio”.

¿Cuál era el lugar donde sentías que estabas aprendiendo algo si no era en el colegio?

–En mis clases de teatro y en la casa de mi viejo y de mi vieja. Yo vivía con mi vieja en ese entonces y pasaba algunos días con papá. O a veces aprovechaba y me iba con él de gira para tener un momento de estar juntos. Era meterme en lo que era su mundo.

¿Cómo es la relación padre-hija en el medio de una gira?

–Muy divertida. Ibamos en micros que llevaban a todos los músicos. Yo dormía en una cucheta, cerca de mi viejo. Y era entretenido porque era no dormir y estar charlando o escuchando música con él y los demás. Era un momento completamente salido del tiempo. No era la vida normal. Era otra forma de vivir. Y en los hoteles yo tenía mi habitación y papá me llamaba por teléfono y se venía conmigo a ver tele. Nos llevábamos las cosas a la cama. Sobre todo café: nos gustaba mucho tomar café juntos. Eran muy lindos momentos.

Una vez que dejó la escuela (la terminaría un tiempo después), Vera se metió con intensidad en varias cuestiones. Por un lado la lectura: “Siempre me gustó mucho leer. Pasé por una tapa de fanatismo por Cortázar, una época de mucho amor y pasión por él. Después, Simone de Beauvoir. También muchas novelas. Me acuerdo de Agatha Christie, entre otras. Y después mucho teatro, pero mucho en serio”. También descubrió que el aprendizaje de la actuación tenía que ver con cierta rigurosidad, y que eso no era para ella todavía: “Me tomaba un colectivo los miércoles después del colegio y me iba con una amiga a estudiar a lo de Alezzo. Al principio pensamos que no nos iban a tomar porque éramos muy chicas y había gente grande estudiando ahí. Pero estuvo re bien, nos aceptaron. Estuve ahí un año. En ese momento necesitaba algo más libre porque estaba descubriendo lo que era actuar. Sentí que la severidad de un método y disciplina que proponía Alezzo era algo que tenía que experimentar de más grande. En ese momento quería algo más lúdico. Al principio me lo tomaba como un juego, mi relación con la actuación era muy relajada. Era muy distinto de esta situación actual, donde ya es mi trabajo y hay otras responsabilidades y tiempos. Y lo disfruto, pero ya sabés que es tu profesión, tu laburo. Así como la amás a la actuación, a veces te agota porque no es una profesión fácil, requiere de todo tu ser, tu concentración, tu voz, el alma, todo”.

Pero también estaba la música rodeándola por todos lados. Su padre y sus hermanos eran músicos experimentados y exitosos, era natural que en algún momento Vera accediera a ese mundo: “La música fue apareciendo de una manera conflictiva. Porque siempre tuve mucha presión interna, psicológica. Claro, teniendo a estas figuras en la familia: los tres hombres son grandes músicos. Los admiro a los tres. Y yo siendo tan fan de ellos me generé mucha presión y estaba un poco negada. Me gustaba cantar, pero no me animaba. Mi viejo de chica me insistía con que tome clase de piano porque decía que tenía manos grandes. Me decía: ‘Tenés manos hermosas de pianista’. También había algo que yo tenía con la identidad, de poder encontrarme en algo que fuera mío y nada más que mío. Igual, cuando el amor es tan fuerte por algo tarde o temprano aparece.

¿En qué momento salió este amor por la música?

–Tengo una imagen. Estaba en la casa de mi papá y había por ahí una guitarra Baby Taylor. Me volvía loca porque tenía el tamaño perfecto para mí. Probé la guitarra un poquito. Y mi papá, que siempre me estaba espiando cuando yo tenía algún acercamiento a la música, tocó un poco conmigo y le pregunté unos acordes. Ahí decidí estudiar guitarra. Pero era para jugar, no me lo puse como meta. Después pasé al piano. Y con el canto pasó esto: un día yo estaba cantando, otra vez, en la casa de papá. Distraída, porque yo no me lo permitía mucho. Y viene papá con la guitarra y me sigue y después me pregunta: “¿Te animás a cantar conmigo?”. Yo le dije que no, ni loca, olvidate. Al final me animé. También porque era una manera de estar más cerca los dos. Vivir todo eso que, tal vez, no habíamos vivido en mi infancia o de estar más juntos. Y empezamos a viajar y a tocar. Fue muy lindo. Después, Dante también quiso que cantara con él. Y eran cosas muy distintas: en cuanto a sonidos, públicos, energía, todo. De alguna manera era parte de la actuación porque yo me subía a cada escenario con mi personaje de cantante y me podía desarrollar con más soltura. De la vergüenza inicial podía ir a una zona de libertad.

LA CASA PROPIA

El camino profesional que fue cimentando Vera Spinetta tiene mucho que ver con la selección y el cuidado de cierta calidad. Empezó con la actuación en cine con Las viudas de los jueves, siguió con algunas miniseries, En terapia y La celebración, por ejemplo, pasó por la conducción de un programa musical donde entrevistaba a reconocidos rockeros argentinos, En el carrousel, y actualmente tiene en cartel una exitosa comedia juvenil dirigida y escrita por Martín Piroyansky: Voley.

Pero las verdaderas alegrías de hoy para Vera Spinetta pasan por cuidar a su hija, Eloísa, y por tener a su lado la compañía de Pedro Merlo, a quien conoció en el casting de La casa, la serie de Diego Lerman que emite actualmente la Televisión Pública. Es decir, se ocupa de la vida que trajo al mundo y del amor que supo construir. Y todo esto ocurre mientras el recuerdo de su padre, que murió el 8 de febrero del 2012, está rondando con una fuerza tan grande como la obra inmensa que dejó.

¿Qué relación tenés hoy en día con la música y el legado de tu viejo?

–A mi papá lo escucho todo el tiempo. Antes y después de que falleciera. Siempre me gustó mucho, es de mis favoritos. No se puede evitar el hecho de que es mi papá, pero lo escucho también como un artista increíble. Le pongo sus discos a Eloísa, mi hija. Lo disfruto y lo extraño un montón. Es así. No podés hacer nada. Por otra parte, siento que todavía hay un lugar, de alguna manera, vacante. Porque no está Cerati, ponele, ni mi viejo. Yo estoy esperando que salga un artista contemporáneo de acá que me vuele la cabeza así, como me pasaba con mi viejo. Como cuando escuchás una banda y sentís que todo tiene sentido, que te devuelven la felicidad total. Tal vez no me esté pasando con nadie de acá. Quizá no conozco tanto o quizá venga más adelante. Y, sí, se extraña esa magia que tenía mi viejo. Son magos. Yo siempre sospeché que mi viejo era un poco extraterrestre, con una conexión suprema a todo nivel. Un tipo muy elevado, muy increíble en muchos sentidos. Pero, bueno, queremos más marcianos. Supongo que están por ahí y estoy ansiosa por conocerlos.

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