Domingo, 19 de abril de 2015 | Hoy
PERSONAJE. LA INCANDESCENTE DEBORAH ANN WOLL, DE TRUE BLOOD A DAREDEVIL
Por Mariano Kairuz
Primero la sangre. En una de las imágenes con las que arranca la flamante temporada uno de Daredevil, Deborah Ann Woll hace su entrada en escena de rodillas, cubierta de rojo, con un cadáver todavía caliente al costado y un cuchillo en una mano, gritando: “Yo no lo hice, yo no lo maté”. Se trata de una aparición sugestiva para esta chica neoyorquina al borde de los 30 que se volvió popular hace apenas unos años hincando los colmillos en cuellos ajenos –y despanzurrando cada tanto a alguno que se lo merecía– en la extinta serie de vampiros sureños True Blood. En aquella saga basada en los libros de Charlaine Harris era Jessica Hamby, la chica mordida y entregada a la inmortalidad a los 17, condenada a ser eternamente joven y eternamente virgen (porque el himen, como todo tejido del cuerpo del vampiro herido por medios humanos y mortales, se regenera). Y en esta nueva serie es Karen Page, secretaria y eventual interés romántico del súper héroe ciego creado por Stan Lee, Bill Everett y Jack Kirby para Marvel Comics en 1964. Las versiones televisivas de ambos personajes tienen en común un encanto raro basado en cierto candor e ingenuidad y hasta torpeza, su esencial amabilidad y total honestidad, y una sensualidad de la que no parecen ser enteramente conscientes, pero que suele estallar sin aviso. Ambas comparten además una atracción salvaje por el color rojo, que la propia Deborah, rubia de raíces alemanas e irlandesas y un rostro blanco rosadísimo, casi transparente, trae con ella desde los 14, cuando eligió teñir su pelo y adquirió la identidad de una pelirroja de fuego. Y que ahora, a través de estos dos personajes rojo sangre y rojo diablo, la ha convertido en una de las princesas más deseadas del reinado geek.
Nacida en febrero de 1985, en Brooklyn, Deborah estudió e hizo teatro desde chica y tuvo participaciones menores en varias series (ER, CSI, Law & Order) y películas (Mother’s Day, las independientes Highland Park, Little Murder, Ruby, la chica de mis sueños), pero pasó bastante desapercibida hasta su ingreso a la serie de Alan Ball, ambientada en el agitado pueblo de Bon Temps en que el que se entreveran humanos, vampiros y otras criaturas sobrenaturales. Los productores y guionistas de True Blood no tenían originalmente grandes planes para su adolescente Jessica. Apenas darle un arco de un par de capítulos que sirviera antes que nada para definir mejor al personaje de su creador, el ambiguo colmilludo protagónico Bill, que la convierte en su ahijada de sangre generando un vínculo irrenunciable. Pero algo en Jessica, en la sanguínea interpretación que hizo Deborah de esta chica inocentona y aburrida de su vida familiera y pueblerina que se ve liberada y condenada a la vez, en un mismo mordisco, impresionó a los responsables del programa, que en seguida le ofrecieron un papel regular que llegó hasta la temporada séptima y final el año pasado.
La idea era irresistible: tratar de contar lo que le pasa a una chica que de pronto se encuentra atrapada, hasta el fin de los tiempos, en ese estado vibrantemente hormonal propio de los 16, 17 años. Pronto, Jessica desarrollaba sus instintos más animales y descubría su sexualidad y un incontenible hambre de experiencias nuevas que de algún modo la emparentaban al largo y linaje de vampiresas pelirrojas que en el cine se remonta hasta por lo menos las apariciones de Ingrid Pitt en las películas de la Hammer y Sharon Tate en La danza de los vampiros, pero llega hasta los antiguos griegos, que fabularon que todas las pelirrojas se convierten en nosferata. Prueben tipear su nombre en YouTube: entre los primeros resultados aparecerá un compilado de dos minutos y medio montado por un fan con escenas de Jessica envuelta en un cataclismo de actitudes y emociones, alternativamente infantil y amenazante, que la hacen ver –atención a ese par de segundos en los que aparece caracterizada como una suerte de Caperucita Roja nocturna, mezcla perversa de niña del bosque y dama del Moulin Rouge– como la mujer más hipnóticamente bella del planeta. La contracara está en los detrás de escena, en fotos y videos en los que se la ve mundana, el cabello recogido y los anteojos, su tremenda palidez, su aspecto aniñado, sus dientes blancos y prominentes, dándole un aire de aparato, de chica nerd, lo que los norteamericanos llaman “dorky”.
En cuanto a su personaje en Daredevil, deben decirse tres cosas. Uno, que Karen Page puede verse como una versión suavizada de la vampiresa Jessica, y que empieza recorriendo un arco similar, de damisela vulnerable a heroína con garras. Difícilmente vaya a hacer el oscuro recorrido que tuvo en la historieta original, de secretaria/novia a hija de super villano, actriz porno y heroinómana, pero ya veremos: Deborah dice estar en la búsqueda “de algo de filo y oscuridad: lo que no conocemos es lo que más nos atrae”. Dos, que Deborah lleva varios años en pareja con un actor que padece de coroideremia, una enfermedad degenerativa y hereditaria que conduce a la ceguera (y hace campaña por una fundación que junta fondos para buscar una cura), un paralelo más bien sobrenatural con la trama del comic original. Y tres, que esta serie, simpática y con onda, deja atrás el mal recuerdo de la película protagonizada por Ben Affleck doce años atrás. Esto es así en buena medida gracias al reparto –en el que Vincent D’Onofrio se divierte componiendo al villano, y la morocha Rosario Dawson impresiona simplemente estando ahí– y en particular a ella.
Parece ser un gran momento para las pelirrojas en Hollywood –Amy Adams, Emma Stone, dos tercios de las chicas de Game of Thrones–; y no puede ser otra cosa que el mismo color, cierto efecto narcotizante. “Me encantaría que me llamaran ‘Colorada’”, dice Deborah, sanguínea y endiablada; “como a Katharine Hepburn”.
Deborah Ann Woll es Jessica en True Blood, que está en DVD y en repetición en Cinemax. Y es Karen en Daredevil, que estrenó su primera temporada completa hace una semana en Netflix.
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