MUSICA Hace 25 años estallaba Riot Girl, el movimiento de autoafirmación femenina y punk en una época difícil para las mujeres rockeras, que solían ser agredidas en festivales y rara vez fundaban bandas. De esa revolución de chicas, pocas bandas fueron tan importantes como Sleater Kinney, el trío de Corin Tucker, Carrie Brownstein y Janet Weiss. Tardías en el movimiento, supieron ganarse un grupo de fans fervoroso con sus canciones feministas e intensas. Hacía tiempo que estaban separadas, mientras Carrie Brownstein se dedicaba a la actuación con la exitosa serie Portlandia, que parodia los tics del mundo indie. Pero ahora volvieron con un disco fantástico, No Cities to Love, el desenfado intacto y la seguridad que da el respeto de haber sido pioneras.
› Por Micaela Ortelli
Sleater Kinney se reactiva en un mundo que vio posar desnuda a Beth Ditto –compatriota de Olympia, Washington–, estrella de rock, obesa y lesbiana. Un mundo donde existen Lena Dunham, la anti heroína hit creadora de la serie Girls, y Tavi Gevinson, la bloguera y fashionista de 18 años que ya habló en TED. Beyoncé, convertida en una de las figuras más poderosas de la industria del pop, ensambló una banda femenina y rescata un importante discurso feminista en su último disco (“We should all be feminists”, de la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie). Brilla en Inglaterra la banda retro post punk de chicas Savages, y la increíble Annie Clark (St. Vincent) hizo llorar con su interpretación de “Lithium” en la entrada de Nirvana en el salón de la fama. Kim Gordon se separó de Thurston Moore y escribió sus memorias. Joan Jett fue la productora ejecutiva de la película sobre The Runaways, lanzó un Greatest Hits y una línea de ropa.
En 2006, después de girar The Woods, su séptimo disco, Sleater Kinney entró, sin conflicto pero con mucho cansancio, en un hiato indeterminado. Hoy con 40, 42 y 49 años, Carrie Brownstein, Corin Tucker y Janet Weiss resurgieron su vieja banda sin invocar razones coyunturales –aunque haya– o ideales político-románticos –aunque sobren–. Sin sonar veinteañeras, tampoco. Por eso, porque no se propone más que ofrecer rock honesto y duradero, el regreso de Sleater Kinney con No Cities to Love –que salió en enero– funciona tanto como en 1995 lo hizo su debut homónimo, seguido inmediatamente por Call The Doctor y Dig Me out: un arrebato testimonial con ADN Riot Grrrl, el movimiento hardcore punk de autoafirmación femenina que no se difundió por MTV (allí mujeres fuertes del rock podían ser Courtney Love o Gwen Stefani, y hacia el final de la década, con la aparición de las Spice Girls, se trituró el girl power hasta volverlo un eslogan amistoso para distraer niñas).
A 25 años de la explosión del Riot Grrl, con acceso online a libros y documentales sobre la época –los elementales: Don’t Need You: The Herstory of Riot Grrrl y The Punk Singer, dedicado a Kathleen Hanna, uno de los corazones de la escena, amiga de Kurt Cobain, fundadora en 1990 de Bikini Kill–, la parte del mundo que no está en tema todavía desconoce lo que significó la formación de esta comunidad –que arrancó como un fanzine en Washington– en tiempos en que las chicas salían verbal y físicamente agredidas de los recitales de rock y eran contadas las que integraban bandas (ni hablar de liderarlas). Corin Tucker cantaba y tocaba la guitarra en Heavens for Betsy y Carrie Brownstein hacía lo mismo en Excuse 17; se conocieron en la universidad progre de Evergreen, en Olympia –donde también había estudiado Kathleen Hanna, donde estudió Matt Groening–, y formaron Sleater Kinney al disolverse sus respectivos proyectos. Janet Weiss, que se instaló en la batería en 1996 durante la grabación del tercer disco, dijo a fines del año pasado a The New York Times: “Definitivamente trato de ser un nexo entre ellas. Mirá sus personalidades, tocan así. Corin es firme y tiene un gran manejo del tiempo, y Carrie mordisquea por todas partes. No es una o la otra, juntas producen la chispa. Y yo tengo que ingeniármelas para encenderla y hacer un fuego”.
Se sabe sin detalles que durante los primeros años de la banda Corin y Carrie también fueron pareja; se presume que “One More Hour” –una de las canciones más sencillas de Dig Me out (1997)– tiene que ver con la ruptura, y Corin allí interpreta a la despechada: Si pudieras hablar, ¿qué dirías? Para vos fue un toco y me voy. No termina siendo fundamental que hayan sido novias –sí, que nunca dejaron de ser amigas–. Al tiempo de separarse Corin se casó con el cineasta Lance Bangs y ya fue madre dos veces; Carrie dice que se enamora de las personas y no de los géneros. Pero que en el ‘96 –en un disco escrito y grabado en apenas un mes– dijeran: Quiero ser tu Joey Ramone, fotos mías en tu puerta de chica mala. Invitarte después del show, soy la reina del rock and roll, no puede ser más entrañable. Esa canción genial es una de las que cantan juntas: Carrie la estrofa y Corin el estribillo, o al revés; en general Corin –aguda y virtuosa– lleva la voz principal, y si la música lo pide la usa a todo lo que da, como en “Step Aside” de One Beat (2002): Mujeres, ¿escuchan? No acepten que las discriminen. Cuando la violencia rige el mundo y los titulares me dan ganas de llorar, no es momento de quedarse callada.
The Wood (2005), el séptimo disco, lo cambia todo para después dejarlo en suspenso. En la época de Get behind Me Satan de White Stripes o Show Your Bones de Yeah Yeah Yeahs, por ejemplo, Sleater Kinney era una banda under respetada, que abría para Pearl Jam y llegó a tocar en el Lollapalooza. Con The Woods dejan el sello local Kill Rock Stars por Sub Pop (Nirvana, Soundgarden) –con base en Seattle–, y a su productor hasta entonces John Goodmanson (Blonde Redhead, Death Cab for Cutie) por el más abstracto Dave Fridmann (Flaming Lips, Weezer). El resultado se percibe desde la apertura, en los riffs espesos de “The Fox”, una historia de desamor entre un zorro y una pata que Corin cuenta con devoción. A “Jumpers” la podría tocar Radiohead y cantar Haim, la joven banda californiana de las hermanas con ese apellido. Toda mi vida se pareció a la foto de un día soleado, canta Carrie en “Modern Girl” –que aparentemente trata sobre una crisis nerviosa–, donde Janet toca la armónica y apenas la batería. La carne que falta ahí la compensa más adelante “Let’s Call It Love”, once minutos demoledores de lo mejor de Sleater Kinney: rock saludable, entretenido y afinado para no requerir un bajo. ¿Qué aprendí de la experiencia? Que tengo mucho tiempo para el amor, dicen.
Casualmente, la puesta en receso de Sleater Kinney coincidió con la de Le Tigre –la banda de Kathleen Hanna que siguió a Bikini Kill– y el retiro forzado de su líder, diagnosticada con la enfermedad de Lyme. En estos años, Corin armó una familia, colaboró con Eddie Vedder en el soundtrack de Into The Wild (2007) y lanzó dos discos con su Corin Tucker Band; en el primero, 1000 Years (2010), habla de maternidad y toca la guitarra acústica. Por su lado, Carrie y Janet, con Rebecca Cole y Mary Timony, formaron Wild Flag, que duró un disco garagero llamado igual, bastante celebrado. Carrie, que integra la lista de los guitarristas menos valorados de todos los tiempos de la Rolling Stone, además incursionó en la actuación indie y el periodismo (actuó para Miranda July, reseñó videojuegos, hizo entrevistas y escribió un blog de música para NPR. También, ya debería tener terminadas sus memorias y un libro sobre la industria musical). Lo más importante: en esta década Carrie construyó un vínculo tan cómplice y poderoso como el que tiene con Corin –de esos que no surgen hijos pero sí proyectos–.
Fred Armisen, el amigo en cuestión, integró el elenco de actores de Saturday Night Live hasta 2013. Es fan de Sleater Kinney y tocó la batería en una banda de punk rock durante diez años. Carrie y Fred se conocieron en Nueva York en 2003; ella, nacida en Seattle, vivía en Portland, Oregon, desde hacía dos años. Conectaron inmediatamente, dicen. El, acostumbrado a las grandes urbes, empezó a visitarla seguido; en Portland –paraíso hipster donde moverse en bicicleta y comer orgánico es parte del libreto, tierra de bandas como The Decemberists y The Dandy Warhols– surgió la química de un humor que refería principalmente a los clichés de la ciudad y sus personajes. Bajo el alias ThunderAnt, filmaron una serie de videos cómicos bajo presupuesto para Internet; después el proyecto creció hasta convertirse en Portlandia, una serie en formato sketch que satiriza a esos seres aletargados.
En Portlandia –improvisada en gran parte– dos feministas extremas atienden una librería sólo de autores mujeres, pero son tan exigentes con sus clientes, y su franja horaria tan acotada –así se dice de los habitantes de Portland: que trabajan lo justo–, que apenas venden algo. Una pareja enloquece al mozo de un restaurant con averiguaciones acerca de la granja donde se crían los pollos que cocinan. Otra compite a ver quién está más informado. Padres músicos forman una banda de rock para chicos. Carrie y Fred pueden interpretar a más de un personaje por sketch –ella es muy tranquila hasta que recuerda a Lily Tomlin; él es un cómico de raza–; además Portlandia tiene un elenco semi fijo (Kyle MacLachlan es el intendente, que anda en bicicleta y es una persona accesible) y otro variable de famosos que llegó hasta Jack White.
“Es una de las relaciones más íntimas, funcionales, románticas pero no sexuales que hemos tenido”, dice ella sobre la amistad con Fred, que estaba en la reunión –una simple visita a Corin, también vecina de Portland– donde surgió la idea de reactivar Sleater Kinney. Eso fue en 2012. Sin anuncios, las mujeres empezaron a juntarse en el sótano de Carrie a componer como cualquier banda que empieza o está en actividad; previo al lanzamiento del nuevo disco –para el que volvieron a convocar a Goodmanson como productor– Carrie dijo en la entrevista con The New York Times: “Queríamos que tuviera fuerza vital, sangre. Que no flaqueara en ningún sentido ni fuera aburrido ni pareciera una vuelta de honor. La apuesta tenía que ser alta”.
No Cities to Love abre con la guitarra de Corin, animada y ansiosa como si esperara para arrancar un ensayo; Carrie y Janet entran al mismo tiempo para hacer de “Price Tag” un hit enojadísimo sobre precios altos y sueldos bajos. Me siento tanto más fuerte ahora que estás acá, tenemos tanto para hacer, grita Corin en “Surface Envy”. Y en la grandiosa “A New Wave” cantan juntas: No nos va a condicionar ningún precepto, no es una moda, somos sólo vos y yo, inventamos nuestra propia forma de oscuridad. “Lo importante en el arte para mí es que rompa y descoloque. Me gusta que haya algo que no sea fácil de tragar para mucha gente. Porque hace que los fans sean más apasionados y comprometidos con lo extraño de la música, lo outsider”, sigue Carrie en la misma entrevista. Puede que hoy, sin embargo, estén dadas las condiciones para que Sleater Kinney sea, además de importante, grande. Del mismo modo que en el mundo nunca sobra amor –por eso cantan “Gimme Love”–, tampoco sobra rock como este, del mejor.
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