MUSICA Nació y creció en Uruguay, en el barrio del Cerro de Montevideo, en una familia de músicos. En los años ’80 se mudó a Buenos Aires. Y es uno de los mejores bajistas de la escena, con un repertorio de canciones propias y ajenas donde se mezclan el candombe, el funk, tangos y boleros. Sin embargo, Daniel Maza ha construido un recorrido pausado y casi secreto. De ver El Kinto –con Eduardo Mateo y Rubén Rada– y Psiglo en vivo en la sede de su clásico rival de barrio, Rampla, pasando por su empleo en un taller de caños de escape, sus noches en la movida tropical de los ’90, hasta tocar con los hermanos Fattoruso, el Negro Fontova y Luis Salinas, Maza desanda gran parte de su camino que por estos días lo encuentra con un flamante disco: VO!!
› Por Juan Ignacio Babino
“Señora, búsquele otra cosa para que él haga, porque lo que es la música, no es lo de su hijo.” El niño Daniel Maza acababa de cantar “desastrosamente” una canción de Amalia de la Vega en un programa de radio de Las Piedras (Canelones, Uruguay) y la vuelta a casa en colectivo, al lado de su madre, es todo lo silenciosa y triste que puede ser. También así lo estaban, en su barrio natal y prendidos a la radio, todos sus vecinos del barrio del Cerro, en Montevideo.
Daniel Maza –el Negro, el Gordo y algunos apodos más– nació en aquel barrio de frigoríficos, el Cerro, en 1959. Hijo único de madre cantora y padre “muy desafinado” pero gran recitador. Y sobrino del Polo y el Pulga, músicos, ambos formaban el conjunto Los Zorzalitos. “Tenían sesenta años cada uno pero seguían siendo Zorzalitos, qué sé yo.” Y en esa casa de ese barrio obrero, de clase media, eran las juntadas de domingo. “Esas juntadas, en las que por ejemplo el tío Chapeco se ponía a hacer los chorizos ahí, eran la excusa para que en la sobremesa, que duraba largo, cantara todo el mundo. Y yo era como el sparring, el que acompañaba a todos con la guitarra. Fui aprendiendo a los ponchazos. Hoy en día agradezco eso porque yo hacía una cantidad de tangos viejísimos, era chico y me los sabía. Era una casa muy copada, viste”, cuenta entusiasmado y tararea alguna de esas viejas melodías. Y Maza vuelve sobre aquellos días a contar cómo, panera en mano y frente al tocadiscos –metiendo los dedos entre los agujeros como si fuera un acordeón– imitaba a Los Wawancó, al Cuarteto Imperial, a Los Olimareños. Y recuerda toda esa colección interminable de vinilos de Los Panchos que tenía uno de sus tíos. Y también cuenta sobre esas tardes en que él quería jugar al fútbol pero no. “Mi viejo me veía que los domingos a la tarde yo miraba por la ventana a los pibes que se juntaban a jugar al fútbol. Y para que no me fuera, mi viejo me decía: ‘Negro, tocate unos tangos en la guitarra, y te pago’. Y ta, mi viejo me pagaba unos pesos y me quedaba tocando.” Y fue con el hijo de Carmelo –el del bar– y el primo Rudy que tuvieron su primera banda, los Stone Group que luego, por cuestiones idiomáticas, pasaron a ser simplemente Grupo Piedra. Y fue allí que empezó su historia con el bajo: por culpa de un palito. “Nadie quería tocar el bajo. Todos estábamos con la guitarra, yo había tomado unas pocas clases con Artemio Sosa. Y sorteamos: el que se quedaba con el palo más corto iba al bajo. Y salí yo, claro. Estuve mucho tiempo sólo tocando las primeras cuatro cuerdas hasta que mi vieja me compró mi primer bajo. En 36 cuotas”, dice Maza.
Y fue por una traición –o casi– que vio a El Kinto –con Mateo y Rada– en vivo. “¡Sí!”, se entusiasma aunque enseguida baje el tono y, medio cabizbajo, agregue: “Es una mancha eso. Mi viejo casi no me habla más”. En aquel barrio se es hincha de Cerro o de Rampla. Y Maza, que simpatizaba por Cerro, se pasó a su clásico rival sólo porque allí se organizaba el ciclo de música Módulo Beat. “Si eras menor no podías entrar pero si eras del club te dejaban estar en las oficinas y desde ahí veías todo. ¡Y te daban Coca-Cola! Que en aquel entonces era un lujo. El Kinto, Psiglo, Días de blues... todos esos lo vi ahí”.
Toda esa información y ese recorrido musical tenía Daniel Maza antes de venirse para Argentina, a principios de los ’80. Y a su llegada empezó a dividir el tiempo entre dos cosas: trabajar para comer, durante el día; tocar por placer, por las noches. “Hubo momentos –dice– en que no la pasamos para nada bien.” Después de cambiar trabajo por estadía y comida en un hotel recaló en un taller de caños de escape. Y allí echó a andar su oficio de foguista que traía de sus días en el frigorífico: “El día que llegué Manolo, dueño del taller y una de las mejores personas que conocí en mi vida, me preguntó qué sabía hacer. Y me puso a soldar. Yo era súper prolijo, porque en el frigorífico soldaba caños de alta presión. ‘Trabajás por tu cuenta, cuanto más silenciadores hacés, más te pago’, me dijo. Los de Mercedes Benz se pagaban doble porque eran doble chapa”. Y por las noches, entre otros lugares y bares, El Papagayo. “Ahí arranqué con Luis Salinas. Y tocábamos todas las noches. Cuando no era con él, lo hacía con un conjunto de música brasileña. En esa época ya me había cambiado de taller y trabajaba en Villa Bosch. Después de tocar nos íbamos al Capricornio, todos tomaban algo y yo les decía: ‘Che, me acuesto un rato, llámenme a las siete’ Y a las siete me despertaban y me iba a laburar”. Y dice: mirá. Y muestra: un par de marcas y cicatrices en los brazos que le quedaron de esas mañanas en las que, mientras soldaba, se quedaba dormido sobre la mesa de trabajo. “Y así fueron varios meses. Y el día en que me decidí a dejar el taller y dedicarme sólo a la música, cerró El Papagayo. Una cosa espantosa.”
Tenés un dominio casi total de tu instrumento y, por lo que contás, no estudiaste mucho, sos autodidacta...
–Estudié casi todo solo. Poniendo discos y sacando de oído. Me pasó que en un momento estaba todo el tiempo tocando y tocando. Y ésa es la mejor escuela que hay. En las primeras épocas con Salinas, por ejemplo, aparecía el Mono Fontana, tipos que improvisan de una manera increíble. Y yo tocaba bien, hacía las bases, slapeaba, era súper rítmico, no me movía una coma de los tempos pero quería improvisar. A veces Luis me miraba y me decía “¿Querés improvisar? Metele”, y hacía tres notas y me perdía. Fue así hasta que le pregunté al trompetista Quique Gioia cómo improvisar. “Aprendete todos los boleros”, después tocá encima y da vuelta todas las melodías. Y empecé a encontrar cosas. De repente apareció una luz allá en el fondo del pasillo. “Ah, es por acá...”, me dije. Cuando compongo, generalmente me grabo y recién después escribo. Armo algo, lo hablo con los músicos. Hoy en día entiendo y sé algunas cosas, tengo otra data, estructuras, pero en aquel momento no.
Al Papagayo iban los músicos de Silvio Rodríguez, los Iraquere, entre otros. Y él recuerda, sobre todo, una noche, un negro de traje, un pequeño estuche: “Estábamos tocando y aparece un negro chiquito y se sienta a escuchar bien adelante. Egle Martin, que andaba por ahí, se pone a hablar con él y después nos pregunta si el negro puede tocar el saxo. ¡Era Branford Marsalis! Hermano mayor de Wynton, que andaba tocando con Sting. Subió y nos voló la cabeza”.
Y tararea Maza –”papatureiiiti”– y se pierde, se hunde en la música.
Ramona Galarza –con quien tuvo sus primeros trabajos profesionales–, música brasileña en las fiestas de la colectividad judía, Valeria Lynch, varias veces con Luis Salinas, Celia Cruz, jam sessions con Ray Baretto, toques y grabaciones junto al Negro Fontova –quien es el padrino de su hijo Mateo– con Mercedes Sosa en Cantora. En la música tropical, en plena década del noventa, también: pantalón negro, camisa verde con unos dorados junto a Javier Aníbal primero y luego con Darío, del Grupo Angora, después. “Casi treinta bailes por fin de semana. Y como Darío decía que era un lujo que yo estuviera, el manager me pagaba el doble, sin que nadie se enterara. Pero terminé dejando: a ciento sesenta kilómetros por hora y con el chofer tomándose todo, nos íbamos a terminar matando.” Así es que fue recién a partir de 2004 que Daniel Maza –después de casi veinticinco años de sesionista en vivo y en estudio– empezó a publicar y dar a conocer sus canciones, sus propios discos. A Música destilada –editado ese mismo año– le siguieron Vamo’ Arriba (2005) y Al contado (2007), discos con los que Maza, a la distancia, sigue sin poder reconciliarse. “Vamo’ Arriba lo grabé con un productor, todo bien, bárbaro. Pero firmé un contrato donde terminé cediendo los derechos del disco y los derechos editoriales. De hecho en Al contado grabé tres canciones que estaban en el anterior y tuve que terminar pagando”, cuenta. En De Feria (2010) Maza se da el gusto de cantar varias canciones, casi todos boleros. No es que antes no hubiera cantado pero nunca tanto como en este disco. “Quando quando quando”, “Quiéreme así”, “Quién lo diría/En Venezuela se baila el porro”, una versión de “Eres para mí”, de Julieta Venegas, y “Si la vida”, canción que la canta su madre. Y sobre ello dice: “Hace un tiempo vuelvo a Café Vinilo y cuando entro al camarín lo primero que veo es la foto de cuando presentamos el disco ahí y esa canción la toqué yo en la guitarra y subió mi mamá a cantarla. Estaba nerviosa, era muy tímida”, dice. Y en la foto –que ahora está colgada en su casa– se los ve a ambos, ella canta de perfil, como escondiéndose. En 2011 editó, junto a Lorena Astudillo, Sólo los dos; allí versionan a Zitarrosa, Mateo, Homero y Virgilio Expósito, Willie Colón, entre otros. Y ese mismo año edita –junto al Osvaldo y Hugo Fattoruso los tres conformaban el recordado trío Fatto/Maza/Fatto– esa fiesta musical que es Tango del este. “Ah, ésa fue la verdadera escuela, tocar en las ligas mayores. Me acuerdo cuando me llamó el Osvaldo para que tocáramos la primera vez en un hotel en Punta del Este. Me agarraba la cabeza pensando todos temas en 3, en 5, en 7. Y además tenías que tocar porque no te perdonaban una. El Hugo, si te equivocás, para el ensayo.” Y de repente Maza parece un capullo negro y gordo que se abre y mueve y ríe imitando al baterista: “Una noche estábamos tocando re arriba y el Osvaldo me grita ‘Bó, afiná la quinta’. Yo digo, este hijo de puta cómo puede escuchar. Y sí, ¡estaba desafinada!” En 2012 editó Cuarteto Oriental junto a los hermanos Fattoruso y Leonardo Amuedo. Sí, todos uruguayos.
No es extraño, entonces, que siendo su escuela y sus primeras escuchas –con panera en mano– Los Wawancó y el Cuarteto Imperial, haya mucho de música latina y bailable en sus discos –habanera, salsa, ritmos brasileños, boleros–, pero vale decir que el corazón de su música late por el lado del candombe y el jazz fusión. Y ahí están esas canciones –propias y ajenas– llenas de groove y de ritmo, de funk y de slaps, y también de tempos lentos. En definitiva: el sonido animal de su bajo. Sudaca, claro. Porque sí, la música de Maza suda acá. La matriz, la geografía musical de Maza en cada unos de sus discos es ésa. Y de repente un mensaje de texto que dice, más o menos, así: “Te felicito por el tema que grabaste. Quedó muy bonito, te deseo todo lo mejor, cuando quieras llamame y tocamos algo”. Firma, Litto Nebbia. El músico rosarino se refiere a “No importa la razón”, canción que Maza grabó en su nuevo disco, VO!!
¿Sentís que VO!!, que es un disco casi puramente instrumental, tiene cierto espíritu más arriba que, por ejemplo, De Feria?
–Es que un disco más tuquero, mas fusionero digamos. De Feria tiene más canciones. Y decidí que si hay cosas que tocamos en vivo, porque no vamos a grabar esas canciones del Chungo Roy, que es tremendo compositor. O “A la final chorizo” es un tema de un gran compositor mendocino, Eduardo Pinto, que murió muy joven, VO!! tiene otra pulsión. No tanta canción, sino más tocadera. Todos los que grabaron, además, se tocan todo. En este momento tenía la necesidad de que el disco fuera así. Toco, feliz. Todo lo que tocás tiene tu riqueza y tu pobreza. Finalmente, uno toca como es.
Todo, ahora, es este silencio, la borra del café con leche, las migas de las dos tostadas sobre el plato y la cansina y dulce voz de Daniel Maza. Si no fuera por unas pocas cosas más, podría decirse que el ruido del mundo –a esta hora– se reduce sólo a eso. Y allí es que Maza que vuelve a tararear alguna canción y se vuelve a perder y se vuelve a ir. Se va, Maza, otra vez, con la música, ahí.
Daniel Maza estará presentando VO!! –junto a su banda– todos los jueves de mayo a las 21 hs. en el Teatro del Viejo Mercado, Lavalle 3177.
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