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Domingo, 3 de marzo de 2002

PERSONAJES

MENUDA

Debutó en “Festilindo” a los cinco años. Desde entonces sólo paró a los 19, para operarse las tetas y dejar de ser La Pechocha. No sólo perdió volumen pectoral con esa decisión, también ganó confianza: desde los 23 años Florencia Peña produce sus
propios espectáculos. Y puede hacer TV con Francella mientras prepara una versión teatral de Alicia en el País de las Maravillas (que piensa estrenar en abril), llena la sala con El Romance del Romeo y la Julieta y sigue emperrada en demostrar que no hace falta tener tetas o ser fea para hacer humor en la Argentina.

Por Mariana Enríquez
El mes pasado, Florencia Peña hizo algo que el argentino medio puede juzgar como un acto rayano en la locura: pidió un crédito. Que ni siquiera es para ella: la plata en cuestión es para producir su próximo espectáculo teatral, una versión de Alicia en el País de las Maravillas que se estrenaría en abril. “A pesar de que estuve trabajando en televisión, que siempre es redituable, no tengo un mango ahorrado: el corralito me agarró con deudas, entre otras la del crédito de mi casa”, dice muy suelta de cuerpo. Si usted cree que la muchacha está loca nomás, espere al menos a leer lo que sigue: “Siempre he preferido gastar la plata para generar mis cosas antes que tenerla en el banco o abajo del colchón. Para producir siempre hipotequé lo mío. Y si me mandé a producir otra vez es porque quiero bailar en esta que nos tocó”. Brava, la muchacha. Pero raramente sensata. Fíjese, si no:
“Siento que las crisis son oportunidades de verdad: éste es un momento en el que va a haber huecos, porque muchos no se van a animar a hacer. Y el que hace, gana. Los hechos me lo demuestran: con El Romance del Romeo y la Julieta, en La Plaza, nos va cada vez mejor. Es un espectáculo en el que todos creímos, y esa fuerza está dando frutos. Y estoy segura de que Alicia va a funcionar también. Porque es una historia que tiene mucho que ver con este momento: esta pendeja que pasa de la adolescencia a la adultez y se encuentra en un mundo que no entiende. Esto pasa a nivel mundial: está todo dado vuelta. El amor dejó de tener sentido. Cuando te encontrás con alguien, te habla de que llega como puede a fin de mes, con los patacones y las cuentas y la mar en coche. Pasó a ser nuestro gran tema. Nadie te dice: ¿Sabés? Estoy enamorada, por ejemplo. A lo mejor estamos como estamos por falta de amor, propio y a los demás. Y quizá por eso, con El Romance... la gente se va de la sala alucinada.”

LA MUTILACION IMPACTANTE
Florencia tiene 27 años y hace 22 que trabaja. Pero descarta cualquier insinuación acerca de presiones familiares por crear una niña-estrella: “Yo le rompía las pelotas soberanamente a mi mamá con que quería entrar en ‘Festilindo’. Así que un día fuimos al casting y, cuando me tocó el número ochocientos y pico, ella trataba de explicarme que iba a ser muy difícil entrar, todo ese tipo de cosas para evitarme una decepción. Pero quedé: canté una canción que ni me acuerdo, salvo que se llamaba ‘Viva la vida’. Y desde entonces no paré de laburar”. Hubo un momento en que sí paró, sin embargo. Fue cuando cometió otra locura y decidió reducir el tamaño de sus tetas. Tenía diecinueve, acababa de terminar “Son de Diez”, la telecomedia con Satur y Montanari que lograba casi 40 puntos de rating y que le generó el apodo de “la Pechocha”. Cuando el programa terminó, su futuro era incierto: le ofrecieron hacer revista, posar desnuda para Playboy, pero casi nada que tuviera que ver con la actuación. Su imagen era la de una bomba sexy medio concheta, medio tonta. Una imagen muy lejana a la de Florencia Peña hoy, productora de espectáculos, hablando con seguridad de formar elencos y calculando inversiones. Incluso físicamente la muchacha es menos exuberante de lo que sugiere la memoria popular. El adjetivo que más le cuadra es menuda. Con redondeces pero decididamente menuda.
¿Sirvió operarse?
–Es muy fuerte sacarse algo, la mutilación es muy impactante. Y encima sacarme tetas, que era como lo más llamativo en mí. Fue genial porque no expliqué demasiado, salvo que no podía hacerme cargo de eso, de lo que la naturaleza me había dado. No quería tener que luchar el triple porque mis tetas siempre iban delante, en el sentido figurado y literal. Acá no tenemos mentalidad para aceptar a alguien como Sofía Loren. No entendemos que una mina tetona puede ser genial, o al menos talentosa. En Argentina las mujeres que ganan premios no tienen tetas: es así. Recién ahora se mezcla un poco lo fashion, y se aceptan un poco más otros parámetros: en el terreno de la belleza y el del talento. Lo que yo sé es que la hubierapasado mal si me quedaba con esas tetas. Y no quería pasarla mal. Pero la gente creía que había enloquecido. Yo era La Pechocha, ¿sabés qué raro, qué horrible es tener un apodo por tus tetas? Ahora me cago de risa pero en ese momento la pasaba pésimo.
Después de operarte, elegiste varios papeles de fea. En la telenovela “De corazón”, por ejemplo, que era casi una anticipación de “Betty, la Fea”.
–Eso tuvo que ver con una necesidad imperiosa de salirme de mi imagen anterior. Además estaba gorda y fea de verdad en ese momento. Mi personaje se llamaba Rita, una mucama que se enamoraba del lindo de la novela (Martín Karpan) y él le daba bola justamente porque era fea. Fue la primera vez que me conecté con mi actriz, porque no había nada adelante. ¿Viste lo que pasa con la gente que se hizo muchas cirugías estéticas: que no podés parar de mirarle los labios y los pómulos y calcular la cantidad de colágeno que tiene? Bueno, acá pasaba exactamente al revés.
¿Por qué empezaste a producir?
–Mi actividad empresaria empezó por una necesidad de generar cosas que yo tuviera ganas de hacer. Porque estaba pasando por un momento donde a nadie se le ocurría verme a mí en determinados papeles. Nadie me llamaba. Entonces tuve que salir a buscar. Lo primero que hice fue una obra para chicos, Cenicienta, con la que rompí el hielo y me fue bien: pude pasar de actriz a generadora. Hay un abismo entre una cosa y otra y da mucho miedo saltarlo: miedo al fracaso, a no encontrar lo que una busca. Después me animé con una serie para TV de historias cotidianas estilo “tiempofinal”. Hicimos un piloto que produje yo, con Jorge Marrale, Hugo Arana, Georgina Barbarrosa. Nunca salió, pero para mí fue una buena manera de seguir, de aprender y al mismo tiempo lograr que la gente del medio confiara en mí y me conociera. Después produje Blancanieves, y más tarde Shakespiriando, un espectáculo en Punta del Este que no pudimos traer a Argentina porque me peleé con mis socios. Y después armé, con amigos, “El Gran Lebowski”, en Palermo, que fue un proyecto teatral con una cocina, para poder desde el restaurant soportar la estructura teatral. Tuvimos que cerrar el teatro por problemas con vecinos y dejó de tener sentido. Pero tengo muy claro que algún día voy a tener un espacio teatral mío. Si pude con “El Gran Lebowski” que fue una mole de dos años de trabajo intenso, sin un peso, sé que tarde o temprano voy a poder tener mi teatro.
¿Costó mucho que el medio te tomara en serio?
–Muchísimo. Es casi lógico: cuando empecé a producir tenía 23 años. Cuando comenzó “Son de Diez” tenía 16. Pasé mi adolescencia en la televisión, y fue fatal porque se me fue de las manos. Crecer delante de las cámaras es difícil: la gente conoce tus procesos. Yo no arranqué a los veintipico, ya formada. Me fui haciendo a prueba y error. Y viste que uno es todo: frívolo, intelectual, profundo y superficial... Bueno, sin darme cuenta, yo dejé poner la lupa en mi parte estética, que era una ampliación de una pequeña parte mía. Pero hubo un tiempo en que sentía que yo sólo era eso. Tuve una crisis muy fuerte, me costó muchos años revertir eso. Había una mirada desde el afuera y desde mis pares muy crítica. La primera vez que quise producir tenía diecinueve años y nadie me daba bola, salvo algunos amigos y gente que creyó en mí. Así fui creciendo y haciendo. Aprendí algunas cosas y cometí errores que no voy a repetir. Pero ahora puedo convocar. Y, al revés, también: me llaman para ofrecerme cosas que antes jamás me hubieran propuesto.

EL INESTABLE EQUILIBRIO
Florencia Peña tiene capacidad para combinar su trabajo en teatro, como productora y actriz (entre las obras en las que actuó en los últimos años figuran Grease y Desangradas en glamour, la fallida producción “cool” de Palito Ortega) con trabajo en televisión. En los dos casos la dinámica es la misma: participa de proyectos que fracasan, como “Chabonas” (un programa humorístico de mujeres por América que duró poco, merced a ratings bajísimos) con trabajos muy populares, como el de la jefa de “Ponéa Francella” (en un sketch que era casi un homenaje al de Alberto Olmedo con Susana Romero en “No toca botón”).
¿Cuál es tu criterio para elegir los proyectos de TV?
–Yo sé en qué trabajos voy a ganar plata y en cuáles no. Mi criterio para elegir es el siguiente: no me quiero perder cosas. Si sos una actriz popular, y te convocan desde Telefé, podés perderte la cocina de las cosas: como dejar de hacer teatro gratis, con amigos que no son conocidos, dejás de encarar laburos en los que no vas a ganar un mango pero te gustan y le das para adelante. Yo eso no me lo quiero perder. Nunca podría ser protagonista de una telenovela: no lo sabría hacer y me quitaría energía para otras cosas. Quiero que la tele me lleve poco tiempo, para tener espacio para otras cosas. La tele me parece un lugar interesante, pero sólo en la medida en que mi actriz se complete por otro lugar. La realidad, además, es que no hay proyectos que me muera por hacer. Lo único que en este momento me gusta es un piloto de una miniserie con Lito Cruz y Alicia Bruzzo que, parece, estaría por salir. Es de Paco Hase, no voy a ganar un peso porque no es para nada comercial, pero voy a hacerla igual.
¿Cómo fue trabajar con Francella?
–El año pasado la pasé bomba y me parece que fue una tecla que estuvo bien. Pero también porque estuve haciendo otras cosas a la par. Entonces me relajé y pude disfrutar trabajando con Francella porque no corría tanto riesgo de que la tele me llenara de clichés o de mediocridad. Con “Chabonas” la experiencia fue muy diferente. Es frustrante cuando fracasás en tele. Pero empezás a entender por dónde pasa el negocio. Lo que pasa es que en la tele está todo confundido. Tenés la farándula, tenés la gente que hace los programas de chimentos y tenés los artistas. Y todos terminamos jugando en la misma cancha porque hay que estar, pareciera que hay que transar con ciertas cosas. Pero a mí me da mucha bronca. Cuando estrenamos El Romance del Romeo y la Julieta, las dos primeras semanas, la tele sólo se preocupaba de la Ayos y la Pradón. Y yo me preguntaba: ¿Cómo puede ser que, en medio de esta crisis, donde necesitamos volver a conectarnos con lo que somos y donde la cultura necesita tener un espacio fundamental, los medios estén con esto? En vez de dar una mano a muchos de los que estamos tratando de hacer... El talento deja de tener un espacio, y gana lo trivial. Por eso, si no tenés rating, no podés estar en la tele, porque acá no hay un equilibrio. Los norteamericanos pueden tener una tele pedorra y otra genial, pueden tener HBO o programas como “Sex and the city” y una telenovela como “General Hospital” que hace veinte años que está en el aire y es una mierda. Pero acá no hay equilibrio.
Pero a veces estarás obligada a hacer proyectos que no te gustan.
–Entro en crisis con eso. Sería muy infeliz teniendo otro camino. Uno siempre elige: antes de operarme podría haber sido vedette, explotar mi cuerpo, cualquier cosa. Tengo el recuerdo de no haberlo hecho porque sentía una contradicción. Cuando uno se pone como objetivo, por ejemplo, ser protagonista de telenovela, y no tenés la necesidad de hacer un San Martín, el camino es más llano. Pero cuando te ofrecen treinta lucas para hacer una telenovela y empieza tu contradicción de si hacerla y ahorrar para poder hacer teatro, todo se complica. Es difícil balancear hasta dónde se transa. En mi caso, pasa el tiempo y cada vez me siento peor haciendo cosas que no me gustan. Ahora se acaba de estrenar una película que se llama ¿Y dónde está el bebé? que hicimos con Roberto Carnaghi hace dos años. Cuando la hicimos nos dimos cuenta de que el libro no era bueno, pero le propusimos al director unas improvisaciones, el director aceptó y bueno, la hicimos igual. Pero quedó horrible. Cuando la vi quería morir: me estuve cuidando todo este tiempo y cometí ese error garrafal, pura y exclusivamente por lo que me pagaron en ese momento.
¿Con las notas a los medios es igual?
–Ganás y perdés todo el tiempo. Si elegís un perfil bajo y no hablar de tus relaciones, está buenísimo. Pero los demás pierden el interés en vos, y por consiguiente todo se hace difícil. Es obvio que lo que yo hago nointeresa tanto como lo que hace Mónica Ayos, y no tiene nada que ver con el talento. Tiene que ver con cómo estás ubicado en los medios. Hay gente que trabaja de famosa. Les preguntás: “¿Qué estás haciendo?” Y te dicen: “Notas”. Cada cual es feliz con el camino que elige, pero yo me enfermo cuando estoy a disgusto, la paso pésimo. Hay que tratar de combinar la guita que se necesita para comer y vivir con el trabajo. Uno puede vivir con diez lucas o quinientos pesos. Yo viví sin nada y con mucho.
En este momento, tus trabajos se inclinan en general hacia la comedia “blanca”.
–Eso es circunstancial. Me gusta, sí, el humor en la mujer. Me parece un espacio al que no todas las mujeres se atreven. Y hay que hacerlo, porque el humor tiene que ver con la inteligencia. Reniego del prejuicio que dice que las mujeres que hacen humor deben ser feas. No es así: tienen que existir Goldie Hawn y también Carol Burnett. Ese lugar me interesa: soy muy egocéntrica, y me gusta hacer lo que pocas hacen. Admiro a actrices como la Bruzzo o Alejandra Flechner. En realidad, me gustan las actrices con concha.

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