MúSICA EL JOVEN Y BRILLANTE REY DEL RAP, KENDRICK LAMAR, TIENE NUEVO DISCO
› Por Micaela Ortelli
Llegar a la excelencia no es fácil. A Kendrick Lamar siempre lo fascinó la idea de ser el mejor en algo. Empezó siendo un alumno ejemplar, el que no da trabajo en una familia grande, sobreviviente. En el básquet se esforzaba –su primer sueño fue ser estrella de la NBA–, pero la estatura no ayudó. Del mismo modo, cuando se apasionó por el rap y la escritura, se propuso ser un rey. Desde entonces se dedicó a estudiar a los antecesores, escucharlos con minucia, atender cada línea (los antecesores, los mejores: Tupac, Nas, Jay Z, entre otros). Eso implicó largas horas de consumo de música, y más adelante, muchas más eligiendo instrumentales. El proyecto, en fin, le dio algo en que ocuparse en lugar de perder el tiempo con los amigos del barrio (los “homies”, como dice). El MC de ojos calmos, voz de lana, que triunfó con virtud y elegancia, nació en 1987 en Compton, California. Como en los tiempos del rap gangsta –que se originó allí mismo–, esa ciudad postergada al sur de Los Angeles es centro de escenas tan violentas como entonces (de racismo policial sobre todo, pero eso aplica al resto del país). A Kendrick Lamar la música lo salvó.
Durante la creación de cuatro mixtapes y un álbum, desarrolló un oído riguroso y construyó la voz que lo distinguió: una forma de decir irrebatible sobre beats magnéticos. Al menos cinco canciones de toda esa primera obra podrían haber sido hits (“Michael Jordan”, en colaboración con Schoolboy Q, es un veneno). Así impresionó al productor de rap más exitoso de todos los tiempos, Dr. Dre. En 2011, sobre un escenario de Los Angeles, Snoop Dogg y otros hermanos mayores de esa dinastía, nombraron a Kendrick Lamar Rey de la Costa Oeste. goodkid, m.A.A.dcity (2012), su debut discográfico propiamente dicho, honró el título (los críticos lo elogiaron invariablemente, si sirve el dato) y a su propia historia, con canciones pegadizas y sensuales, de juvenil sordidez, que retratan los días en Compton que no volverán.
Comprometido con su novia de la adolescencia, demasiado paranoico como para disfrutar tener groupies, Kendrick Lamar graba con los ojos cerrados y los brazos extendidos. Puede improvisar, rapear sin respirar, o al revés, ser muy claro al pronunciar. Puede llorar al hacerlo. Kendrick Lamar es único. En febrero ganó dos Grammy por el primer adelanto de su nuevo disco (los primeros que recibe; a goodkid absurdamente le negaron cuatro). “i”, el single en cuestión, en su momento desconcertó por lo animado –es un hit con casi coreografía que recuerda a “Happy” de Pharrell Williams y repite “me quiero”–. El día después de la ceremonia, sin embargo, el artista que ennoblece a Reebok usando sus zapatillas, lanzó “The Blacker The Berry”, un tema agresivo, muy oscuro, con una intervención del cantante dancehall jamaiquino Assassin que hace temblar. “¿Me odiás, no? Odiás a mi gente, tu plan es exterminar mi cultura”, dice ahí la estrella de rap más brillante del momento.
To Pimp A Butterfly salió finalmente en marzo y todavía no se puede escuchar otra cosa. Rítmico y analógico, con producción cargada, repleto de información, ya es el disco más streameado de la historia de Spotify. Al revés de good kid y su maldad soleada, To Pimp A Butterfly es un viaje interno y emotivo, definitivamente más adulto y exigente. Las canciones cambian el ritmo de repente o tienen tantos efectos como las de alguna banda moderna rara; y si no, si la base es sencilla y regular como en la espectacular “Alright”, la sangre está concentrada en la palabra: “Toda la vida tuve que pelearla”, arranca. Kendrick Lamar nunca habló con la intención de este disco. Hoy no puede evitar ser el rapero consagrado, millonario y popular que alucina a Taylor Swift –lo más famoso del mundo, fan declarada–; pero tampoco sentirse el mismo de siempre, el chico autoexigente que creció en un entorno complicado y antes de los primeros éxitos no tuvo contacto fuera de la comunidad negra. Esta vez expresó esa confusión: cómo se vincula con una industria despiadada y sus personajes, y a la vez, con su familia y amigos que nunca cambiaron de rutina, en un país que no deja de mostrar la hilacha de su racismo.
Ya se puede decir que uno de los hits del año es negro. “Puse un mástil en mi ciudad, todos están gritando ¡Compton! Debería postularme a intendente cuando termine con esto”, dice King Kunta –en honor al esclavo de ficción Kunta Kinte–, tan hit y tan negro que termina con un coro femenino repitiendo “¡Queremos el funk!”.Y recién es la tercera canción. Después arranca el primer extracto de un poema que habla de los demonios de su nueva vida y cómo lo aclara volver a casa, a Compton. Hacia el final del disco lo lee completo a Tupac Shakur, el MC modelo de éxito e integridad al que conoció meses antes de que lo asesinaran (vio la filmación del video California Love a upa del padre), y encontró años después en un sueño (Tupac le dijo “no dejes morir la música”). Ahora imaginó que lo entrevistaba; le pregunta: “¿Qué creés que nos depara el futuro a los de mi generación?”, Tupac responde como lo hizo en 1994 a un medio sueco: “Creo que los negros están hartos de saquear tiendas y la próxima vez que haya una revuelta va a correr sangre de verdad”.
Todas las canciones de To Pimp A Butterfly tienen algo que afecta. No se sale inalterado del estribillo de “Institutionalized”, la guitarra de “These Walls”, el “boo boo” de “Hood Politics”. De trances tan conmovedoras como los de “Momma” o “u”. Hacia la mitad de ese track irrumpe un jazz mínimo, y arriba, el MC interpreta a un borracho, triste como un gaucho viejo: “No sos un amigo. Un amigo no se va de Compton por plata o abandona a su mejor amigo”.”u” arranca diciendo “quererte a vos es complicado”, y en contexto se entiende que funciona de contrapeso de “i”, que adentro del disco no suena como la canción alegre de los Grammy. En la versión de estudio, al final, el rey digno, el vecino ejemplar, les habla a los homies, recuerda a los muertos y le dedica un verso a Oprah Winfrey, que no usa la palabra “niggas” porque le parece despectiva: “Esta es mi explicación, directo desde Etiopía: N-E-G-U-S. Definición: emperador negro, rey”. Por otro lado, prestando atención se entiende que además de repetir “me quiero”, la canción dice “todos somos inseguros”. Kendrick Lamar la escribió, justamente, en un momento de baja autoestima: “Fue un truco psicológico –dijo en una entrevista–. Ahora por los próximos tres años la voy a tener que cantar”. Y con él todo un mundo que entregó el corazón a sus rimas sentidas, que hoy lo escucha con delirio.
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