Dom 28.06.2015
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PERSONAJES > JUAN MINUJíN

JUAN SIN MIEDO

PERSONAJES Su apellido remite directamente a su célebre tía pero, de a poco, Juan Minujín va ganando fama y prestigio propios. Ahora mismo, acaba de ganar un Martín Fierro por su personaje de Segundo, el hijo de una familia conservadora que finalmente se asumía gay y terminaba la tira, Viudas e hijos del rock & roll, con su matrimonio. Y está, al mismo tiempo, rodando Zama, con Lucrecia Martel, y actuando dirigido por Javier Daulte en Venus en piel. Actor arriesgado, filoso y al mismo tiempo simpático, es tan comediante neurótico como antihéroe trágico, tan dúctil que puede ser un joven infectado de vih antes del cóctel (su debut en cine con Un año sin amor, de Anahí Berneri) como el insólito ángel de una publicidad de agua saborizada.

› Por Salvador Biedma

Marca un punto en el aire con el índice, dibuja hacia la izquierda una especie de arco iris y sostiene medio segundo el dedo al final, antes de bajarlo. Con ese gesto dibuja “el arco del personaje, el viaje que hace durante la obra”. Usa esta imagen más de una vez, para hablar de algunos de los muchísimos proyectos en los que viene participando, sea en cine, teatro o televisión. Proyecta ese arco cuando habla del director que interpreta en la obra Venus en piel, por ejemplo, o del marido que temía afrontar sus deseos homosexuales en la tira Viudas e hijos del rock & roll.

“Para mí, los personajes interesantes son los que tienen una batalla consigo mismos. Si sólo luchan contra algo que está afuera, me resultan más planos. Siempre están las cosas de afuera, pero me interesan los personajes que tienen el conflicto claramente dentro.” Segundo, en Viudas e hijos..., vivía en una familia conservadora, siempre había tenido una actitud sumisa ante los mandatos de los padres, pero, sobre todo, rechazaba sus propios deseos. “El viaje de ese personaje era asumir su homosexualidad y, además, disfrutarla, asumirla positivamente.”

Después de nueve meses en el prime time de Telefe, la tira terminó a mediados de mayo con el casamiento entre Segundo y Tony (Juan Sorini). Cuando le contaron el proyecto y le hablaron de los personajes, Minujín enseguida se entusiasmó con Segundo. Vio en él un conflicto fuerte, que podría desplegar durante decenas de capítulos sin que se volviera repetitivo.

Se notaba a simple vista que los actores se divertían haciendo Viudas e hijos... Se había formado un buen grupo de trabajo, con varios nombres destacadísimos, como Verónica Llinás o Luis Machín, quien sobresalía especialmente. “Me parece que entendimos muy bien la comunicación entre nosotros y pudimos armar una familia con roles muy establecidos... como todas las familias, en realidad. Y era un grupo muy serio para el laburo. Nos sentábamos a organizar el timing de la comedia, que es casi matemático por momentos, y llorábamos de risa.” Por el papel de Segundo, Minujín recibió un premio Martín Fierro hace dos semanas.

Es común que los actores renieguen del tiempo que insume una tira en televisión. El no. Dice que la mayoría de la gente trabaja diez o doce horas por día para ganar mucho menos. Señala, sí, que llega una instancia en que los actores sienten que la tira no va a terminar más: están habituados a filmar durante uno o dos meses, no durante un año. Por eso le interesaba un personaje con un conflicto potente, que resistiera 150 capítulos o más.

Terminado ese proyecto, reparte los días entre la Mesopotamia, donde Lucrecia Martel está filmando su adaptación de Zama –la novela de Antonio Di Benedetto–, y Buenos Aires, donde protagoniza con Carla Peterson, de miércoles a domingos, Venus en piel. Esta obra del estadounidense David Ives, estrenada en 2010 y llevada a Broadway en 2011, se adaptó a Argentina con dirección de Javier Daulte. El título surge, desde luego, de la novela de Sacher-Masoch conocida como La Venus de las pieles (Venus en piel es una traducción más “literal”).

En escena, Peterson representa a una actriz que llega tarde a una audición. Ni siquiera está anotada, pero logra que el director, interpretado por Minujín, le tome una prueba y exhibe entonces una capacidad asombrosa para el papel protagónico. Haciéndose la ingenua, esta rara actriz –no queda en claro si existe, si forma parte de algún tipo de complot, si es una encarnación de Venus– logra muchas claudicaciones del director, va dominándolo hasta ponerle un collar y una correa, sometiéndolo como se somete el protagonista de Sacher-Masoch (el término masoquismo, es sabido, se acuñó a partir del apellido de este escritor).

Peterson claramente lleva las riendas sobre el escenario y Minujín lo dice sin tapujos ni falsa modestia: “La obra gira alrededor del personaje de Carla; el personaje masculino acompaña ese proceso”. Claro que, a la vez, se da la transformación (“el arco” que Juan dibuja en el aire con un dedo) de ese director arrogante que termina encerrado en la obra que adaptó.

En muchos de tus personajes aparece lo sexual en conflicto.

–Sí. No es que sea un fanático del tema o un devoto del sexo. Es algo que me llega más de afuera. Suelen decírmelo y es cierto que hay una carga sexual fuerte en los personajes. Tal vez tenga que ver con mi recorrido, con cierto tipo de trabajo actoral con el cuerpo. Me divierte toda la cosa del morbo alrededor de lo sexual, me parece un motor interesante para actuar... Qué sé yo.

Tampoco le escapás al tema.

–Eso desde ya. Forma parte de las pulsiones fundamentales de la vida.

A TRAVES DEL ESPEJO

Si Venus en piel propone un atractivo juego de espejos con el recurso del teatro dentro del teatro y una actriz que termina marcándole los pasos al director, también pueden pensarse los ecos o reflejos de la carrera de Minujín en la obra.

La primera asociación resulta evidente: Un año sin amor, película dirigida por Anahí Berneri y estrenada en 2005. Fue la adaptación de un libro –autobiográfico– de Pablo Pérez y mostró con bastante crudeza el mundo del sadomasoquismo. Para seguir con el juego de espejos, era el primer protagónico de Minujín en cine y también el debut de Berneri como directora. Con ayuda del propio Pérez, los dos hicieron un trabajo de investigación. Aunque asegura que no piensa mucho en los trabajos que ya hizo porque está más centrado en mirar adelante, Minujín tuvo presente la película –y, sobre todo, la investigación– al meterse en Venus en piel.

Afirma que tuvo suerte de que su primer protagónico en cine fuese un personaje “tan expresivo y singular”. Explica: “Podría haber sido un chico al que no le pasa nada al principio y después no le pasa nada y al final no le pasa nada. En esa época, había muchas películas así... sigue habiendo”. Si bien no la ve desde hace años, siente que la película “envejeció bien”, que resiste el paso del tiempo, por más que, cuando se estrenó, en muchos aspectos la homosexualidad era menos visible y la realidad de quienes tenían vih resultaba muy diferente. “Estábamos a años luz de lo que es hoy”, dice. “No en el tema del sadomasoquismo, que no se expandió: sigue siendo una cosa absolutamente de nicho.”

Con Berneri se apoyaron mucho para ese doble debut y quedó un vínculo de amistad. Cuando él hizo el corto Guacho y, después, el largometraje Vaquero, ella lo ayudó. Vaquero se estrenó en 2011. Y acá hay otro juego de espejos con Venus en piel: mientras interpreta a un director en la obra, en la película que dirigió (escrita junto a su hermano) hacía el papel de actor. Minujín se ríe, dice que no lo había pensado.

Vaquero hace foco en la neurosis, la ansiedad, la competencia feroz que puede verse en muchos ámbitos, pero dentro de un mundo que él conoce bien: el de los actores. Julián (el protagonista, interpretado por el propio Minujín) parece un tipo correcto, pero se la pasa comparándose con sus compañeros, fijándose si otros generan más risas o consiguen mejores papeles, está demasiado atento a los comentarios casi anodinos de su padre. Esto, que se expresa a través de una voz en off, lo lleva a disputar como un asunto de vida o muerte el papel en la película que un estadounidense va a filmar en Argentina.

Minujín vuelve a reírse porque él participó hace pocos meses en la audición para Focus, un largometraje estadounidense que, en parte, se filmó en suelo porteño. “Fue un hermoso regalo del destino”, asegura entre risas. “Cuando preparaba el casting y cuando hice la audición, sentí que transitaba un camino que yo ya había escrito y había filmado. Fue gracioso. En su momento, me inspiré en la locura que generó la llegada de Francis Ford Coppola a Argentina. Esto era más cerrado, sin tanta exposición.” Focus se estrenó en marzo en Argentina y Minujín interpreta ahí a un barman.

Hablabas de que Un año sin amor resiste el paso del tiempo. ¿Cómo ves Vaquero hoy, a la distancia?

–La última vez que la vi (hace tiempo, en un festival) me pareció que estaba bien. Las cosas que no me gustan de la película me parecen malísimas ahora, pero en general me gusta. Creo que es singular y refleja una mirada muy propia. Si una obra o una película refleja un punto de vista singular, suele mantener su vigencia. Vaquero tiene algo que todavía me resulta interesante en esa neurosis del protagonista. Algo que resuena en mí y escucho a gente que hoy la ve y también le resuena.

¿Te reconocés en algo de esa neurosis?

–En todo. Obviamente, no estoy como el personaje. Tengo la perspectiva para ver eso, reírme y hacer una película, pero entiendo perfectamente lo que le pasa. No es algo autobiográfico porque no se trata de anécdotas mías, pero son cosas que conozco mucho.

LA RISA ES COSA SERIA

A los cuarenta años, Minujín ha participado en una enorme cantidad de proyectos. Enumerarlos sería tedioso, pero vale destacar algunos. En cine, tuvo papeles en El abrazo partido, de Daniel Burman, hizo una voz en off en Historias extraordinarias, de Mariano Llinás, y protagonizó largometrajes como Zenitram, Dos más dos –con Carla Peterson– o Pistas para volver a casa. En teatro, formó parte del grupo El Descueve y actuó en Cuchillos en gallinas (obra dirigida por Alejandro Tantanian), El pasado es un animal grotesco (de Mariano Pensotti) y, en 2014, El principio de Arquímedes. En televisión, empezó con un personaje en Arde Troya, programa que conducía Matías Martin, fue barman durante algunos capítulos en Tratame bien y hace dos años tuvo un papel importante en la tira Solamente vos, en el prime time de Canal 13.

Ya muchas veces contó que, apenas adolescente, vio la obra Postales argentinas, de Ricardo Bartís, y enseguida dijo “quiero estudiar teatro” (todavía lo fascina Bartís; asegura que su versión de Hamlet es la mejor de todas las que ha visto). Empezó a formarse entonces con Cristina Banegas. Jovencísimo, apareció como extra en la película Fuego gris, estrenada en 1994, recordada especialmente por la música –de Spinetta, a quien Minujín siempre admiró– y, en menor medida, por una rarísima escena en la que llueven sapos sobre el Obelisco.

“Mis viejos me dieron mucha confianza. Jamás estuvo la cuestión de si me iba a ir bien. Siempre fue: ‘Si te gusta y te metés a fondo, vas a ser bueno’.” La madre, socióloga, lo llevaba al teatro con frecuencia. Y tanto ella como el padre, matemático, iban con sus hijos a museos y tenían en la casa libros de pintura y discos de poesía. “Un montón de discos de poesía”, remarca Juan.

Durante la última dictadura, la familia se exilió en México. El hizo el jardín de infantes y parte de la primaria allá. “Todavía tengo muchos amigos de México y me quedaron cosas de las comidas, los colores, los festejos... Hay anécdotas muy lindas.” Relaciona esas anécdotas con el tipo de humor que le interesa: lo gracioso mezclado con otras emociones, la risa que puede surgir en medio de la tristeza o la tragedia.

“Uno, a veces, se ríe por nervios. Y también se ríe cuando está triste. En la actuación, es tan difícil tentarse de risa como lograr una tristeza profunda. Al mismo tiempo, hay un espacio social que nunca se abandona. Si yo ahora mismo me emociono, voy a tratar de taparlo, pedir disculpas, hacer un chiste y seguir adelante... No voy a involucrarme con mi emoción. Muchos actores se regodean cuando logran que salgan las emociones y, en realidad, hay que taparlas: que estén, pero controladas.”

Esto dispara a Minujín a hablar de libros sobre teatro. Le gustan mucho. Su padre vive en Estados Unidos y él aprovecha, en cada viaje, para comprar “desde biografías de actores hasta textos de técnica de actuación”. También ve muchas películas y obras de teatro. Como espectador, le interesa “viajar”, meterse en un mundo a partir de lo que ve. Y, aunque no llegue a eso, siempre se entretiene porque mira los caminos que toman los actores. En algunos casos, rescata apenas unos segundos del trabajo de un actor: “por ahí eso me queda en la cabeza semanas... o años”.

Ahora intenta organizarse para escribir una nueva película. Sobre el lado B de una familia “progre” porteña. Comenta que no sabe todavía si emprender el proyecto con una producción fuerte, para lo cual debería salir a buscar apoyos, o como algo “más chiquito”. Quedarse en esa duda, sabe, también es una trampa, un freno, una excusa para no sentarse a escribir y ya.

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