Dom 26.07.2015
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POMPEYO AUDIVERT Y RODRIGO DE LA SERNA

UNA LECTURA DE LA HISTORIA

Cuando a partir del 31 de julio Juan Manuel de Rosas llegue al Teatro San Martín, no sólo se dará una suerte de reencuentro de los que suelen hacer de la historia argentina un lugar tan imprevisible como fascinante, sino que también será la consumación de un gran proyecto artístico: se trata de la extraordinaria novela de Andrés Rivera El farmer, cuya adaptación es dirigida y actuada por Pompeyo Audivert y Rodrigo de la Serna, quienes interpretan a Rosas en dos momentos de su vida, el de la vejez y el exilio y el de los años de ejercicio de su pleno poder. Radar habló con los protagonistas sobre la forma en que se relacionan teatro e historia, por qué adaptar a Andrés Rivera, y sobre la atracción que no dejan de ejercer en el arte contemporáneo los hombres más polémicos –como Rosas, como Facundo Quiroga, como el propio Sarmiento– del siglo XIX.

› Por Mercedes Halfon

“Hoy la vamos a hacer puntiaguda”, dice Pompeyo Audivert mientras se refriega las manos y acomoda una silla sobre el escenario. Se refiere a la pasada de El farmer, la obra que protagoniza y dirige junto a Rodrigo de la Serna, adaptación de la novela homónima de Andrés Rivera, que en pocos días llegará al Teatro San Martín. Ahora están en El cuervo, su estudio en el barrio de Monserrat, que es el espacio donde esta obra fue construida desde cero. Rodrigo de la Serna también deambula en el espacio, se prueba un poncho oscuro, comenta con Andrés Mangone –tercer director y coequiper de la pieza– algo acerca de la iluminación que debería ayudar a transmitir los “ensueños que queremos proyectar a la platea”. Es el último ensayo antes de trasladarse al convaleciente templo de la calle Corrientes al 1500. Hay un clima de inminencia, de preparativos: están presentes la escenógrafa Alicia Leloutre, al llegar la iluminadora Leandra Rodríguez y también hay dos cámaras y un boom que se desplazan siguiendo a Pompeyo y Rodrigo, documentando el proceso creativo para un film que realiza Leandro Ipiña para el Canal Encuentro.

Dice Rodrigo de la Serna: “Si la mesa es de roble, el cuchillo no se clava”. Y sería un problema, ya que el cuchillo, la mesa, el brasero, el mate, son los únicos objetos que tiene Juan Manuel de Rosas en el exilio, según narra Andrés Rivera en este puntiagudo monólogo llamado El farmer. Novela, en realidad, pero en la que habla un solo personaje, el mismísimo Juan Manuel de Rosas, con una emocionalidad, una interioridad tan profunda y poética que era inevitable que alguna vez terminara en el teatro. Dice Rosas en El farmer: “Han pasado veinte años desde que me arrojaron a tierra de gringos. A veinte años de ese crimen, a veinte años de ese pecado de sangre que Dios no le perdonó al cojudo de Urquiza y a la traición de mis generales, un paisano clava su cuchillo en el mostrador de una pulpería, y grita Viva Rosas. Y otro clava su cuchillo en el mostrador de otra pulpería, y grita Viva Rosas... ¿A qué reta y a quién el Viva Rosas de esos paisanos, que pelearon en mis ejércitos y en los del finado Urquiza? ¿Y el Viva Rosas de sus hijos y nietos y el de los hijos de sus nietos? Contesten eso, si les da la lengua para contestar eso. Ese grito durará más que el pecado”.

Más tarde Pompeyo Audivert cuenta cómo fue el inicio de toda esta hazaña: “Leí el texto hace años, cuando se publicó y me resultó sumamente teatral. Basta con ponerle al comienzo Rosas: y se transforma en un monólogo, el diálogo interno de un Rosas viejo a punto de morir en el exilio, que va haciendo un racconto desordenado de su vida, intentando entender, puteando contra el pasado, preguntándose sobre el sentido de su presencia en la vida de los argentinos. Es un texto hermoso, donde Rivera funciona como un médium a través del cual Rosas habla con él mismo. Hace un tiempo Jorge Rivak, el hijo de Rivera, me propuso hacerlo, entonces lo volví a leer y me produjo un deseo inmediato, estaba esperando algo así, esas citas sorpresivas y trascendentes que el destino arma a espaldas de uno y se presentan de buenas a primeras en el momento menos pensado”.

LA TRAMA ROSADA

Pero si el destino lo quiso no fue por casualidad. Hay un hilo que viene de lejos y tejió esa unión entre la figura de Rosas, la reapropiación que de ella hizo Rivera y la escenificación de Audivert-De la Serna.

El farmer fue publicado por primera vez en 1996, luego de que los restos del más célebre caudillo bonaerense fueran repatriados a la Argentina, a más de un siglo de exilio. Es quizá la novela de mayor llegada del autor después de La revolución es un sueño eterno. Rivera: un escritor del realismo que fue abandonando la representación directa, su mirada de la historia argentina desde la izquierda lo llevó a una escritura de mayor poeticidad y preocupación por el lenguaje. Párrafos cortos, silencios, reiteraciones rítmicas, personajes hundidos en el tiempo como en una larga noche donde van apareciendo nombres y escenas del pasado.

Y es precisamente el período menos heroico de Rosas, el más extraño, el no narrado por la Historia a secas, el carente de gloria, cuando lo acorralan la vejez y la muerte, el que Andrés Rivera toma para escribir. Los veinticinco años en los que vivió en una granja de treinta hectáreas en Southampton, al sur de Gran Bretaña, solo. Rivera escribe eso como si le sacara punta a la lengua. Empieza su novela así: “No fumo. No tomo vino ni licor alguno. No recibo visitas: lord Palmerston me visitó siete veces en doce años. No voy al teatro. No paseo. Mi ropa es la de un hombre común. En mis manos y en mi cara se lee, como en un libro abierto, cual es mi trabajo durante los treinta santos días al mes. Uso botas. Mi comida es un pedazo de carne asada. Y mate. No tengo mujer. No ando de putas. Soy un campesino que escribe diez cartas diarias. Soy un campesino que escribe un Diccionario”.

Así también empieza la obra. Pompeyo Audivert junto a un fuego modesto es el cuerpo de ese anciano que se deja nublar por el rencor y los recuerdos. Rodrigo de la Serna en cambio, encarna al Rosas joven, al sin tiempo, al mítico que viene a decir las justezas o crueldades que Rosas dijo o pudo haber dicho, según el escritor argentino encargado de ponerlo a hablar. Pero ¿cuáles son las implicancias de una figura como la del líder rojo de la Santa Federación en la actualidad? Audivert dice: “Rosas es un fantasma histórico, una figura central que ha sido extirpada metódicamente de la memoria colectiva, la herida bautismal y clandestina que nunca cicatriza, la marca maldita, la línea de sangre que une nuestra identidad a la tierra, a la llanura, a lo argentino, en él se expresan nuestros parentescos convulsos con esta ‘región de nacimiento’”.

De la Serna apunta en esa misma dirección: “El fundó una identidad nacional. Quisieron contrafundarla con algo un poco más artificioso, con Sarmiento y la generación del ’37. Pero ¿Por qué es el Martín Fierro nuestro libro de cabecera y no el Facundo? Justamente el Martín Fierro habla del pasado feliz de los gauchos en los ranchos, de una vida que fue tranquila. Paz para ellos, dice Rivera, era siesta, mate, un vaso de vino o caña y hundirle la mano bajo la pollera a una china en una tarde cualquiera de la pampa. Esa identidad se diluye con el arribo de Sarmiento en la política argentina”.

Y decimos que hay un hilo que une porque así como Rivera hizo un uso totalmente personal y libre de la “novela histórica”, De la Serna viene de ponerse en la piel del mejor amigo del Che Guevara, de José de San Martín y ahora del más famoso gobernador de Buenos Aires del siglo XIX. Y Audivert, por su parte, viene explorando la relación entre el teatro y la historia argentina desde siempre. Desde su versión teatral del Museo Histórico Nacional, para el Proyecto Museos curado por Vivi Tellas, a su reciente Museo Ezeiza, en la ex ESMA. “La historia funciona en nuestro teatro como un referente mítico y fantasmagórico, como una capa atmosférica más, es la superficie de inscripción de la ruptura poética, aporta fuerza y signos familiares. En todo intento poético laten una fe y una crítica histórica, solo podemos dar cuenta de nuestra pertenencia a una zona dorsal de otredad desde este páramo histórico en el que estamos, desde esta escena patética y maravillosa a la que hemos sido arrojados y a la que presentimos habremos de volver innumerables veces. La historia es también un sistema teatral.”

ENTRE MARX Y REY LEAR

Pompeyo tiene un camperón de nylon que lo cubre hasta los pies. De la Serna tiene un poncho negro arriba de su propia campera. Ropa de ensayo, claro. Hace frío en el estudio El Cuervo, estamos en invierno y no han prendido la calefacción, porque de algún modo esta sensación ayuda a construir el clima desde donde emergen estas voces graves, carrasposas. Estos Rosas, joven y viejo, dirán: “Nieva en el reino de la Gran Bretaña. Nieva desde el mar del Norte hasta el océano Atlántico. Y yo, hoy, 27 de diciembre de 1871, me senté, con mis 78 años, cerca del brasero, y removí los carbones encendidos del brasero, y pregunté a ningún espejo: ¿Sabe alguien qué es el destierro? ¿Sabe alguien cuántos años son veinte años de destierro?”.

Esas preguntas, esa incertidumbre, ese frío, la rareza de ver a un prócer con otras ropas, extrañado del espacio donde fue quien es, hacen a esta pieza. El farmer de Pompeyo-De la Serna encarna toda la potencia del texto original y lo multiplica en las voces de estos dos actores inmensos que parecen venir del fondo de los tiempos a invadir el escenario. Unos tiempos que son argentinos y a la vez abarcan aun más. Pompeyo explica algo de esto: “El teatro sondea la identidad metafísica de los seres individuales y colectivos, su pertenencia a un sistema de recicle, de reencarnación y deriva; en este sentido la figura de Rosas nos permite poner a funcionar la máquina teatral desde su perspectiva metafísica, a la vez histórica y sagrada”.

Estamos en El cuervo, pero figuradamente, en Inglaterra. Lejos de la llanura y el sol pampeano, en un espacio de bruma, donde el mar se adivina cerca. Los sucesos históricos, lejos de la antinomia rosista-antirrosista clásica de la historiografía argentina, comienzan a acercarse a otros significantes. Rivera lo sugiere en su texto al hacer que el caudillo mencione a King Lear. Y luego también, sin ser explícito, nombra a Karl Marx. Es contra de estos referentes que la figura de Juan Manuel Rosas se recorta y toma nuevas dimensiones. En este espacio de balance, su figura se corre del eje. Hay un Rosas favorable a los propietarios de la tierra –contra Marx–. Un Rosas que fue el único que reconoció y lideró a los sectores populares –con Perón–. Un Rosas de la tierra que fue desterrado y ahora vaga en la locura de su memoria, intuyendo diezmado su legado –con Shakespeare–. Son espectros de Rosas.

“Creo en el teatro como un piedrazo en el espejo y siento que con Rodrigo podremos intentar esta aventura de romper los límites de la representación histórica y convocar a otra visión. Toda la adaptación que hicimos se basó en el desarrollo escénico de un concepto que la novela de Rivera destila: ‘el doble mítico’, esto es, el alcance de la figura de Rosas en el inconsciente colectivo más allá de su presencia física temporal. Su indudable proyección en el ser nacional como la identidad frustrada, la que no pudo ser, la que cayó en Caseros y no obstante permanece activa en las sombras, acechante y temible”, cierra Pompeyo Audivert.

En pocos días, el Teatro San Martín, ese gran monumento de la cultura porteña, será habitado por nuevos fantasmas. Como el campo entrando en la ciudad, pero en una primera persona espectral. Alguien va a afilar un cuchillo para clavarlo en una mesa, en la tierra, en la memoria, en una tumba.

El viernes 31 de julio a las 20 se estrena en la Sala Casacuberta del Teatro San Martín (avenida Corrientes 1530) El farmer, basada en la novela de Andrés Rivera, adaptada y protagonizada por Pompeyo Audivert y Rodrigo de la Serna y dirigida por Audivert, De la Serna y Andrés Mangone. El músico en escena es Claudio Peña. La iluminación es de Leandra Rodríguez, el vestuario de Julio Suárez y la escenografía de Alicia Leloutre.

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