HISTORIETA JUAN SáENZ VALIENTE
Con rostros sacados de lo cotidiano y una Buenos Aires que está lejos de la postal, La sudestada es sin dudas una de las mejores historietas del año, un admirable policial que les escapa hábilmente a los guiños del género. Después de trabajar con guionistas como Carlos Trillo y Pablo de Santis, Juan Sáenz Valiente da un paso fundamental en su crecimiento como autor, encargándose del dibujo y el guión, con referentes tan disímiles como Jodorowsky, Egon Schiele o Hergé.
› Por Juan Manuel Domínguez
La segunda secuencia de La sudestada (Hotel de la Ideas) muestra a un hombre, el investigador sexagenario Jorge Villafañe, parco, seco, de rostro apesumbrado, arruinado pero rabioso, reactivo y falso, como su chomba derrotada. Camina por una calle porteña, fácil de reconocer en su arquitectura, toca un timbre y una señora, de esas que parecen genéricas a la ciudad, le abre la puerta. Villafañe busca información mintiendo alevosamente ya que, como después veremos, es un investigador privado, un detective. Pero no hay pipa. No hay contraluz generado junto a la ventana por la luz de la calle. Hay Fútbol 5, frases rancias, lanchas a Tigre y una nueva misión: seguir a una famosa ex bailarina. El protagonista del nuevo libro de Juan Sáenz Valiente, hijo del fundacional y fundamental animador Rodolfo Sáenz Valiente, es un hombre común. O no tanto. Sáenz Valiente lo explica: “En esa época vivía en Montserrat, por el centro, y es una mezcla entre oficinistas y barrio, como un lugar medio en la transición. No es el microcentro pero no es tampoco Constitución. Como un limbo. Ahí iba a pagar el alquiler a la inmobiliaria y había un viejo, un gallego, que siempre estaba sentado ahí y tenía la misma cara del detective. Siempre me gustó la idea de hacer algo con esa cara, con ese tipo. Aunque este era más simpático. Quería meterlo en un quilombo afuera de ese mundo”.
Hay algo en ese rostro, en todos los rostros de La sudestada, que muestra una Buenos Aires distinta, ni aguafuerte ni Francisco Solano López (quizás el historietista que mejor entendió a la ciudad). En La sudestada, Sáenz Valiente quería “hacer algo con este tipo, pero también quise hacer un policial. Pero escapándole a la cosa esa de Philip Marlowe. Nunca había leído ningún policial clásico. Me dije que tenía que leer, que no podía ser tan cara rota, y después no, al contrario, ya que no lo había leído seguí así para no enviciarme. Quería hacerlo en argentino, hoy día, y que no sea el relato típico. Y me puse a ver como investigaba un detective hoy acá”.
Es cierto: lo primero que sobresale en los grises que hacen a La sudestada (Valiente “ni puede ver” la versión a colores francesa), son los rostros de sus protagonistas. Villafañe, la bailarina perseguida (Elvira Puente), el gordo Rubén poseen rasgos que eluden esos modos “robotitos” que a veces tiene la historieta cuando quiere ser adulta. Son personas. Los hemos visto alguna vez en algún lado: “Siempre pasa que te calentás en hacer dos o tres caras y los que van en el fondo no les das tanta definición. Acá me preocupé por que todos estén parejos, que tengan personalidad en el rostro. Todos los personajes están sacados de fotos. Fotos de Google Imágenes”. ¿Google? “Lo que hacía era poner los nombres: Jorge, Raquel, o Señora. Si pones ‘Señora’ salen rostros muy buenos. Hay un blog que se llama Fotos de Perfil, que eran fotos horribles de perfil con muy mal gusto, en Mar del Plata y esas cosas. Ahí sacaba la idea de las facciones o un detalle, no es que lo copiaba tal cual.” Cuenta que en El hipnotizador, la historieta que hizo con guión de De Santis, la cara del “bueno” la inventó y para el malo, Cavallo, use a Cavallo, el ministro. “El contraste entre los dos se notaba, que uno era inventado y el otro no, un rostro no tenía restricciones y el otro sí.”La razón de esa búsqueda de realismo, que define gran parte del ADN de La sudestada, y no se reduce a los rostros sino que se expande a calles, al río, a las formas de moverse, de hablar, de reaccionar, de sufrir en silencio de sus personajes, la da Sáenz Valiente: “Hay muchos modismos, o vicios, que uno tiene como dibujante, que tienen que ver con recursos que son como defectos universales, que está bueno usarlos pero muchas veces te llevan al cliché. El más exagerado es que le salgan estrellitas si algo les duele. Son gestos universales, pero no son los que tienen los porteños. Nosotros tenemos muchos modismos que no existen como caricatura”.
Valiente sostiene que buscaba “un policial en Buenos Aires, no en San Telmo y Caminito, sino en esas partes bien feas, bien deformes que hay. Y que sea argentino”. Una clave en su documentación, algo que está siempre presente en sus trabajos (Sarna, junto a Carlos Trillo, la tintinesca Norton Gutiérrez y el collar de Emma Tzampak, sus trabajos junto a Alfredo Casero en Orsai), fue haber localizado a un real detective: “Me contó un montón de cosas. Su premisa es ‘Hay mucha gente con ganas de hablar. Siempre hay un vecino chusma, o un empleado alcahuete’. Tiene mucho carisma para soltarle la lengua a la gente”.
El policial “mutante” que va y viene entre Buenos Aires y Tigre (escenario donde Sáenz Valiente suelta su potencia gráfica, que mezcla a Hergé y a Egon Schiele, para obtener algo igual de talentoso pero más humano) trabaja bajo la fórmula “del binomio fantástico”: “Trillo decía que si metes dos cosas a convivir cuanto más opuestas sean, más rica es la historia que generan. Aquí serían el detective y la bailarina”. Pero inmediatamente cita a Alejandro Jodorowsky: “Hacer un guión es como escribir un telar, abre tramas, expande y cuando llega a la mitad tiene que ir cerrando. El dice que lo hace en trance. Yo dije lo iba a hacer así. Quilombo. Metí todas las teorías, Trillo y Jodorowsky, en la licuadora. No sabía que determinadas cosas iban a pasar con los personajes. Fue medio mágico”.
Entre la documentación y el trance, la investigación y la libertad de un trazo y un narrador que crea un relato honesto, donde “lo porteño” no es un valor pictórico sino fundamental al relato y donde “lo adulto” no es un proyección de adolescencias que ya tienen más treinta años, Sáenz Valiente hizo su policial, un ejemplo real de las posibilidades del medio en nuestro país cuando no imita y sí se lanza con miedos a nuevos territorios. “Cuando la terminé, me enteré que conservaba la estructura clásica de un policial. Inevitablemente, llegué a lo mismo. Me hago el loco, que la historia sea más rara, más abstracta, pero más allá de eso llegue al mismo lugar. Así que supongo que es un policial, pero un policial haciéndose un poco el loco, con una historia que cuenta una transformación. Me gustó la cosa de que un viejo de mierda puede cambiar. Que la gente puede cambiar.”
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