PERSONAJES > SALGáN Y SALGáN
Se estrena Salgán y Salgán, el documental de la directora Caroline Neal que retrata un vínculo complejo: el de Horacio Salgán, el genial pianista, compositor y director casi centenario, con su hijo César, piloto campeón de la categoría Sport 1050 y también extraordinario músico. Años de distanciamiento entre padre e hijo y secretos que se intuyen son el material de una increíble historia de amor filial llena de ternura, silencios, admiración mutua, tragedias y el mejor tango argentino.
› Por Mariano del Mazo
Podría haber sido una película motivada por el retiro del artista vivo más trascendente de la historia de la música popular argentina. Podría haber sido un documental sobre el legado de un padre a su hijo. O sobre el valor y el significado de la más valiosa herencia posible de Horacio Salgán: su piano, el sitio simbólico de su piano –como un trono– y los arreglos originales de tres formatos medulares del Libro de Oro del Tango: su orquesta, el Quinteto Real y el dúo de piano y guitarra con Ubaldo De Lío, tres invenciones formidables. Salgán & Salgan no desatiende esos elementos, pero significa mucho más. Es el retrato de un vínculo complejo: el de un pianista, compositor y director casi centenario y genial con su hijo piloto campeón de la categoría Sport 1050 y, aunque suene exagerado, músico también maravilloso, acaso genial si no fuera por la invencible sombra proyectada por el padre. Un juego de espejos tierno y patológico; al fin, una historia de amor.
Salgán & Salgán estremece por los silencios, por lo que late entre los pliegues del relato formal. En una doble maniobra, las cámaras de la directora Caroline Neal muestran y esconden. Logran un registro excepcionalmente cotidiano y, asimismo, sugieren secretos de familia que se perciben leves y constantes, como una respiración. Lo que oculto parece ser tenebroso y se manifiesta en clave. Ambos coinciden: no tiene sentido revolver el pasado. La historia expuesta, desplegada es la historia de un reencuentro que funciona como paradigma y velo.
César Salgán cuenta en la película y ahora en un bar que estuvo 18 años sin verse con su padre. No aclara los motivos del distanciamiento. “Son cosas… que pasan. Los dos tenemos temperamentos fuertes y no es necesario forzar nada”. El reencuentro ocurrió en el peor marco posible. Horacio Salgán tuvo cinco esposas y cinco hijos que se llevan cinco años de diferencia uno respecto del otro. Uno de ellos, Guillermo, también músico, era muy compañero de César. “Un día –cuenta César– Guillermo me deja un mensaje en el contestador. ‘Estoy en lo de papi, ¿por qué no llamás?’ Te imaginás que si estoy 18 años sin hablar con mi padre no voy a llamar por teléfono así, como si nada, a su casa… A las pocas horas vuelve a sonar mi teléfono: es para avisarme que Guillermo se acababa de matar en la ruta, en la entrada de Las Flores. Chocó contra un tractor y murió carbonizado… Esa misma noche, a eso de los once, estoy golpeando la puerta de la casa de mi papá, lógicamente para avisarle. Me recibió con naturalidad: ‘¿Qué hacés, César? ¿Cómo andás? Vení, pasá’. ¡Una persona que no ves hace 18 años va a tu casa las once de la noche y te golpea la puerta y surge una charla como si nada…! Es raro, ¿no? Ahí vi a la familia Salgán… A los diez minutos le conté las razones de mi visita. Terrible. Sí, ya sé: es para que nos ponga en un frasquito en la facultad”.
Caroline Neal nació en los Estados Unidos, cursó en Harvard, se especializó en ciencias y religiones, trabajó con Teresa de Calcuta en India y estudió cine en la Universidad de Nueva York y con Spike Lee. Se enamoró del tango por medio del baile, y al poco tiempo del contrabajista y fundador de la orquesta El Arranque, Ignacio Varchausky. Vive en la Argentina hace quince años y realizó un notable documental sobre Emilio Balcarce y la creación de la Orquesta Escuela titulado Si sos brujo. “Tal vez el hecho de no haber nacido aquí me facilita ver la belleza de esta ciudad y su música –dice Caroline, con un encantador acento –. Me gusta la arquitectura, el ritmo de Buenos Aires. A lo mejor ser inmigrante me dio una conexión profunda con el tango que, formado en la olla de inmigración, tiene la energía del descubrimiento y el renacimiento y la nostalgia por el país dejado”.
¿Cómo surgió la idea del documental?
–En realidad fui invitada a registrar el backstage del Año Salgan, que se desarrolló a lo largo del 2008. La idea era honrarlo en vida, con la edición de un libro con sus arreglos orquestales originales y de un disco que salió dentro de la serie Raras partituras. También se rearmó su orquesta para que tocara en un festival en Roma… Ahí estaba el que ahora es mi ex marido, Ignacio Varchausky. Lo primero que me sorprendió fue la traza y el temperamento de César: ¡para mí es como una estrella de cine italiano de los 60! Y después, claro, la relación entre ellos. Muy… peculiar. Se habían reencontrado hacía muy poco tiempo y eran como dos extraños.
Seguiste adelante más allá del Año Salgán…
–Sí. Me identifique con César. Lo vi admirando a su padre, siguiendo sus pasos con mucho miedo. Los dos me confesaron cosas fuera de cámara muy fuertes. Creo que el hecho de que yo sea mujer los suavizó. Se fueron acercando.
¿Por qué te identificaste con César?
–Me fascina lo que hay debajo de los hechos, qué nos motiva y qué nos traba. Me fascinó que César, a pesar de su historia con su padre, se dedicara a tocar la música de Horacio aún mientras no se hablaban. Quería acercarme a eso. Mi padre era doctor, y yo no me animé a ser médica por miedo de no cumplir las expectativas. Quería ver cómo y por qué César se animó. Quería ver en esta historia particular e inusual, y a su vez universal, a un hijo encontrando su verdadera voz artística.
Antes que piloto, antes incluso de saber que Horacio era su padre, César Salgán fue músico. Estudió en el conservatorio y fue un bajista eléctrico notable. A los 14, de la mano de su hermano Guillermo, ya tocaba en cabarets de la ciudad de La Plata como Flamengo y Rojo y Negro. Hacía música beat, acompañaba a cantores como Caracol e iba perfeccionando una obsesión, la de tocar el bajo cada vez mejor. Tenía un grupo de heavy metal e integró Manhattan, una banda de covers que animó, entre más de mil eventos, la fiesta del casamiento de Maradona. Un día dejó el bajo y se metió en el piano. Se puso a tocar la obra de Horacio Salgán. Y no paró: ocho horas por días durante años ejecutando los tangos de un padre al que no veía.
¿Por qué dejaste el bajo? ¿Por qué recién ahí te decidiste por el piano?
–Yo soy muy solitario, y el bajo es un instrumento que necesita de otros instrumentos… Era, y soy, muy dedicado… Cuando tocaba el bajo venía a verme hasta Javier Malosetti. Pero me di cuenta de que lo mío es el piano. Mi abuela y mi madre también eran pianistas.
¿No fue una forma de empezar a acercarte a tu padre?
–No, no creo. Supongo que lo del piano es algo genético. Una vez leí un informe sobre genética que hablaba de un nenito ciego de nacimiento, que tenía los mismos gestos y ademanes de su padre. Hay cosas que están en el ADN. Yo me dediqué a estudiar profundamente la obra de mi padre no porque sea mi padre. Estamos hablando de música: le tengo tanta pero tanta admiración... Modestamente yo conozco de qué hablo: he tocado clásica, jazz, brasileño… Cuando uno lleva toda la vida estudiando es difícil que algo te sorprenda. Mi papá me ha sorprendido siempre. Por eso no puedo tocar delante de él, por eso recién ahora me estoy animando a componer.
¿Hiciste psicoanálisis alguna vez?
–No, nunca. No creo mucho en eso.
Horacio Salgán tiene 99 años. Su trayectoria es vastísima y en sus diferentes etapas y formatos, extraordinaria. Si Astor Piazzolla estuvo toda su vida tratando de saltar los decorados del tango, Salgán tuvo muy claro que no quería hacer nada que saliera de los más estrictos parámetros tanguísticos. Pese a sus conocimientos de música clásica, jazz y folklore argentino y brasileño –en la película toca un choro de su autoría– está atravesado por el tango más sofisticado; es una perla dorada del estilo decareano, parte de un vanguardismo que hoy es tradición. Hace cinco años se sentó por última vez al piano frente al público: está retirado, tiene dificultades de audición y la callada certeza de haber encontrado en su hijo al más serio y honesto cancerbero de su obra.
En el impiadoso comienzo de la primavera, Horacio Salgán habla brevemente por teléfono con Radar: “César es un excelente músico, que tiene que tocar su música. Yo creo que ya sabe todo, que entendió todo”.
¿Qué entendió?
–Que en la música hay que buscar la profundidad, no la espectacularidad. La profundidad y el clima, la belleza, la melodía.
¿Qué le pareció la película?
–No sé, no la vi.
¿Cuándo la va a ver?
–No la voy a ver. No quiero. ¿Para qué? Confío en Caroline.
César dice que el reencuentro con su padre le sirvió para darse cuenta de que son idénticos: “El mismo humor, la misma timidez. Yo tampoco vi la película, yo tampoco la quiero ver”. La primera vez que se le apareció Horacio fue en blanco y negro. Era principios de los ’60, tenía cinco años y estaba en la cocina de su casa, en La Plata. Su madre cocinaba. La tele estaba prendida y de pronto aparecieron en pantalla las arltianas siluetas de Salgán y De Lío. Hicieron “A fuego lento” mientras una pareja estereotipada –él de malevo, ella con minifalda y medias de red– bailaba alrededor de la dupla. La mamá señaló con la cuchilla la pantalla. “El del piano es tu padre”, musitó. Nadie agregó nada. Otra vez, siempre, los silencios.
“Esas cosas para mí son normales. No sé, no conozco otra manera de ser. Con mi padre, por ejemplo nunca hablamos de parejas. El no sabe si yo estoy divorciado, de novio o qué. Hablamos de música. Siempre me interesaron cosas así. A los 18 años yo ya era un viejo. Mis amigos eran mayores. Tenía muchos amigos en la noche. Decenas. Llegué a acompañar a Goyeneche que, por otra parte, empezó en la orquesta de mi viejo. Con mi hermano Guillermo también tuve una relación muy intensa. El era de pensar mucho. Tenía una mirada sobre la vida muy densa. Yo traté de ser más práctico. Por eso soy piloto”.
César Salgán es piloto de los buenos. Como sentencia Caroline Neal después de escudriñarlo durante siete años: “Todo lo que él hace está bien hecho”. Fue campeón ’94 Sport 1050, subcampeón ’96 Fórmula 1000, instructor de kárting. Ni el accidente de su hermano logró desactivar la pasión tuerca. “Un día un músico amigo me preguntó si quería comprar un auto de carrera con él. Y me invitó a tomar un curso de pilotos. Comencé el curso, y al poco tiempo, no sólo lo había aprobado si no que mis tiempos eran muy buenos. El piloto que dictaba el curso me sugirió que corriera una carrera. Me dio un poco de temor, pero me inscribí. Salí quinto, y llegué a estar tercero. Así empezó todo. Hace un par de días fui a probar, y no anduve mal. Quiero volver a la pista”.
Salgán & Salgán podría haber sido, también, la película imposible: el punto de partida es la pirotecnia de los festejos del Bicentenario en Plaza de Mayo, pasa por la ciudad de Roma, por el Tasso, por La Casa del Tango, por una pista de automovilismo, por bares y se instala y respira en la intimidad de dos departamentos: el de Horacio y el de César. Luego de una internación y con la salud maltrecha, el hijo cobijó al padre en esos dos ambientes. Le cocinó, lo cuidó, le cortó el pelo, le compró un piano de cola. La cámara de Caroline Neal apunta al detalle pero no invade. Acompaña. “¿Quién es el hijo?” pregunta César. Horacio exhibe su tesoro: un placard con las partituras originales. Se cierra la cortina del ventanal y en la penumbra Horacio muestra fotos: “Este es mi hijo Guillermo, que falleció; esta es mi gata Pepina, que me quería mucho”.
Demasiada presión, demasiados elementos. ¿Cómo hacer una película con todo esto? ¿Qué dejar afuera? ¿Qué respetar? Alberto Múñoz fue convocado para el guión final. Dice: “Armar el guión fue muy complejo. Había mucho filmado pero con escaso testimonio. Nadie quería hablar de nadie, se insistía bastante en que las cosas no fueran contadas. Caroline es una persona amorosa y tiene una buena relación con ambos. Yo nunca los vi: los veía a través de lo que no se decían, de lo que ocultaban dentro y fuera de la música. Se priorizó una historia de amor, y de amor musical. Lo que ellos protagonizan es verdaderamente un tango. La película se comporta como un tango”.
Un tango a cuatro manos, hecho de fugas y contrafugas. Los silencios habitan para siempre en los Salgán. La película es un haz de luz en la inextricable oscuridad. ¿Qué sería de su música sin esos silencios? ¿Qué clase de amor es el que habita en las tinieblas? ¿Se pueden esquivar los mandatos? Salgán & Salgán no da respuestas, apenas proyecta hermosamente los contornos de un melancólico abrazo crepuscular.
Salgán & Salgán, de Caroline Neal, se estrena el 1 de octubre.
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