KRYPTONITA
Cuando hace cuatro años Leo Oyola publicó Kryptonita, ya daba la impresión de que algo había en el aire. La novela que imagina a un superhéroe anclado en La Matanza llamó la atención, captó algo de cultura generacional de los que crecieron con series como El increíble Hulk o adorando películas como Blade Runner. El proyecto de llevarla al cine, que finalmente pudo concretar Nicanor Loreti, viene a confirmar el fenómeno. Fue uno de los hits del Festival de Mar del Plata y reúne un elenco que con Juan Palomino y Diego Capusotto entre sus filas, muestra el abanico de una propuesta bizarra que tampoco deja de lado la crudeza de mostrar una realidad social sin cosméticos. Esta semana Kryptonita llega a los cines y aquí, Loreti y Oyola cuentan las alternativas del rodaje y de cómo llegaron a sintetizar una propuesta casi sin precedentes desde el guión, la dirección y la producción.
› Por Mariano Kairuz
¿Chorros o superhéroes? Una banda, seguro, reñida con la ley pero disfrazada como algunos de los miembros más conspicuos de la Liga de la Justicia: Superman, Batman, La Mujer Maravilla, Flash, Linterna Verde. En tiempos de paladines torcidos, traumatizados, humanizados, desconfiados, la apuesta de Leo Oyola cuando publicó su novela Kryptonita (hace cuatro años) fue una sencilla pero con un enorme potencial, inspirada parcialmente en algo que una de las líneas de comics de superhéroes más importantes del mundo, DC (la casa de Superman y Batman) ya había puesto a prueba antes: los Elseworlds, los Otros Mundos, la traspolación de sus personajes a contextos alternativos. Batman si hubiera sido un pirata de la corona británica, por ejemplo. Uno particularmente exitoso fue El Hijo Rojo, de Mark Millar, que imaginaba a Superman, si Kal-El de Krypton hubiera caído con su nave –en lugar de en Smallville, Kansas– en la Unión Soviética, y hubiera dedicado su vida a luchar por el estalinismo.
Oyola se puso a pensar entonces qué habría sido de El Hombre de Acero si hubiera ido a parar a Isidro Casanova, La Matanza. Y se le ocurrió que tal vez, atado a sus circunstancias, nunca habría dejado el barrio; que en una de ésas habría llevado una vida entera “haciendo esquina”, juntándose con sus amigos. Armando una barra y no necesariamente para luchar por la justicia.
También se le ocurrió otra idea de color barrial. Durante mucho tiempo lo había obsesionado que Superman fuera este personaje aparentemente indestructible que nunca terminó de adaptarse a su planeta adoptivo. Como pasa con Superman, nadie parece poder contra El Nafta Súper, líder de una conocida banda de La Matanza, sospechado de pirómano, esquinero viejo; hasta que le clavan un cacho de vidrio verde, un fragmento de un envase de cerveza (no cualquiera, una con botella verde, no la más popular) y ahí casi se queda.
La cosa empieza con un nochero –ese médico comodín que cubre las noches de los médicos de guardia que ya no quieren quemar pestañas en el hospital, a cambio de un diezmo–, que cuenta cada minuto de las cuatro horas que le quedan hasta terminar su último suplicio de tres días corridos sin dormir, irse a casa, empastillarse, sumirse en un coma profundo. Sólo cuatro horas faltan, pero justo le cae un chico villero, víctima de un linchamiento de vecinos, al que la policía prefiere que no se lo atienda a tiempo. Y apenas atrás, el Nafta Súper, agonizando, su vida pendiendo de un hilo de acero, con un pedacito pequeño pero letal de vidrio verde clavado en el cuerpo. Con él llega su banda, y le advierten al nochero que esta noche tendrá que esforzarse como nunca para salvar al malherido, mientras ellos aguantan, resisten, ahí encerrados en el Paroissien, con la policía afuera, pertrechada y decidida a dárselas, a no dejar pasar la oportunidad.
Esa es la premisa general del libro de Oyola –que luego despliega la bio del Súper a través del relato en flashback de cada uno de sus superamigos– y ése es también el punto de partida de la película que lo adapta, con dirección de Nicanor Loreti (ex periodista de la revista La Cosa, y director de los films Diablo, el documental sobre Hermética La H y los productos vacacionales Socios por accidente 1 y 2), y actuaciones de, entre otros, Lautaro Delgado (como Lady Di, la Wonder Woman travesti y carnavalera), Nicolás Vázquez (como el Faisán, una suerte de Linterna Verde), Diego Cremonesi (El Ráfaga, o el Flash del subdesarrollo), Diego Velázquez y Susana Varela (el nochero y la enfermera que lo asiste), Sofía Palomino (la Cuñataí Güirá, especie de Mujer Halcón paraguaya y calzada hasta los dientes), Carca (el parco Juan Raro, El Detective Marciano rioplatense), Diego Capusotto (como Corona, el cretinoide negociador que les envía la policía durante el atrincheramiento, un Joker falopero que mastica galletitas de agua), Pablo Rago (el Señor de la Noche, un Batman motoquero) y Juan Palomino (el mismísimo Nafta Súper).
El estreno llega precedido de una campaña que incluye afiches de estilizada gráfica que remite al prototipo pulp del cine de súper acción de los 80 y con estos elementos, un escenario a lo John Carpenter: el encierro, el asedio, la espera, el enfrentamiento. Un universo entero reunido en un espacio limitado, y todo a punto de estallar.
Mientras el Superman de La Matanza agoniza, herido de muerte por un pedazo de Kryptonita-Heineken. Ahora, el jueves que viene y tras reventar todas las funciones que le dedicó el Festival de Mar del Plata una quincena atrás, sale finalmente al encuentro de su público.
Loreti leyó Kryptonita, dice, cuando ya se había generado un pequeño fenómeno en torno del libro, como un lector casual, atraído por el tema pero también porque había leído algunas de las anteriores novelas de Oyola, quien para entonces tenía publicadas Siete y el tigre harapiento, Hacé que la noche venga y Chamamé. El encuentro fue de un gran entendimiento, en parte porque a ambos les gustan las mismas películas y se criaron viendo las mismas series de televisión, que forman el universo de referencia de Kryptonita. Nacido en 1973, Oyola mete en su relato el recuerdo de programas de fines de los 70 como Starsky & Hutch, y la memoria de algunos personajes que sólo pueden tener algún significado –más que nada emocional– para quienes hoy rondan los cuarenta, como Carozo y Narizota, que en el libro dan lugar a una intensa y bizarra escena de secuestro. El Superman de Oyola es, por supuesto, el que filmó Richard Donner con Christopher Reeve; su Increíble Hulk es el televisivo con Bill Bixby y Lou Ferrigno. Puede hablar largamente de Brigada A, o de las conversaciones que tuvo con su maestro Alberto Laiseca, fan obsesivo de series como Kung Fu, y otras que –nostalgia sobre nostalgia– fueron recuperadas en los años 90 por el canal de cable Uniseries y luego por Retro. Aunque es unos años más joven, Loreti conoce todo ese mundo, porque llegó a nutrirse de él de chico, y porque luego se especializó en la clase B, curtiendo y profundizando su fanatismo a traves de su trabajo periodístico en la revista La Cosa, que dio lugar a muchas entrevistas que formaron parte de los libros Cult People 1 y 2, publicados por fan ediciones. Aunque se mantuvo al margen del complicado proceso de adaptación de su novela, Oyola –que también tiene una larga experiencia escribiendo sobre cine y televisión, en revistas como Rolling Stone– estuvo siempre presente, acompañando, hasta el final del rodaje.
“Nic siempre me dio su voto de confianza. Yo estuve ahí para cuidar alguna cosa de continuidad, por ahí ver cosas locales de Isidro Casanova, que no fuera a pasar lo de Magneto y Villa Gesell”, le dice Oyola a Radar aludiendo a esa ridícula escena de X-Men: primera generación sobre las históricas simpatías nazis argentinas que confunde la montañosa Villa General Belgrano con la Costa Atlántica. “Pero más que eso no: estoy contento de que el texto que dice el Nafta Súper en off en la secuencia después de los títulos finales sea mío, y a veces me gustaba mucho una frase que se decía en el rodaje y volvía a casa pensando ‘ojalá que ésa sea mía, ojalá que la haya escrito yo’, porque me había olvidado. Siempre confié plenamente en él, y él me demostró el amor que tenía por el libro y el respeto sobre la historia. Porque lo cierto es que una vez que la productora compró los derechos para filmarla, él podría haber hecho lo que quisiera. En algún momento hubo un grupo que iba a poner una cierta plata en la película, a condición de que se hicieran ciertos cambios: temían que fuera menos público si no se cambiaba el hecho de que los superhéroes fueran delincuentes, y propusieron convertir el conflicto central en un enfrentamiento entre dos bandas de cumbia. Lo que hubiera sido otro mundo, otra cabeza. Pero desde que Nic se paró de manos y dijo ‘voy a hacer la película que yo quiera, de esta manera, prescindiendo de esa plata’, mirá si yo iba a meter un palo en la rueda. Después de ésa, y esto lo hablé mucho con mi mujer, yo calladito la boca. Lo que tenía que hacer ya lo hice con la novela. De cine, yo soy un espectador avanzado, vi mucho, escribí mucho sobre cine, y con esta experiencia viví algo sobre lo que yo había leído mucho, que es que se trata de un verdadero trabajo en equipo, en el que cada uno pone lo mejor desde el lugar que le toca. Ahora tengo muchas ganas de que hagamos más cosas juntos con Nic, no necesariamente de los libros que yo tengo publicados, pero creo que si seguimos este romance que tengo con el cine, mi lugar sería escribiendo.”
Dice Oyola que él no empezó a leer historietas de superhéroes hasta pasados los veinte años, y que hasta entonces su relación con los paladines de la justicia se centraba en el citado Superman con Christopher Reeve y los dibujitos de los Súper Amigos. Que originalmente su novela estaba estructurada en torno de aquella película seminal de 1978, y que no terminaba de funcionar. El mundo de los superhéroes se empezó a abrir para él cuando empezó a venir a Capital más seguido, para estudiar con Laiseca, primero quedándose en la casa de amigos escritores, y eventualmente, hacia 2007, 2008, instalándose en Almagro. “Cuando empecé a leer historietas, tuve una charla muy grande con Gerardo”, dice, recordando al hoy mítico dueño de Camelot, comiquería fundamental de la calle Corrientes, “que era lo más parecido a ir a comprar falopa: te tiraba información, te copaba, te volvías adicto. Hablando de la serie de Bill Bixby me dijo ‘llevate esta historieta de Hulk’, que es como un cierre, vas a ver cómo empieza a aparecer la parte militar de la historia, que es muy importante, y después me regaló Futuro perfecto, y el hijo de puta me hizo adicto: todos los meses pasar a buscar la bolsita con el número de Hulk”.
Lo fundamental para terminar de escribir Kryptonita, dice, fue que nunca pareciera una parodia, que nunca les faltara el respeto a los fans de los superhéroes. “Y yo me estaba yendo para ese lado, para el lado de la parodia, como la historieta Cazador, que a mí me gusta mucho, pero no es lo que quería, y en un momento decidí parar un poco. Y entonces pasaron dos cosas que fueron determinantes. La primera fue que una conocida mía decidió quitarse la vida. Se pegó un tiro con un calibre chico y tuvo cuatro días de agonía en el Hospital Paroissien, el mismo en el que está ambientado el libro. Es el hospital al que yo había ido mucho de chico. Mis viejos no tenían obra social, así que por cualquier gilada íbamos ahí. Y de pronto volví a estar muy en contacto con eso y en esos días tuve muchas charlas con gente de ahí. También pasa que justo por esa época no salen unos capítulos de la serie Lost, debido a la huelga de guionistas. Y que al mismo tiempo leí unos artículos sobre el advenimiento de la nueva edad dorada de las series, en donde se dice que el guionista es la estrella. Eso, contra los 70 y 80, cuando la estrella era el actor protagónico, que cuando quería un aumento de sueldo no se presentaba al set de filmación. Ahí era que aparecían los capítulos de refritos, en los que los personajes secundarios recordaban al protagonista, que lo más común era que hubiera quedado herido o en coma. Y mientras el teniente Harrison entraba al quirófano, los demás repasaban su vida, diciendo cosas como: ‘Va a salir adelante. ¿Se acuerdan aquella vez en que...?’ Ahí nació la estructura final de Kryptonita: consistía en repasar la vida del Nafta Súper, y quién mejor para contarla que los superamigos, los héroes, llevar el universo DC completo para allá. Por ese lado fue.”
Siempre dijiste que la tuya era una novela que imagina que Superman no sólo cae en La Matanza sino sobre cómo nunca consigue despegarse del barrio. El Nafta Súper se pone en pareja, tiene un hijo que se llama como el tuyo. No habrá sido por nada que terminaste de escribirla cuando dejaste el Oeste y te instalaste en Capital.
–Cuando releí los Superman de Alan Moore, que casualmente o no son de los 80, pensé el título Kryptonita, por esto de que lo único que puede matar al indestructible son los restos del lugar de donde vino. Mi Superman no vuela porque nunca dejó de hacer esquina, nunca se fue del barrio. En las historietas de Alan Moore, él deja conscientemente de usar sus poderes para ser un hombre común y corriente, casarse con Luisa Lane y tener un hijo. Y ésa es la misión más difícil que debe afrontar el tipo que se enfrentó con dioses de otros mundos con tanta potencia: ser el hombre común, tener un matrimonio, criar un hijo...
Entre las referencias visuales que maneja Kryptonita, la película que se destaca es Sin City, que fue la manera con que el cine-guerrillero Robert Rodriguez resolvió cómo trasladar con mucha expresividad la intensidad gráfica del comic de Frank Miller. Algunos flashbacks –como el que cuenta el enfrentamiento con el Pelado, archienemigo barrial del Súper, que lo deja herido de muerte– son algo así como Sin City pero en colores vibrantes, un puñado de viñetas de deliberada artificiosidad realizadas con un procedimiento de “croma bastante sencillo”, explica Loreti, “el mismo que permitió hacer otros breves momentos de efectos especiales de delirio tipo Star Wars”. La escuela de Loreti es, además de todo el cine visto mientras trabajó en La Cosa, su trabajo junto al director ultra clase B americano Albert Pyun, autor de megaclásicos del VHS como Cyborg (1989), con Jean-Claude Van Damme, y quien algo menos de una década atrás vino a la Argentina a filmar un western de ciencia ficción llamado Left for Dead. “Laburando con Pyun aprendí cómo exprimir el dinero que tenés para filmar algo y que parezca más grande. Left for Dead se filmó en once días en Campanópolis –el predio-aldea medieval ubicado en González Catán–; la producción la hicimos Hernán Findling y yo y, aunque tiene unos efectos especiales medio malos, quedó bastante bien. Con Pyun aprendí cómo filmar rápido y usar al máximo la plata que conseguís. El es un genio en eso. Es muy importante, aunque hoy vas a una productora grande de las de acá y les decís: ‘Yo te hago Kryptonita por menos de 500 mil dólares’, y te dicen que estás completamente loco.”
Finalmente y volviendo al principio, el gran punto de referencia narrativo de Kryptonita es la obra de John Carpenter, quien en Asalto al precinto 13 filmó “la” película moderna de toma, asedio, tiempo muerto, aguante y enfrentamiento. Tensión en un espacio y un tiempo narrativo muy estrechos.
Carpenter es, además, el cineasta que hizo casi toda su obra como un experimento de “Elseworlds”, de mundos alternos, porque siempre dijo que lo que él quería hacer eran westerns, y eso es Asalto al precinto 13: una del Oeste salvaje traspolada a los suburbios de los 70. Y eso es también Snake Plissken: un cowboy renegado en el futuro de Fuga de Nueva York.
Loreti: –Sí, las referencias cinematográficas principales son de Carpenter. La música es principalmente como la de que compone Carpenter para sus películas, después un poco de Tangerine Dream (la banda electrónica alemana de los 70) y para la pelea final, un tema de Suspiria, de Dario Argento. El tipo de referencias que le sirven al cineasta cinéfilo, ese que se formó en el videoclub de los 80 y 90, para que la película dialogue automaticamente con otras películas. Esas son las referencias que le pasé al músico Dario Georges; que después él le metió su magia y su personalidad.
Oyola: –En tu obra, en lo que escribís, hay una acumulación de lo que vas viendo, de tus gustos. Y sí, Carpenter de cabeza, y a Carpenter le gustan los westerns, y a nosotros también nos gustan los westerns, un montón. Un día nos encontramos con Nic de casualidad en una pizzería y era una risa porque él tenía puesta una remera de Sam Peckinpah y yo una de Pat Garrett y Billy the Kid. Y dijimos, ¡chau, ahora nos tenemos que besar! Creo que todo esto está en mi novela; yo a todas mis novela les pongo epígrafes de westerns. Lo más lindo de los géneros es que te permiten hacer un híbrido y coquetear con esas cosas.
Uno de los mayores desafíos a la hora de filmar una película como Kryptonita es el de reproducir de manera verosímil el modo de hablar de la banda de reos de Isidro Casanova. Oyola contó, cuando el libro empezó a tener cierta repercusión, que su objetivo era que los personajes hablaran como lo hacían él y sus amigos “matanceros”, no como en un documental, sino inyectándole “toda la vida posible” por la vía de la ficción. “Yo escribo primero de noche y me voy a dormir pensando que eso que escribí es una genialidad”, cuenta el escritor. “Pero después me levanto y leo y me digo: Uh, ¿qué es esto que hice? Y ahí empezás a corregir. Para encontrar el modo de hablar de los personajes a mí me sirve muchísimo la lectura en voz alta y corregís hasta que lo que te hacía ruido te lo empezás a creer. Lo más fantástico es cuando estás ahí y escuchás lo que dijo alguien. Yo soy de tomar nota y después tratar de trasponer eso a un personaje, y que tenga no sólo la sonoridad sino la picardía que yo percibí cuando se dijo.
Si es difícil ponerlo en una novela, más difícil parece ser llevar esa voz al cine.
Loreti: –Y que no parezca Villa Miseria filmada con un montón de plata. Es un borde muy filoso que hay que buscar con cuidado. En la película teníamos a Paula (Manzone, novia de Nicanor y también actriz: interpreta a la doctora Galiano en el film), una coach que estaba encargada de que los actores sonaran creíbles; es decir, que no fuera “Nico Vázquez haciendo viejita”. Hay algo muy flashero que es que la mejor representación del cine reciente que se hizo de un universo marginal en Argentina de Pizza Birra Faso, que ya tiene veinte años, para acá, sea Okupas. Porque no es cine, sino televisión, y es de alguien que después no hizo otra cosa de ficción. No volvió a pasar, creo, y ése sigue siendo nuestro referente. Me parece que no hubo un crecimiento narrativo en ese sentido, desde entonces.
Oyola: –Lo que está buenísimo para mí es que en Kryptonita está toda esa cosa que es de mi barrio y por otra parte, y es un flash la distorsión que se produce, que aparezca el Federico –el Señor de la Noche, Federico por “de la Federal”– con su casco, medio Batman, y que le diga en un momento a otro: “Cagaste la verga, enfermo”. Está buenísimo justamente porque es muchas cosas: es el habla de la calle, pero también es bien de comic.
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