PERSONAJES > SHARON STONE
Cruzar y descruzar las piernas en Bajos instintos veintitrés años atrás convirtió a Sharon Stone en el personaje más caliente de Hollywood, verdugo y víctima a la vez de ese gesto sublime. Y sin embargo, su carrera no fue para nada un lecho de rosas. Tuvo que esperar la oportunidad de Casino, de Scorsese, para demostrar que era una gran actriz. Hoy, a los 57 años, produce y coprotagoniza la serie Agent X en el papel de la primera vicepresidenta de los Estados Unidos.
› Por Mariano Kairuz
Veintitrés años atrás cruzó y descruzó las piernas en cámara y ese segundo en pantalla le alcanzó para convertirse en el personaje más caliente del Hollywood de fin de siglo. Bastante se habló en su momento de aquella breve e incandescente imagen: ella aseguró que había sido engañada por su director, Paul Verhoeven, y que cuando vio la escena por primera vez en la proyección que se hizo para los productores se retiró ofendida tras darle un cachetazo; él, que su actriz sabía perfectamente lo que estaba haciendo y qué era lo que se iba a ver en pantalla. Durante años le siguieron preguntando sobre esa escena a Sharon Stone, pero muchas otras cosas pasaron en su vida y en su carrera, no todas buenas, y ella eventualmente se relajó y aprendió a tomárselo con humor y sacarle ventaja. “Al menos quedó demostrado que soy rubia natural”, dice ahora cada vez que le sacan el tema.
Y muchas cosas pasaron en el cine de Hollywood en estos veintitrés años, no todas buenas, y el cine mainstream se asexualizó o desexualizó a tal punto que Bajos instintos quedó como la última boutade ardiente del cine masivo, el último fenómeno popular capaz de prenderle fuego a la pantalla, con unas cuantas escenas de intensiva interacción genital, un poco de dorado vello púbico, y un picahielos asesino bajo la cama. El que sienta que esto es una exageración –la película no era perfecta pero era buena y muy intensa y entretenida: tenía morbo y maldad, combinaba sangre, peligro y calentura– que le eche un vistazo a Cincuenta sombras de Gray, una abúlica sesión de sadomaso para señoras aburridas.
Un par de años antes de filmar Bajos instintos Sharon había hecho otra gran película con Verhoeven, su primer trabajo importante: El vengador del futuro. En esa película, adaptación de un relato de Philip K. Dick –en la que estaba aún más linda que en su clásico erótico– interpretaba a la falsa bella y amante esposa del héroe (Arnold Schwarzenegger), la conspiradora entrenada por la corporación del Mal para mantenerlo atrapado en una satisfactoria vida virtual. Para coincidir con el lanzamiento de esa producción, tomó una decisión audaz destinada a darle un empujón a una carrera que estaba tardando demasiado en arrancar: hizo un desnudo en Playboy. “Todo el mundo me decía que no era sexy”, dice, sobre aquella época, en la que audicionó para los protagónicos de Atracción fatal, Batman, Dick Tracy y Dirty Dancing, que le arrebataron, respectivamente, Glenn Close, Kim Basinger, Madonna y hasta la hoy olvidada Jennifer Grey. Tenía ya más de treinta años, había hecho unas cuantas películas sin mayor trascendencia (una versión de Las minas del rey Salomón y su secuela; Locademia de policía 4), debía demostrarles a todos esos productores que creían que no tenía carne de femme fatale (y demostrarse a sí misma) lo equivocados que estaban. Esas fotos, insiste aun hoy, fueron el verdadero puntapié de su carrera.
Ahora, un cuarto de siglo más tarde, con 57 años de edad, y el mismo año en que Playboy anunció que ya no publicará más desnudos en sus páginas, Sharon Stone volvió a protagonizar una sesión fotográfica, completamente desnuda. Esta vez fue para la revista Harper’s Bazaar. En las estilizadas fotos en blanco y negro se la ve espléndida, absolutamente natural; la cara no esconde el paso del tiempo pero los rasgos siguen siendo bellos, y el cuerpo es asombroso. Su objetivo es, una vez más, relanzar su carrera, apoyando el estreno, que tuvo lugar seis semanas en EE.UU. y un poco menos acá (donde puede verse por TNTSeries), de la serie televisiva que produce y coprotagoniza, Agent X, en la que interpreta a la flamante primera vicepresidente mujer de Estados Unidos, y que responde con gracia y desbocada fantasía a la pregunta que se hace tanta gente en la parte democrática del mundo: ¿qué cazzo es lo que hace un vicepresidente?
Mientras tanto, entre aquel desnudo y éste, toda una historia de ascenso y caída y lenta y dolorosa reinvención. Las agitadas memorias de una rubia natural.
Muchos de quienes vean la serie hoy la recordarán como aquella “chica del momento” de los 90 y se preguntarán qué fue de ella en todo este tiempo, aunque la verdad es que ella nunca desapareció, jamás dejó de actuar. De algún modo, lo que pasó con la estrella de Sharon Yvonne Stone (nacida en marzo de 1958 en Pensilvania) es lo que pasa con muchas actrices y forma parte del reclamo que hacen hoy las mujeres en Hollywood: que no abundan los papeles para las que no son ya tan jóvenes ni mantienen todas sus partes absolutamente turgentes, ni son aún señoras mayores capaces de aprovechar los pocos personajes interesantes de madres o abuelas, o en films que suelen tematizar, justamente, la cuestión de la edad. A los 40 y pico, la mayoría de las que fueron muy solicitadas entre los 20 y los 40 empiezan a ver sus opciones reducidas: los casos notables –porque aún consiguen, aunque menos que antes, trabajos buenos– son los de Robin Wright, Naomi Watts, y la recientemente oscarizada Patricia Arquette, todas hermosas chicas galopando raudas hacia los 50. Entre las veteranas, hay una, pero es la reina y la excepción: Meryl Streep. La siguen, a cierta distancia, Jessica Lange –que prácticamente se reinventó a través de la televisión–, hasta ahí nomás Sigourney Weaver y Frances McDormand, y Michelle Pfeiffer, que aparece tan poco que cada películas suya parece una pequeña concesión hecha tras el retiro.
Pero lo de Sharon tuvo sus particularidades: después del ascenso en cohete que significó la secuencia Playboy-Vengador del futuro-Bajos instintos, tras posicionarse como la chica más deseada de la industria, filmó una berretada imposible que parecía destinada solamente a capitalizar esta nueva fama, titulada Sliver: una invasión a la privacidad, que invitaba a jugar al voyeur con ella y dejaba con las ganas. A lo largo de los siguientes tres años, entre cachivaches simpáticos y de perfil indudablemente alto como El especialista (con Stallone) y El último gran héroe (con Schwarzenegger), filmó dos películas extraordinarias donde no sólo se la veía más hermosa que nunca sino que además probaba tener un gran rango como actriz: primero fue Rápida y mortal, el western-comic convertido en una comedia oscura por la mano maestra del mejor Sam Raimi, con Gene Hackman, Leo DiCaprio antes de Titanic, Russell Crowe antes de Gladiador, todos impecables; y Casino, uno de los mejores films de Martin Scorsese, en el que interpretaba a la mujer del mafioso protagónico (Robert DeNiro) y por la que ganó el Globo de Oro y fue nominada a un Oscar. Casino es la película que estuvo a punto de no hacer, porque todos a su alrededor le recomendaban que se mantuviera alejada de un personaje “tan poco empático” ahora que se encontraba en la cima: “Es una mujer que ata a su hijo a la cama para tomar merca; Sharon, creemos que no deberías meterte en ese lugar”, le dijeron. “Es la historia de siempre”, dijo Scorsese por su parte: “La idea de que es una mujer demasiado hermosa como para ser una gran actriz; un cliché que te impide ver la realidad. No hubo un solo día en el rodaje de Casino en que Sharon no me sorprendiera”.
En esos años de superestrellato, la chica se convirtió en lo que el periodismo norteamericano llama “a quote generator”: una máquina de generar textuales provocativos y vagamente polémicos, tales como: “Uno de los beneficios de ser famosa es que una puede pasar a torturar a un tipo de hombre más importante”, o “Una vagina y una actitud en esta ciudad son una combinación letal”; y “Las tres cosas que una estrella debe tener son: un domicilio desconocido, amigos que te conozcan desde antes de ser famosa, y gente que te quiera lo suficiente como para decirte que te estás convirtiendo en un idiota”.
También diría, unos años después: “La celebridad es una cosa bastante sorprendente: al principio me decía: oh, todos me aman y yo también los amo. Y de pronto, estaba bailando tap sobre mi pedestal y ¡whack!, la jeta contra el barro”.
Y es que lo que siguió no estuvo a la altura del casi-Oscar de 1996, y la caída fue casi tan veloz como lo había sido el ascenso. A pesar de las dos nominaciones al Globo de Oro en 1998 y 1999 (por El poderoso y la malograda pero valiosa comedia de Albert Brooks The Muse), films como Esfera (una superproducción de ciencia ficción), las remakes del clásico francés Las diabólicas y de Gloria, de Cassavetes, y el drama Ultimo recurso (en el que interpretó a una mujer condenada a pena de muerte) no tuvieron la resonancia de sus protagónicos del lustro previo. Y después sobrevino la tragedia: en el 2001, con 43 años, sufrió un derrame cerebral que le costó una larga internación en terapia intensiva y una rehabilitación para poder volver a caminar, hablar y leer normalmente, que se extendió por más de dos años. “Todo mi ADN había cambiado, mi cerebro estaba desplazado, mi tipo corporal era otro”, contó más tarde. “Pero creo que me volví más emocionalmente inteligente. Ahora soy más agresivamente directa: eso asusta a alguna gente pero no es mi problema. Por otro lado, fue una lección de humildad. Me bajé del tren bala a mil kilómetros por hora y me vi obligada a ver cómo iba a volver a encarrilarme. Me dije a mi misma: vas a tener que dejar de quejarte y ponerte a trabajar. Un episodio así te da una buena razón para dejar de preocuparte por el hecho de que estás envejeciendo. De pronto, supe que lo que es de verdad terrible es la perspectiva de que tal vez ni siquiera llegues a envejecer”.
Las causas del derrame nunca fueron claras, pero ella se las atribuyó a una combinación de factores nerviosos, algunos derivados de la desintegración de su matrimonio con el periodista Phil Bronstein (editor del San Francisco Examiner), de quien se divorció en 2004. El regreso fue lento y doloroso: ganó un Emmy por su participación como actriz invitada en tres episodios de la serie Los practicantes, en 2003. Un año más tarde fue la villana de Gatúbela, la película protagonizada por el personaje surgido de la historieta y las películas de Batman, en lo que parecía una vuelta más que apropiada para su carrera: en la madurez, la ex hot girl encarnaría una figura de carácter, con un lado oscuro y complejo –una inescrupulosa corporativa de la industria cosmética obsesionada con su aspecto físico–, como contrafigura de una estrella más joven (Halle Berry). Pero la película resultó malísima, además de un fracaso comercial, y las marcas que había dejado el derrame en Sharon aun no parecían haber desaparecido del todo. Le siguieron varias películas olvidables con otras estrellas caídas en desgracia (Dennis Quaid, Val Kilmer) y de pronto pareció que ya no volvería. Tras infinidad de vueltas relacionadas con problemas de derechos, filmó y estrenó en 2006 la secuela de Bajos instintos, un proyecto que ella había impulsado activamente por años. Entonces tenía 48 años, y declaraba que su intención era devolverle la calentura al cine, a la vez que mostrar cuerpos que no se conformaran al limitado y estigmatizante estándar de la industria: “Quiero mostrar un desnudo desvergonzado; que mi personaje fuera bien masculino, y que la gente entendiera que estaba viendo a una mujer de más de cuarenta, desnuda. No estamos acostumbrados a ver eso en el cine. Estamos acostumbrados a ver a Sean Connery y su nieta, o a Mel Gibson y su hija”. Pero Bajos instintos 2 resultó peor que decepcionante o ridícula, descaradamente comercial o forzada: fue irrelevante para su época, aburrida, tibia, y chocó de cara con la indiferencia del público.
La película que pareció encontrar el tono justo para asumir el carácter de femme fatale veterana de Stone sin ironía ni condescendencia fue Casi un gigoló, dirigida y protagonizada por John Turturro como el prostituto del título, improvisado en la necesidad y empujado por su amigo y eventual proxeneta, encarnado nada menos que por Woody Allen en un excepcional regreso a la actuación. La apropiada paradoja de la película era que ahora La Stone interpreta a una bella cincuentona que debe pagar por sexo y compañía (a la par de la un poco más joven y siempre desbordante Sofia Vergara). Además, que el tipo que arreglaba sus encuentros fuera Allen, que fue quien le dio su primer papel cuando la chica, ex niña prodigio y ex modelo de la agencia Ford recién regresada de Europa para probar suerte en la actuación, sólo tenía 22 años. La película era Recuerdos (Stardust Memories, 1980) y lo de ella era tan solo un cameo, acreditada como “la chica linda del tren”. Para el que no la recuerde, era la rubia que, sin decir una palabra, le lanzaba un beso al aire al personaje del propio Allen, siempre atento a los nuevos brotes de belleza femenina.
El papel que hace ahora en Agent X es central y a la vez le permite mantenerse en un cómodo segundo plano, aportando más que nada su nombre, el único ampliamente reconocido del programa. El hábil diseño de la serie le evita a ella tener que poner el cuerpo en las escenas de acción. Apenas asume la vicepresidencia de la nación, su personaje, la recia pero sensible Natalie Maccabbee, recibe una misión inesperada que resulta ser su verdadero trabajo en las sombras: comandar un programa de espionaje, en particular las misiones del Agente X del título (el actor Jeff Hephner), operaciones clandestinas destinadas a defender la democracia y el American Way. Coproductora del programa, Sharon dijo en la presentación que lo que le atrajo de la serie era “la idea de crear una historia que volviera a hacer cool el hecho de ser un patriota; recuperar el sentido de un patriotismo honorable. Con menos violencia y asesinatos y más inteligencia”.
No está muy claro qué significa todo esto (en términos narrativos, estéticos, políticos) pero quién se lo va a discutir. Es una sobreviviente, dice haber hecho las paces con el trauma inescapable del envejecimiento, se ve increíblemente saludable a los casi sesenta, y todavía conserva esa capacidad de, por un momento, hacernos cerrar los ojos y volver a verla cruzar y descruzar las piernas; un segundo apenas, un destello, una generación entera hipnotizada.
Agent X se da los sábados a las 21 por TNTSeries.
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