PINTURA > SILVIA GURFEIN
La nueva muestra de Silvia Gurfein se llama Partícula fantasma y es una particular arquitectura del cielo que mezcla investigaciones científicas y esotéricas con una búsqueda técnica donde las capas de óleo buscan la vibración del color. Fantasmas de la luz, suerte de pintura a ciegas, la muestra de Gurfein parece guiarse por la intuición, buscando experiencias que habitan el mundo invisible.
› Por Eugenia Viña
Cincuenta mil personas fueron al entierro del alquimista y dramaturgo August Strindberg, el 14 de mayo de 1912, en Estocolmo. El reconocido autor de La habitación roja, acusado de esquizofrénico y misógino, era un buscador insaciable de signos que le permitieran entender el funcionamiento del mundo. Pero no era la tierra lo que desvelaba sus sueños, sino la arquitectura del cielo, ese tesoro capaz de metamorfosear en mapa a través de sus astros y constelaciones.
La artista visual Silvia Gurfein sigue las mismas huellas y trabaja bajo la influencia de las mismas creencias esotéricas, aunque con distintas herramientas. Óleos regidos por axiomas ancestrales. Uno es el principio de vibración: “Nada está inmóvil; todo se mueve; todo vibra”, y el otro, el principio de correspondencia: “Como es abajo, es arriba. Como es arriba, es abajo”. Así, igual que el iris del ojo que ve, que al reflejar construye en su reflejo el mismo mapa que mira. Sujeto y objeto, órgano y cosmos se mimetizan.
Gurfein escribe: “Desde que tengo memoria, miro atentamente el cielo. De modo directo y también a través de toda tecnología disponible... particularmente las nebulosas, pero también miro el ojo que lo ve. Cuando cotejo ambas imágenes observo que nebulosa e iris se parecen mucho. Parece verificarse la desfigurada simetría entre aquí y allá. La nebulosa, esa materia cósmica difusa y luminosa de contorno impreciso, es polvo de estrellas exánimes. El rastro bellísimo de la muerte de una estrella. Desde hace mucho tiempo, trabajo con los restos, los vestigios, la parte que queda del todo. Siempre interesada en esa frontera móvil entre lo vivo y lo extinto en la mirada, en la pintura”.
Las celestrografías eran experimentos en los que Strindberg fotografiaba el cosmos pero sin la mediación de las lentes fotográficas, sino a través de láminas preparadas con emulsión fotosensible, expuestas a cielo abierto durante toda la noche. El escritor, hombre de certezas, también estaba convencido de que las escamas plateadas de los peces estaban emulsionadas con material fotosensible y que las manchas en el lomo de las caballas son fotografías de las olas desde abajo.
Gurfein no intenta aprehender esa realidad, sino que observa y trabaja en una instancia intermedia, con los fantasmas de la luz, en esa zona paradojal de las artes visuales: construye una materialidad que nace de una sensación, una intuición, un recuerdo o una idea, experiencias que habitan el mundo invisible.
La artista plantea una suerte de “pintura a ciegas...Si antes mi pinturas provocaban una oscilación entre el foco y la nitidez, ahora es nítido el borde velado, la naturaleza de estas presencias es así de borrosa... A veces para pintar la aparición de lo existente es necesario cerrar los ojos y ver, sobre la pantalla-párpado, las manchas de color residuales los fantasmas de la luz”.
Doce óleos, nucleados bajo el nombre de Partícula fantasma, en los que el índigo, el azul prusia, el verde vejiga, el verde veronés, el coral, el amarillo, el naranja de cadmio, y el violeta de cobalto en su vibración permanente, nos llevan a un lugar tan extraño como familiar. Las imágenes resultan de una familiaridad asombrosa. Son lugares por los que ya hemos pasado, pero no a través de la pintura. Como construcción pictórica son novedosos, casi inclasificables. Siguen en la misma línea de lo intratable, gotas que perduran. Pero en este caso no son ensayos, son pinturas que hacen aparecer, traen algo, te meten en un lugar, con sus propias leyes, bellas y difusas, cósmicas y humanas. Cuadros profundos, planos y profundos, nos rodean y nos permiten sumergirnos, bucear en ellos. Es el cielo, pero podríamos estar en el océano. Como arriba, abajo.
La artista tiene sus propios métodos, técnicos y poéticos, para que las pinturas queden en un limbo entre lo que al aparecer desaparece, o lo que desaparece apareciendo.
Para empezar, los propios cielos. Los de su infancia, entre las celestrografías, las colecciones de la revista “Life” que miraba de niña así como las obsesivas visitas al Planetario. Y un viaje que hizo reflotar el cielo y su memoria, cuando en el 2015 Silvia hizo una residencia artística coordinada por Móvil (fundado y dirigido por Alejandra Aguado y Solana Molina Viamonte) en San Martín de los Andes y se chocó con sus cielos estrellados, con la incertidumbre de saber dónde empieza algo –la belleza, la memoria, la percepción– y dónde termina, y la pregunta sobre ese borde, tal vez más ficticio que los fantasmas mismos.
Allí, ante la experiencia de esos cielos, reconectó con algo profundo de la pintura, por lugares donde ya había pasado. Como en su muestra anterior, Lo intratable del 2013 en la Fundación Klemm, donde trabajó con lo interminecial, las huellas de la luz, el parpadeo, a través de monocopias-pupilas, lienzos flotantes que remitían a sudarios, rastros de cuerpo ausentes, telas que colgaban en cajas de vidrio o lienzos como vendas, saturados de pintura.
Para la muestra Partícula fantasma, al comienzo fueron los cielos, para luego, desaparecer en la pintura, que los trasciende y los transforma en manchas, fantasmas, cápsulas: “Las pinturas de Partícula fantasma son pequeñas cápsulas de viaje, generadores de un clima y de una atmósfera.”
La historia también tiene su lugar, el estudio de los cielos en la historia del arte, Constable, Eugène Boudin, Kandinsky, Trouvelot, Vija Celmins, Odilon Redon, Giotto, Georgia O´Keefe, Paul Klee, Marcelo Pombo, Peter Doig, Strindberg y las odiseas en los espacios de Stanley Kubrick.
El material elegido por la artista para construir los fantasmas de luz, los polvos de estrellas, tiene una presencia tan contundente como espectral. Dice la artista: “Pinto con óleo, siempre lo hice. Siempre tuve la confianza de que el óleo me iba a enseñar todo lo que tengo que saber. Tiene el ADN de la historia del arte. Permite ir siendo uno, con el material, con el tiempo. Estas pinturas están construidas con muchas capas para lograr la vibración del color. Cálidos y fríos, cada uno tiene su temperatura. Los colores del fondo, aunque sean tapados por otros, mantienen su vibración, sosteniendo al cuadro. Por ejemplo, un cierto rojo por debajo, aunque luego sea cubierto por mil azules, hará que la temperatura del cuadro sea ligeramente cálida. El óleo tiene también la cualidad de ser un material en el que la luz rebota. Aunque no se vean todos los colores, el fondo rojo, de todas formas deviene. Aparece. Voy fundiendo una zona con otras. Huellas fantasma. Lleva mucho trabajo y sólo el óleo me permitía hacer esto. Producir fusiones, dejar zonas más transparentes y otras más opacas, peinarlas, fusionarlas, con pinceletas especiales, voy haciendo muchas capas, livianas, de materia muy diluida”.
En cuanto a los estudios que realizó la artista, la ciencia también está presente. El término “partícula fantasma” es un concepto científico que refiere a partículas subatómicas sin carga eléctrica (neutrinos) condición que les permite viajar casi a la velocidad de la luz desde el interior del Sol, donde se forman por la explosión de alguna supernova (estrellas moribundas). Partículas cósmicas fundamentales para comprender el universo y su origen, pero que al igual que la pintura de Silvia Gurfein, están rodeadas de un halo de misterio. Cuando el austríaco Wolfgang Pauli en 1945 recibió el premio Nobel por proponer su existencia, afirmó: “He hecho una cosa terrible, he postulado una partícula que no puede ser detectada”.
Gurfein se las arregla pintando bajo la pregunta: ¿Cómo es la huella de un fantasma? Los hechos factum de la ciencia derivan en interpretación poética y las teorías se transforman: “Me gusta inventar teorías. Hago artes visuales para tener algo en qué pensar, una praxis sobre la cual pensar. Si no me vuelvo loca. Necesito ligar la experiencia concreta artística. Alimentar lo que toma cuerpo. ¿Cuál es el borde de la obra?”
La muestra, en la Galería Nora Fisch, recuerda ese gesto casi epifánico de la vida diaria, en el que al levantarnos nos sentamos a escribir el sueño que tuvimos, convencidos de que la revelación de un secreto nos fue regalada. Restos de la noche en los que seguimos nadando, azules de tal intensidad que no sabemos si están en la superficie, o una profundidad casi innombrable.
Partícula fantasma de Silvia Gurfein se puede visitar en Galería Nora Fisch, de martes a viernes de 12.30 a 18.30 hasta el 31 de diciembre.
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