EDUARDO IGLESIAS BRICKLES
La potente obra del premiado Eduardo Iglesias Brickles inaugura muy apropiadamente el área de exposiciones de un lugar tan intocable como la Manzana de las Luces. Los grabados y pinturas del artista nacido en Curuzú Cuatiá discurren por una particular genealogía pop que se despliega en sus autorretratos y paisajes urbanos, motricidad fina con ímpetu minimalista de fuerza obrajera. La muestra será sucedida, en marzo, por una de su pareja, María Inés Tapia Vera, que integra por derecho propio la misma cofradía del grabado argentino contemporáneo.
› Por María Moreno
Grabar es herir el material, sitiar la línea mediante el socavamiento de su entorno, nada que ver con la mariconada de pintar que siempre tiene a mano el correctivo que devendrá pentimento. Las obras de Eduardo Iglesias Brickles se hacen desde el gesto definitivo: motricidad fina con un ímpetu minimalista de fuerza obrajera. Disolviendo la oposición entre el laconismo del retrato con su hegemonía del rostro y los paisajes urbanos, él graba la ciudad moderna sobrevolada por rostros flotantes que parecen fantasmas del amor (Bajo un cielo argentino, Enigma de la hora) o del delito, afiches de la memoria que son capaces de canibalizar hasta el cielo como la madre en aquella película de Woody Allen.
Sus autorretratos desafían a la fotografía al poder representar en solfa el corazón disparado de los cuadritos populares iluminados con una bombita eléctrica y pertenecientes a la bijuterie religiosa de la Iglesia de Luján o patologizan desde el título el propio narcisismo (Autorretrato Paranoico).
La genealogía Pop del artista incluye los afiches con que el Luna Park y los cines de la calle Lavalle anunciaban en los años 50, hasta tal punto que una empresa de publicidad le “caloteó” una obra para utilizarla como fondo de una publicidad de cerveza, devolviendo a la calle lo que, tradicionalmente, era de ella.
CURADURIA Y PATRIMONIO
El arquitecto Alberto Petrina –poli-erudito, conversador desenfadado, “peruca” más a la manera de Ignacio Pirovano que de Fermín Chávez (uno se lo imagina siempre con una traje de lino blanco, pañuelo de seda en el bolsillo, como esos personajes que rematan los diálogos en las novelas inglesas)– viene haciendo una obra titánica y no menos inventora en pro de la institución que dirige, el Complejo Cultural Manzana de las Luces.
Ahora: ¿cómo carajo hacer para poner una muestra en un lugar tan intocable? Porque encima sería guarango acusar de contaminación visual a sus vetustas paredes tapizadas de brocato descolorido, símil salón con piano de Mariquita Sánchez, sus columnas gordas como caños para dormitorio linyeril, sus boiseries oscuras como féretros (con molduras) y sus arañas llenas de brazos como pulpos.
Bien sería capaz la curadora María Isabel de Larrañaga –mona, bronceada, cachadora y apodada “Cocó”– de tirar todo abajo y pasar dos manos de cal, audaz como la otra Cocó (Chanel) que derrocó al modisto Paul Poiret, que vestía a las mujeres como si fueran lámparas victorianas, con el plebeyo yérsey y el sueter de varón; pero iría presa. Entonces se le ocurrió elegir algo tan potente como los grabados de Eduardo Iglesias Brickles, una obra como hecha a cuchilladas –no en vano el autor es correntino de Curuzú Cuatiá y la gubia una sublimación del cuchillo– y con los colores más rotundos. Alguna vez escribí sobre el uso político de los colores fuertes: según Toni Morrison, los colores primarios fueron la estrategia vestuarista de la raza negra para compensar el color común de la discriminación y el escarnio. Cocó de Larrañaga eligió las obras más emancipadas de una serie –la de retratos de personajes de Roberto Arlt , por ejemplo– sino la muestra sería un muestrario y dice que mucho mucho patrimonio nacional pero ese entorno gran salón virreinal para galería le parece cache, entonces seguirá con una muestra de María Inés Tapia Vera, pareja de Eduardo Iglesias Brickles. Nada que ver con la justicia de género: Brickles y Tapia Vera son cumpas de una runfla del grabado en la que los dos ocupan el lugar de “degenerados” por pintar las xilografías rompiendo la serie con el hecho a mano y haciendo, en lugar de un original y copias, un original tras otro. Es un gesto transgresor, no tanto como el de enterrar a alguien embalsamado, más bien como cuando un libro del que se ha hecho una edición normal, lleva una firma y dedicatoria de su autor.
CUMPAS
La genealogía de ella incluye la historieta, el estampado industrial, la biografía y la autobiografía. La de él, la afichería política de la URSS, los altares populares y el arte de la caricatura, pero la rama genética más fuerte es la del pop: el de un Lichtenstein criado en el ex salón bailable “La Argentina”.
Ella retrata a sus hijas mellizas –una copia de la otra pero, mentira, como sus propias xilografías iluminadas, son únicas– en la intimidad de sus cuartos. Su mirada es panóptica pero tierna, es la de una madre que espera asistir al gesto in fraganti del despertar de la femineidad adolescente (entonces una de ellas le devuelve la mirada con una pose sexy de revista prohibida). Él graba la ciudad capitalista con sus ventanas agujero que ocultan vidas anónimas y les extrae el drama político en un incendio de origen literario (El dock, 1999), autorretratos irónicos como Regina Della Notte (1990) o Autorretrato Paranoico (1984-1990) o pervierte la iconografía religiosa como en La virgen de los parricidas (1990) o Cristo entrando en la cancha de Boca (1993), tan luego en el lugar donde funcionaba la Procuraduría Jesuítica. Él milita por el ángulo, ella por la curva y como la vida tiene los argumentos más inverosímiles, el ángulo y la curva insiste en cada uno de acuerdo a sus gustos: ella es una Venus criolla (toda estilizadas redondeces), él era un David cambá (apolíneo en sus líneas viriles). Dos beaux, diría alguna snob.
Eduardo Iglesias Brickles murió en diciembre de 2012 . Durante un período, trabajó en la sección arte de Página/12. Un honor.
La muestra Eduardo Iglesias Brickles, grabados y pinturas se puede visitar de lunes a viernes, de 14 a 21, en las salas Concejo y De las columnas, del Centro Cultural Manzana de las Luces, Perú 272. La entrada es gratuita.
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