Dom 10.03.2002
radar

Charlie haden toca boleros

MUSICA A los dos años debutó en radio, cantando desde su granja en los Apalaches. A los catorce, una poliomielitis le afectó las cuerdas vocales y lo volcó al contrabajo.
A los veintidós, colaboró con Ornette Coleman en esa reformulación del jazz que fue el free. Después de cuatro décadas de tocar con los mejores músicos del mundo, Charlie Haden se dio el gusto de grabar un disco entero de boleros, Nocturne, que la filial argentina de Universal no quiso editar en nuestro país y que la semana pasada ganó el Grammy por Mejor Disco de Jazz Latino.

› Por Washington Uranga

POR WILLIE CAMPINS

Para tocar el contrabajo hay que tener buen oído. Esto, que parece una verdad de perogrullo, no lo es tanto. Hay algunos instrumentos, como el piano, en los que el ejecutante no hace demasiado para controlar ciertos parámetros, como la afinación, por ejemplo. En cambio, en los instrumentos de cuerda, desde el violín hasta el contrabajo, el instrumentista, al pisar la cuerda, debe colocar sus dedos en un lugar muy exacto para lograr la afinación deseada de cada nota. Al no haber trastes –como es el caso de la guitarra–, un pequeño corrimiento y sonará desafinado. Es también obvio que, en esta operación de afinar las notas, el oído juega un papel más que importante. En el caso del contrabajo se agrega la dificultad de que es un instrumento con un sonido relativamente débil, fácilmente sobrepasado por la percusión o los vientos. De manera que quien se atreva con él debe tener un oído fino y sensible.
Charlie Haden lo tiene, tanto en un sentido musical como físico. Además de tener oído absoluto, sufre de hiperacusia. O sea: escucha más que la gente normal, lo que le produce intolerancia a los niveles altos. Esto lo obliga a usar unos paneles de fibra de vidrio en los escenarios para aislarlo un poco del volumen de la batería. Sus oídos también sufren una extraña enfermedad denominada tinnitus, que consiste en un tono permanente que escucha quien la padece. Probablemente una secuela de la poliomielitis, que contrajo en su adolescencia, él prefiere atribuirla a las tumultuosas sesiones de free-jazz con Archie Shepp, Ornette Coleman y compañía, allá por los principios de los sesenta. Pero todo esto no parece haberle impedido desarrollar una de las sensibilidades más finas que ha dado el jazz. Es frecuente verlo recostado sobre su instrumento, apoyando su oído izquierdo a la caja, como para captar mejor esa vibración densa y precisa que sólo él sabe sacarle, atento a los más nimios movimientos de sus colegas, siempre escuchando, siempre en busca de ese sonido escondido entre las vetas de la madera.
Cabe aclarar que Haden no es un virtuoso, no es un atleta de velocidades inconcebibles. Al contrario: se destaca no sólo por su sutileza sino por su economía. Su interés principal no pasa por las notas que se tocan sino por lo que sucede musicalmente, por proporcionar una base para que la música se exprese. Lo que lo convierte en un caso bastante atípico dentro del jazz. Ganador a repetición, en su instrumento, de las encuestas de crítica y público de revistas especializadas, como Down Beat, Haden ha demostrado que con musicalidad y un sonido consistente, y sin necesidad de acrobacia, también se puede seducir a multitudes. La última prueba a este respecto tuvo lugar la semana pasada, cuando el contrabajista ganó un Grammy (en el rubro Mejor Album de Jazz Latino) con su disco Nocturne, una colección de boleros clásicos, entre los que figuran “Noche de ronda” (de María Teresa Lara), “El ciego” (de Armando Manzanero), “Tres palabras” (de Osvaldo Farrés) o “Contigo en la distancia” (de César Portillo de la Luz), además de dos temas del propio Haden (“Nightfall” y “Moonlight”, cuya melodía produce ese inmediato déjà-vu de los mejores boleros) y el bellísimo “Transparence”, compuesto por Gonzalo Rubalcaba, uno de los excelentes músicos que toca en el disco.

Un poco de historia
Haden nació en Shenandoah, Iowa, en 1937, en una familia musical, metida hasta el tuétano en el estilo “hillbilly” de los Apalaches. La familia tenía su propio número de country & western con el cual se presentaba en distintos eventos e incluso tuvo su propio programa de radio cotidiano, en el que Charlie debutó cantando (a la tierna edad de dos años, a fines de los treinta). Al más puro estilo Lassie, los Haden llamaban desde la granja por teléfono a la estación diciendo que estaban listos para el show y los ponían en el aire. A los catorce, Charlie contrajo poliomielitis, loque le debilitó los nervios faciales y las cuerdas vocales. Por esa razón tuvo que abandonar el canto. Mientras daba sus primeros pasos con el contrabajo, escuchó a Charlie Parker en la radio y, como muchos otros músicos de esos años, supo al instante que “quería ser parte de esa música”. Después de integrar –cuando tenía apenas veintidós años– la banda de Ornette Coleman que cambió el jazz con discos como The Shape of Jazz to Come y Free Jazz, tocó con innumerables solistas de diferentes generaciones, nacionalidades y estilos, como Joe Henderson, Keith Jarrett, Pat Metheny, Carla y Paul Bley, Paul Motian, Art Pepper, Ginger Baker, John Scofield, Jan Garbarek, Dino Saluzzi, Joshua Redman y Gonzalo Rubalcaba. Haden elude toda respuesta concreta cuando se le pregunta en cuál de estas situaciones se sintió más cómodo: “Me siento más cómodo tocando con gente que comparte los mismos valores musicales que yo”, se limita a decir. La frase se carga de especial sentido cuando se presta atención al proyecto part-time de Haden, la Liberation Music Orchestra, el vehículo para expresar sus ideas políticas y sociales. Con esa orquesta ha hecho versiones de temas de la Guerra Civil Española, además de canciones como “Rabo de nube”, de Silvio Rodríguez, el tradicional “We Shall Overcome”, o temas propios dedicados a Sandino y al Che Guevara.
Viniendo él de una familia de músicos, no sorprende que sus tres hijos hayan heredado sus dotes (además de su oído absoluto), aunque no se dedican al jazz sino al rock alternativo. Considerados por los amigos de su padre una especie de genios musicales, Josh es el líder del grupo Spain (Charlie y Pat Metheny grabaron una versión de su tema “Spiritual” en el ya clásico disco Beyond the Missouri Sky), Rachel y Petra hicieron sus primeras armas en That Dog, banda ahora disuelta. Y, desde entonces, Petra ha grabado dos discos solistas, bastante originales, muy por afuera de las tendencias.
Los Angeles, octubre de 2001
Charlie Haden y su esposa, la cantante Ruth Cameron, reciben a Radar en su casa de Malibú, con vista al mar. La cita es para almorzar en un restaurante que queda hacia el norte, por la carretera que bordea la playa. Luego de servir unas Perrier, el músico, de muy buen humor, les hace escuchar las músicas –latinas todas– con que se deleita últimamente. Pasa cada tema sin decir qué es, sin alejarse del reproductor de CDs y sin esperar la reacción de los otros oyentes. La actitud con que él mismo escucha, un poco de costado, con un leve balanceo de su cuerpo, como absorbiendo y devolviendo cada sonido, hace imposible sustraer a la música del modo en que él la escucha. Casi parece que estuviera tocando su contrabajo, guardado en su funda contra una pared, al lado de un gran piano de cola.
Haden y su mujer recuerdan un encuentro pasado, en Buenos Aires en 1986, cuando Charlie fue a la Argentina acompañando al guitarrista Pat Metheny. Evocan el susto que el desaforado tránsito porteño les había producido, cuando en un destartalado Taunus, conducido por el guitarrista y audaz volante Gringui Herrera, fueron a recorrer la ciudad. Haden recuerda también la impresión de pasar por la puerta de la ESMA, de la cual él ya conocía los horrores ocurridos en su interior, y la conversación obligada de entonces, acerca del tránsito a la democracia y cómo el país lentamente intentaba encontrar una senda más ordenada.
Luego del interludio musical, Haden, Cameron y sus invitados suben a su Mercedes-Benz para ir a almorzar. Mientras se deslizan por los sinuosos carriles vehiculares de la carretera con la obediencia bovina que caracteriza al tránsito norteamericano, el comentario obligado son los atentados de Nueva York. Los Haden están indignados por la reacción del gobierno de su país, el ataque a mansalva sobre Afganistán y la ciega reacción pública. Son de los pocos que piensan que hay que entender losataques desde el punto de vista de la política internacional norteamericana y, ciertamente, no tienen una bandera ondeando ni en el frente de su casa ni en la antena del auto, como la mayoría. Eso no aplaca el estremecimiento que les produjo, en un muy reciente viaje a Nueva York, el olor a quemado que dicen tiene la ciudad, todavía un mes y medio después. Vivir en el país más desarrollado del planeta también tiene sus altibajos, comenta Haden, muy interesado por la situación de la Argentina, a pocas semanas de ingresar en la era de la cacerola.
Durante el almuerzo, la charla deriva hacia terrenos musicales. La voz de Haden, sin ser particularmente grave, suena un poco como él hace sonar a su instrumento, con un raro equilibrio, buscando cada palabra tal como busca las notas y no usando varias cuando con una puede alcanzar. El tema obligado son sus dos discos editados últimamente. Uno es el ya mencionado Nocturne, que grabó junto al pianista Gonzalo Rubalcaba, el baterista Ignacio Berroa y el violinista Federico Britos Ruiz (los tres cubanos, para así “lograr el fundamento” bolerístico), y los saxofonistas Joe Lovano y David Sánchez, más la presencia de Pat Metheny para que vuelen sobre esa base. El disco se grabó en Miami, en una sola toma, y según Haden “resultó aun más hermoso de lo que imaginé”. El otro, en las bateas desde septiembre, es In Montreal, una vieja grabación a dúo con Egberto Gismonti registrada en el festival de jazz de esa ciudad en el año 1989, pero recién editada en el 2001.
Uno y otro disco no pueden ser más diferentes –empezando por los once años que los separan–: mientras que, en In Montreal, la improvisación sin red es el vehículo mediante el cual Haden y Gismonti exhiben una notable comunicación que va construyendo el camino por el cual transitan, buscándose, persiguiéndose, encontrándose (ilustrando a la perfección aquella frase de Debussy acerca de que la música no son las notas sino el espacio entre ellas), Nocturne, en cambio, se plantea como un homenaje al bolero, que apela a la canción como molde en el que encajan todas las piezas, solos incluidos. Como todos los discos de Haden, el oyente tiene que poner bastante de su oído, ya que Nocturne es un álbum para empezar a disfrutar luego de varias audiciones. No porque sea “difícil”; más bien todo lo contrario: en su primera audición se presenta como muy llano y simple, respetando a rajatabla la melodía y la estructura de las canciones. La profundidad aparece en sucesivas escuchas, en el modo en que el bolero es evocado, en ese respeto por el clima romántico de la balada latina, sin olvidar el diálogo entre los músicos, esencial en el jazz. Lovano ofrece un sonido susurrado, íntimo y ancho, incorporando –sin perder la veta romántica– mucho del bebop, aquella fuente inagotable, más vieja que todos ellos. Sánchez, el otro saxo, demuestra la sensibilidad para el género con su fraseo lírico, solvente y delicado. El violinista Britos Ruiz aporta un aire gitano y el sentido un poco teatral que “necesita” el verdadero bolero. Metheny toca sólo en “Noche de ronda”, ofreciendo el encare más “extraño” al lenguaje latino, pero es obvio que la autoridad del muchacho le permite expresarse en cualquier entorno y la química con Haden es siempre mágica. Rubalcaba es el motor de la base rítmica y co-equiper del proyecto, aportando arreglos y orquestaciones, así como la autoría del mencionado “Transparence” con su extraña belleza. Haden, como siempre, equilibra desde el fondo y es el guía espiritual del grupo, además de hacer un par de esos solos trascendentes, que lo dan todo.
Después de las músicas que Haden puso en su casa, y las diferencias entre In Montreal y Nocturne, la pregunta obvia es: ¿por qué un disco de boleros? Haden sonríe apenas y responde: “Para empezar, porque las baladas de América latina no han recibido mucha difusión en Estados Unidos. Normalmente se escuchan los ritmos rápidos, lo cual está bien, pero yo quería que la gente aquí se adentrara en las hermosísimas melodías quetienen las baladas románticas. Yo mismo soy un fanático del adagio. De hecho, me considero un tipo analógico en este mundo digital”. Haden niega que el hecho de que el jazz busque estímulo en otras músicas signifique que haya llegado a un punto en que encuentra seca su propia fuente: “La belleza de esta música no tiene fin, como tampoco lo tiene su inspiración”. Cuando se le pregunta cómo desarrolló su infrecuente espíritu habiéndose criado en Springfield, la ciudad de Homero Simpson, y viviendo actualmente en Los Angeles, Haden se toma su tiempo para dar, al fin, una de sus clásicas respuestas escuetas: “Si la pregunta es cómo sobrevivir en un entorno donde la calidad espiritual es más rara cada día, eso no ocurre sólo en Los Angeles. Esa búsqueda es un llamado que no te deja otra opción que seguirlo. En ese sentido, he charlado muchas veces esto con amigos más jóvenes y con mis propios hijos, cuando me han preguntado qué consejo le daría hoy a un joven músico. A lo que suelo responder, primero, que se hagan abogados. Y después, hablando más en serio, que si lo que uno siente que debe hacer es tocar música, entonces hay que ser intransigente, obtener coraje de tus propias convicciones y no dejar que nadie, ni la cultura dominante, tan pop y materialista, ni las personas más cercanas, te aparten de tu visión y tu camino. En suma, hay que convertir la propia vida en el efecto colateral de tu arte”. ¿Y cómo se logra algo así? “Primero que nada, entendiendo que la música creativa no va a extinguirse en la medida en que haya gente dedicada a la belleza. En tanto haya hermosas montañas y ocasos y océanos, todos podemos mamar de allí y agregar algo que haga a esta vida un poco más bella, o un poco más tolerable. Es cierto que eso exige mucho empeño, en este mundo bombardeado y agredido por tanto ruido preprocesado y valores superficiales basados exclusivamente en el marketing y las ventas. Pero aun así... Aun así hay esperanza. Sin ir más lejos porque la misión de la música es mantener el pensamiento independiente en la gente. En tanto haya gente dedicada a esa tarea, habrá quien reconozca en esta dedicación un estímulo para seguir. Pero es responsabilidad de la gente creativa y honesta proteger su propia imaginación. Para decirlo en otras palabras: Never vote for a son-of-a-Bush!”

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