Dom 28.02.2016
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TUTE

EL GRÁFICO

Compuso un disco de tangos y escribió canciones, editó varios libros de poesía, filmó un par de cortos y tiene pendiente su guión para el largo. Pero si algo se volvió constante en su vida desde muy chico es el humor gráfico. A punto tal que a los 41 años, Tute es uno de los más reconocidos hacedores de chistes y dibujos en diarios, revistas y libros, y según Quino, es el más destacado humorista gráfico de su generación. Tiene un año menos que Clemente, un dato no menor si se conoce que su verdadero nombre es Juan Matías Loiseau, o sea, es el hijo mayor de Caloi. Es autor de Batu, una clásica tira de chicos, y acaba de publicar el libro Tutelandia 1. En esta entrevista, Tute cuenta acerca de sus recuerdos de Clemente, adelanta que está empezando a escribir una novela gráfica sobre el vínculo de padre e hijo y recuerda anécdotas con Fontanarrosa, Crist y otros tantos monstruos del humor gráfico a los que conoció desde que era un artista cachorro.

› Por Martín Pérez

Un par de semanas atrás, aunque estuvo sentado durante dos horas ante un papel en blanco, a Tute no se le ocurrió ningun chiste. “Ni uno, che”, subraya con una sonrisa, apurando un vaso de gaseosa en el parque de su casa, en el sur del conurbano bonaerense. A su alrededor corretea su pequeña hija Olivia reclamando atención, desde la cocina su mujer Pilar acerca un plato con galletitas, unos cachorros de perro que necesitan dueño de manera urgente juegan a sus pies, y hasta asoma por ahí un gatito que parece un encanto pero al que no le han puesto nombre porque –aseguran– ha demostrado ser un feroz depredador y aún no saben si se lo van a quedar. Toda una postal familiar del final de una tarde veraniega en la que Tute luce relajado aunque a medianoche se venza el límite de tiempo para la entrega de su página semanal y aún no tenga ni idea de lo que va a dibujar. “En otra época me hubiese puesto nervioso, y no podría estar haciendo nada de esto”, dice abriendo los brazos, abarcando con ese gesto la tarde, la charla, la familia. “Pero ahora ya sé que siempre algo va a salir”, asegura con la seguridad de quien viene haciendo equilibrio sobre el vacío del cierre desde hace ya más dos décadas, a través de un largo viaje que arrancó paseándolo por toda clase de diarios y semanarios hasta recalar –diecisiete años atrás, precisa, después de detenerse a hacer un par de cuentas mentales– en La Nación, donde actualmente publica un cuadrito en la contratapa del diario todos los días, y una página semanal en la revista dominical.

Sin embargo, durante quince de esos diecisiete años, Tute asegura que vivió rigurosmente al día, pensando en ese bendito chiste desde que se levantaba hasta que lo terminaba enviando. Y a la mañana siguiente todo volvía a empezar. Hasta que, para poder dedicarse a escribir y dibujar su primer novela gráfica, Dios, el Hombre, el amor y dos o tres cosas más –que debería reeditarse por estos días, calcula– adelantó un mes de chistes diarios. Y le gustó tanto la tranquilidad, el alivio, la sensación de libertad cotidiana, la quietud de la roca de Sísifo, que desde entonces vive adelantado. Salvo por la página dominical, claro, su territorio liberado, lugar de experimentación sin culpa y sin complejos, la medida desde hace poco más de una década de los límites de su humor. O más bien del súbito descubrimiento de un inesperado territorio sin límites. Esa página es la que tiene apenas unas horas para hacer, pero sabe que no hay apuro, que está todo bien, que hay equipo, que habrá chiste. Porque si un par de semanas atrás estuvo sentado esas horas ante la página en blanco y no salió ni uno, simplemente fue porque estaba recién llegado de sus vacaciones.

¿Pero no sale más fácil todo cuando uno está descansado? ¿No aparecen de todos lados, llegan sin que se los llame después de tanto tiempo con la ventanilla cerrada? No, explica Tute, porque el humor es como un músculo. Entonces, cuando no está entrenado, siempre cuesta. Hay que darle tiempo. Tenerle paciencia. Pero cuando salga uno, saldrán dos, tres, cinco. Volverán a llegar, como siempre. Como le pasó ese par de semanas atrás, justamente, que después de las dos horas en blanco pudo empezar a reponer el adelanto de su libertad diaria. Y como le pasó más de dos décadas atrás, cuando finalmente se sentó ante la duda de ser o no ser humorista gráfico, y la respuesta fueron esos chistes que de pronto se dio cuenta que sabía cómo hacer sin saber que sabía hacerlos, habiendo crecido prácticamente dentro de la cocina creativa de papá Caloi y sus colegas más cercanos, artistas de la talla de Roberto Fontanarrosa, Crist y siguen las firmas.

Porque Tute es Juan Matías Loiseau, el hijo mayor del autor de Clemente, uno de los humoristas gráficos más famosos de una tierra con una larga tradición de humoristas gráficos. Así que, chiste a chiste, dibujo a dibujo, se ha pasado una vida creciendo en público, sacando mucho músculo para hacerse de un lugarcito propio dentro de semejante panteón. Un sitio que hoy ocupa al frente de los mejores representantes de su generación, una generación con la que se ha terminado encontrando en la contratapa del diario en el que trabaja, después de esperarlos un buen rato. En esa contratapa supo cumplir con el sueño largamente ambicionado de hacer una tira con personaje fijo, pero desde hace un par de años ha vuelto con ganas al clásico chiste de una viñeta, el desafío –explica– de la gambeta en una baldosa. En su nuevo libro, Tutelandia 1, el primero en compilar los chistes de este regreso, Tute demuestra su oficio pero también se presenta rejuvenecido, haciendo valer cada uno de sus años ante el tablero, disfrutando de volver a los clásicos, pero ganando además juventud a partir de la experiencia, otra vez el músculo entrenado demostrando que la sonrisa nunca tiene edad. No la tiene ahora como no la tuvo entonces, en la temprana hora de empezar a ser ese Tute que arrancó siendo un viejo joven. “Me acuerdo que, en la presentación de mi primer libro, hubo gente que se sorprendió por mi edad. Me preguntaban cómo era que podía hacer humor sobre ciertas cosas –el paso del tiempo, la pareja, la soledad– siendo tan joven”, recuerda ahora. Y remata, con una sonrisa irónica, desde sus consagrados 41 años: “Me parece que, de a poco, me he ido convirtiendo en el viejo que todos suponían que era”.

PAPA CLEMENTE

Un año menos que Clemente. Esa es la edad que tiene Tute, y el dato es tan irresistible que asoma inevitable en cada entrevista, permitiendo fantasear con un vínculo demasiado cercano entre ambos. Además, también está la anécdota familiar que recuerda cuando, muchos años atrás, en la clásica mesa redonda que De La Flor organiza con todos sus dibujantes en la Feria del Libro, un niño de unos 4 o 5 años pidió la palabra y le preguntó a Caloi: “¿Qué es Clemente para usted?” Ese niño era Tute, claro.

¿Qué te respondió?

–Que Clemente para él era “un hijo, como el que hace la pregunta”, y todo el mundo suspiró y se rió y hubo aplausos.

La repregunta es obvia y la respuesta también: no, Clemente no era un hijo para Caloi, asegura Tute imperturbable. “Por supuesto, tenía una presencia muy fuerte en mi casa”, aclara. “De hecho, tenía cuatro años cuando fue el Mundial 78, uno de los picos de popularidad del personaje. Así que yo tenía todo de Clemente: la remera era de Clemente, las medias también, me cepillaba los dientes con cepillo Clemente, comía chocolatines Clemente, en el verano en vez de usar un Bombero Loco nos tirábamos agua con un Clemente”, enumera Tute, que asegura que, lejos de agobiarlo, esa presencia lo llenaba de orgullo y que el niño que era entonces estaba encantado con todos esos Clementes. “Mirá, me hacen mucho la pregunta de qué es Clemente para mi, y la fantasía en general es que lo considere como un hermano. Pero, en realidad, para mí Clemente es mi viejo. Sobre todo ahora, que no está. Porque es su alter ego total, ahí están todas las cosas que yo recuerdo de él, su gusto por el fútbol, su pasión por el tango, las minas, la política. Incluso la forma en que habla, algunos guiños, la patita cruzada... Todo ese perfil que tiene Clemente era el de mi viejo.”

Un padre que no aparece como opresivo en la historia personal de Tute, todo lo contrario. “Nunca fui un rebelde, para nada”, confiesa hoy aquel niño que se crió en las calles suburbanas de José Mármol, con “mucho verde, mucha vereda, mucho potrero”. Mientras Caloi ya trabajaba en Clarín, su madre, María Cristina, era una artista plástica que tenia un taller en Adrogué, donde se dictaban cursos de alfarería, grabado y pintura, entre otros.

¿Cuántos de esos cursos hiciste?

–Los hice todos. Tengo grabados míos de cuando tenía 8 años, el recuerdo que tengo de esa época es lindísimo. En alfarería hacíamos los cacharros, los metíamos en el horno. Y después los sacábamos y pintábamos. La verdad es que mis hermanos y yo crecimos súper estimulados. Salimos todos ligados al arte: mi hermana es cineasta y mi hermano es músico.

¿Trabajaste también en el programa de animación de tu viejo?

–Hice sólo una suplencia de cadete, durante un mes. Y después vendiendo publicidad.

Te hizo laburar.

–Era yo el que me quise independizar económicamente muy rápido, apenas terminé la secundaria. Me acuerdo que me quería meter a laburar en un garage, porque me parecía el trabajo perfecto: sólo tenías que abrir el portón, apretar un botón para dejar que entraran los autos. En realidad era el garage donde dejaba el auto mi viejo, yo veía eso y me parecía maravilloso. Además veía al tipito sentado en un escritorio, con una lámpara al lado, y me empecé a imaginar ahí dibujando. Pero se lo dije a mi viejo y me sacó cagando. Andá a estudiar algo, me dijo.

Decís que nunca fuiste rebelde, pero un padre con una presencia tan fuerte suele generar alguna resistencia en los hijos.

–Eso por ahí le pasó más a mi hermano, que empezó a hacer rock y entonces se entendía un poco menos con él. En cambio, yo siempre me llevé muy bien, teníamos gustos parecidos. Yo a los 18 escuchaba tango, y a los 19 o 20 ya tomaba clases de canto con Virgilio Expósito y escuchaba a Nelly Omar, así que teníamos mucho de qué hablar con mi viejo. De hecho, llegó un punto en que me costó despegar de su influencia. Porque nuestras veredas eran muy parecidas o directamente eran la misma. Entonces cruzar de vereda me resultaba incómodo porque era dejar de lado cosas que a mí me gustaban. Cuando lo hice, cuando cambié mi estilo de dibujo drásticamente para dejar de parecerme al suyo, no me sentí identificado en lo más mínimo con lo que hacía. Así que volví a hacer lo mío, y por lo tanto también volví a parecerme a mi viejo, pero simplemente dejé que el tiempo hiciera su trabajo. Y de a poco me fui despegando.

LA VIDA ES UN CHISTE

A pesar de aquellas lejanas clases con don Virgilio, Tute asegura que lo suyo nunca fue el canto. “Al menos, por ahora”, agrega. Por eso en su primer disco el que cantó fue Hernán Lucero, que también le puso letra a los temas firmados por Tute, que dieron forma a Tangos nuevos (2010). Este año llegará el turno de un segundo disco, esta vez con letra y música de Tute, pero con cantantes invitados. Los confirmados son, por ahora, Jorge Drexler, Ismael Serrano, Víctor Heredia, Gustavo Cordera y Ricardo Mollo. “No son tangos, sino que son canciones. Me puse a investigar géneros y estilos, y así fue saliendo algo más personal.”

Tu viejo decía que con muy poco vos ya te embalás.

–Es verdad. Me obsesionan los autodesafíos. Pero una vez que tengo los rudimentos básicos, me olvido de todo. Hoy me preguntás y no se cómo se hace, por ejemplo, una guarania. Pero esa noche fui un especialista.

Además de hacer música, Tute también editó un par de libros de poesía incluso antes de empezar a empezar a armarse una biblioteca propia publicando su humor gráfico y sus historietas. Dirigió dos cortometrajes, y empezó a trabajar en el guión de un largo que no completó. También hizo cortos de animación, y el año pasado completó para la Untref –que le editará su nuevo disco– un programa de entrevistas. “Lo que pasa es que no me veo nunca en la línea de las cosas que hacían artistas como mi viejo o Tabaré, por ejemplo, que podían llegar a hacer una tira durante 40 años. Yo tiendo a aburrirme, y cuando me aburro agarro para otro lado, siempre”, subraya Tute, que sin embargo calcula que el dibujo es algo así como el tronco alrededor del cual van saliendo las más diversas ramas. “Pero si me preguntabas a qué me iba a dedicar cuando estaba haciendo los cortos, podría haberte dicho que lo mío era el cine.”

¿Y qué fue lo que te terminó anclando en el humor gráfico?

–Es que es una actividad que vengo desarrollando desde hace tantos años, que es lo que más domino.

¿Hubo algún momento en que dijiste: es esto?

–Desde muy chico supe que iba a ser humorista gráfico. De pendejo ya estaba dibujando y haciendo mis personajes. Le decía a mi viejo: mirá, acá tengo mi personaje. Y se lo mostraba, con nombre y todo. “Bueno, ponelo a laburar”, me respondía.

La escuela de Tute fue extraordinaria, y lo mejor es que ni siquiera se dio cuenta de que estaba en clase. Porque cuando su padre se iba de vacaciones en familia con sus amigos y colegas, se pasaban el día dibujando todos en la misma mesa, codo a codo. Y ahí se sumaba el pequeño Tute, que desde los cuatro años dibujaba sus propios Clemente. “Tenía etapas en las que me enamoraba del dibujo del Negro Fontanarrosa y me pasaba el día haciendo a Inodoro Pereyra. El Negro jodía con que me salía mejor que a él. Lo hacía bien, eh. Me acuerdo que estaba fanatizado con los brillos que les ponía en la nariz a sus personajes, y las uñas caladas que les hacía en los dedos, algo que él había tomado de Hugo Pratt. Y después me enamoraba de Crist, y entonces buscaba hacer un dibujo lo más suelto posible.”

El privilegio de compartir semejante cocina terminó siendo fundamental a la hora de dar el salto, y dedicarse finalmente a hacer humor gráfico. Tute asegura que cuando llegó el momento, a los 16 o 17 años, se puso muy nervioso. Había soñado toda la vida con eso, pero... ¿y si no podía? ¿Y si no le salían chistes? Por suerte, descubrió enseguida que sabía cómo se hacían. Simplemente, no sabía que sabía. “Armé enseguida una carpeta llena de chistes para empezar a pasear por las redacciones”, recuerda. “Uno de los primeros fue de náufragos, un clásico. Me gustó tanto, que ya lo redibujé dos veces. Es un tipo que está en una isla, mirando al cielo, gritando: ‘Lancha, te pedí una lancha’. Y al lado lo que tiene es una plancha.”

La duda ante el humor gráfico, la demora en enfrentar su sueño, su miedo ante la posibilidad de que no se le ocurriese nada, confiesa Tute, nació de aquella vez que su viejo lo mandó a estudiar. “Bueno, pensé entonces, voy a estudiar humor gráfico. Pero mi viejo me dijo: ¿Por qué no te metés en diseño gráfico? Y para mí eso fue como una daga. Fue tremendo, pero no le dije nada, y me metí en diseño. Pero dibujé todas las entregas durante un año. Los profesores me decían: sabemos que sabés dibujar, está buenísimo. ¡Pero hacé algo durito y esquemático alguna vez, por favor! Y no, yo pelaba todo el tiempo dibujos nuevos. Hice un año, y después me anoté en la escuela de Garaycochea. Pero la duda y el miedo de probarme con lo que había soñado con hacer toda mi vida me debe haber quedado de ahí. Yo debo haber entendido que para mi viejo no estaba preparado para ser humorista gráfico. Por algo no me animé a cuestionarle su consejo, fui y me anoté donde él me dijo. Y después nunca volvimos a hablar del tema.”

LA LIBERACION DE LAS FORMAS

Batu y Tulúm

Tute se ríe cuando se le pregunta si los amigos de su viejo eran cuidadosos con su arte. Dice que hay famosas anécdotas sobre lo desprendido y descuidado que era Fontanarrosa, por ejemplo. “Una vez, en Rosario, pasaron por su casa a pedir guita y dijo: ‘No tengo, pero llevate dibujos’. Y se fueron con sus originales”, recuerda. “Y el Negro Crist se la pasa dibujando, es una máquina, si estuviese acá con nosotros estaría retratándonos, y si en vez de gaseosa hubiese vino, estaría pintando con el dedo. Así que estoy lleno de dibujos suyos, retratos míos de todas las épocas.” Por el contrario, explica, su viejo era más cuidadoso con sus dibujos, no era tan expansivo. “Eso sí, todo el mundo tiene un Clemente”, se ríe Tute, que se confiesa tan cuidadoso con sus dibujos como su viejo. Y no amaga ponerse a dibujar en ningún momento de la entrevista.

Cuando se decidió a reunir sus dibujos en su primer libro, titulado simplemente Tute (2007), hacía tiempo que habia terminado de crecer en público. Dice que la mejor prueba de que hizo bien en esperar tanto la da el hecho de que es un libro que al día de hoy le sigue gustando. Antes de llegar a esa madurez gráfica, Tute deambuló por todo diario o semanario en el que pudo colar su trabajo. Entró en La Prensa, por ejemplo, gracias a un concurso que duró un mes, en el que votaban los lectores. También asomó en el efímero y menemista El Expreso Diario, que dirigió Sofovich, y antes publicó una página en una revista dominical que salía en Diario Popular y otros diarios del interior, llamada Magazine Semanal. “Como después enganché en Nuestra, que era un producto similar que armaron en Clarín sólo para vender al interior, me llamaron y me dijeron que tenía que elegir”, recuerda Tute. “Pero como el tipo de Nuestra no me caía bien, fui y les dije a los de Magazine que si me querían, yo me quedaba ahi. Me lo agradecieron, y después por un chiste sobre religión, me echaron a la mierda”, se ríe.

Esas idas y vueltas se terminaron cuando lo llamaron de La Nación, recuerda Tute. Pero como de ansioso fue y renunció a La Prensa antes de tener el trabajo asegurado, de pronto se quedó sin nada. Lo salvaron desde la revista dominical, donde enseguida le ofrecieron una página, que siguió haciendo cuando finalmente arrancó en la contratapa del diario. Y fue en la revista donde finalmente el humor de Tute se liberó. “Un día me gustó más el boceto que el original que había hecho en base a ese boceto, en un momento de locura lo escaneé y lo mandé. Me daba miedo que me llamasen para preguntarme qué les había mandado, si estaba loco o qué. Pensá que yo usaba reglas para dibujar los recuadros, como hacía mi viejo. Todo perfectito, todo pasado a tinta con acuarelas, y de pronto mandé una cosa en blanco y negro, torpe, con rayaduras y tachones. Pero nadie dijo nada, y salió publicado. Es más, a la gente le encantó. Y yo me sentí liberado de la presión de hacer un preciosismo que no tenía que ver conmigo. A mí me gustaba más esto otro, esta soltura, esta frescura, que lo que sigo haciendo hoy en día.”

La liberación de la forma, asegura, también liberó al contenido. Tute pasó a dibujar libremente su página del domingo, a arrancar con un cuadrito e ir agregando otro, y otro, y otro. Le perdió respeto al dibujo, celebra, y así fue como se empezaron a multiplicar los temas que se permitía dibujar, se fueron abriendo las puertas. En la página diaria, mientras tanto, después de diez años de hacer su chiste diario, logró cumplir el sueño de la tira diaria con personaje fijo. Su primer proyecto fue Megafón, un payaso que ansiaba la felicidad universal, acompañado por un Sancho Panza pusilánime, un hombre bala del que siempre se veía sólo la cabeza asomando de un cañoncito. Pero hoy agradece que hayan demorado tanto darle luz verde que tuvo tiempo de arrepentirse, y finalmente salió con Batu, cumpliendo finalmente el sueño –confiesa– de hacer su propia Mafalda. “Como en el diario saben que cuando me aburro salgo rajando, me hicieron prometer que al menos iba a durar dos años. Y duró cinco, contando ese final con Trifonía y Baldomero, la vaquita de San Antonio y el bicho bolita que se terminaron apropiando de la tira, algo que jamás imaginé. Fue una época de síntesis en el dibujo, de llevar todo a su mínima expresión. Pero me sirvió para hablar de grandes pasiones y temáticas, a partir de los bichos más pequeños”, se entusiasma Tute, que por fin se siente acompañado en la contratapa por integrantes de su misma generación. “Porque yo siempre estuve entre gente más grande”, explica Tute. “Cuando armé un libro colectivo que publicó De La Flor, que en realidad fue mi primer libro, los dibujantes que me acompañaban tenían todos diez años más que yo: Dani The O, Marito y el Ruso Ferrero”.

Más de una década tuvo que esperar Tute en la contratapa, pero hoy se siente acompañado de un grupo que, salvando las (enormes) distancias, en el venerable matutino de Mitre ha terminado por armar un colectivo humorístico que cambió su última página a la manera de lo que la generación de su padre hizo en Clarín en los 70. “Mirá, estoy seguro que hoy leés la contratapa del diario, y es muy distinto el sentido de esa contratapa que el de la tapa”, intenta explicar Tute, que asegura no tener grandes problemas por publicar donde publica, y no porque su ideología coincida con los intereses del medio, sino porque su intención siempre fue hacer un humor atemporal y lo más universal porsible. “Así que tenemos un contrato tácito: hago lo que quiero y no les rompo las pelotas, y ellos hacen lo mismo conmigo”, cuenta, auneque aclara que cuando por alguna razón tiene ganas de hacer un humor mas social, la cosa se complica. “Pero es algo que te obliga a un ejercicio muy interesante, que es el de la sutileza. Porque, después de años de publicar, ya sé cuáles son los límites. Las pocas veces que me rebotaron un chiste, lo estaba esperando de vuelta. Hubo uno que hice de un milico pintor, que pintaba solo con el color rojo, que me lo rebotaron. Lo guardé, y al año siguiente lo mandé de nuevo. Me lo volvieron a rebotar, y lo terminé sacando antes en un libro. Pero yo lo seguí mandando. Y al final coló”.

Eso quiere decir que la sociedad por lo menos va cambiando...

–No, más bien que los secretarios de redacción son rotativos. Lo que uno te dice que no, otro te dice que si. ¿Por qué? Porque a veces sus decisiones son más por prevenir que por otra cosa. Simplemente no quieren que nadie les venga a romper las bolas a ellos.

DIOS, EL HOMBRE Y QUINO

“Lo digo así, de sopetón: Tute es para mí, sin duda alguna, el mejor dibujante de humor gráfico argentino surgido en los últimos años”, escribió Quino en el prólogo de Dios, el Hombre, el amor y dos o tres cosas más, el libro con el que Tute se sacudió la modorra un par de años atrás. Una novela gráfica de 300 páginas, escrita casi de corrido, tachada e improvisada como sus páginas de domingo, algo así como –lo dice él mismo– una jam session, con sus grandes logros y también sus búsquedas fallidas, todo envuelto en una desfachatez que a veces puede irritar por autocomplaciente, pero que siempre apuesta al riesgo antes que a lo seguro, algo que no se puede menos que celebrar. “Me parece que es un libro honesto, en ese sentido. Casi no tiene edición, es lo que fue saliendo, y en ese sentido fue una linda aventura”, explica. “Y lo de las 300 páginas es porque siempre me hartó que me dijeron cosas como: me compré tu libro, lo leí en el camino. Así que quise hacer algo que no se pudiera leer de una sentada”.

Hay una nueva novela gráfica en camino, que cuando se la contó a su editora, ella se emocionó al punto de asegurarle que se dedicaba a ese trabajo para que, cada tanto, un autor le trajese una idea como esa. “Voy a dibujar mi relación con mi viejo atravesada por el dibujo, desde mi nacimiento hasta su muerte. Será una especie de duelo dibujado, y si sale algún día se va a llamar Diario de un hijo. Ya tengo la idea de cuáles van a ser los capítulos, hasta tengo algo dibujado. Pero no quiero firmar nada hasta que lo tenga listo. Empecé al revés que el anterior, del que lo último que hice fue la tapa. Acá empecé por la tapa, pero es porque lo de adentro es lo que más me cuesta. Necesito tiempo de verdad para hacerlo, porque es un material que no podés agarrar de a ratos. Además quiero que vaya más allá de la anécdota, que tenga partes voladas, que no sea sólo autobiográfico. Tengo ganas de dibujar los sentimientos. Tengo ganas de dibujar el silencio. Es una cosa que me apasiona”.

Una de las cosas que más sorprenden de la que hasta ahora es la única novela gráfica de Tute es ese prólogo elogioso de Quino, que se despliega apenas empezado el libro, en un lugar privilegiado. Tan provilegiado, que contrasta con la timidez y la sobriedad de alguien como Tute. Pero todo tiene una explicación. “Es que Quino no te regala nada, y se negó a hacerme el prólogo de mi primer libro. Me dijo que no podía, que no tenía tiempo, me sacó carpiendo, y cuando le insistí, le dije que alcanzaba con un par de lineas me respondió: Peor, la síntesis es algo mucho más complicado”, cuenta Tute, y se mata de risa. Aquel primer libro salió con prólogos de Fontanarrosa y Liniers, suerte de puente entre dos generaciones de humorista.

“Pero para mí Quino siempre fue Dios. Mi viejo era Gardel, pero era mi viejo. Quino era una figura inalcanzable, que además nunca fue de frecuentar la casa de mi viejo, porque era de otra generación. De hecho, mi viejo lo admiraba. Si te fijás, sus primeros chistes eran una copia de los suyos. Y lo que sucedió es que Quino me empezó a llamar, y me empezó a felicitar por lo que hacía. Qué lindo esto, me gustó cómo resolviste tal cosa, me llenaba de elogios. Así que me envalentoné y le volví a pedir un prólogo, y esta vez me dijo que si. Tardó un año en mandármelo, pero lo que escribió excede cualquier sueño que podía haber tenido”, cuenta Tute, que asegura que en el último tiempo empezó a recibir con satisfacción los elogios de los que siempre fueron sus ídolos. Algo que coincide con el lugar que ha comenzado a ocupar dentro de los autores de su generación y que, por suerte, asegura haber alcanzado a sentir también por parte de su padre, Caloi. “Fue algo extraordinario, porque toda la vida el que lo admiró fui yo, pero de pronto en los últimos años mi viejo me hablaba de mis páginas, me elogiaba alguna resolución gráfica, me elogiaba la frescura y la síntesis. Insistía mucho con eso, con la síntesis. Hasta hizo una página una vez, y la firmó a lo Tute. Era como las que hago yo, con cuadritos que se iban agregando y agregando. Fue como si se completase un círculo. Y fue muy reconfortante para mí sentir la admiración de mi viejo”.

EL CHISTE DE NÁUFRAGOS QUE A TUTE LE GUSTÓ TANTO, QUE LO DIBUJÓ DOS VECES: EN 1995 Y 2013.

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