TEATRO > MARIANA OBERSZTERN
La nueva obra de Mariana Obersztern trabaja con tres personas –Leticia Mazur, Julieta Vallina y Agustín Rittano– que son alternativamente actores, directores y espectadores de sí mismos. En Inspiratio, la simpleza de la propuesta y la puesta minuciosa se vuelve profunda e hipnótica en un clima casi ritual e íntimo que ya no es sólo sobre el teatro sino sobre lo que significa un cuerpo frente a otros, en estado de entrega.
› Por Agustina Muñoz
Observar a un actor lidiando con unos textos que le fueron dados, a unos espectadores observando a ese mismo actor, a un director proponiéndole a su actriz la búsqueda de una emoción casi imposible de describir. La nueva obra de Mariana Obersztern invita a enmarcar la atención en tres personas (Leticia Mazur, Julieta Vallina y Agustín Rittano) que son alternativamente actores, directores y espectadores de sí mismos. La estrategia de Inspiratio es la simpleza de su propuesta frente a una puesta minuciosa que se va volviendo profunda e hipnótica. Pero no es la cualidad de la ficción teatral lo que se intenta explorar, sino la actuación como reflejo de la existencia, arrojada a la mirada de los otros y a la de uno mismo. “Diría que el foco en el actor que tiene esta obra no tiene que ver exclusivamente con una preocupación por la profesión, sino que me interesa aquello que, de ese rol, hay en lo humano. Y el actor es un humano en estado de creación”, dice Obersztern.
No hay estridencias ni espectacularidad: las luces de Gonzalo Córdova, la música de Ulises Conti, el espacio y la actuación llevan a un clima casi ritual, íntimo, de una temporalidad elástica que tendría la consistencia de una nube avanzando despacio pero con determinación. “Quizá toda la obra es una intensa preparación para una pequeña cosa que pasa en los últimos minutos, una frase vertida tenuemente en el final. ¿Qué es?¿Una confesión acerca de lo que uno está dispuesto a dar o a llevarse en la vida?¿O será que lo que uno puede llevarse está ligado a lo que está dispuesto a dar? Podría decir esa frase acá y todo quedaría saldado claramente, pero por algún motivo me resulta sacrílego, por el momento me parece que esa frase sólo puede ser enunciada por los actores en el final de Inspiratio.” Al igual que en su obra anterior Si el destino viene a mí, el espacio es despojado en contraposición a los textos frondosos: una estética que deja ver sobre todo las caras y los cuerpos de los actores; con apenas unos objetos-dispositivos en escena, están a la deriva de sí mismos. Y el espacio es generoso para permitir a los espectadores observar ese trayecto, escuchar las voces que arman un tempo coral que llena el espacio sin tapar el vacío. El clima es de vulnerabilidad y fortaleza, como esas ramas de árbol raquíticas que se doblan sin romperse.
Esto resulta una experiencia particular para el espectador, que asiste al despliegue de una maquinaria mínima pero llevada al extremo de sus posibilidades. Se ve que los actores terminan agotados pero en ningún momento gritaron ni lloraron. Lo mismo pasa con el lenguaje, que aunque nunca declare y tenga más disgresiones que aseveraciones, logra unir la pregunta por el destino con el peso del llavero en una cartera: lo doméstico y lo inmenso, lo absurdo y lo revelador, todo junto, como caras de lo mismo. “La obra es una materia sensorial, emocional y conceptual con la que el espectador entra en contacto. Tengo esta fantasía (y probablemente sea sólo una fantasía): si la obra fuera excesivamente estable, la mirada del espectador se resbalaría por su superficie y se caería.”, dice Obersztern, que pone a los actores a encarnar esta paradoja en sus propios cuerpos.
En la historia del teatro occidental, quizás uno de las revoluciones más importantes fue el momento en que los actores dejaron de actuar con máscaras. El despojo de ese artefacto, no solamente dejó la cara al descubierto (con todo lo que esto acarrea) sino que expuso a esa humanidad a la enorme paradoja de la representación. Las barreras de la ficción siguieron quebrándose una y otra vez. Sin embargo, marcar el artificio, no anula la duda existencial sobre lo que signifca actuar (siempre poniéndolo en relación con el acto, con el ser), ese estado misterioso, medio transido, iluminado, inspirado. “Odio a los actores, me dan pavor. ¿Adónde está? ¿Adónde está el actor cuando actúa? No entiendo que la gente disfrute de un acto tan oscuro”, se lee en una carta que le envía F. Scott Fitzgerald a una amiga. Qué hace un actor y qué tipo de actuación busca responde no solamente a una época o a una moda, sino que refleja de manera profunda, el estilo y ontología de la obra de un director. Uno de los sellos más claros del teatro de Mariana Obersztern es su forma de dirigir a los actores, despojándolos de artimañas y “máscaras” para hacerlos entrar en contacto con un aquí y ahora que nada tiene que ver con la neutralidad sino más bien con una disponibilidad y transparencia absolutas, lo que en combinación con sus textos, genera un desafío inmenso. “Me gusta ver a los actores. Nunca elijo que el personaje se adelante demasiado, me molesta cuando no me deja ver al actor. Hay una escena en que Leticia señala a Julieta (que en ese momento hace de Actriz), y dice: ‘Cuanto más perdida, más a punto está de encontrar algo’. La posibilidad de encontrarse viene sólo de la mano de haberse perdido previamente. En relación a la actuación, es poder estar en contacto completo con el centro de la escena. Avenirse a qué será la escena, con su ley, la que dictará los pasos, la que revelará el modo de circular en ella.”
Es interesante que Mariana Obersztern haya escrito esta obra para ser interpretada por Agustin Rittano, Leticia Mazur y Julieta Vallina, actores reconocidos precisamente por su despliegue escénico. Lo mismo había hecho en Si el destino viene a mí llamando a actores como Laura López Moyano o Luciano Suardi. Acá la directora sube la apuesta al invitar a actores de extraordinaria energía y oficio; y el resultado es poderosísimo, cargado de humor, de emoción, de inteligencia. Como si la energía retenida en esos cuerpos, el deseo de resolver una escena desde la actuación y no poder hacerlo generara una fricción que deviene un estado del alma. Lo que hacen Rittano, Vallina y Mazur en esta obra es genial, entran en un verdadero viaje que resulta fascinante, por el arrojo, la fragilidad y la inmensidad de su trabajo.
Así, Inspiratio ya no es sobre el teatro sino sobre lo que significa un cuerpo frente a otros, en estado de entrega. Los actores buscan dentro de sí, pero en una especie de susurro en el que intentan encontrar sentido, tironeados entre el afuera y un adentro siempre en ebullición. La obra acumula hasta llegar a un final conmovedor, que muestra algo de lo inmensamente frágil, hermoso y abismal de un decirse y mostrarse ante otros.
Inspiratio se puede ver los viernes a las 21 en el Camarín de las Musas, Mario Bravo 960.
Reservas: elcamarindelasmusas.com y 4862-0655.
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