Dom 03.04.2016
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DOCUMENTALES > BIG STAR

A TRAVÉS DEL UNIVERSO

Escribieron las canciones más hermosas de los 70 y, aunque la crítica los veneró, delicias como “Thirteen” o “September Gurls” no consiguieron la popularidad a la que estaban destinadas. Pero justamente de eso, del olvido y el redescubrimiento también se hacen las leyendas. Y de eso se trata Nothing Can Hurt Me, el magnífico y exhaustivo documental sobre Big Star, la banda de los geniales Alex Chilton y Chris Bell que, casi como un secreto, se puede encontrar escondido en la programación de Netflix.

› Por Sergio Marchi

¿Una convención de periodistas musicales? ¿Un sindicato de críticos de rock? Lo que sería una pesadilla para cualquier músico, surgió como una utopía para unos cientos de escritores estadounidenses en 1973. ¿Y qué tal si en semejante evento, además, aparece la banda con la que cualquier crítico soñaría: original, encantadora, talentosa y repleta de canciones inolvidables? La mezcla suma otro componente, muy escandaloso por cierto (puede afectar la sensibilidad del lector): críticos bailando. ¡Y uno de ellos lo hacía desnudo sobre el escenario! ¡El horror! La banda que tocó esa noche, Big Star, fue a los ‘70 lo que Velvet Underground a los ‘60: el grupo que merecía la aclamación mundial ignorado olímpicamente por las masas y reivindicado por el tiempo.

Justicia cósmica. Esas dos palabras resumen el espíritu detrás de Nothing Can Hurt Me, el documental sobre Big Star dirigido por Drew DeNicola en 2012 que ahora puede verse por Netflix. Es la historia de uno de los cultos más extendidos de la historia del rock, y repone una pregunta que aun hoy interroga a los iniciados: ¿Por qué Big Star no pudo cumplir su destino de grandeza? ¿Qué fue lo que falló? A lo largo de casi dos horas, el documental intenta dar con la respuesta. No la contesta de modo contundente, pero da cuenta de todas las dificultades. Lo que intenta, y logra con holgura, es poner el universo Big Star en orden, recolectando los argumentos necesarios para que el mundo conozca el resplandor de la banda de Memphis a la que se le alinearon todos los planetas... en su contra.

Quizás todo sea tan simple como lo expone Jody Stephens, el baterista de la banda, firme punto de equilibrio entre sus dos compañeros estelares: Alex Chilton y Chris Bell, que podrían haber sido los Lennon-McCartney de los ‘70. “A lo mejor le echamos una maldición al futuro llamándonos Big Star y titulando nuestro primer álbum Disco N°1. Me sentí muy incómodo con eso: me parecia muy pretensioso”, explica Stephens en el documental, que además cuenta con una multitud de participantes que se dividen en dos grupos: los que estuvieron en las entrañas de la banda (músicos, productores, allegados), y los que profesan su veneración (críticos y nuevas generaciones de músicos).

Nothing Can Hurt Me cuenta una historia muy inusual de un modo muy clásico, algo entendible porque si al caos de los hechos se le agrega una maraña narrativa (inevitable en esta historia), la confusión se come la película. Sobre todo cuando nada sucede según el arquetipo habitual. El director no se equivoca al colocar en primer plano la geografía. Memphis no es cualquier ciudad estadounidense, sino “la casa del blues y la cuna del rock’n roll”, tal como dice un cartel sobre unos silos que se deja ver en pantalla durante unos segundos, y que hoy ya no existe. Memphis es una ciudad rara donde la música forma parte del aire, enrarecido por las mañas que se desarrollan en torno al negocio musical, con una fauna de sujetos muy pintorescos.

Otro factor importante en el relato es Ardent, un estudio de grabación fundado por John Fry y un par de amigos entusiastas, que de buenas a primeras aprovechó el sacudón que experimentó el sello Stax, vecino de Memphis, cuando Atlantic abandonó la alianza estratégica que los vinculaba. Como el equipamento de Stax era primitivo, Ardent se benefició de su modesta modernidad y comenzó a recibir el trabajo que Stax no alcanzaba a cubrir, y grabó a talentos como Booker T. & the MG’s y Isaac Hayes. Ardent tuvo que entrenar y formar de urgencia a nuevos ingenieros por lo que creó una escuelita. Fue allí donde apareció un adolescente Chris Bell, que en los ratos libres del estudio comenzó a grabar la música que le brotaba por los rulos.

Para entonces, Alex Chilton ya era una estrella. “La segunda cosa que grabó apenas agarró un micrófono fue ‘The Letter’”, cuenta el productor Jim Dickinson, otra de las estrellas de este documental . “El padre le dio a probar peyote a los once años, y lo veías corriendo por ahí con los ojos desorbitados. Me pareció que este chico iba a tener una vida muy singular”. Alex Chilton tenía dieciséis años cuando “The Letter”, una canción del grupo The Box Tops, llegó al número uno en 1967. Ese grupo duró poco tiempo y luego chocaron los planetas: Alex Chilton se sumó a la incipiente banda de Chris Bell con Andy Hummel y Jody Stephens. Una cadena de supermercados del barrio los inspiró para llamarse Big Star.

Su primer disco, #1Record, recibió elogios que ponían a la banda a la altura de The Beatles. Pero Ardent no logró que el producto llegara a las tiendas y por ende al alcance del público. El fracaso, luego de tantos elogios, desilusionó a Chris Bell que al poco tiempo dejaría Big Star e intentaría probar suerte por su cuenta (su único disco I Am The Cosmos, es otra gema extraviada). Era el fin para el cuarteto, hasta que John King, jefe de promoción de Ardent tuvo la idea de la Convención de Críticos de Rock y logró que Big Star se reuniera en formato de trio, con Chilton al mando. La desbordante respuesta de la prensa musical los animó a un segundo intento: Radio City, sería casi tan buen álbum como el primero, pero correría su misma suerte. Llegó a grabarse un tercer álbum que permaneció inédito hasta que el tiempo hizo su trabajo de reconocimiento póstumo.

Nothing Can Hurt Me atraviesa con emotividad las distintas tragedias que se abaten sobre el cuarteto de Memphis: errores de distribución, la depresión de Chris Bell que muere en un accidente a los 27 años, el mal timing para el segundo álbum, el desánimo posterior y la autodestrucción tóxica de Alex Chilton que lo lleva a una muerte prematura en 2010, cuando el documental se encontraba en el inicio de su rodaje. Y aun sin testimonios directos de Bell y Chilton, héroes de esta saga, lo que sale indemne es la historia de una banda que inspiró a casi todo el rock universitario de los ‘80 (R.E.M., Replacements, Robyn Hitchcock, The Bangles) y al alternativo de los ‘90 (The Posies, Flaming Lips, Lemonheads, Elliot Smith, Matthew Sweet).

La huella que dejó Big Star en la música ha sido proporcionalmente inversa a su éxito comercial. Nothing Can Hurt Me documenta con precisión la profundidad de esa pisada. No importa lo que se venda; si la música es buena, alguien hará correr la voz. Y en el futuro, que para nosotros es hoy, esa voz continuará susurrando el nombre mágico para disfrute de nuevas generaciones, felices desconocedoras de las estadísticas del mercado.

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