Dom 10.03.2002
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Govanotti conquista europa

Personajes Empezó como DJ en discotecas romanas hasta que la industria del disco creyó que podían convertirlo en el producto perfecto de “música ligera”. Sin embargo, Jovanotti sorprendió a todos con su evolución musical, mixturando funk, hip-hop, poderosas bases rítmicas afrocaribeñas y letras cada vez más mejores hasta ganarse el reconocimiento de la crítica y figuras tan disímiles como Bono y Pavarotti. Radar adelanta en exclusiva qué es Quinto Mundo, su último disco, que viene levantando polvareda en Europa con su poderosa fusión sónica y su áspero mensaje antibélico.

Por Marina Macome, desde Milán
“El problema de las culturas occidentales ha sido siempre controlar el caos. Incluso la música clásica es una tentativa por controlar el caos. En Oriente, en cambio, la música no tiene una estructura armónica variable: todas las músicas populares son modales, se hacen sobre un solo acorde. Nosotros no sabemos razonar con otro parámetro que no sea el del control: del caos, de la complejidad”, declaró hace pocos días a Radar. Difícil relacionar estas declaraciones con el joven carilindo que, hace quince años, irrumpió como el producto perfecto –por trivial e inofensivo– con que la industria discográfica italiana alimentaba de “música ligera” los estertores del pasatismo imperante. Sin embargo, desde la edición en 1988 de Jovanotti for President (“Un disco sin ningún contenido artístico”, como él mismo se ha encargado de declarar a lo largo de los últimos años), la evolución de este eterno fan de Bob Marley y James Brown, nacido Lorenzo Cherubini hace 35 años en Roma, fue decepcionando a los capos de la industria en la misma medida en que ganaba adhesiones entre críticos y músicos de la península primero y de toda Europa después. Ya en su tercer disco, en 1990, se destacaba nítidamente de la medianía el tema “Gente della Note”. En 1992 comienza a incluir bases hip-hop y funk a sus melodías y a tocar temas de denuncia (sida y política) en sus letras. En 1994 estallan “Serenata Rap” y “Penso Positivo”. Un año después, con “L’ombelico del mondo” incorpora ya nítidamente fuertes bases percusivas de música afro –desde el continente negro hasta Latinoamérica– que, combinadas con el cruce de funk, reggae y rapeado a la italiana de sus letras llevan a los críticos italianos a hablar de él como un producto mestizo, “tercermundista”. Lejos de sus inicios como DJ en radios y discotecas romanas cuando aún era adolescente, Jovanotti logró en esos años el infrecuente cruce del sector pasatista del mundo del disco a aquél que habita hoy. Desde aquellos inicios ha escrito libros, expuesto cuadros, recorrido todo el mundo –incluida la Patagonia– en bicicleta y lleva más de cinco millones de discos vendidos, desde que su producción mutó, de un día para el otro, de “música ligera” a denuncia social y prédica no-global, abriendo paso a un fenómeno mediático que hoy le vale tanto amores como odios.
Se puede estar más o menos de acuerdo con él. Hasta se puede decir que de tanto en tanto (muchas veces a voluntad) cae en un simplismo desconcertante. Pero lo que no puede negarse es que cuando abre la boca -y no sólo para cantar–, nueve de cada diez veces logra trasmitir los mensajes que quiere, levantando inexorablemente un mar de polémicas.
La última se generó a partir de la maratón televisiva que hizo en febrero pasado, para presentar el single de su nuevo disco Quinto Mundo, álbum que reúne, entre una fauna de excentricidades, desde una recreación del cántico de Hermano Sol de Francisco de Asís a colaboraciones con Kenny Garret y Carlinhos Brown, y palazos contra un sector del G8 y Oriana Fallaci (“la reportera de moda que ama la guerra porque eso le recuerda que fue joven y bella”).
Difícil olvidar aquel insólito dúo con Luciano Pavarotti en 1995, donde el voluminoso tenor se limitaba a mover el piecito y chasquear sin mucha convicción los dedos al ritmo de “Serenata Rap” para reunir fondos destinados a los chicos de Bosnia. De esas participaciones e iniciativas benéficas, Jovanotti reúne unas cuantas: la compilación Artistas unidos por los zapatistas, dedicada a la recolección de fondos para la construcción de un hospital en Chapas; el concierto en Cuba que reunió a cincuenta mil jóvenes en la Plaza frente a la Universidad de La Habana; el himno pacifista “Mi nombre es Nunca Más”, escrito y compuesto junto con Ligabue y Piero Pelu en plena crisis de Kosovo; o su comentada participación en el Festival San Remo 2000, cuando dirigió el rap “Cancella il Débito” a D’Alema, presidente del Consejo de la República porentonces. Unos días después las imágenes de su irrupción junto a Bono en el Palacio Chigi solicitando que Italia cancelara o redujera la deuda para con los países del Tercer Mundo dieron la vuelta al globo. Fuera por demagogia, rédito político, o simplemente porque ya terminaba su mandato, la centroizquierda italiana acogió con beneplácito aquella apelación. El mismo modus operandi repitió Jovanotti en julio del 2001, cuando marchó junto a Bob Geldof y el cantante de U2 (portavoz oficial de “Jubilee 2000, la asociación que promueve la cancelación de las deudas de los países pobres) hasta Génova para hablar con los representantes de los gobiernos presentes en el G8 y obtener más concesiones. “Bono es muy práctico. Él sostiene que el juego ha cambiado y no sirve tanto manifestar en plazas. Lo que se necesita es ir a los centros del poder, y hacer oír allí las demandas de un nuevo y multitudinario movimiento de opinión, cuyos componentes quizá no tienen la amplificación ni los recursos ni el tiempo para lograr ser escuchados por Tony Blair, para citar un ejemplo. Ciertamente Blair gana en términos de imagen cuando se hace fotografiar junto a Bono, pero si eso sirve para que cinco mil niños puedan ir a la escuela en Uganda, para mí está OK.”
A principios de febrero, Jovanotti volvió al centro de la escena musical y de la polémica con la presentación de su nuevo single “Salvami”, marcando un record de performances televisivas en vivo. “Soy consciente de que muchos de mis argumentos para muchos pueden pasar por banales, demagógicos, o descontados. Porque yo hablo de la vida, del amor, del hombre, de la naturaleza, de cosas que generalmente hablan los chicos o los locos”. En solo una semana, la pantalla chica peninsular fue arrasada por el virus Jovanotti, que consistió en propagar –tanto en programas de izquierda como de derecha y a lo largo de todo el arco de la jornada televisiva– una áspera canción de paz en tiempos de guerra que dividió a la opinión pública entre los indigestos y los que aplaudieron semejante catarsis. “El mío es un disco libre, descarado, que usa palabras que en el manual del buen cantautor están prohibidas”, se limitó a declarar. Más allá del single de la discordia, Quinto Mundo (que el sello Universal promete editar en nuestro país próximamente) es un trabajo tan ambicioso como recomendable, donde el funk, el jazz, el espíritu peninsular y el punk se conjugan en la más envolvente y poderosa producción italiana de los últimos años, animada de una sección rítmica (sin el menor aditamento electrónico) que tiene pocos rivales en el mundo”, según se enfervorizó el crítico Alex Adami.
¿Qué representa el Quinto Mundo para usted?
–Es casi una tomadura de pelo, algo tan vago y paradojal como el uso habitual que se le da a la palabra continuamente: ¿qué es hoy el mundo de la música, o el de la política? Hablamos de quinto mundo porque creemos simplemente que puede y debe existir un mundo que no sea el Primero ni el Tercero. Un mundo que no nos divida en diferentes mundos. Es una provocación, un juego de palabras, con un contenido ético.
¿Por qué sumergirse en una maratón televisiva para presentar el single?
–Fue una performance pop. La idea central era llevar una canción que habla de paz y de locura al lugar donde la música está menos “protegida”. Sacarla del radio de navegación más serena, como la radio, la MTV, los locales de música, y plantarla de sopetón en los lugares donde se fabrica el consenso y se construye la opinión pública. La idea era ir directo a la cueva del lobo.
¿La idea del video se generó por la polémica que despertó esa performance?
–No, vino antes. De hecho, hicimos la maratón pensando en montar absolutamente todas las apariciones televisivas en donde se presentara “Salvami”, con lo bueno y lo malo. Por eso incluimos hasta las críticas que nos acusaron de sólo querer promocionar el disco comercialmente, una opinión muy hipócrita, porque no pudiendo atacar los contenidos quisieronatacar la intención, sin entender en absoluto la intención real. De hecho, la nuestra fue una de las pocas voces mediáticas que se hicieron oír en Italia contra la guerra en Afganistán.
¿Quiénes son esos cuervos a los que alude la canción?
–Todos aquellos que durante el G8 del año pasado fueron definidos como los black bloc: esos que se esconden detrás de una idea para destruir y desacreditar a todos aquellos que realmente creen en esas ideas y quieren verdaderamente lograr condiciones para un mundo mejor.
¿Cómo surgió la participación de Carlinhos Brown y Kenny Garret?
–Son dos músicos que me gustan mucho. Y simplemente llegué a ellos por vías “canónicas”: llamé por teléfono, les mandé discos míos... Fue fatigoso, pero una vez que entramos en contacto les gustó mi música y quisieron participar. No hubo “discurso” ni “compromiso”; simplemente ganas de tocar juntos. Yo no soy un artista de élite así como no soy una persona de élite. No soy un intelectual que, para vender discos, baja el nivel de comunicación para llegar a todos. Mis pensamientos son medios: no nivelo ni para arriba ni para abajo.
Otra de las canciones del disco habla de 30 formas para salvar el mundo... ¿Cuál representa a su juicio el peor problema de nuestro tiempo?
–Lo de las treinta formas es una figura retórica. Pero es indispensable entender que debemos encontrar la vía para parar la violencia, que es sin duda el mayor problema de nuestro tiempo. El más fuerte será aquél que detenga la violencia en nombre de las generaciones futuras. Y cuando hablo de violencia también hablo de violencia económica. Lo que está pasando en la Argentina, por ejemplo, enseña a las claras que el neoliberalismo no es la solución. Ésa es la terrible enseñanza que nos viene desde allí hoy.
Hubo un momento de inflexión en el cual decidió que su música incluyera mensajes de tipo humanista...
–Fue cuando entendí que con la música podía obtener cosas para los que no tienen voz. Yo no soy un voluntario, pero con la música puedo ayudar a los que hacen trabajo voluntario; no soy un político pero con la música puedo ayudar a dar lucha política de cierto tipo; no soy un misionero pero con la música puedo ayudar a quien está en las misiones. Ellos hacen el trabajo verdadero; yo soy solamente un músico. Pero siempre hay etiquetas. Yo estoy más expuesto y por ende se ven más, pero las etiquetas son una exigencia en esta era de la supuesta hipercomunicación.
¿Con qué movimiento actual de protesta se siente más identificado?
–No con los movimientos de protesta en el sentido clásico. Me siento más identificado con movimientos de pensamiento, por ejemplo el de aquellos que se reunieron este año en Porto Alegre. Aunque debo aclarar que con los menos radicales de ese movimiento. No soy no-global en el sentido de que no creo en las sociedades cerradas, por la sencilla razón de que la música es de por sí la cosa más abierta que existe en el mundo: trasciende lenguajes, costumbres, fronteras, épocas... Creo en la globalización y acepto el desafío que implica, pero quiero que haya reglas. Lo que me alarma es que, detrás de la palabra globalización, se escondan nuevas formas de colonización.
¿Le gusta la música de Manu Chao?
–Sí, mucho. Si bien tenemos recorridos humanos y artísticos que nos dan visiones del mundo en parte similares y en parte diferentes: yo vengo de las discotecas y del mundo del entretenimiento; él viene de los centros sociales y de la militancia por los sin papeles. Esas cosas en cierto punto se cruzan: ahí donde él empieza a tener que ver con el entretenimiento y yo con la política. Ése es nuestro punto de encuentro.
¿Cómo ve hoy los efectos que tuvo su rap “Cancella il debito”?
–Cada vez que pienso en las palabras “Cancelar la deuda” pienso en el significado preciso que hay detrás de esa frase: niños que tendrán la posibilidad de crecer con las dos piernas, hospitales que tendránmedicinas, enfermos de sida que tendrán medios para hacer frente a la enfermedad; ancianos que no morirán de hambre. No soy un idealista ni un utópico.
¿Cómo será el mundo dentro de diez años?
–Creo que estamos en un momento particular en el cual no puedo imaginar ni cómo estaremos dentro de dos meses. Es un momento muy bisagra.
¿Qué música escucha últimamente?
–Mucha y toda diferente. Aunque siempre vuelvo a la misma: Bob Marley, Miles Davis, James Brown, el funky, ésa es la música que siempre escucho y siempre escucharé.
¿Algún grupo actual argentino?
–¿Los Fabulosos Cadillacs son los que hicieron “Matador”? He escuchado sus discos y me interesan mucho. Y un amigo uruguayo me hizo conocer a un músico de su país que creo que se escucha también en Argentina: Jorge Drexler, está muy bien lo que hace. Y recuerdo con admiración, de los tiempos en que estuve en la Argentina, la música de Charly García.
¿Hay planes para ir a la Argentina?
–No veo la hora. Quisiera hacerlo incluso pagándome el pasaje. Este año, si es posible.
¿Cuál es para usted hoy el ombligo del mundo?
–Mi hija, mi familia, mi casa.

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