› Por Paula Perez Alonso
¡Berger cumple 90 este año! Y sigue escribiendo con una lucidez implacable. ¿Qué va a pasar cuando se muera? ¿Cuando muera Godard, que ya va por los 85? Son faros que han iluminado muchos territorios y montajes y desmontajes de nuestra civilización o incivilización.
La Feria del Libro tiene la gracia de ofrecer libros que vienen de España, ediciones como esta que tengo en mis manos de Berger: Sobre el dibujo, que publicó Gustavo Gili, que ya había publicado los ensayos Mirar, Modos de ver y Otras maneras de contar.
Berger es un hombre que ama la vida y lo ha demostrado con sus múltiples intereses: no dejó piedra sin remover. ¿Qué no ha hecho? Desde joven le interesó no quedarse en la comodidad de lo conocido, ir un paso más allá, lo “otro” le resultó siempre más interesante. Estudió Bellas Artes en Londres pero no se conformó con su pintura; en 1944 se enroló en el ejército y fue oficial de infantería hasta que la guerra terminó; pronto empezó a escribir crítica de arte porque se dio cuenta de que el artista rara vez sabe lo que está haciendo. También enseñó dibujo y fue activista político; como parte de su espíritu investigativo y de expresión, poco después escribió su primera novela y desde entonces ha cabalgado entre el ensayo y la ficción. Lo preocuparon los problemas de su tiempo (fue miembro del PC) y escribió sobre el trabajo, la emigración, los desplazamientos, como un aspecto vital de estar en el mundo. Durante el año 2000 mantuvo correspondencia con el subcomandante Marcos; siguió dibujando, sacando fotos. Hasta hace muy poco manejaba una moto. Quienes lo visitaron para entrevistarlo destacan su gran hospitalidad, un rasgo que también aparece en su forma de mirar y de ponerle palabras a sus indagaciones sobre el acto creativo.
En Sobre el dibujo Berger arranca con la frase: “Para el artista dibujar es descubrir. Y no se trata de una frase bonita; es literalmente cierto”, y de entrada nos sitúa en su punto de mira. Aquí nos acerca a los dilemas de la mirada, de la obra de arte, del incipit que la dispara -siempre imprecisable-, y al mismo tiempo en su reflexión está presente la materialidad: se reproducen dibujos, pinturas, fotos, grabados en madera. Nunca es aéreo, los pies bien en la tierra. El secreto es el papel, dice. Para él nada es “inefable”, el adjetivo que Borges detestaba y que Mallea consideraba poético. Cuando habla de “la intimidad de la que nacen las imágenes” habla del “trazado en el papel”. Porque la base de la pintura y de la escultura es el dibujo, lo que se tiene más a mano. Berger es un tipo muy físico, tanto las obras de arte como los nudos de la madera del techo de su cabaña tienen ecos en su cuerpo.
Cuando escribe fuerza las palabras precisas. Se pregunta por lo que sucede entre las personas y las cosas no solo simbólicamente sino materialmente. Esa distancia puede hacerse cercana e íntima. Su mirada es inquietante, no da nada por sentado, se sigue asombrando, reconoce las sombras en el ademán de perforar lo que se ve, ronda su objeto de estudio sin acosarlo. No busca encontrar (se), descubrir (se), hay un verdadero reconocimiento de lo Otro. No es de los que leen de manera narcisista, no obedece a la complicidad de la identificación. No busca “respuestas”, “clarificar”, “esclarecer”. Sus objetos de estudio son desconcertantes pero sabe que tal vez tenga que soportar la opacidad del desconcierto. Dibujar para él es avanzar y retroceder, entrar y salir: “el dibujo es más devenir que ser”. Convive con el misterio. Porque el arte descubre lo misterioso pero cuando lo descubre, se hace todavía más misterioso. No intenta con la racionalidad y la argumentación superar a la sorpresa y a la inestabilidad. Ya Monet hablaba de pintar lo que no se ve.
Pareciera que, consciente de que la única certeza que tenemos es la de la muerte, no le exige a la expresión artística una finalidad, un destino, un para qué; por el contrario, le insufla vida, habilita la posibilidad que la aleja de su fin. Que viva en sus múltiples manifestaciones todo lo que pueda.
Esa tensión que implica no resignarse a lo dado, esa propuesta constante y tenaz de mirar de nuevo, esa creencia en lo por venir se expresa en su manera de interrogar a las obras de arte, a las técnicas y sus formas, a los artistas, mucho más allá de ser meros objetos de curiosidad.
“Casi todos los artistas pueden dibujar cuando descubren algo. Pero dibujar para descubrir, ese es un proceso divino (…) La fuerza del color no es nada al lado de la fuerza de la línea”, dice en su diario Janos Lavin, el personaje de su primera novela Un pintor de hoy, en 1958. Qué es escribir si no darle forma a las letras que conocemos buscando nuevas resonancias, trazando posibilidades, ritmos. Escribir para descubrir, esa es la gran aventura. Ser un artista en construcción permanente.
Los escritos de Berger iluminan la obra de Cézanne, un profeta que lo obsesiona en su clara relación con lo visible, los huecos, los vacíos que deja en la tela intocada, y quien le enseñó lo que es ver. Cézanne murió hace más de un siglo y todavía hoy nos hace descubrir cosas, es un faro que nos sigue alumbrando, actualizado por la inscripción de otras escrituras proféticas.
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