Dom 12.06.2016
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ENTREVISTA > STUKA

UN PUNK DE WOODSTOCK

Hace semanas, Los Violadores dieron un concierto de regreso en el Luna Park que dejó entusiasmados a sus fans, los nostálgicos y los nuevos. Ahí, claro, estuvo Stuka, el mítico guitarrista que hoy, a los 58 años, es un apasionado pensador de la cultura rock y de la influencia de la tecnología en la vida cotidiana, además de un derrumbador de mitos: fue fan de Pappo y Sui Generis y, antes del punk, de King Crimson. En esta entrevista cuenta los orígenes del punk argentino en la zona norte del Gran Buenos Aires, cómo su tío montonero lo rescató durante el conflicto del canal de Beagle y se lo llevó a Brasil, recuerda sus años en Estados Unidos y opina sobre el increíble crecimiento político de Donald Trump.

› Por Mariano del Mazo

Ante el Luna Park rendido a los pies de Los Violadores –esos borcegos que resisten como una mueca anacrónica de rebeldía– Stuka se acordó de los tiempos en que era Gustavo Mauro Fossá. Fue la noche del 24 de abril de este año. Ante la multitud conformada por padres e hijos del punk rock dijo como un guiño a su propia historia: “Rompan todo”. Stuka ríe –Stella Artois y Marlboro– en su departamento-estudio de Martínez: “Me acordé del gordo Billy en 1972. Yo estuve ahí. El dice que no dijo lo de rompan todo… pero yo lo escuché. Tenía 14 años y fui al Luna Park con un primo, un poco más grande. La cana nos corrió, nos dio unos palazos, hubo gases y al final nos colgamos del primer bondi que pasó”.

La frase que dijo Stuka citando a Billy Bond fue lanzada en la reunión de Los Violadores, un regreso con la excusa de los 30 años de Ahora qué pasa, eh Mientras manipula la grabación del vivo de esa noche (“cómo pifiamos, por Dios, no se puede creer, a la gente igual le encantó, qué mal que entra acá Pil, menos mal que nos permiten todo”) y habla del futuro o no de la banda y comenta algo de su trío Los Fuser, se muestra en paz & amor con su pasado. A los 58 el iracundo guitarrista devino en un charlista atrapante, un apasionado pensador de la cultura rock y de la influencia de la tecnología en la vida cotidiana. Critica al establishment político, revisa el derrotero de Los Violadores, mantiene el nervio provocativo, se burla de sí mismo, habla con un orgullo indoblegable de su hijo Iván de 26 años, explica al pasar a Donald Trump, cuenta su propia historia y aparece a años luz del músico que marcaba el ritmo de una canción como, por ejemplo, “Viejos patéticos” (“Basta de ‘Hospicios’, ‘Betos’ y ‘Cósmicos’ /son tan solo poses viejas /¡No queremos aburrirnos!/ ¡No queremos convertirnos! /Sólo queremos referirnos a tu realidad./ Hay que volar con lo establecido...”).

¿Existe la vejez sin patetismo? ¿La melancolía punk es un oximoron? Aquel tema del primer disco de Los Violadores era un puñal al rock nacional de los ‘70, con referencias a Pastoral y a Invisible. Stuka conocía bien de lo que estaban hablando. Fue su cuna. “Yo curtí mucho el rock argentino. El que me partió la cabeza fue Pappo, pero si me preguntás por Vida, el primero de Sui Generis, te tengo que decir que es una obra maestra. Invisible me parece una banda del carajo. El primer disco solista de Lebón no se puede creer...”

¿Cómo llegaste a la guitarra?

–Por mi abuela. Una mujer muy importante, que vivió hasta los 100 años. Nosotros éramos de Villa del Parque, y me mandó a la profesora de folklore del barrio. Yo tenía 8 años. Enseguida aprendí los principales acordes. Hasta que una vez escuché el verso “el sacerdote que brindó la misa para la moral…”, de “Insoluble”, y quedé turulato. Ahí mismo compré Pappo’s Blues 2. Me fue fácil cazar la onda del rock y el blues. Son tres tonos. Pappo me cambió la vida. Formé banditas de barrio, andaba con los pibes. Entre ellos, Juanse: él iba a Gimnasia y Esgrima de Villa del Parque y yo a Racing.

¿Cuál fue la primera banda?

–Una de covers de Pappo. Estaba loco por el Carpo. Me acuerdo de un concierto en All Boys, en 1973, que él estaba vestido super glam y los hippies lo bajaron a piedrazos. Yo igual no era cerrado: veía a Ave Rock, a Color Humano, a Invisible. La primera banda con temas propios, muy influida por King Crimson, fue Reyes de guerra.

En ese marco del camino hacia el punk, Crimson suena extraño…

–En la Argentina el punk surge porque ya teníamos una tradición rockera. Fuimos los primeros en hacer rock en castellano seriamente y Los Violadores fueron los pioneros del punk en América latina. Después llegan los milicos y el rock se pone a caretear… Pero antes el rock liberaba. Además de lo que pasó en tiempos de dictadura y Malvinas, yo creo que al rock lo cagan la Bersuit, Los Piojos, toda esa poronga.

Expulsado crónico, estudió en diversos colegios. A los 14 años se fue a vivir a Martínez con sus padres; su abuela siguió en Villa del Parque. El iba y venía, no quería perder a sus amigos. El secundario lo hizo en el Hipólito Vieytes, donde participó de una toma del colegio en protesta por el golpe de Pinochet a Salvador Allende. Llegaron a cortar la avenida Gaona. Lo volvieron a expulsar y cayó en el Comercial 11 de Villa Devoto, donde conoció a sus compañeros de Reyes de guerra. “El nombre lo saqué de una frase de Nietzsche, de Así habló Zaratustra. Era bueno el grupo, todos temas originales, rock progresivo, muy Robert Fripp. Con Reyes de guerra llegamos a tocar en el Auditorio Kraft, que después se llamó Auditorio Florida, en una fecha hermosa: ¡el 23 de marzo de 1976! Después del concierto nos fuimos, ya tarde, a tomar chocolate con churros a La Giralda. ¡Con eso nos drogábamos! Eramos pichis. A la madrugada del 24 hubo una razzia gigante por Corrientes. Yo zafé, amigos míos no. Se estaba poniendo pesado.

¿A quiénes perseguían los militares? ¿Al militante, al hippie, después al punk?

–Como dice Capusotto: “Al hippie puto” (se ríe). No entendían nada. A mí me estaban pasando un montón de cosas al mismo tiempo. Empecé a sacar una revista subte llamada Superfluo, que la policía objetaba porque decía palabras como ‘boludo’ o ‘mierda’. Pero lo grosso es que hablábamos de Schopenhauer, de Nietzsche. En los años punks, que nos vestíamos con ropa medio nazi para provocar, con esvásticas y esas cosas, se nublaban… La cana decía: “¡estos son de los nuestros!”. No se podían hacer demasiadas cosas. Los sábados iba al Ritz de Belgrano a ver Woodstock. La vi doscientas veces.

Un punk de Woodstock.

–Totalmente. Por esos años cambió mi cabeza. En un kiosco de diarios que quedaba acá la vuelta, en la estación Martínez, vi por primera vez una tapa de una revista importada con la imagen de Johnny Rotten. Me flasheó mal. Además justo un amigo había viajado a Londres y trajo el primer disco de los Pistols y toda la colección de Bowie. Yo venía del rock progresivo y el punk me parecía simple, casi pop. Si escuchás bien a Los Ramones, las melodías podrían ser de Palito Ortega.

Estabas en el lugar exacto: la zona norte.

–Claro, acá se olía la movida. Fuimos casi contemporáneos al estallido inglés. Ni los australianos que hablan el mismo idioma estaban tan al tanto de lo que pasaba en Londres. Por acá, por San Isidro, hay mucha comunidad que habla inglés o alemán. Los kioscos traían revistas de afuera. Empezaron a aparecer afichitos de Los Testículos, Los Laxantes, había una disquería de importados en la principal de San Isidro, en la 9 de Julio, a la que se acercaban Fidel Nadal, Gamexane, Jorge Serrano. Estábamos entusiasmados, nos llovían bandas inglesas: The Jam, Dammed, Clash…

¿A vos qué te pasaba?

–De todo. Me parecía que las ideas de John Lennon o del Che Guevara estaban bien, pero que era el momento equivocado. El punk me pegó: ocupó el lugar del rock cuando el rock dejó de dar respuestas. El sistema se fagocitó a ese rock que nos emocionaba de pibes. Al toque todo se transforma en moda. Con el punk pasó lo mismo. Pero el sentimiento, la actitud, perdura. Mientras haya un político que te cague, el punk tiene sentido. ¿Que tiene un costado farsesco? Y sí. Desde sus orígenes. Malcolm Mc Laren era un fenicio, pero percibió algo que ocurría en las calles. Una vez leí que el punk es un hippie que se volvió rabioso. Algo de cierto hay. Lo que yo siempre le critiqué a los hippies es esa postura de inacción mientras el mundo se cae a pedazos.

El punk criollo fraguaba cuando a Stuka le tocó el servicio militar. Quince meses en Campo de Mayo. Atravesó todas las tensiones del llamado Operativo Independencia, en Tucumán, y luego de salir de baja estalló el conflicto por el Beagle. Se enteró que iban a reincorporar a parte de la clase 58 y entró en pánico. Un tío lo rescató. “Carlos Fossá, alias el Comandante Charly. Montonero. Carlos había tomado el Cuartel de Azul años atrás. Nadie de la familia sabía nada, hasta que se vino de Brasil, donde se había refugiado, para sacarme. El tenía la data de que los militares iban a hace cualquier cosa para perpetuar el régimen. Como por ejemplo, entrar en guerra con Chile. Un genio. Vino especialmente en auto, y me llevó a un pueblo de pescadores, divino, llamado Ubatuba, entre San Pablo y Rio.”

¿Cuánto tiempo estuviste en Ubatuba?

–Casi un año. La pasé bárbaro. Mi tío me contó toda la historia de la guerrilla. La toma de Azul se hizo sin matar a nadie… Era el hermano más joven de mi viejo. Todo el día chupando y fumando. Para mí fue genial. Tenía 20 años, tocaba en los bares temas de Gismonti, estaba todo el día en la playa, aprendí a navegar…

Cuando regresó a la Argentina Stuka tenía presente la información de su tío: los militares harían cualquier cosa para quedarse en el poder. Los Violadores irrumpieron en el panorama del nuevo rock como quien patea las puertas vaivén del saloon. Stuka se anotó en Psicología, en la Universidad de Belgrano. Hizo tres años. En el auditorio de la UB Los Violadores se presentaron en sociedad con un gran escándalo. Es historia conocida. “Sacamos el primer disco, que para mí es un disco inglés grabado en la Argentina. Totalmente influidos por los Pistols”. Junto con Virus tuvieron la clarividencia de no participar en la Festival de la Solidaridad que se hizo en medio de la Guerra de Malvinas .

¿Hubo debate dentro de la banda o fue unánime la decisión de no participar?

–Estuvimos de acuerdo. Ni en pedo íbamos a apoyar a esa gente. El rock pecó de cándido. Estaba clarísimo que era un manotón de ahogado. Menos mal que los ingleses y la OTAN reaccionaron como reaccionaron, sino todavía tendríamos a los milicos. Para mí fue un tema importante. Yo siempre fui el motor musical. Pil hacía las letras, buenas letras, pero las que referían a Malvinas eran mías, como “Comunicado N° 166”.

¿Cuándo empezaron los problemas internos?

–Con la guita empiezan los quilombos. De pendejo no te das cuenta, vivís la vida, te peleás con cualquiera, incluso nosotros nos peleamos con gente que no nos tendríamos que haber peleado... En el 91 tuvimos problemas de todo tipo. Hablé con Pil, propuse parar un tiempo y después seguir. Me fui de vacaciones y cuando volví había otro tipo tocando la guitarra. Me dio por el forro de las pelotas. Del 81 al 91 no habíamos parado nunca. Mucha gira, mucho dinero, mucha convivencia... No puede no desgastarte. A fin del 91 armé Stukas en Vuelo y me fui a la mierda. Abandoné la Argentina, estaba el mal olor del menemismo. Estuve un tiempo yendo y viniendo hasta que en el 2000 agarré a mi hijo, a mi mujer, y nos fuimos a Miami a probar.

Estuvo cerca de su hijo moviéndose por el triángulo de tres ciudades: Miami, Los Angeles y Seattle. Tocaba donde podía, formaba bandas en cada sitio, actuaba con djs, trabajó en relación con la tecnología. “Me transformé en lo que el escritor William Gibson llamó un cyberpunk. Truchaba programas, instalaba networks, vivía bien. Mi hijo también se volvió un grosso de la tecnología. Ahora tiene 26 años y su propia empresa en Seattle. Milita en la interna democrática a favor de Bernie Sanders. Así como te digo que Los Angeles es una ciudad de mierda, donde nadie es lo que quiere ser, Seattle es un lugar increíble. En Los Angeles hasta el mozo quiere ser actor de Hollywood, en Seattle todos laburan de lo que quieren. Hablo mucho con mi hijo.”

¿De qué?

–De política, de ciencia, de música. De Donald Trump, que está cada vez más fuerte entre los granjeros, la gente menos instruida que tiene la cabeza quemada por la televisión. De todo: si tenés un hijo hay que preocuparse. Acompañarlo, escucharlo, ver qué le interesa, qué vocación tiene. Mirá lo que ocurrió en Costa Salguero… los padres no tenían ni idea de lo que pasa en las fiesta electrónicas. Iván es abierto y feliz en Seattle. Cómo no va a ser feliz ahí. Vas por la calle y la gente te sonríe. Casi no hay guita en los bancos, la gente la pone en cooperativas. Hay nodos de internet, investigación. Se piensa en la conquista del espacio. Y además, loco, ahí nació Jimi Hendrix, Bill Gates y Kurt Cobain. Cobain fue un tipo demasiado importante. Él terminó con todo.

¿Por qué?

–Todos los otros murieron por una pepa de más, por lo que sea. El tomó una decisión. Su escopetazo clausuró el rock como movimiento. Él nos dijo: por acá no vamos a ningún lado. Tenía razón Cobain.

¿No creés en el cambio?

–Sí, creo absolutamente. Pero es individual y pasa por el buen uso de la tecnología. Lo veo en Seattle. Yo creo que la gente va a reaccionar.

Stuka se para. Mira la tapas de los discos de los Violadores que adornan la habitación, se apoya en una consola, dice que todos los elogian, “hasta La Nación”, que algo deben estar haciendo mal. Vuelve a hablar de la pasión demócrata de su hijo. Y remata, sin una gota de cinismo: “Si yo pensara como hace 30 años que no hay futuro sería un tarado”.

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