CASOS > EL LIBRO INFANTIL DE KEITH RICHARDS, GUS Y YO, YA SE CONSIGUE EN CASTELLANO
› Por Mariana Enriquez
Todo fan mediamente intenso de los Rolling Stones conoce la sencilla historia sobre cómo aprendió a tocar la guitarra Keith Richards. Él la contó varias veces. El escenario era Londres, más gris que nunca durante la posguerra. Keith, un chico delgado con un corte de pelo terrorífico y orejas desproporcionadamente grandes para su cabeza estrecha, visitaba a su abuelo materno Theodore Augustus Dupree, Gus para todos, padre de siete hijas. Los Dupree habían sido una familia pobre: las siete hermanas y sus padres vivieron durante años en un departamento de dos habitaciones en Islington, con una pequeña cocina que, cuando se usaba –y se usaba mucho con tanta gente– llenaba la casa de humo y las sábanas de olor. A fines de los años ‘40, cuando Keith era muy chico, Gus y la familia se mudaron al N° 13 de Crossley Street. Seguían siendo pobres pero se divertían: Gus era músico. Tocaba el violín, el saxofón, la guitarra, tenía su propia banda; también era panadero y horneaba delicias. No le gustaba, sin embargo, hablar de lo que había visto en la Primera Guerra Mundial aunque con su grupo, Gus Dupree and His Boys, tocaba en bases militares norteamericanas. De día, trabajaba en una fábrica: de noche, en bodas, de las que solía traer torta para compartir con la familia.
“Gus y su familia eran una cosa rara en aquella época”, escribe Keith en Vida, su autobiografía de 2010. “Eran de lo más bohemio que se podía conseguir. Gus estimulaba la irreverencia y la disconformidad; era una familia muy libre, muy poco victoriana”. Este abuelo bohemio tenía una guitarra que Keith quería tocar. Pero quedaba fuera del alcance del chico: estaba sobre un piano y a los cinco años no podía agarrarla sin hacer equilibrio sobre otras sillas. El abuelo le dijo tres cosas: Te la doy cuando la alcances. Y cuando la alcances, vas a aprender a tocar “Malagueña”. Y después vemos si tenés pasta para ser músico.
El resto es historia, dice el dicho.
Pero para Keith Richards la historia de su abuelo, que le regaló el futuro –¡y qué futuro!– siempre fue extremadamente importante. Su primera hija con la modelo Patti Hansen, Theodora, que ahora tiene 31 años, fue bautizada con el nombre de aquel abuelo. Y ella, justamente –ex modelo, ahora dibujante y con algunas internaciones en rehabilitación por excesos con drogas, otra tradición familiar– es la ilustradora de Gus y yo, el libro para lectores infantiles que Keith Richards editó en 2014 y que ya se consigue en Argentina, editado por Malpaso (Malpasito, en este caso); la edición viene con un cd extra donde Keith lee el libro entero y toca “Malagueña” –un bonus realmente precioso–. Gus y yo es sencillo y tierno, una historia de amor entre un abuelo, un nieto y una guitarra. Además de la ya mítica forma en que Keith llegó a aquella acústica y a aprender la pieza del cubano Ernesto Lecouna –que Gus Dupree consideraba esencial porque la técnica de punteo que requiere es básica para la formación tonal de un guitarrista– el libro cuenta aventuras por Londres: paseos interminables con el perro de Gus al punto que, una noche, abuelo y nieto no hicieron a tiempo de volver a casa y se quedaron a dormir debajo de un árbol en Primrose Hill. “Paséabamos por el campo y cruzábamos pueblos. Gus canturreaba todo el rato. Tarareaba canciones chistosas cuando caminábamos por calles angostas y pasajes humeantes, entonaba marchas cuando rodeábamos lagos brumosos o explorábamos bosques callados”, cuenta Keith en Gus y yo. Así llegó la música, un día, al final de un largo paseo, cuando Gus llevó a su nieto hasta un taller de instrumentos musicales. Primera epifanía. Y después, la guitarra sobre el piano.
Gus y yo es claramente un proyecto familiar. No sólo porque Theodora es la ilustradora sino porque en las páginas finales hay fotos de toda la familia Dupree-Richards, incluida una de Keith ya famoso en los 60 con su abuelo, los dos sentados en reposeras de playa. Y también hay fotos de Keith con sus nietos Otto y Orson y una anotación: el deseo de ser “un abuelo tan maravilloso como Gus”. Es que, claro, ¡es el libro de un abuelo! Un abuelo tan famoso que llevó su historia infantil a la lista de best-sellers del New York Times y también consiguió críticas sorprendidas y muy favorables. Gus y yo tiene un encanto algo seco, cierto realismo y vitalidad que permiten intuir, detrás de los coloridos dibujos y los trazos de tinta casi a mano alzada de Theodora, lo importante que era para un chico que crecía en una ciudad bombardeada, en un suburbio, en una familia trabajadora, entrar a ese mundo que pronto estallaría en los colores del rock, de la música negra, de la radio de medianoche donde Keith escucharía a Elvis, a Chuck Berry, a Muddy Waters, a Hank Williams.
Keith Richards confiesa que la idea del libro no fue suya. Se la sugirieron a partir de ese capítulo de Vida donde contaba la historia de su abuelo. Pero sí fue idea suya que Theodora, que ya dibujaba, fuese la ilustradora. “Ella quería saber sobre la historia de la familia y se metió a revisar fotos y también la mandé a Londres, para que investigara un poco”. A muchos les parece una especie de chiste que Keith Richards, el bucanero, el hombre del anillo de calavera, haga un libro para chicos. Pero Theodora, que habla como hija, sabe cuánto cambió su padre con los años: “Me encanta ver a papá ahora, con sus cinco nietos. Hace diez años hubiese sido imposible sentarlo a ver una película animada musical, por ejemplo. Se burlaba. Ahora mira Frozen y todas las cosas de Disney con los chicos. Cuando yo era chica fue más duro. Por ejemplo: me enamoré de Justin Timberlake y me hizo saber que le parecía bastante apestoso, que sonaba... Que no era su estilo. Pero ahora baja la cabeza y dice ‘vamos a ver qué les interesa a los chicos’”. Richards concede, con su risa rasposa: “Ya no juzgo. Ahora observo.”. Y agrega: “Es la edad”.
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