TEATRO > CASI UN FELIZ ENCUENTRO
Con dirección de Alejandro Vizzotti acaba de estrenarse Casi un feliz encuentro, una pieza nunca antes representada de Griselda Gambaro, que en charla con Radar habla del vínculo entre estas hermanas, dos mujeres maduras que hace tiempo no se ven y que están llenas de rencores y secretos. Con actuaciones de Sonia Novello y Claudia Mac Auliffe, la obra explora un vínculo desdichado, con algo de humor y bastante de amargura.
› Por Guadalupe Treibel
Laura, que vive en París, visita a Tona, su hermana, tras la muerte de sus padres. Dos mujeres maduras que llevan años sin verse. Ya, al primer abrazo, la resentida porteña destilará entre dientes “El beso de Judas”, excusándose prontamente por el exabrupto: “Disculpá, ¡me salió sin querer!”. “¡Qué hubieras dicho queriendo!”, replicará Laura, acaso preparándose para futuros embates que marcarán el tono viperino –por parte de Tona– que tendrá el encuentro de Casi un feliz encuentro, donde la parte de la felicidad no termina de alcanzarse. Escrita por la magnífica Griselda Gambaro casi 10 años atrás, es la primera vez que esta obra llega a escena, discurriendo –con lucidez filosa– sobre tópicos cercanos, que a buena parte del público no le resultarán ajenos: el cuidado de familiares mayores enfermos, la herencia, los resentimientos, los celos, la paja en el ojo ajeno. Entre hermanas que, “con todo lo que se quieren”, al decir de Laura, no se soportan. Entre ellas, ni el pasado compartido ni el lazo de sangre alcanzan para invocar un solo recuerdo compartido amable, colorido, entrañable.
En la obra, el lazo fraterno se opaca por la ausencia de un entendimiento genuino. En gran parte, a causa de la imbancable y cizañera Tona, incapaz de cualquier forma sincera de empatía. Una mujer que se ha vuelto devota al recuento de enconos, con el mismo celo que un cristiano vuelve sobre las cuentas de un rosario. Que de tanta ponzoña y gracias a la interpretación llena de efectivos chiches de Claudia Mac Auliffe, acaba robando varias sonrisas. Enfrente, haciendo gala de la actitud templada y un tanto apocada que demanda el rol, Sonia Novello -Laura– recibe críticas solapadas, celos infundados, reproches de infancia, dando hondura a un personaje más secreto, que no hace alarde de sus infortunios y ni siquiera logra decir el nombre de la enfermedad que la aqueja.
Merced a la precisión con que bordan sus tan disímiles personajes, sostenidas por el texto y la dirección, las actrices mantienen en alto un relato con unidad de tiempo y lugar, donde la tensión va en aumento y la sensación de inexorable telaraña que las separa es cada vez más pegajosa. Exacto el aporte de Mariano Dobrysz, quien mediante una iluminación plena recorta las figuras sobre agobiante fondo negro, encerrando a la dupla, “como si no pudieran zafar, como si no hubiese posibilidad de escape”: con esas palabras destaca Alejandro Vizzotti, el director, el juego de luces. Respecto a la escenografía –de Ariel Vaccaro–, comenta que optaron por descartar el concepto de living tradicional y, en cambio, ofrecer –con buen tino– una versión intervenida, despojada, donde las sillas enfrentadas, sobre una alfombra roja cuadrangular, están a exagerada distancia, acentuando la idea de lejanía entre las dos mujeres: “El espacio es fundante; una vez que lo abrimos, que lo encontramos, apareció la situación, sucedió el texto”. Vizzotti explica que se guiaron por el concepto de un ring de boxeo, “donde pudiera desarrollarse la esgrima entre estas espadachines de la palabra, ya que la intención era valorizar lo que dicen los personajes. Y, a la vez, permitir que el espectador tome más distancia de la que lograría con una escenografía realista; que la escena se le presente aún más creíble”.
“Es una obra de cámara, bastante dura, de mis piezas más íntimas. Menos ambiciosa que otros trabajos, por duración o por tema”, comenta Gambaro en charla con Radar. “Yo he tenido tres hermanas y un hermano, así que el tema de la fraternidad me es muy cercano. Son muy ricas las posibilidades que ofrece. Incluso, lo he tratado en varios cuentos”, expresa aludiendo a algunas de las piezas que integran Relatos Reunidos, (Alfaguara, 2016), donde descuella en su faceta menos popular, pero no menos estimable: la de cuentista. Allí, conforme a su sensibilidad y atención a las nimiedades inconfesables, Gambaro pone stop al automatismo de la mirada y vuelve a colocar comprensiva lupa sobre la complejísima relación entre hermanas en textos como “La soledad” o el precioso, conmovedor “Fraternidad”. En el panteón de las Bennet (Orgullo y prejuicio), las March (Mujercitas), las Dashwood (Sensatez y sentimientos, por mencionar unas pocas hermanas literarias), Gambaro introduce dos que quiebran los clásicos clichés impuestos del ineludible amor fraterno.
Tanto en esos relatos como en Casi un feliz encuentro se deja ver cierta coincidencia: “Los viejos rencores, las palabras que no se dicen, los acercamientos que no se producen, ya sea por pudor o por incomprensión”, en palabras de la autora. ¿Cree ella que puede hablarse de un arquetipo del lazo, un modelo que se repite entre hermanas? “No, en absoluto. Es un vínculo que puede ser muy liberador y muy necesario, o puede estar en términos de presión. Depende mucho de las personas, de en qué familia se produce esa fraternidad. Y de los caracteres individuales, por supuesto. Puede hacer muy felices a las personas involucradas, o puede –de haber, por ejemplo, preferencia de los padres– resultar muy desdichado”.
Y aunque en Casi un feliz encuentro, la autora de La persistencia y Querido Ibsen: soy Nora –entre tantas otras– prefiere no juzgar a sus personajes, en esta breve entrevista se toma alguna licencia, y dice: “Tona es un personaje tiende a simplificar las vicisitudes de los demás. No es demasiado atrayente desde el punto de vista humano, ¿no? Yo me inclinaría más por la otra, su sufrimiento es distinto. Por otra parte, siempre he odiado a las personas que atesoran rencores pasados, de mucho tiempo atrás, sobre sucesos o hechos sin importancia”.
“Tona saca provecho del beneficio lateral del sufriente, de ser la pobrecita. Hay un goce, un regodeo en esa monopolización del malestar. Con el correr de la obra, se evidencia la vampirización de la relación, esa deformación de los sentimientos. En su desborde, incluso podría pensarse en que hace una suerte de montaje en escena frente a Laura. Lo siniestro está muy presente en la obra”, considera Alejandro Vizzotti, cuya sutil puesta evidencia un trabajo enjundioso y profundo, como el que ya había demostrado en obras tan diversas como Sketches de revista, de Harold Pinter (también coprotagonizada por Novello y Mac Auliffe), o Prueba de amor, de Roberto Arlt.
Casi un feliz encuentro se presenta los domingos a las 18 en ElKafka espacio teatral, Lambaré 866. Entrada $200. Reservas al 4862-5439.
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