› Por Sergio Kiernan
La reciente convención republicana tuvo una característica muy peculiar, más allá del show de Trump: fue un festival de anuncios apocalípticos. Se supone que al presentarse a elecciones, mostrar candidatos, organizar una fiesta, un partido hace un análisis crítico de la situación y luego presenta soluciones. Pero el partido de la derecha norteamericana no pudo salir del tema de la decadencia, de la crisis, de la pobreza, de la caída en el ranking. La mala onda refleja un momento cultural muy especial de los Estados Unidos.
Con lo que no extraña que el flamante y elogiado bestseller de este verano boreal sea el nuevo libro de Lionel Shriver, la autora de entre varios otros libros Tenemos que hablar de Kevin. El libro se llama The Mandibles, A Family 2029-2047, traducible como Los Mandíbula, una familia, 2029-2047, y presenta la peor pesadilla posible para la gran potencia: que le ocurra lo que le ocurrió a Argentina en 2001.
Shriver entiende de economía, tanto que varios de sus personajes son profesores de Economía y sirven para explicar qué anda pasando en cenas familiares o discusiones académicas. Shriver también sabe qué pasó en nuestro país hace quince años y lo sabe en detalle. La fuente se confirma con un guiño a poco de empezado el cuento, con una comida de amigos arruinada por una discusión fuerte sobre si Estados Unidos estará condenado al desastre o puede rebotar de la crisis, como hizo Argentina “en pocos años”. Hasta está el detalle de que los bancos que nos insultaban después del default “se peleaban por volver a prestar plata” cuatro años después.
Como Estados Unidos no es Argentina, hay que adaptar el cuento. En el 2029 de la novela, Washington tiene un presidente hispano, nacido en México, y los latinos son la primera minoría. Excepto por las escuelas privadas, casi no se puede tomar clases si no se habla español y el único racismo remotamente tolerado es contra los chinos, pero los chinos de China y no los de acá al lado. La Unión Europea ya no existe, tampoco el euro, China es de lejos la mayor economía mundial y, simbólicamente, logró que el telediscado internacional le sacara el 001 a Estados Unidos y se lo diera a ellos.
Como Estados Unidos sufre alta inflación, Rusia y China le proponen al “Nuevo” Fondo Monetario Internacional que el dólar ya no sea la moneda de referencia global. El FMI acepta y crea el Bancor -otro guiño argentino, porque Bancor es como se hace llamar comercialmente el Banco de Córdoba- respaldado por cosas concretas como petróleo, gas, oro, tierras raras o cosechas. El planeta acepta sin mayores vueltas el cambio, pero en Estados Unidos el presidente Alvarado ruge en un discurso público que no va a aceptar el Bancor y como venganza declara el default de los bonos del Tesoro. El resultado es un desastre financiero cataclísmico, pero básicamente limitado a Estados Unidos.
En este contexto, uno conoce a los Mandíbula del título, una familia multigeneracional con un bisabuelo rico, dos hijos, varios nietos y unos cuantos bisnietos, todos esperando que a los 97 años el jefe del clan se decida a morirse para poder heredarlo. Ante tanta longevidad, cada uno hizo su vida con diversas suertes: hay Mandíbulas prósperos y profesionales, hay Mandíbulas pobretones, hay hasta un Mandíbula que le saca unos mangos al patriarca para comprar una granja y “prepararse para el fin del mundo”.
El discurso de Alvarado marca la pobreza instantánea de todos los Mandíbula, que pierden inversiones y profesiones, menos del granjero y de Florence, la fracasada que trabaja en un asilo de mendigos y vive en una casita en Brooklyn. Con la nueva situación, la familia termina apilada en la casita de East 55, en el todavía bravo barrio de East Flatbush. Lo que sigue es una tragicomedia de gente acostumbrada al Viogner intentando vivir sin papel higiénico, la implosión inflacionaria de una moneda, la vuelta al trueque y, como esto es una fábula americana, un pico de violencia salvaje. Hay gente viviendo en las calles, campamentos en los parques, ocupaciones violentas de casas y asaltos en la puerta del supermercado.
No es cuestión de deschavar buenos finales, pero se puede adelantar que a los cuatro años nadie le está prestando plata a Washington, que nadie le da una visa a un norteamericano -los mexicanos construyen el muro que quiere Trump, para que no puedan entrar- y que la hambruna y las enfermedades dejan al país diezmado. Al final de la crisis, la economía de Estados Unidos es más chica que la de México y una felicidad envidiada es tener un pariente en el exterior que te gire unos Bancor. En 2047, la Presidenta Chelsea Clinton hace cosas como mandar un mail de pésame al gobierno australiano cuando los invaden los indonesios, y los impuestos llegan al 85 por ciento de lo que se facture.
Y todo por un poco de inflación y un default...
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