ENTREVISTA > CHANGO SPASIUK
En su nuevo disco, Otras músicas, el Chango Spasiuk reúne casi dos décadas de canciones escritas para el cine. De Ana Katz hasta Pablo Trapero, varios directores argentinos se nutrieron de trabajos que fueron quedando relegados en su discografía oficial. Ahora los recupera en un disco que también incluye, entre otras piezas perdidas, una versión descartada de un homenaje folklórico a Luis Alberto Spinetta por no ser, según explica, lo suficientemente folklórica. Padre de tres hijas y conductor de Pequeños universos, una serie de documentales para el canal Encuentro que dirige Bruno Stagnaro, Spasiuk elogia en esta entrevista a Bob Telson, el autor de la música de la película Bagdad Café, y también confiesa que se le abrió un mundo nuevo cuando, de pequeño, vio a Pipo Pescador con su acordeón en la televisión de su hogar misionero en la localidad de Apóstoles.
› Por Mariano del Mazo
Toda su vida compuso bandas de sonido para películas que no existen. Chango Spasiuk está más convencido que nunca que la música instrumental es una formidable herramienta narrativa. En su casa chorizo de Villa Urquiza –rumor de chicos al fondo, living con piano vertical, acordeón, laptop y pinturas de Milo– muestra el disco que acaba de editar, Otras músicas. Es un compilado de temas escritos para películas que, esta vez, sí existen: filmes, documentales, series y tomas que fueron quedando relegadas de la discografía oficial. Lo muestra y dice: “Es un disco diferente, porque reúne músicas de los últimos 17 años. Se puede pensar que al estar en función de argumentos, de imágenes, me pertenece menos que otros trabajos. No creo. Las películas son disparadores, excusas, para disfrutar de la composición. En la superficie es un diálogo con el objeto con el que trabajás, con el director, con los productores, pero en el fondo es una búsqueda personal. Como todo”.
Los Marziano de Ana Katz, El agua del fin del mundo de Paula Siero, Vagón fumador de Verónica Chen, Carancho de Pablo Trapero, Detrás del sol, más cielo de Gastón Gularte y La soledad de Maximiliano González son algunos de los films con aportes de Spasiuk incluidos en Otras músicas. También figuran trabajos hechos para el documental Reserva Campo San Juan, para la serie Pequeños universos que conduce el propio Chango por canal Encuentro, para el proyecto Canciones de cuna que encabezaron Gastón y Nicolás Pauls, un tema titulado “Gloomy Sundays” (clásico de Billie Holiday en los años 40) y una versión de “Seguir viviendo sin tu amor”, que quedó afuera del álbum triple folklórico en homenaje a Luis Alberto Spinetta en el que participaron más de cincuenta artistas.
Las películas son una excusa, disparadores, y el disco también: en la entrevista Spasiuk se introduce en territorios extra musicales que pueden ir desde la reflexión sobre los residuos cloacales de las redes sociales hasta una espiritualidad que desde hace años ancló en el sufismo. En el medio está el recuerdo de su padre, un carpintero que desesperaba por la música, e imágenes que hoy se le aparecen epifánicas: “Hubo un momento revelador de mi infancia. Yo estaba en el patio de mi casa en Apostoles, mi vieja me había servido un mate cocido con una galleta. De pronto en la tele aparece Pipo Pescador con su acordeón. Cantó una canción y después hizo una pintura con un pincel sobre un vidrio que aparecía frente a la pantalla, como si dibujara sobre la cámara. Me mató. Sobre todo lo que pintaba. Ya de grande me crucé y le dije: ‘Si usted supiera Pipo cómo me marcó...’”. No deja de ser curioso que un chico espolvoreado por la tierra colorada de un pueblo mesopotámico y por una familia descendiente de ucranianos –esos rubios ásperos de la región, músicos pasionales a la manera balcánica que Spasiuk retrató maravillosamente en su disco Polcas de mi tierra– haya quedado embelesado por una imagen de tevé en blanco y negro. “Fue así. Y también, claro, mi papá, mis tíos. De mi viejo me conmueve todavía la necesidad que tenía de escuchar y de tocar música”.
¿Necesidad?
–Necesidad. Agarraba el violín como un tipo que tiene mucha hambre y se sienta a la mesa a devorar un plato rico. Creo que es importante sentir esa necesidad. Te voy a contar una historia que me parece que viene a cuento: en los casamientos se baila cumbia, carnaval carioca, tecno, lo que sea, que pasa un disc jockey que lleva un disco rígido cargado de miles de temas. Yo me acuerdo que cuando tenía 12 años se bajó de una camioneta un carnicero de Concepción de la Sierra, un pueblo al sur de Misiones, y le preguntó a mi viejo si podía tocar conmigo en el casamiento de su hija. Mi viejo le dice: “Mire que sólo sabemos tocar dos canciones”. “No importa”, respondió el tipo. Fuimos en auto, pusimos el acordeón y el violín en los asientos de atrás y tocamos dos valses durante dos horas. ¿La gente se aburrió? No, la pasaron bárbaro, bailaron esas dos horas, levantaron un polvaderal… ¿Cómo le explicás esto a un chico que tiene cargadas en su celular 500 canciones? Esa era la necesidad de mi papá. Era un estado del corazón. Se sentía pleno tocando, aunque supiera dos temas. Eso aprendí de él. Esa plenitud es la que busco cuando toco. A veces ocurre, a veces no. Es un regalo. Como decía Yupanqui, todos buscan “la sombra que el corazón ansía”. Por eso no entiendo cuando ponen al músico en una estatura inalcanzable, como si estuviera a otro nivel.
¿Por qué?
–Parecería que cuando hacés un concierto vas a dar algo. Y no le das nada a nadie. Simplemente estás buscando junto con el público algo que todos necesitamos, algo para comer. La gente y el músico. Cuando me llaman para hacer músicas de películas aprovecho para ver si aparece ese regalo.
¿Apareció?
–Hay una parte del tema San Juan Misiones, que me pidieron para el documental Reserva Campo San Juan, que, bueno, tiene una parte... Escuchá.
Da un salto como un chico, se sienta al piano y toca un fragmento del tema. Esa parte la interpretó en el disco Diego Schissi. Todo el disco está atravesado por el piano, con intervenciones de Bob Telson, Popi Spatocco y otros. El piano es el instrumento que el misionero utiliza para componer y sobresale a lo largo de Otras músicas una intención de claridad, de desmalezamiento, de cumplir con consciencia el famoso ‘menos es más’ con sonidos acústicos. Como dice hermosamente Schissi, “Chango trae una música limpia, sin dobleces, que viene de río adentro y que el amable pescador nos deja en la orilla, al alcance de la mano: una música bella, sensible y profunda”.
Es llamativo que el disco empiece con un foxtrot, “Nazareno”...
–Fue para Los Marziano. Es mi homenaje a Nazareno Anconetani, uno de los hermanos de la familia italiana que fabrica los acordeones Anconetani. Murió hace poco. El tocaba la batería, le gustaba mucho el jazz. Pensé que ese swing iba a funcionar en la película. Igual el proceso es intuitivo. No soy un intelectual del cine.
¿Qué elementos se contemplan para hacer música de películas?
–No hay una regla. La construcción es compleja. Hay directores que me piden música ya en el proceso final de edición; otros me mandan texturas, temas de otros compositores para que yo parta desde algún lugar. Yo siempre me mando. Entro al estudio y experimento. Debo confesar que algunos de mis temas no entran... son las reglas del juego. Algunos me envían situaciones urbanas para musicalizar, como el caso de Arregui, la noticia del día de María Victoria Menis, en la que trabajaban Carmen Maura y Enrique Pinti. Ahí no me sentí muy seguro. Por más que me esfuerce lo que hago tiene sabor rural. Lo llamé a Sebastián Escofet para que me orientara. En otro tema tocó Bob Telson, que le debe a una película –Bagdad Café– prácticamente toda su trayectoria musical. Fui a su casa de La Lucila, donde tenía un Steinway hermoso, y grabó de una. Telson es un capo.
¿Qué pasó con “Seguir viviendo sin tu amor”? ¿Por qué quedó afuera del homenaje folklórico “Raíz Spinetta”?
–Debo haber sido uno de los primeros al que llamaron para ese proyecto. Les dije que quería hacer “Seguir viviendo sin tu amor”, porque me encanta, y les pareció bárbaro. La hice, se las mostré y se manifestaron encantados. A los dos días me mandaron un mail preguntándome si no la podía hacer “más folklórica”. Ni les respondí. Que se vayan a cagar. ¿Qué querían, que llamara al Conjunto Ivotí para que pegara un sapukay en el medio del tema? ¿Querían que lo hiciera en 6 x 8? Es un concepto medio de mierda, discriminador. Tanta gente del rock ha hecho cosas folklóricas, y un tipo que viene del folklore hace algo de rock y tiene que dar explicaciones. Como si el rockero tuviera más libertad. A mi encanta cómo quedó, por eso lo incluí como bonus track en Otras músicas. Me hubiese gustado que lo escuchara el Flaco.
¿Tuviste trato con él?
–Me lo crucé en dos festivales, en Catamarca y en Corrientes. Muy buena onda. Nunca me dijo nada de mi música, pero las dos veces se declaró fanático del programa de Encuentro.
Pequeños universos es una serie de documentales que conduce Chango Spasiuk, con dirección de Bruno Stagnaro. Se trata de un recorrido por parajes de la Argentina y también de América latina, en el que indaga en músicas y en culturas regionales. Por contrato tienen previsto cinco documentales más, y después deben esperar si les renuevan o no. Destaca el cuidado de las imágenes y, también, la destreza y sensibilidad de Chango Spasiuk para extraer testimonios imprevistos. Su técnica es la que saben utilizar los psicoanalistas y los buenos entrevistadores: el uso del silencio. A la manera de un Jesús Quintero litoraleño, Chango es capaz de permanecer callado durante segundo eternos. La incomodidad del entrevistado provoca declaraciones incontrolables. “Me pongo en otro lugar. Me dedico simplemente a escuchar y a no contaminar situaciones. Han ocurrido momentos maravillosos. Cuando hice un programa sobre la colonia galesa de Gaiman un tipo que estaba cantando terminó su tema y nos quedamos los dos en silencio. Yo no le dije nada, ni qué lindo. Silencio total, largo. Increíble lo que comunica el silencio. El programa no juzga, muestra. Yo no estoy de acuerdo con todo lo que se dice, pero siempre salgo enriquecido.”
Tiene tres hijas: Lucía (18), Vera (5) y Juana (5 meses). Cada una tiene un tema dedicado. Chango se pregunta en voz alta por qué no le salió ningún chamamé. El dedicado a Lucía es un chotis, los otros dos son polcas. Las tres tienen contactos con la música desde siempre. Vera escuchó sin chistar en este living cuarenta minutos el ensayo para las presentaciones en el Colón con la orquesta dirigida por Rafael Gintoli. El padre exhibe un sereno orgullo por las chicas, aunque sospecha que no se les va a dar por la música del Litoral. “Creo que el entorno es clave. Y lo que ellas absorben aquí es demasiado cosmopolita. El chamamé es una más de las músicas que se escuchan y tocan en la casa. Mis críticos se van a hacer un festín con esto que digo. No me meto mucho en las redes sociales, pero cuando me meto no puedo creer el nivel de violencia que hay. Todavía algunos siguen cuestionando si hago chamamé o no. Los foros no se pueden creer. Son una cloaca. No me jode que critiquen la música, pero primero escuchala. El problema es que no la escuchan. Y a mí nadie me puede decir nada.”
¿Por qué?
–Nací en Apóstoles, Misiones, en el medio de una tradición. No me pueden correr por ese lado.
¿Creés que es importante nacer en cierto lugar para hacer determinadas músicas?
–No sé si nacer, pero sí vivir. Adolfo Abalos no nació en Santiago del Estero, pero se crió en Santiago. Hay músicas que no son fáciles de aprender... Ojo, en este sentido levanto menos banderas de las que levantaba antes. Pero el contexto es importante. No es tan fácil entrar en un mundo sonoro sin vivirlo intensamente, porque no se trata solamente de tocar notas. Nacer en un lugar no es garantía de nada, pero hay elementos que tallan. Es un conocimiento sutil. Más ahora que se confunde información con conocimiento, que existe un exceso de información, pero poco espacio para la reflexión y el conocimiento. Hoy en día hay una camada de chamameceros del conurbano bonaerenses que la rompen. Son hijos de gente nacida en el Litoral. Músicos como Emiliano López, Nico Cardozo...
¿Das clases?
–No.
Chango dice que está para aprender. Termina el segundo termo de mate y comenta: “Este es un camino largo”. Hace años que Chango Spasiuk se convirtió al sufismo, una de las ramas espirituales del Islam. Acaba de terminar el ayuno de Ramadam y dice que posiblemente ese costado –que él se niega definir como “costado místico”– haya influido en su música. “Porque influye todo. No es una carrera, no rendís materias... Es otra cosa. No me siento con autoridad para hablar de estos temas, hay maestros. Yo tengo el mío. Solamente hago mis esfuerzos para que mi vida sea menos banal.”
¿Lo lográs?
–Lo intento. Todo lo que mueve el mundo tiene su razón de ser. Hay muchas demandas: el trabajo, la familia, la consideración de los otros. Y en el medio están las grandes preguntas: ¿por qué mi trabajo?, ¿por qué mi familia, mis amigos? Nada está aislado. Pero hay que ir a los maestros. El poeta persa Rumi decía: “Créate una necesidad y aparecerán las herramientas”. Esas herramientas te la dan los maestros. No hay que quedarse con la idea de un derviche que anda girando porque la cuestión es más profunda. Y no se puede explicar.
¿Por qué no se puede explicar?
–Ocurre también con la música. Lo que se sentís, tocándola o escuchándola, no tiene palabras. No alcanzan. No existen las palabras para definir un sentimiento verdadero. Son aproximaciones. Por eso el silencio es invencible.
Chango Spasiuk presenta Otras músicas el 7 de agosto en el Teatro Español de Neuquén, el 12 de agosto en el Teatro El Círculo de Rosario, y el 28 de octubre en el ND Teatro porteño.
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