SERIES > HAPPY VALLEY
Ya se pueden ver online y completas las excelentes dos temporadas de Happy Valley, la serie de la BBC ambientada en un apacible pueblo de Yorkshire donde una mujer policía lidia no sólo con su profesión, sino con sus problemas familiares y especialmente con el suicidio de su hija, víctima de una violación. Catherine, una mujer marcada por la tragedia y el pasado, poco ortodoxa en sus métodos, está emparentada con otros exponentes del policial inglés actual, como Luther, con Idris Elba, o River, con Stellan Skarsgård: series con personajes cargados de fantasmas, culpas, castigos, en busca de una improbable redención.
› Por Paula Vazquez Prieto
En el valle que abraza el lento discurrir del río Calder, en la región inglesa de Yorkshire, vive Catherine (Sarah Lancashire), una mujer policía que cumple su tarea diaria con esmero y dedicación. Ante cada llamado que recibe en la seccional, ella se calza su chaleco amarillo fluorescente, se sube a su patrullero y se enfrenta con desafíos tan violentos como absurdos: un camión de helados que vende drogas, un aspirante a concejal borrachín y pendenciero con ínfulas de gran señor, algunas peleas conyugales, varias disputas callejeras, y todo aquello que día a día la realidad le tiene reservado. Catherine tiene 47 años, dos hijos, uno con el que apenas se habla y otra muerta y enterrada en el cementerio. A la que ya no está, a Becky, es a quien visita y le lleva flores mientras pasea con su nieto y su hermana entre las tumbas solitarias, inmersa en ese recuerdo que acrecienta su peso con los días transcurridos. Becky era una adolescente cuando, ocho años atrás, quedó embarazada, fruto de una feroz violación, y decidió ahorcarse después del parto. Hoy Catherine cría a su nieto Ryan con esa pena infinita que inunda su alma: le lee por las noches, lo lleva al colegio, intenta que su vida sea lo más feliz posible aún con la sombra de la tragedia que marcó su origen. Sin embargo, no hay demasiados días felices en Happy Valley. El mundo creado por Sally Wainwright (Last Tango en Halifax, Unforgiven, The Amazing Mrs. Pritchard) para la BBC ya tiene dos temporadas en su haber –que pueden verse completas en Netflix– y se espera con ansias la confirmación del inicio de una tercera. Es que Happy Valley es una de las mejores apuestas del policial británico contemporáneo, construida no solo a base de grandes actuaciones sino del desarrollo de un universo propio, que emerge tras la apariencia de un pueblito de ensueño, con sus casitas bajas y sus autitos de colores, que esconde pasiones oscuras y enfermizas, ambiciones feroces y despiadadas, todo en un escenario de encrucijada donde los destinos se encuentran expectantes a la vuelta de la esquina.
Pero volvamos al principio. Decíamos que la sargento Catherine Cawood dedica sus días a la lucha contra el crimen. Además de con su nieto, vive con su hermana Clare (Shiobhan Finnerman), ex adicta a la heroína, y mantiene una relación intermitente con Richard (Derek Riddell), su ex marido, de quien se separó luego de la tragedia, y con quien se encuentra de vez en cuando para un tête à tête apasionado. Para Catherine, el pasado regresará con el ardor que experimentan las heridas abiertas cuando descubra que el violador de su hija ha sido liberado. Condenado por tráfico de drogas pero nunca procesado por agresión sexual, Tommy Lee Roy (James Norton) es el villano de ese valle sin felicidad. Sin embargo, no es el único. A lo largo del primer episodio, la historia de Catherine combina su protagonismo con la de otro personaje que, en la misma medida que ella, se nos va revelando a través de sus acciones. Kevin (Steve Pemberton) es un contador apocado y algo resentido que demanda un aumento de sueldo a su jefe y, ante su negativa, decide tramar el secuestro de su única hija. Si Tommy es un villano con todas las letras, Kevin es el pobre tipo, pusilánime y algo patético, que llega al crimen por un camino oblicuo, por una ambición pequeñoburguesa (el dinero que pide es para pagar la matrícula de una de sus hijas en una universidad cara y prestigiosa) que le reserva el peor de los castigos: la culpa. En Happy Valley todos son culpables, algunos por acción, otros por deseo, otros por el hecho mismo de existir. Quien es incapaz de sentir culpa, pierde su condición humana, su pertenencia a ese valle de los caídos en desgracia.
La estructura de Happy Valley, que mantiene la alternancia narrativa de las historias de Catherine y Kevin, llega al encuentro de ambos destinos hacia el final del episodio de presentación: Kevin, asediado por el tormento de haber sido el instigador del inminente secuestro de la hija de su jefe justo cuando él le ofrecía pagar la matrícula escolar anhelada y un puesto de mayor responsabilidad, desemboca en la comisaría de Catherine en una crisis de nervios. Mientras Catherine, intrigada por esa confusa visita, sigue la pista de Kevin, el secuestro se lleva a cabo de manera torpe y brutal, condimentado por la inquietante participación de inescrupuloso Tommy. El valle se convierte así en un pequeño infierno donde todos los caminos se cruzan de manera imprevista, donde todos se conocen y todos quedan bajo sospecha. Happy Valley privilegia el andamiaje dramático por sobre la instalación del misterio, eludiendo así la lógica tradicional del policial del enigma en el que la identidad del criminal y la verdad de los hechos se mantienen en las sombras hasta la revelación final. La historia ideada por Sally Wainwright pone todas las cartas sobre la mesa desde el principio: es el espectador el que conoce a todos los personajes, sus itinerarios y sus motivaciones, y es en la riqueza de ese mundo de ficción que se despliega como un laberinto de pasiones donde reside su mayor atractivo.
Un elemento interesante que Happy Valley comparte con algunos otros exponentes de esta nueva camada de policiales de la BBC, como Luther o River, –ambas también en Netflix– es la actualización del mito del rescate y la redención que fundamenta múltiples relatos literarios, cinematográficos, e incluso hagiográficos como lo es la leyenda del caballero San Jorge. En todas estas historias, hay hombres y mujeres marcados por la tragedia y el pasado, poco ortodoxos en sus métodos profesionales, símbolos de una modernidad en crisis que buscan una salida a la vida en la que se encuentran prisioneros. Así son el detective Luther de Idris Elba y el inspector River de Stellan Skarsgard, delegados imperfectos de un Dios castigador, como lo había sido antes el Ethan de John Wayne en Más corazón que odio o el Travis de De Niro en Taxi Driver de Scorsese. Siluetas de atributos ambiguos, habitantes de una jungla sin tiempo ni lugar, que puede ser la Londres contemporánea o cualquier otra megalópolis, al igual que un valle perdido en la campiña inglesa o en el Oeste americano; todos escenarios posteriores al fracaso del “haz la paz y no la guerra”, a las visiones de un futuro apocalíptico, a la aridez existencial de la llamada posmodernidad. El intento de salvación de lo que queda de un mundo en sordas llamas que lleva a cabo Catherine día a día en Happy Valley se mezcla con su deseo irracional de venganza, con su voluntad incansable por impartir un castigo ejemplificador a quien es el último responsable de la tragedia de su vida. El repudio al crimen, al pecado, implica también el reconocimiento de una culpa colectiva asumida íntimamente, experimentada como un fantasma que se lleva a cuestas, en un mundo regido por la sospecha y el secreto, dominado por la tensión entre apariencia y verdad.
Al igual que Happy Valley instala, desde su primer episodio, la presencia fantasmal de un trágico recuerdo, Luther ensombrece la conciencia de su protagonista desde la primera escena de su episodio inaugural, allá por el 2010: Idris Elba persigue incansablemente a un siniestro pedófilo hasta lo alto de un edificio en construcción para dejarlo caer sin más al vacío, en un gesto que define, a partir de entonces, el grado de dominio que ejercen sus más irracionales pasiones. Brillante en su razonamiento y en su perspicacia, la ira que domina a Luther asume la forma de oscuros psicópatas que lo persiguen y asedian, como la parricida Alice Morgan (Ruth Wilson) y su infatigable genio malévolo. El pasado, los fracasos, las pérdidas, todos adquieren materialidad en cada uno de sus pasos, en su deambular solitario por las calles del crimen en las que anhela impartir la justicia que parece haber abandonado al mundo para siempre. Un estado similar, entre febril y desencantado, oprime el presente del inspector River cuando conduce a la muerte a un dealer sospechoso de ser el asesino de su colega y compañera Stevie. El atormentado Stellan Skarsgard vivirá a partir de entonces una nueva soledad en compañía de infinitos fantasmas que le recuerdan que no hay cielo posible en el horizonte sino apenas el dibujo de un infinito infierno.
En la miniserie London Spy (2015), heredera del thriller de espías de cuño hitchcockiano antes que de la matriz policial-detectivesca, la vida de Danny (Ben Whishaw) se verá desviada irremediablemente ante un encuentro fortuito en una mañana neblinosa. Alex (Edward Holcroft) será, para él, un ángel caído, un amor fugaz, un misterio insondable: las revelaciones sobre su identidad, su pasado, y sus secretos lo sumergirán, a partir del trágico descubrimiento de su muerte, en un itinerario febril en el que la soledad que hasta entones lo perseguía se convertirá en un estado de permanente zozobra. Al igual que a Catherine la asedia la espectral presencia del verdugo de su hija en las desiertas calles de la Yorkshire de Happy Valley, para Danny la desaparición de Alex será algo más que el comienzo del duelo por la pérdida de su propia inocencia: será el inicio de un viaje hacia lo más oscuro de su propio calvario. Fantasmas, culpas, castigos y redenciones son los ingredientes de esta nueva identidad en formación que delinea, a partir de cada uno de sus exponentes, el nuevo policial de la BBC. Son las misiones redentoras de sus antihéroes trágicos, así como los fantasmales pasados que pesan sobre sus espaldas, las claves de la reactualización de aquel mito fundante de la civilización humana. La violencia, cuando aparece, se transforma en la liberación de un estado de latencia, amargo pero significativo; y cuando se delega, como le ocurre a Kevin cuando ofrece la víctima a los secuestradores pero se mantiene en la confortable reserva de su ejecución, en algo despreciable y patético, risible incluso en su última conclusión. Es que dentro de ese espectro de ficciones complejas y perturbadoras, Happy Valley se revela como un relato tenso e inquietante, cuyo ritmo nunca decae a lo largo de los sucesivos episodios, y en el que actores como Sarah Lancashire (veterana de numerosas series y telenovelones como Coronation Street), y el Kevin timorato de Steve Pemberton muestran la otra cara de ese bucólico poblado a la orilla del río Calder, en pleno corazón de la campiña inglesa.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux