Dom 28.08.2016
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LAS DISCORDIAS

› Por Hans Magnus Enzensberger

¿Cuánto hace que un politólogo estadounidense hizo furor con la tesis de que había llegado el fin de la Historia? ¿Veinticincos años? ¿Y cuánto tiempo se han pasado todos los “partidos populares” alemanes proclamando a los cuatro vientos y al unísono que Alemania no es tierra de inmigrantes?

No hacía falta ser demasiado brillante para ver lo descabelladas que eran semejantes afirmaciones. No había que irse hasta Somalía o Ruanda. Un vistazo frente a la puerta de casa o un viaje en metro siempre han bastado para refutarlas.

Son cuestiones que no pertenecen necesariamente a las tareas de un escritor, aunque de vez en cuando haya quien se lo exija en público. Por norma general a los poetas no les gusta que les digan qué tienen que escribir. Además, hay autores que no tienen oído para lo político y harán mejor en explicar historias que en redactar artículos de opinión.

Por lo que a mí respecta, más de una vez me he dejado arrastrar, en contra de mi convicción, a pronunciarme públicamente sobre los acontecimientos políticos. Una vez, hace más de veinte años, al oír hablar de lugares hasta entonces de lo más discretos, como Hoyerswerda, Lichtenhagen, Mohín y Solingen, con motivo de atentados mortales, se me acabó la paciencia. Decidí dar un par de vueltas a las experiencias alemanas con la inmigración y la xenofobia. En 1992 se publicaron mis reflexiones bajo el título La gran migración, con una nota a modo de epílogo: “Acerca de algunas particularidades de la caza del hombre”.

Poco después se anunció con bombos y platillos el final de la Guerra Fría. Ante tan grata novedad, muchos expertos pregonaron la llegada de considerables “dividendos de la paz”. Demasiado bonito para ser verdad, pensé. Aparecieron nuevos topónimos como Mogadiscio, Kuwait y Kigali; incluso a la vuelta de la esquina, en el País Vasco o en Irlanda del Norte, por ejemplo, se vislumbraban Perspectivas de guerra civil. Los periódicos se inundaban de palabras extranjeras como mob, hooligan, jihad, shoe bomber o unabomber.

Nuestra situación idílica, apoyada por el dinero y el poder, ¿era tan intocable como parecía? Empecé a dudarlo. Cada vez aparecían más “hombres del terror” en las pantallas. No se trataba sólo de locos solitarios. Colectivos enteros que se hacían pasar por ejércitos, movimientos de liberación o salvadores iban ganando protagonismo.

Su explosiva mezcla de megalomanía y sed de venganza, ansia de sangre y deseo de muerte podía estallar en cualquier patio de colegio, frente al Pentágono o en un mercado africano. Con un ensayo sobre El perdedor radical que acometí en 2006, quería demostrar que los motivos ideológicos o religiosos de las masacres no eran más que una máscara para obsesiones más profundas. El mínimo común denominador del terror es el delirio.

En este punto entra en escena una coda de 2015 que trata sobre la rebelión Taiping. “La teocracia olvidada” fue la guerra civil más brutal de la historia moderna. Causó más víctimas que la Guerra de Secesión americana y tuvo consecuencias catastróficas en la China del siglo XIX que todavía pueden sentirse en nuestros días. Los paralelismos con el autoproclamado “califato islámico”, que hoy hace estragos en Oriente Próximo, son desconcertantes.

Que al cabo de tantos años mis tres ensayos sobre las discordias conserven su actualidad constituye, huelga decirlo, una mala señal. En todos estos años se han empleado muchos esfuerzos para minimizar o negar los conflictos tratados en estos textos, pero ha sido inútil. La situación se ha vuelto demasiado peligrosa como para dejarla en manos de políticos y demagogos.

Puede que pase mucho tiempo antes de que los seres humanos estén preparados para aceptar la paz.

Este texto fue escrito por Hans Magnus Enzensberger en enero de 2015 para la edición de Ensayos sobre la discordia, que reúne tres trabajos publicados entre 1992 y 2006 sobre migraciones, xenofobia y terrorismo. Constituyen más de diez años después un lúcido recorrido para retomar el análisis de estos terribles conflictos en el mundo global.

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