TEATRO > TOTO CASTIñEIRA
La obra Gurisa de Toto Castiñeira –actor, artista plástico y clown que trabaja con el Cirque de Soleil– es un poema gauchesco cantado y zapateado por seis actores, donde la acrobacia, la tensión y las particularísimas iluminación y vestuario construyen un espacio familiar y a la vez extraño. La acción transcurre en una Pampa literaria, reconocible e inmensa, sin límites de géneros e invocaciones a Copi, Batato Barea y Antonio Gasalla.
› Por Liliana Viola
Cuando estudiaba teatro, la profesora de melodrama lo hizo pasar al escenario en la primera clase y cantar el himno, recuerda el autor y director de Gurisa, Toto Castiñeira. El himno no es una canción, es otra cosa, se canta –y también no se canta– en grupo, con esa inercia que da la letra aprendida de memoria y la irresponsabilidad sostenida por el montón que también canta. “En cambio, cuando lo cantás solo y muerto de miedo arriba de un escenario, empezás a darle sentido a cada palabra y le buscás una entonación tuya casi obligado.” El recuerdo de aquella clase con su maestra Claudia Moreira no es caprichoso. En esa escena patética y patriótica seguramente se sentiría en el cuerpo, como se puede sentir desde las butacas en Gurisa, la potencia de un género heroico, romántico y siempre anticuado pero que lo marca todo, desde el periodismo catástrofe hasta las obras que se disputaron la fundación de una nación argentina en el siglo XIX. Gurisa está pensada y construida en el contexto teatral del siglo XXI, así que no disputa un origen, explota. Como si en el piso del escenario que es la Pampa misma, hubiera una corriente eléctrica, la historia está saltada, bailada, galopada con la imaginación del malón. De hecho los personajes se van iluminando entre sí con unos faroles que están colgados de las paredes, los sacan, los usan, los vuelven a colgar, se ven los cables. La iluminación se vuelve escenografía y gesto, el vestuario se vuelve parte del cuerpo y la letra –un poema desopilante y verborrágico– es un bien escaso que los personajes se van pasando entre sí como si se tratara de una pelota de fuego en una justa deportiva. Gurisa es un poema gauchesco cantado y zapateado por seis actores. O es simplemente una luz que se adivina en el horizonte y que da nervios, risa, cansancio ajeno ante tanto despliegue, admiración porque todo sale bien en los sucesivos saltos mortales donde si no hubiera la sincronización entre movimientos de los actores, la música que construye ahí mismo Javier Estrin y las luces de Omar Pasemato, todo este engendro que es tensión y alegría constante sería una gran desazón.
No tiene argumento fijo. O mejor dicho, el argumento se deshace, porque ya lo conocemos como al himno. La obra sucede en La Pampa. Un atardecer, una noche larga y un amanecer. Verano. La Humita, la vieja sabia y zorra que sabe del elixir con que los indios enloquecen a las blancas y también conoce las debilidades del gaucho, va pautando su letanía. La Pampa y en ella una estancia, y en esa casa decorada con brocados una hija de terratenientes se debate entre su educación y sus instintos. Es atraída por uno de sus peones: un gaucho sucio y sin escrúpulos. El triángulo se completa con una pobre gurisa que en su pubertad es raptada y abusada repetidamente por un indio.
Todo esto que promete el programa no está, se lo tendrá que imaginar el espectador y los actores trabajan duro para que ocurra. Gurisa es una interpretación libre de las relaciones entre personajes esquemáticos: el gaucho que se llama El Chancho, el indio que es el indio, la jovencita blanca, la esclava negra, Mary la inglesa, la vieja estanciera, la vieja curtida y como invitada especial, La Marica, que si bien siempre estuvo ahora está de aquí para allá y se nombra a sí misma: “¡Está bien, Mamucha, como usted ordene! Yo, La Marica, me reduciré al piano y a los trabajos mujeriles, a lo que encuentro odioso: le pondré simpatía, si el despotismo está de moda, me despotizo yo misma, cañamazo en mano, seré la sonsa que borda y borda y borda, la colegiala. Yo, la sola.” La Mamucha le da un cachetazo, La Marica corre y se encierra en su cuarto.
La pieza comienza con una plegaria. La Humita y La Rosa están sentadas en el pasto. La Rosa reza un lamento y declama: “Soy la pobre gurisita. La gurisita sin senos... Soy la chiquita llorando: ¿Por qué no tengo senos? Tata Dios, haga un milagro: un milagrito en mi cuerpo.”
Que estas líneas y todos los personajes masculinos y femeninos estén interpretados por actores varones, consigue un plus de alerta, de doble sentido y de sinsentido también. La femineidad está en los collares y en las extraordinarias faldas que de lejos parecen piezas de alta costura y de cerca también aunque estén realizadas con trapos de piso y repasadores. Cuenta el autor que la vestuarista Daniela Taiana no sólo cose sino que somete a las prendas a extraños procesos de destrucción como quemarlas con la plancha o encerrarlas en el microondas, de ahí las texturas extrañas que consigue.
El trabajo de Toto Castiñeiras, se diría, está pasado por Copi ida y vuelta pero también por Antonio Gasalla, los hallazgos de Batato Barea y la dupla Tortonese-Urdapilleta. Él prefiere definirlo como teatro del cuerpo. Castiñeira es actor, artista plástico y clown, fue clown central del espectáculo Quidam del Cirque du Soleil y también participará en el próximo que hará esa compañía con Soda Stereo.
El camino de construcción de esta obra ha llevado dos años de elaboración, y se nota. El proceso de trabajo, desde afuera, resulta exasperante: el autor sabe por donde van a ir las acciones pero la mayor parte de los ensayos consiste en ejercicios físicos, la letra va apareciendo de a poco. ¿Los actores no sienten curiosidad sobre cómo es la historia de la obra que van a hacer, cuál va a ser el formato final? “Los actores están tan preocupados por no caerse, sostenerse en el aire que no les queda aliento para esa preocupación” responde Castiñeira con una sonrisa ladina, de gaucho sabedor. Las actuaciones de Pablo Palavecino, Nicolás Deppetre, Francisco Bertín, Marcelo Estebecorena, Fred Raposo y Juan Azar confirman sus dichos.
Gurisa se puede ver los viernes a las 23 en El Portón de Sánchez, Sánchez de Bustamante 1034.
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