Dom 16.10.2016
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ARTE > ROBERTO JACOBY

DAR LA CARA

La nueva muestra de Roberto Jacoby, Fotos 2016, está integrada por doce autorretratos separados en dos salas: en la primera, el rostro en primer plano aparece atrofiado por la tristeza y la abulia. En la segunda sala, las fotos formalmente idénticas estallan en muecas de ira, desafío y ansiedad. El tránsito va de la depresión a la euforia: la pregunta es qué hacer con la energía social en un momento de repliegue político. Además, Jacoby acaba de publicar, junto a Syd Krochmalny, un volumen de poesía titulado Diarios del odio: con el material de los foristas de La Nación y Clarín, los autores armaron poemas que convierten la brutalidad ofensiva de los comentarios políticos en textos estéticos y rítmicos. La muestra y el libro toman nota de la conyuntura política y la representan como un estado psicopatológico del que se sale mediante una suerte de alegría poética.

› Por Claudio Iglesias

Primer acto: las caras del payaso son todas iguales, caras tristes, apesadumbradas. Segundo acto: el payaso se deshace en expresiones de furia, ansiedad y querulancia, como si le hubieran cambiado el guión o la medicación. Fin de la obra. Todos quedan consternados: ¿qué le pasó al payaso?

Este es el resumen de la última muestra de Roberto Jacoby, Fotos 2016, en la flamante sede microcéntrica del Nuevo Museo Energía de Arte Contemporáneo (La Ene). La primera sala incluye fotografías impresas en papel, en blanco y negro muy contrastado, en las que el rostro de Jacoby en primer plano luce atrofiado por la tristeza, saturado de una especie de abulia, mirando la nada o mirando para abajo como si acabara de leer una pésima noticia. En la segunda sala, las fotos formalmente idénticas caen en una estampida de muecas de ira, desafío y ansiedad. Las fotos miran sin mirar: el espectador puede sentirse observado, pero Jacoby parece mirar para otro lado, reaccionar a algo que le produce desasosiego, pereza, furia. La muestra es un catálogo de las emociones... ¿un catálogo de las emociones?

ESTADOS

Las máscaras de Jacoby fueron varias a lo largo de su vida: artista de los medios, propagandista, gestor, tecnólogo y visionario, actor unipersonal, teórico, letrista y tantas cosas más. Se tomó en serio la extensión del concepto de arte al continuo de la materia social y en verdad fue siempre, en todas sus encarnaciones, un lector de la sociedad, un investigador de sus estados de ánimo. Aunque la superficie en la que refractan estos estados suele ser su propia imagen. La máscara, en Jacoby, es más bien un espejo. Jacoby, como muchos artistas conceptuales de su generación, había incurrido ya en la autofoto abundantemente, por ejemplo en su muestra No soy un clown en Belleza y Felicidad, en 2001, donde aparecía con los atributos usuales del payaso.

El payaso de Fotos 2016 está sacudido por un cambio repentino: la muestra recapitula el paso de la depresión a la euforia (de la primera sala a la segunda). El problema de la muestra, aunque permanezca tácito, es consabido: ¿qué hacer con la energía social en un momento de repliegue político? ¿Leer con tristeza las noticias en la pantalla de la computadora? ¿Pasar de las noticias a Facebook, y de Facebook a la bandeja del mail? Esa es más o menos la expresión que realzan las doce fotos de la primera sala, comenzando por una en la que los párpados están casi cerrados. Parece un loop de la desesperanza.

Jacoby acaba de publicar, con Syd Krochmalny, un volumen de poesía titulado Diarios del odio (por la editorial N Direcciones). Con el material de los foristas habituales de La Nación y Clarín, datado entre 2008 y 2015, los autores armaron poemas que tienen un aliento tenue, y convirtieron la brutalidad ofensiva de los comentarios políticos en una cosa bien respirada y hasta rítmica. Por ejemplo, las primeras líneas de uno de los poemas que dan sentido al conjunto: “El odio animal de la manada de makakos / no es gratuito, / no nació de un repollo, / es el simpre fruto / de toda una paciente / y planifikada siembra / que lleva ya una dékada / dividiendo al pueblo / con ideologías falaces / como la lucha de clases”. (“Cosecharás el odio que sembraste por diez años”). Como muchas operaciones con material encontrado, Diarios del odio se presta al humor y, extrañamente, al verso pareado. Sin embargo, el libro fue publicado en 2016, y con la resaca inmediata del cambio de gobierno su sentido se vuelve más ominoso.

Fotos 2016, al igual que Diarios del odio, toma nota de una coyuntura política. Y la representa como un estado psicopatológico. Es un diario de la desmotivación y el bajón, que acude a un mecanismo cinematográfico (el fuera de campo) para que el espectador lo complete con sus propias ansiedades y percepciones sociales. Vemos el efecto psicológico de devastación en la cara repetida y pesarosa, pero sus causas concretas o puntos de origen se diluyen en el fondo negro.

LA TRISTEZA SOCIAL

Últimamente los análisis críticos del neoliberalismo incurren en el comentario psiquiátrico. Está el libro de Ulrich Bröckling, El yo emprendedor, traducido este año al inglés: un largo ensayo de psiquiatría basado en las estructuras cognitivas del autoempleo y el management. También están los artículos y libros de Mark Fisher, cargados de todo tipo de datos psicológicos y sociales sobre la Gran Bretaña post Thatcher. Y está el más dotado de todos estos comentadores: el documentalista Adam Curtis, que en distintas películas ha venido realizando una historia intelectual del neoliberalismo y la tristeza, en conexión con los avances de la psiquiatría. (HyperNormalisation, su próxima película anunciada para este mes, versa sobre la sintomatología de la desrealización y su sustrato tecnológico-mediático.) No había tantas lecturas sociales con un anclaje en las ciencias de la salud mental al menos desde 1890 (cuando lanzaron su carrera los ensayistas “psicólogos” como Paul Bourget, Maurice Barrès y Max Nordau, tan leídos por Lugones y José Ingenieros, en la antesala del desembarco de Sigmund Freud). Sin dudas la razón de este florecimiento se explica por el éxito simultáneo del neoliberalismo, de sus críticas y de los tratamientos psiquiátricos en las últimas décadas.

Este tipo de comentarios parten de un abordaje de la realidad social que no deja vislumbrar ninguna salida. (El subtítulo de Realismo capitalista de Fisher, “¿No hay alternativa?”, está tomado de una famosa declaración de Thatcher; las películas de Curtis también son espirales bien argumentadas de la desazón, sin puntos de fuga a la vista.) Fotos 2016 comienza con un diagnóstico similar que hasta queda realzado por el montaje perimetral de las fotos, que cubre tres paredes de la sala. En el recorte ovalado de las imágenes, vemos al sujeto como lo vería un psiquiatra ávido de diagnosticar trastornos a partir de expresiones faciales y miradas esquivas. El párpado, siempre caído. La boca, inexpresiva y como vuelta para adentro. La mirada, errabunda y letárgica, rehuyendo contacto. En verdad, ni el rostro de las fotografías ni el espectador encuentran ninguna vía de escape y el efecto claustrofóbico de estar encerrado entre doce retratos de Roberto Jacoby entristecido añade un elemento climático. Esta primera sala podría ser como pasar una tarde en la clínica Santa Ana, aquel hospital siniestro de la película de Ingmar Bergman El huevo de la serpiente, viendo a un paciente sometido a experimentos psicológicos a través de un vidrio. Pero al mismo tiempo, la obvia sutileza de la muestra es que la tristeza que acusa el paciente es una tristeza colectiva. La muestra comienza planteando un estado de la tristeza social, al igual que ocurre en las películas de Curtis y en los ensayos de Fisher, pero no avanza más allá. Lo que en términos políticos es simple ausencia de estrategia, en términos psiquiátricos es desmotivación depresiva. “Qué importa nada”, dice Abel, el personaje de Bergman; “mañana todo desaparecerá”.

La diferencia viene dada por la segunda sala, donde explota una fuerza nueva.

EL SUFRIMIENTO NO ES ESTRATEGIA

El deseo nace del derrumbe se llamó el libro antología de Jacoby, un catálogo de cinco décadas de arte, vida nocturna y política cultural en Buenos Aires, editado con ocasión de su muestra en el Reina Sofía en 2011. El título, de resonancias lacanianas, es sugerente: si nace del derrumbe, el deseo siempre puede volver a empezar. El fracaso es su condición básica. La transición de la primera a la segunda sala se elucida por el mismo mecanismo: algo hay que hacer, incluso (precisamente) cuando nada se puede hacer. A las doce fotos de la primera sala les siguen otras doce, formal y materialmente idénticas. Sin agregar nada, y sin que nada se resuelva, la segunda sala propone una heurística, un quehacer con la desesperanza en su faceta más inmediata.

Para seguir con Lacan, se podría distinguir entre las obras de deseo y las obras de demanda: estas últimas son las que debe sancionar el otro, y en las que el artista queda disminuido, en situación de insuficiencia, encadenado a la necesidad de reconocimiento y madrinazgo. No es casual que los artistas tengan tantísimos problemas a la hora de redactar candidaturas a becas y presentarse a premios, porque en esos formatos deben enunciar, en un lenguaje ajeno y burocrático, sus (supuestos) propios deseos, a ser satisfechos unilaterlamente por otros. Pero, ¿se puede formular el deseo propio en palabras ajenas? ¿No habría que empezar por apropiarse de las palabras? Las obras de deseo en cambio toman como punto de partida la falta: por eso nacen del derrumbe y tienen la alegría de algo gratuito. La segunda sala de Fotos 2016 desarma la expectativa del catálogo de emociones, con la que amaga la primera serie, y en su lugar abre un camino para la alegría poética. Las fotos ahora abundan en una eclosión de actividad facial y muscular inclasificable, una especie de goce actoral continuo que no condensa en un estado de ánimo. La cara del artista comienza a significar a través de sus cejas, su cuello, las orejas y los hombros. Ya no es posible reducir las imágenes a un muestrario de afecciones; la actividad actoral se independiza; la mirada empieza a girar, se enloquece o se clava en el espectador. Los músculos se contraen, se dilatan, se mueven. El diario de la tristeza se convierte entonces en el registro de una alegría autoproductiva, que explota en mil muecas. Nada ha cambiado entre una sala y la otra, pero todo ha cambiado. El payaso derrotado del primer acto se revela, en el segundo, como un gran bromista. Su punto de partida es la frase de Abel, que Jacoby ya urdió de mil formas: si mañana todo va a desaparecer, ¿qué importa?

Fotos 2016 se puede ver en el Nuevo Museo Energía de Arte Contemporáneo (La Ene), Esmeralda 320, 2° piso, hasta el 2 de noviembre.

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