PINTURA > PABLO DE MONTE
La obra de Pablo De Monte, hijo de pintores y docente, tiene una inquietante belleza artificial. Se desenvuelve en espacios pictóricos ideales en los que mezcla elementos del Op Art, de la pintura metafísica, el surrealismo y el arte argentino. Con influencias de Giorgio De Chirico y Roberto Aizenberg, además de su padre Beppo De Monte y complicidades con contemporáneos como Eduardo Stupía, en la muestra Detrás del paisaje cada fragmento de las pinturas de De Monte logra poner en duda el verdadero sentido de la percepción y acentuar la desconfianza que generan las imágenes.
› Por Santiago Rial Ungaro
El recuerdo más antiguo que tiene Pablo De Monte es el de estar mirando una imagen en un lienzo: la escena transcurre en 1963 y aunque confiese no recordar la imagen de aquella obra sí recuerda a su padre, Beppo De Monte, también pintor y por entonces para él un auténtico gigante, preguntándole a él, un niño de 3 años, qué le parecía eso que veía en el lienzo. La inquietante belleza artificial de Detrás del paisaje, su nueva muestra en Jacques Martínez también parece interrogarnos sobre qué es eso que percibimos: deliberadamente despojado de cualquier naturalidad, el imaginario de De Monte –que nació en 1960– siempre se desenvolvió en espacios pictóricos ideales, inquietantes arquetipos en los que mezcla elementos del Op Art, de la pintura metafísica, el surrealismo y la historia del arte argentino. Conjugando contenidos geométricos y cinéticos, en las obras de De Monte cada fragmento de sus paisajes logra siempre poner en duda el verdadero sentido de nuestras percepciones y la desconfianza que generan las imágenes.
Si en muestras anteriores las figuras humanas de sus pinturas (convertidas en figuras geométricas que llevaron siempre a pensar en seres post humanos o robots), en Detrás del Paisaje lo que queda de ellas es solo sus pelucas cinéticas. De Monte: “En mis muestras anteriores siempre hubo un personaje que quizá con el tiempo fue cambiando un poco pero siempre fue reconocible. Acá solo quedó la peluca del personaje. Siempre me gustó que convivan distintos discursos dentro de las pinturas y que haya una mezcla de registros, algo que también me atrae en la música. Y estas pelucas tienen un contenido geométrico y cinético: es una línea que tiene un movimiento virtual”. Profesor de artes visuales especializado en grabado en el IUNA, De Monte ha logrado desarrollar una obra inconfundible, que en gran medida se basa en sus métodos artísticos: “Todas mis pinturas tienen un proceso muy artesanal: mi viejo pintaba igual, aunque él trabajaba en general con fotos de paisajes en la ciudad universitaria de Córdoba. Yo nací acá, pero tengo a toda mi familia allá. Mi mamá también era pintora, y quizá por haber crecido en ese ambiente al principio me interesaba estudiar algo más científico y me metí a estudiar Agronomía”. Apenas un par de años después De Monte se decidió a empezar a estudiar pintura en serio: “Entré a la escuela de arte y también trabajaba en el taller de mi viejo ayudándolo. De ahí me quedó ese método, que es muy mental también y quizá por eso a veces reniego un poco: la verdad es que me gustaría hacer expresionismo abstracto, pero no me sale”. Así como también acepta cierta influencia de pintores argentinos clásicos como Spilimbergo, Seguí (amigo de su padre), Aizenberg y contemporáneos como Carlos Bissolino o su alumno Víctor Cunsulo en sus obras actuales, De Monte recuerda que, aproximadamente en 1984 vio una muestra de Diulio Pierri en el C.C.Recoleta que, literalmente, le voló la peluca: “Eran unas obras gigantescas, de 5 o 6 metros, en plena época de la transvanguardia italiana, pleno retorno de la pintura. La vi y me dije: ‘Yo quiero hacer esto’. Y ahí me puse a pintar, porque hasta entonces me interesaba más la gráfica y me había especializado en el grabado. Siempre me interesó lo que yo no sé hacer, y esas pinturas abstractas a lo mejor el artista las hace en un par de días, pero probé de hacer eso y no me salió. Yo construyo mis imágenes de una forma más mental, más fría. Pero fue un gran estímulo y empecé a trabajar de a poco con la geometría: mi forma de armar un cuadro es muy diferente. Para armar un cuadro armo un diseño, un dibujo. Trabajo un poco como los que hacían las historietas antes: voy poniendo papeles calcos hasta que encuentro donde voy a poner la peluca, hasta que veo dónde funciona cada elemento y ahí después hago una cuadrícula, incluso a veces dejo algunos restos que se ven de cuando paso del diseño al bastidor. Después el proceso de pintarlo es más libre porque lo elijo ya en el momento. Estas señales (dice mientras señala unos discos de círculos concéntricos que parecen calcomanías pero que están pintadas) también me vienen de mi viejo, él también las metía en sus paisajes. Es un recurso pictórico, un llamado tímbrico, algo que también tomé de mi papá, que él a su vez quizá tomó de David Hockney. Es toda una cadena: nosotros vivimos en un mundo de imágenes y parece que a uno se le ocurren, pero creo que lo que uno hace es más bien conectar cosas que uno ya tiene internalizadas.”
Aunque estos paisajes tengan una filiación con la pintura metafísica de Giorgio de Chirico o Roberto Aizenberg el simbolismo de las obras resulta absolutamente actual: los espacios parecen surgir de nuestras experiencias cotidianas perceptivas, siempre abrumadas por una avalancha de estímulos e interfaces tecnológicas que, tal como sucede con estas pinturas, nos dejan una sensación de incertidumbre en la que el placer y la desconfianza siempre van de la mano. De Monte: “La realidad que a uno lo rodea a nivel perceptivo va cambiando, pero también uno va incorporando imágenes de nuevos artistas y armando una especia de Enciclopedia de Imágenes personal que vas armando todos los días. Eso también va cambiando la obra propia. Y también hay una carga emotiva que proviene de otras disciplinas, como el cine o la música: ahora me enganché con un músico que se llama Henri Salvador, que parece ser que fue uno de los precursores de la bossa nova, y que nació en la Guyana francesa. Hace unos años me puse a estudiar francés, que era algo que siempre me interesó, pero siempre lo estudiaba superficialmente y ahora me decidí a aprenderlo en forma más sistemática y rendir examen. Creo que me enganché con el idioma por mi infancia: mi viejo vivió en París”. Esa fascinación por la cultura francesa (también menciona a Lacan como una de sus autores preferidos) también se manifiesta en cierta impronta surrealista que siempre atravesó su imaginario plástico: “A mí siempre me fascinaron los artistas surrealistas, me fascina Oscar Domínguez, y él usaba una técnica de calcomanía que también utilizaba Max Ernst. Siempre veía esos cuadros, con esas texturas, y pensaba: ¿Cómo lo pintó? Y parece que él agarraba un plástico, le ponía pintura y le pegaba unas calcomanías sobre los fondos; después al despegarlo quedan unas texturas, es algo que a mí nunca me salía. El que lo hace muy bien y lo maneja es Eduardo Stupía: le pedí que me enseñara a hacerlo. Y él, que es muy generoso porque otro no te lo explica y se lo guarda como un secreto, me invitó a su taller y estuvo toda una tarde mostrándome la técnica”.
Inspiradas en algunas fotos del Parc des Buttes de Chaumont, un parque diseñado por el arquitecto Josef Haufmann a partir de una cantera repleta de falsas ruinas, cavernas y rocas, el contraste entre esas texturas minerales y sus paisajes acentúa la sensación de extrañamiento típica de sus pinturas: “Me gusta la idea de ‘El Perseguidor’, el cuento de Cortázar: uno persigue una imagen que sabe que nunca se va a concretar. Uno siente que avanza, pero a la vez sabe que no lo va a lograr. Si uno la resolviera capaz que nunca más pintaría un cuadro”. En la primera muestra que hizo De Monte en esta misma galería, que entonces estaba ubicada en otro lugar, hay una cita al pintor alemán pop Richard Lindner: “Ciertamente, todos somos unos asesinos, es solo una cuestión de grado. Ciertamente las leyes tribales son necesarias. Pero el crimen… el crimen se parece al arte, y el artista siempre ha comprendido al criminal. El miedo del criminal es el mismo que siente el artista. Ambos están aterrorizados por la idea de ser desenmascarados. Es una base de su naturaleza”. Mientras De Monte habla de la pintura como “madre de las máquinas de imágenes” afirma que su intención siempre fue lograr una “representación de la representación”: “¿Viste la frase esa que dice: ‘estoy pintado’, o ‘estoy dibujado’? Son expresiones que expresan que nadie se da cuenta de que estás ahí. Eso de que la imagen habla por sí misma no es verdadero: hay cosas que uno tiene que verbalizar, eso es lo que aprendí al dirigir tesis, algo que también me sirvió para estar actualizado. Yo absorbo mucho de mis alumnos. La cabeza de un artista es como una esponja que va absorbiendo todos los líquidos de lo que consume. Cambian las épocas, cambia el entorno y aún se sigue hablando y escribiendo sobre algunos cuadros: no es que se canceló el cuadro y no hay una verdad histórica de ese cuadro, si no que admite siempre otra lectura. No me siento condicionado por el mercado, pero creo que hay artistas que vos ves que siempre pintan el mismo cuadro y otros que capaz cambian de estilo, y eso es algo que envidio. Pero hay otros en los que ves de algún modo que siempre es la misma imagen y que un cuadro va siempre siguiendo al otro. Y aunque el horizonte se vaya alejando, siempre es el mismo camino”.
Detrás el paisaje se puede visitar de lunes a viernes de 14 a 20 en Jacques Martínez, Avda. de Mayo 1130, 4º G.
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