MúSICA >TOCA EN BUENOS AIRES LA SENSIBLE Y PODEROSA ROCKER AUSTRALIANA COURTNEY BARNETT
› Por Micaela Ortelli
En la casa de Northern Beaches, en las afueras de Sidney, había guitarras y un hermano mayor con amigos. Había un vecino rockero también. Así fue que a los diez años Courtney Barnett ya se colgaba una eléctrica, al revés porque es zurda, y practicaba “Come As You Are” y “Something In The Way” de Nirvana. No le compraron enseguida una propia, tuvo que ahorrar unos cumpleaños y navidades. Ella dice que por la zurdera nunca llegó a probar muchas guitarras; que se compraría una jazz master verde militar y caería en el cliché de las doce cuerdas; pero que probablemente seguiría tocando con el mismo método que ahora y sonando igual. Está por cumplir 29 años. A la adolescencia la pasó en Hobart, Tasmania, una ciudad tranquila y toda arbolada donde pensó en hacerse tenista y artista plástica. Desde los 20 vive en Melbourne, la ciudad más despierta del país, según dicen. Pero en aquella época Courtney pasaba mucho tiempo tirada en la cama sin saber qué hacer. Tocaba en algunas bandas y trabajaba en una tienda de Nike. Tan mala comerciante era, que si las personas le caían bien los convencía de no gastar tanto en esas zapatillas. Después empezó a atender un bar con escenario y el contexto se puso más inspirador: armó algunas canciones, se permitió creer que eran lo suficiente buenas para grabarlas y así hizo. “Avant Gardener”, la crónica de un lunes caluroso en que le dio un ataque hipocondríaco y no podía respirar. “Are You Looking After Yourself”, los padres que llaman por teléfono y se preocupan. “Canned Tomatoes (Whole)”, una salida al mercado que le trae recuerdos de un viejo vecino. “Siempre escribí canciones, malas canciones, por ahí siguen siendo malas”, dice ella.
Al corte de pelo de Patti Smith en los ‘70 lo lleva al menos desde 2013, el año de las primeras fotos públicas. Con una ayuda estatal viajó a Nueva York al festival de música independiente CMJ Music Marathon, presentó los EPs I’ve Got a Friend called Emily Ferris y How to Carve a Carrot Into a Rose, y apareció entre los diez mejores descubrimientos de la Rolling Stone. Ese viaje fue el primer encontronazo con la vida rocker. Ahora se mueve tanto que extraña frenar y tender la ropa en la casa, pero entonces era la primera vez que salía de Australia y además se había puesto de novia –Jen Cloher también es cantante y guitarrista, le lleva quince años–. Volvió con la letra de “An Illustration of Loneliness (Sleepless in New York)”, un relato continuado a lo Virginia Woolf donde mira las grietas de la pared del hotel y recuerda un libro que leyó sobre quiromancia, y piensa en esas marcas como las líneas de la mano y se preocupa porque cree que la del amor está cruzada con la de la muerte. “Yo también estoy pensando en vos”, dice el estribillo. “Kim’s Caravan” tiene un disparador similar: unas manchas de humedad en el techo donde ve la cara de Jesús. Pero de ahí la imagen se traslada a una costa –“Isla Phillip, no Los Ángeles”– donde fue a morir una foca. Y el tono de la canción es muy distinto: la de Nueva York es una canción dulce; acá suena como un momento oscuro de Cat Power. Canta: “No me pregunten lo que quise decir, soy un reflejo de lo que quieren ver, tomen lo que quieran de mí”. En el disco debut, Sometimes I Sit and Think, and Sometimes I Just Sit (A veces me siento y pienso y a veces sólo me siento), ya hace ver su alerta por la llegada de atención y el crecimiento del público. “Pónganme en un pedestal y los voy a decepcionar”, dice en “Pedestrian At Best”. Y se disfrazó de payaso, la única vez que se puso maquillaje, para filmar el video de ese monólogo interno de riffs duros donde se autoflagela como bien saben hacer los obsesivos inseguros.
Porque Courtney Barnett todavía es ella y sus cuadernos. Ella observando y escuchando más que hablando. Ella conociéndose. Ahora el disco se lanzó en vinilo rosa para donar a la lucha contra el cáncer; también apoya campañas contra el acoso sexual en recitales y la preservación de los koalas, unos marsupiales y una abeja que se alimenta una flor particular. Pero la música no tiene causa, las letras todavía no traspasan su mundo privado. A Courtney le cuesta hablar en entrevistas, no tiene grandes argumentos ni misión más allá del hobby que se hizo oficio: escribir canciones, grabarlas, lanzarlas, tocarlas. Canciones que pueden hablar del desastre ecológico pero desde un lugar personal y tragicómico, porque qué más se podría revelar, qué esperanza hay de algo a esta altura (“a veces pienso que un solo estornudo nos va a matar”, en “Dead Fox”). Canciones sobre la vida cotidiana deslucida, insignificante –tratar de impresionar al de al lado en la pileta, ir a ver casa para mudarse–, tocadas con unas melodías que atraviesan generaciones y continentes. Y entre todo esto dijo algo que identificó a muchas, muchas personas. El estribillo “quiero salir pero me quiero quedar adentro” es tan justo para la época que avergüenza. Courtney además puso la solución al dilema de título: “A nadie le importa realmente si no vas a la fiesta”. Cierto. Alguien nos tiene que desenroscar. Alguien sencillo. En el mundo de las apariencias la autenticidad es un respiro. Hace bien verla en el acústico de “Bein Around” junto al río, con una lapicera de cejilla atada con una banda elástica, ella entre tímida y contenta, con esos ojitos y una remera de Kurt Cobain, la foto que se sacó delante de la marquesina con el letrero “los hombres ya no te protegen”.
Courtney Barnett toca el domingo 13 de noviembre en el Music Wins, en increíble fecha compartida con Mac DeMarco, Primal Scream, Kurt Vile y más; cierra Air. En Tecnópolis. Y a pedido del público, el lunes 14 hay side show junto a La Femme en Niceto Club. Entradas para todo por Ticketek.
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